– ?Ay, Dios! ?Reg! Es la senorita Betterton.
Reg la aparto.
– Quedate aqui, carino -dijo.
Ella oyo los rapidos pasos de su marido sobre los peldanos de piedra, titubeo solo por un segundo y lo siguio, agarrandose con las dos manos a la barandilla izquierda. Los dos se arrodillaron junto al cuerpo.
La mujer estaba boca arriba, con la cabeza vuelta hacia el ultimo escalon. En la frente presentaba un solo tajo cubierto de sangre seca. Llevaba una descolorida bata de lanilla con estampado de cachemir y debajo un camison blanco de algodon. Por el costado de la cabeza asomaba una trenza de fino pelo gris, sujeta por la encrespada punta con una goma retorcida. Los ojos, fijos en lo alto de la escalera, estaban abiertos y sin vida.
– ?Oh, no! ?Dios santo! -musito Ruby-. Pobrecilla, pobrecilla.
Puso un brazo encima del cuerpo en un instintivo gesto protector, aunque enseguida comprendio que era inutil. Percibio el acre olor de la vejez indolente en el cabello y la bata y se pregunto si eso seria lo unico que quedaria de la senorita Betterton cuando todo lo demas hubiera desaparecido. Embargada por una infructuosa compasion, retiro el brazo. Si la senorita Betterton rehuia el contacto fisico en vida, ?por que imponerselo ahora que estaba muerta?
– Esta muerta -asevero Reg, levantandose lentamente-. Muerta y fria. Parece que se desnuco. No podemos hacer nada por ella. Mas vale que vayas a avisar al padre Sebastian.
La tarea de despertar al padre Sebastian, de buscar las palabras adecuadas y reunir el valor para decirlas, horrorizo a Ruby. Hubiera preferido que Reg le comunicase la noticia, pero eso habria significado quedarse sola con el cadaver, perspectiva que la asustaba aun mas. La cavidad del sotano se extendia hasta perderse en amplias zonas negras donde acechaban peligros imaginarios. Si bien no era una mujer fantasiosa, ahora la invadio la sensacion de que el familiar mundo de rutina, trabajo diligente y amor se desvanecia ante sus ojos. Sabia que bastaba con que Reg extendiese un brazo para que el sotano, con sus paredes encaladas y sus estanterias repletas de botellas, se convirtiese en el lugar conocido e inofensivo adonde ella y el padre Sebastian bajaban para escoger los vinos de la cena. Sin embargo, Reg no extendio el brazo. Todo debia quedar tal como lo habian encontrado.
Cada paso se le antojo titanico mientras ascendia los escalones con unas piernas que de pronto se habian vuelto demasiado debiles para soportar su peso. Encendio todas las luces del pasillo y se tomo unos segundos para armarse de valor antes de subir los dos tramos de escalera que conducian al apartamento del padre Sebastian. Su primer golpe en la puerta fue demasiado indeciso, de manera que llamo de nuevo, con mas fuerza. El padre Sebastian abrio con desconcertante brusquedad y la miro. Ella nunca lo habia visto en bata y por un momento, desorientada por la impresion, le parecio que se hallaba ante un extrano. La vision de la senora Pilbeam debio de desconcertarlo tambien a el, pues tendio una mano para tranquilizarla y la hizo pasar a la habitacion.
– Es la senorita Betterton, padre. Reg y yo la hemos encontrado al pie de la escalera del sotano. Me temo que esta muerta.
Le sorprendio que su voz sonara tan serena. Sin hablar, el padre Sebastian la tomo del brazo y bajo con ella. Al llegar a las escaleras del sotano, Ruby se detuvo junto a la puerta, observando al sacerdote mientras bajaba, le decia unas palabras a Reg y se hincaba junto al cuerpo.
Al cabo de un momento el padre se irguio y se dirigio al hombre con el sereno y autoritario tono de costumbre.
– Los dos han sufrido una fuerte experiencia. Seria conveniente que continuasen discretamente con las actividades habituales. El comisario Dalgliesh y yo nos encargaremos de todo lo necesario. Solo el trabajo y la oracion nos permitiran superar estos terribles momentos.
Reg subio la escalera para reunirse con Ruby, y entraron en la cocina en silencio.
– Me imagino que querran desayunar como de costumbre -murmuro Ruby.
– Desde luego, carino. No pueden empezar el dia con el estomago vacio. Ya has oido al padre Sebastian; ha dicho que continuemos discretamente con las actividades habituales.
Ruby lo miro con ojos tristes.
– Ha sido un accidente, ?no?
– Por supuesto. Podria haber ocurrido en cualquier momento. Pobre padre John. Esto lo destrozara.
