hermanastra, y aunque no lo fuese, ustedes estan investigando un asesinato, no un incesto. No es asunto suyo.»
– ?Y su explicacion satisfizo a ambos? -inquirio Dalgliesh.
– Si, nos basto con mirar la cara de su hermano -respondio Kate-. No se si ella le habia comentado lo que se proponia decir, pero fue evidente que a el no le gusto. Y resulta curioso que se haya molestado en contarnos una cosa asi, ?no? Si necesitaba una coartada, podria haber dicho que la tormenta los habia mantenido en vela durante la mayor parte de la noche. Bueno, ya se que es una mujer que disfruta escandalizando a los demas, pero eso no parece un motivo suficiente para desvelar el asunto del incesto…, si es que lo hay.
– Lo que si demuestra es que estaba muy ansiosa por presentar una coartada, ?no? -observo Piers-. Como si los dos se hubieran anticipado a los acontecimientos, diciendo la verdad ahora porque al final quiza los obliguen a confesarla en los tribunales.
Si bien habian encontrado una ramita en la habitacion de Raphael Arbuthnot, en el claustro norte, los tecnicos no habian descubierto ningun otro objeto de interes. Durante el dia, Dalgliesh habia terminado de convencerse de la importancia de ese hallazgo. Si su primera impresion era cierta, la ramita constituiria una prueba esencial, sin embargo considero que aun era pronto para comunicar sus sospechas a los demas.
Discutieron los resultados de las entrevistas personales. Con la excepcion de Raphael, todos afirmaban haberse ido a la cama decorosamente a las once y media o antes y que, salvo por las ocasionales molestias derivadas del fuerte viento, no habian visto ni oido nada raro durante la noche. El padre Sebastian se habia mostrado servicial pero frio. Esforzandose de un modo patente para disimular su malestar ante el hecho de que los interrogasen los subordinados de Dalgliesh, habia comenzado por decir que disponia de poco tiempo porque estaba esperando a la senora Crampton. No obstante, ese poco tiempo fue suficiente. Segun el rector, habia trabajado en un articulo para una revista teologica hasta las once y se habia acostado a las once y media, despues de tomar su acostumbrado whisky. El padre John Betterton y su hermana habian leido una obra de teatro hasta las diez y media, tras lo cual la mujer habia preparado leche con cacao para los dos. Los Pilbeam habian visto la television y tomado abundante te para combatir la tormentosa noche.
A las ocho dieron por terminada la jornada. Hacia tiempo que los tecnicos se habian retirado a su hotel, y ahora Kate, Piers y Robbins se despidieron de Dalgliesh. Al dia siguiente Kate y Robbins irian a Ashcombe House para intentar averiguar algo mas sobre la senora Munroe. Dalgliesh guardo los papeles en su maletin, que cerro con llave, cruzo el descampado hacia el claustro oeste y entro en Jeronimo.
Entonces sono el telefono. Era la senora Pilbeam. El padre Sebastian le habia encargado que sugiriese al comisario que cenara en su apartamento, a fin de evitarse la molestia de ir a Southwold. Solo habia sopa, ensalada, embutido y fruta, pero si eso era suficiente, Pilbeam no tenia inconveniente en llevarselo a la habitacion. Contento de ahorrarse el viaje en coche, Dalgliesh le agradecio el ofrecimiento y acepto encantado. Pilbeam llego con la cena diez minutos despues. Dalgliesh intuyo que no queria que su esposa saliese en la oscuridad, ni siquiera para cruzar el patio. Ahora, con sorprendente destreza, aparto el escritorio de la pared, puso la mesa y sirvio la comida. «Si deja la bandeja fuera, senor, pasare a recogerla dentro de una hora», le indico.
El termo contenia una
Se encontraba en ese incomodo estado de cansancio fisico y excitacion mental que resulta nefasto para el sueno. Reinaba un silencio espectral, y cuando se acerco a la ventana vio la negra silueta del seminario: las chimeneas, la torre y la cupula formaban una masa ininterrumpida, recortada contra un cielo mas claro. La cinta azul y blanca de la policia continuaba sujeta a las columnas del claustro norte, que ahora estaba practicamente despejado de hojas. Bajo el leve resplandor de la luz del claustro sur, los adoquines del patio brillaban y las fucsias despedian un fulgor tan artificial y fuera de lugar como una mancha de pintura roja en el muro de piedra.
Dalgliesh se sento a leer, pero la paz que lo rodeaba no se reflejaba en su interior. ?Que habia en aquel lugar que le producia la sensacion de que su vida estaba siendo juzgada? Medito sobre sus largos anos de soledad, una soledad que se habia impuesto a si mismo desde la muerte de su esposa. ?No se habia volcado en su trabajo para evitar el compromiso del amor, para mantener inviolable algo mas que el alto y despejado piso sobre el Tamesis que cada noche encontraba tal como lo habia dejado por la manana? Un espectador de la vida no carecia de dignidad, y un trabajo que preservaba la propia intimidad al tiempo que justificaba -de hecho, exigia- la invasion de la intimidad de los demas tenia sus ventajas para un escritor. Por otra parte, ?no habia algo innoble en ello? Si uno permanecia al margen durante el tiempo suficiente, ?no corria el riesgo de asfixiar o incluso perder ese espiritu vital que los sacerdotes de Saint Anselm habrian llamado alma? Seis versos acudieron a su mente. Tomo una hoja de papel, la rasgo por la mitad y escribio:
Epitafio para un poeta
Despues de unos segundos agrego debajo: «Con perdon de Marvell.» Recordo los dias en que sus poemas brotaban con la misma facilidad que estos sencillos versos ironicos. Ahora escribir se habia convertido en un ejercicio mas cerebral, con palabras elegidas y ordenadas de manera mas meticulosa. ?Quedaba algo espontaneo en su vida?
Se dijo que su introspeccion se estaba tinendo de morbosidad. Solo se libraria de ella alejandose de Saint Anselm. Lo que necesitaba era una buena caminata antes de meterse en la cama. Salio de Jeronimo, paso delante de Ambrosio sin ver luces tras las cortinas corridas y, tras abrir la verja de hierro, torcio con decision hacia el sur, rumbo al mar.
20
Era la senorita Arbuthnot quien habia decidido que no se instalarian cerraduras en las puertas de las habitaciones de los seminaristas. Emma se pregunto que pretendia evitar que hicieran al verse libres del constante riesgo de una interrupcion. ?Habia un miedo inconsciente a la sexualidad tras aquella decision? Tal vez como consecuencia tampoco habian puesto cerraduras en los apartamentos para huespedes. La verja de hierro proxima a la iglesia proporcionaba toda la seguridad nocturna que habian considerado necesaria: ?que habia que temer detras de esa elegante barrera? Puesto que jamas habia habido cerraduras ni pestillos, no se guardaban piezas de recambio en el seminario, y ese dia Pilbeam habia estado demasiado ocupado para ir a comprarlas a Lowestoft. De todos modos, dificilmente habria encontrado una cerrajeria abierta en domingo. El padre Sebastian