Era un te corriente de internado. No habia mantel. La rayada mesa de roble, cuajada de quemaduras, sostenia dos grandes teteras marrones transportadas por Dorothy Moxon, dos fuentes de gruesas rebanadas de pan moreno untadas de una fina capa de lo que Dalgliesh sospechaba era margarina, un tarro de miel y otro de mermelada, y un plato de galletas caseras salpicadas de excrecencias de pasas de Corinto negras como el tizon. Tambien habia un cuenco de manzanas. Parecian de las que se habian caido de los arboles. Todo el mundo bebia de tazones de barro. Helen Rainer se dirigio a un armario situado bajo la ventana y saco tres tazones y tres platos similares para las visitas.
Constituian un extrano grupo. Carwardine no le presto la menor atencion al huesped, con la excepcion del gesto de empujar la fuente de pan con mantequilla hacia el, y a Dalgliesh le costo aproximarse a Ursula Hollis, cuyo rostro palido e intenso no se apartaba de el mientras los dos ojos discordantes buscaban los de Dalgliesh. Este percibio con cierta incomodidad que le estaba formulando alguna peticion, que tenia una desesperada ansia de despertar algun interes en el, o quizas incluso afecto, pero Dalgliesh ni podia admitirlo ni estaba capacitado para darlo. No obstante, por una feliz casualidad, nombro Londres. Al oirlo, a Ursula se le ilumino el rostro y le pregunto si conocia Marylebone o el mercado de la calle Bell. Asi se encontro sumido en una animada y casi obsesiva conversacion sobre los mercadillos de Londres. Ursula cobro nuevos brios, su aspecto mejoro y dio la impresion de que la charla la reconfortaba.
De repente, Jennie Pegram se inclino sobre la mesa y dijo con un mohin de simulada repugnancia:
– Curioso trabajo atrapar asesinos y hacer que los cuelguen. No se como puede gustarle.
– No nos gusta, y hoy en dia ya no los cuelgan.
– Bueno, los encierran de por vida. Eso me parece peor. Y seguro que a algunos de los que cogio de mas joven los colgaron.
Dalgliesh detecto un brillo de ansiedad, casi lascivo, en los ojos de ella. No era la primera vez que lo veia.
– A cinco -dijo en voz baja-. Es curioso que la gente siempre se interese por estos.
Anstey esbozo su gentil sonrisa y hablo como el que esta decidido a ser justo.
– No solo es cuestion de castigar, ?verdad, Jennie? Esta tambien la teoria de la disuasion, la necesidad de hacer patente el aborrecimiento publico del crimen violento, la esperanza de reformar y rehabilitar al criminal, y, naturalmente, la importancia de tratar de que no vuelva a ocurrir.
A Dalgliesh le recordo a un maestro a quien tenia mucha antipatia que era dado a iniciar discusiones francas pero permitiendo una expresion limitada de opiniones no ortodoxas tan solo con la condicion de que la clase recuperara dentro del tiempo permitido el convencimiento de que sus opiniones eran correctas. Pero ahora Dalgliesh no estaba ni obligado ni dispuesto a cooperar. Interrumpio el simple «Bueno, si los cuelgan no pueden volverlo a hacer, ?verdad?» de Jennie diciendo:
– Es un tema interesante e importante, lo se. Pero perdoneme si a mi personalmente no me fascina. Estoy de vacaciones, en realidad convaleciente, y trato de no acordarme del trabajo.
– ?Ha estado usted enfermo? -Carwardine, con la deliberada imprudencia de un nino que no esta seguro de su capacidad, alargo la mano y se sirvio un poco de miel.
– Espero que su visita no este, ni siquiera subconscientemente, relacionada con su enfermedad. No buscara plaza, ?verdad? ?No tendra una enfermedad progresiva e incurable?
– Todos sufrimos una enfermedad progresiva e incurable -tercio Anstey-. La llamamos vida.
Carwardine sonrio felicitandose a si mismo, como si acabara de puntuar en algun juego particular. Dalgliesh, que empezaba a pensar que estaba participando en un te de locos, no sabia si la observacion era falsamente profunda o simplemente tonta. De lo que si estaba seguro era de que Anstey la habia formulado con anterioridad. Se produjo un largo y tenso silencio hasta que Anstey dijo:
– Michael no nos habia dicho que lo esperaba. -Y empleo un tono ligeramente reprobatorio.
– Es posible que no recibiera mi postal. Tenia que haber llegado la manana de su muerte, pero no la he encontrado en su escritorio.
Anstey estaba pelando una manzana; la cinta amarilla se retorcia sobre sus dedos y tenia los ojos fijos en esta tarea.
– Lo trajeron en una ambulancia. Esa manana no pude ir a buscarlo personalmente. Tengo entendido que la ambulancia se detuvo en el buzon para recoger el correo, seguramente a peticion de Michael. Luego el mismo nos entrego una carta a mi y a mi hermana, de modo que debio de recibir su postal. Yo desde luego no la encontre cuando busque el testamento o cualquier instruccion escrita que hubiera dejado en el escritorio. Eso fue a primeras horas de la manana posterior a su muerte. Claro que pudo pasarme inadvertida.
– En tal caso todavia estaria alli -dijo Dalgliesh con calma-. Supongo que el padre Baddeley la tiraria a la basura. Es una lastima que tuviera que forzar la cerradura del escritorio.
– ?Forzar la cerradura? -La voz de Anstey no expresaba mas que una cortes y despreocupada curiosidad.
– Esta forzada.
– Ya. Me imagino que Michael perderia la llave y se veria forzado a hacerlo. Perdone el juego de palabras. Yo lo encontre abierto. Me temo que no se me ocurrio estudiar la cerradura. ?Es importante?
– Es posible que a la senorita Willison se lo parezca. Tengo entendido que el escritorio es ahora de ella.
– Si, la cerradura rota reduce su valor, pero ya se dara cuenta de que en Toynton Grange damos poca importancia a las posesiones materiales.
Volvio a sonreir sin prestar atencion a la frivolidad y se volvio hacia Dorothy Moxon. La senorita Willison se concentro en su plato. No levanto la vista.
– Seguramente es una tonteria por mi parte -dijo Dalgliesh-, pero me gustaria saber si el padre Baddeley estaba enterado de que pensaba venir. He pensado que quiza metio mi postal en su diario, pero el ultimo cuaderno no esta con los demas.
En esta ocasion, Anstey alzo la vista. Los ojos azules se encontraron con los marron oscuro, inocentes, educados, tranquilos.
– Si, yo tambien me fije. Por lo visto, dejo de escribir el diario a finales de junio. Lo sorprendente es que lo escribiera, no que abandonara la costumbre. Al final uno se impacienta con el egoismo que lo lleva a anotar las trivialidades como si tuvieran un valor permanente.
– Lo extrano es que despues de tanto tiempo lo dejara a mitad de un ano.
– Acababa de regresar del hospital despues de una grave enfermedad y no podia poner demasiado en duda el pronostico. Sabiendo que la muerte no estaba lejos, es posible que decidiera destruir los diarios.
– ?Empezando por el ultimo?
– Destruir un diario debe de ser como destruir el recuerdo. Lo logico seria empezar por los anos cuya perdida se puede soportar mejor. Los recuerdos antiguos son persistentes, por eso empezo quemando el ultimo cuaderno.
Grace Willison formulo nuevamente una correccion en tono suave pero firme:
– No lo quemo, Wilfred. El padre Baddeley uso la estufa electrica cuando regreso del hospital. En la parrilla hay un bote de hierba seca.
Dalgliesh se imagino la salita de Villa Esperanza. Naturalmente, tenia