visitas juveniles al seminario: de cuando los sacerdotes, con las sotanas arremangadas, jugaban al criquet con el detras de la verja oeste; de sus viajes en bicicleta a Lowestoft para comprar pescado; del placer de leer en la solitaria biblioteca por las noches. Se intereso por el programa de las clases que Emma impartia en Saint Anselm, el criterio con el que escogia a los poetas y la reaccion de los seminaristas. En ningun momento mencionaron el asesinato. No fue una conversacion anodina ni forzada. A Emma le gustaba la voz de su interlocutor. Concibio la sensacion de que una parte de su mente se habia separado y flotaba por encima de ellos, arrullada por el suave contrapunto de una voz masculina y otra femenina.

Cuando se levanto y le dio las buenas noches, Dalgliesh se puso en pie de inmediato y dijo con una formalidad que no habia empleado hasta el momento:

– Si no le importa, pasare la noche en este sillon. Si la inspectora Miskin estuviese aqui, le pediria que se quedase a hacerle compania. Como no esta, yo ocupare su lugar… a menos que usted se oponga.

Emma advirtio que intentaba facilitarle las cosas, que no queria imponerse aunque sabia cuanto la inquietaba quedarse sola.

– Pero no quiero causarle tantas molestias. Aqui estara muy incomodo.

– De ninguna manera. Estoy acostumbrado a dormir en sillones.

El dormitorio de Jeronimo era casi identico al del apartamento contiguo. La lampara de la mesilla estaba encendida, y Emma advirtio que Dalgliesh no se habia llevado sus libros. Habia estado leyendo -con toda seguridad releyendo- Beowulf. Habia un viejo y descolorido volumen en rustica, la edicion de Los primeros novelistas Victorianos de David Cecil, con una fotografia en la que el autor aparecia increiblemente joven y el precio en moneda antigua en la tapa posterior. De manera que tambien el disfrutaba curioseando en las librerias de viejo, penso. El tercer libro era Mansfield Park. Emma se pregunto si debia llevarselos a Dalgliesh, pero no se atrevio a importunarlo.

Le parecia extrano estar durmiendo sobre su sabana. Confiaba en que el no la despreciase por su cobardia. Saber que estaba abajo le producia un enorme alivio. Al cerrar los ojos no vio las danzarinas imagenes de la muerte, sino solo la oscuridad, y al cabo de unos minutos se quedo dormida.

Desperto de un sueno tranquilo a las siete de la manana. El apartamento estaba en silencio, y al bajar vio que Dalgliesh se habia marchado, llevandose consigo el edredon y la almohada. Habia abierto la ventana, como si temiese dejar atras el mas ligero vestigio de su aliento. Emma sabia que el comisario no le contaria a nadie donde habia pasado la noche.

Libro tercero . Voces del pasado

1

Ruby Pilbeam no necesitaba un despertador. Hacia dieciocho anos que se despertaba a las seis en punto, tanto en invierno como en verano. Y asi lo hizo el lunes, poco antes de extender el brazo para encender la luz de la mesilla. Reg se rebullo, aparto las mantas y comenzo a acercarse al borde de la cama. Ruby percibio el calido aroma de su cuerpo, que siempre la reconfortaba. Se pregunto si unos segundos antes su marido habia estado dormido o solo quieto, aguardando a que ella se moviera. Ambos se habian limitado a dormitar durante breves periodos a lo largo de la noche y a las tres se habian levantado y bajado a la cocina para tomar una taza de te y esperar el amanecer. Por suerte el cansancio habia acabado por imponerse sobre la inquietud y el horror, y a las cuatro habian vuelto a la cama. Se habian sumido en un sueno entrecortado e intranquilo, pero al menos habian descansado un poco.

Los dos habian pasado un domingo muy ajetreado, y solo esa frenetica actividad habia conseguido dar visos de normalidad al dia. La noche anterior, sentados muy juntos a la mesa de la cocina, habian hablado en susurros del asesinato, como si las pequenas y acogedoras habitaciones de San Marcos estuviesen llenas de oyentes indiscretos. La conversacion habia estado salpicada de sospechas no expresadas, frases entrecortadas e incomodos silencios. El mero hecho de afirmar que resultaba absurdo pensar que alguien de Saint Anselm era un asesino habria implicado establecer una desleal asociacion entre el lugar y el hecho; pronunciar un nombre, aunque solo fuese para exculparlo, habria equivalido a aceptar la idea de que algun residente del seminario era capaz de perpetrar semejante barbaridad.