Ruby no estaba tan segura. Supondria un golpe, claro, las muertes subitas siempre lo eran. No obstante, saltaba a la vista que no debia de ser facil convivir con la senorita Betterton. Con el corazon encogido, se puso el delantal y comenzo a preparar el desayuno.
El padre Sebastian fue a su despacho y llamo a Dalgliesh a Jeronimo. La respuesta fue tan rapida que dedujo que el comisario ya estaba levantado. Le comunico la noticia y al cabo de cinco minutos se encontraron junto al cuerpo. El rector observo a Dalgliesh mientras este se inclinaba, tocaba la cara de la senorita Betterton con manos expertas, se ponia en pie y la escrutaba desde arriba con muda concentracion.
– Hay que decirselo al padre John, desde luego. Es mi responsabilidad. Supongo que todavia duerme, pero debo verlo antes de que baje para los maitines. Esto le afectara mucho. Aunque no era una mujer de trato facil, no tenian otros parientes y estaban muy unidos. -Sin embargo, no hizo ademan de marcharse y pregunto-: ?Cuando cree que sucedio?
– A juzgar por el rigor mortis, yo diria que lleva unas siete horas muerta. El forense lo averiguara con mayor precision. No basta con un examen superficial. Naturalmente, tendran que practicarle la autopsia.
– Entonces murio despues de las completas, probablemente a medianoche. En tal caso, debio de cruzar el vestibulo con gran sigilo. En realidad siempre lo hacia. Se movia como una sombra. -Callo por unos instantes y agrego-: No quiero que su hermano la vea aqui y en ese estado. Podriamos llevarla a su habitacion, ?no? Ya se que no era una mujer religiosa. Debemos respetar sus convicciones. No querria que la velaran en la iglesia, aunque estuviera abierta, ni en el oratorio.
– Conviene que permanezca donde esta hasta que el forense la examine -senalo Dalgliesh-. Hemos de tratar este caso como una muerte sospechosa.
– Al menos deberiamos taparla. Ire a buscar una sabana.
– Si -asintio Dalgliesh-, por supuesto. -Cuando el rector se volvio hacia la escalera, pregunto-: ?Tiene idea de lo que estaba haciendo aqui, padre?
El padre Sebastian dio media vuelta y vacilo por un momento.
– Me temo que si -dijo al fin-. La senorita Betterton bajaba a buscar una botella de vino con regularidad. Todos los sacerdotes lo sabian y supongo que los seminaristas y el personal lo sospechaban. Solo se llevaba un par de botellas por semana, y nunca era del bueno. Desde luego, yo le plantee el problema al padre John con el mayor tacto posible. Decidimos no tomar medidas a menos que el asunto se nos escapase de las manos. El padre John solia pagar el vino, o al menos las botellas que encontraba. Por supuesto, eramos conscientes del riesgo que entranaba una escalera tan empinada como esta para una anciana. Por eso instalamos luces potentes y cambiamos el pasamanos de soga por barandillas de madera.
– De manera que al descubrir los hurtos, pusieron un pasamanos seguro para facilitarlos y evitar que ella se rompiese el cuello.
– ?Le cuesta entenderlo, comisario?
– No, dadas sus prioridades, supongo que no.
Siguio con la vista al padre Sebastian mientras subia la escalera con paso firme y desaparecia, cerrando la puerta a su espalda. Era obvio que la mujer se habia desnucado. Llevaba un par de estrechas zapatillas de piel, y Dalgliesh habia notado que la punta de la suela derecha estaba despegada. La escalera estaba perfectamente iluminada y el interruptor se encontraba a menos de sesenta centimetros del primer escalon. Puesto que la luz debia de estar encendida cuando habia comenzado a bajar, no habia tropezado en la oscuridad. Por otra parte, si hubiese resbalado en el primer escalon ?no habria quedado sobre la escalera, ya fuese boca abajo o de espaldas? En el tercer peldano desde abajo Dalgliesh habia detectado algo que semejaba una pequena mancha de sangre. Por la posicion del cuerpo parecia que habia caido, se habia golpeado la cabeza en el escalon de piedra y habia dado una voltereta. Claro que era dificil que hubiese salido despedida con semejante fuerza, a menos que hubiese llegado a la escalera corriendo a toda velocidad, hipotesis a todas luces absurda. Pero ?y si la hubiesen empujado? Le asalto una deprimente y sobrecogedora sensacion de impotencia. Si aquello era un asesinato, ?como iba a conseguir demostrarlo con aquella suela levantada? La muerte de Margaret Munroe se habia certificado como natural. Habian incinerado el cuerpo y esparcido o enterrado las cenizas. ?Y esta nueva muerte