No obstante, habian llegado a elaborar dos teorias, ambas alentadoras y verosimiles. Antes de regresar a la cama, habian repetido mentalmente las historias como si de un mantra se tratase: alguien habia robado las llaves de la iglesia, una persona que habia visitado Saint Anselm quiza varios meses antes y sabia donde las guardaban, asi como que el despacho de la senorita Ramsey siempre estaba abierto. Ese mismo individuo habia concertado una cita con el archidiacono Crampton antes del sabado. ?Por que en la iglesia? ?Acaso habia un lugar mejor? No habrian podido reunirse en el apartamento de huespedes sin riesgos, y no habia sitios reconditos en el campo. Cabia la posibilidad de que el propio archidiacono hubiese agarrado las llaves y abierto la iglesia para su visitante. Despues habian sobrevenido los hechos: la llegada, la discusion, la furia asesina. Tal vez el visitante hubiera planeado el crimen y llegado con un arma: una pistola, una porra o un punal. Si bien no les habian dicho como lo habian matado, ambos habian visto en su imaginacion el brillo y la acometida de la hoja de un cuchillo. Y luego la huida: el individuo trepando por encima de la verja, tal como habia entrado. La segunda teoria era aun mas creible y tranquilizadora: el archidiacono habia tomado prestadas las llaves y habia entrado en la iglesia por motivos personales. El intruso acudio alli para robar el retablo o los calices de plata. Crampton lo habia sorprendido y el asustado ladron lo habia atacado. Tras convencerse de que esta explicacion era perfectamente racional, ni Ruby ni su marido habian vuelto a mencionar el asesinato.

Ruby solia ir sola al seminario. El desayuno no se servia hasta las ocho, despues del oficio matutino, pero a ella le gustaba planificar su jornada. El padre Sebastian lo tomaba en la salita de su apartamento, y ella debia poner la mesa con todos los alimentos de costumbre: zumo de naranja natural, cafe y dos tostadas con mermelada casera. A las ocho y media llegaban de Reydon las asistentas, las senoras Bardwell y Stacey, en el viejo Ford del senor Bardwell. Sin embargo, hoy no acudirian. El padre Sebastian les habia telefoneado para pedirles que no regresaran hasta dentro de dos dias. Ruby se preguntaba que excusa habria alegado, pero no se atrevia a plantearlo. Aunque ella y Reg se verian obligados a trabajar mas de la cuenta, Ruby se alegro de saber que estaria a salvo de las especulaciones, las exclamaciones de horror y la inagotable curiosidad de las asistentas. Se percato de que un asesinato podia llegar a resultar casi divertido para las personas que no conocian a la victima ni eran sospechosas. Elsie Bardwell lo habria encontrado particularmente emocionante.

Reg acostumbraba a ir al seminario despues de las seis y media, pero ese dia salieron juntos de San Marcos. Aunque el no le comentara la razon, ella supo por que. Saint Anselm no era ya un lugar seguro y sagrado. Reg alumbro con su potente linterna el sendero que conducia a la verja del claustro oeste. Pese a que la tenue luz del amanecer comenzaba a extenderse por el campo, Ruby tuvo la impresion de que avanzaba en medio de una oscuridad impenetrable. Su marido apunto a la verja con la linterna para localizar la cerradura. Al otro lado, las debiles lamparas de los claustros alumbraban las delgadas columnas y proyectaban sombras sobre los caminos de piedra. El claustro norte seguia precintado, y la mitad del suelo estaba libre de hojas. El tronco del castano de Indias se alzaba, negro e inmovil, sobre un maremagnum de papeles. Cuando el haz de la linterna paso fugazmente sobre la fucsia de la pared este, las rojas flores resplandecieron como gotas de sangre. En el pasillo que separaba su salita de la cocina, Ruby alzo la mano para pulsar el interruptor. No obstante, la oscuridad no era absoluta. Unos pasos mas alla habia un rayo de luz procedente del sotano.

– Es extrano, Reg -comento-. La puerta del sotano esta abierta. Alguien se ha levantado temprano. ?Anoche comprobaste que estuviese cerrada?

– Claro que si -respondio el-. ?Crees que la dejaria abierta?

Caminaron hasta lo alto de la escalera de piedra, brillantemente iluminada y provista de barandillas de madera. Al pie de los escalones, claramente visible bajo las potentes lamparas, yacia el cuerpo de una mujer.

Ruby profirio un grito estridente.

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