razon. Recordo el anticuado bote grisaceo de gres y el rebullo de hojas secas que llenaban el estrecho hogar. Sus polvorientos pedunculos llenos de hollin asomaban entre las varillas. Seguramente no habian sido tocadas en casi todo el ano.

La animada charla del otro extremo de la mesa se troco en un silencio especulativo como sucede cuando la gente sospecha de repente que se esta diciendo algo interesante que no deberia perderse.

Maggie Hewson se habia sentado tan pegada a Julius Court que a Dalgliesh le sorprendio que quedara sitio para tomar el te. Ya fuera para incomodar a su marido o para contentar a Court, resultaba dificil discernirlo, se paso la merienda coqueteando abiertamente con el. Eric Hewson, cuando les echaba alguna mirada, parecia un colegial avergonzado. Court, perfectamente tranquilo, repartia su atencion entre todas las mujeres presentes, con la excepcion de Grace. Ahora Maggie paseo la mirada de un rostro a otro y dijo bruscamente:

– ?Que ocurre? ?Que ha dicho?

Nadie contesto, y fue Julius quien rompio la repentina e inexplicable tension.

– Se me ha olvidado. El privilegio de contar con este visitante es, doble. El talento del comandante no se limita a cazar asesinos, tambien escribe versos. Es Adam Dalgliesh, el poeta.

Tal anuncio fue recibido con un confuso murmullo congratulatorio durante el cual Dalgliesh se fijo en el «Que bien» de Jennie, comentario que considero el sumum de la necedad. Wilfred sonrio en senal de aliento y dijo:

– Ya lo creo. Desde luego es un gran privilegio. Y Adam Dalgliesh ha llegado en el momento oportuno. El jueves vamos a celebrar la velada social familiar de todos los meses. ?Seria demasiado esperar que nuestro huesped recitara alguno de sus poemas para nuestro deleite?

La pregunta tenia varias respuestas, pero en aquella compania tan desaventajada ninguna le parecio cortes ni posible.

– Lo lamento, pero cuando viajo no suelo llevar ejemplares de mis libros -dijo Dalgliesh.

– Eso no representa problema alguno. Henry tiene los dos ultimos libros suyos y seguro que nos los prestara -declaro Anstey sonriendo.

Sin levantar la vista del plato, Carwardine dijo en voz baja:

– Con la falta de intimidad que tenemos aqui, seguro que podria citar todos los titulos de mi biblioteca. Pero, dado que hasta el momento ha demostrado usted un total desinteres por la obra de Dalgliesh, no tengo intencion de prestarle mis libros para que obligue a un invitado a hacer una representacion ante usted como si fuera un mono domesticado.

Wilfred se sonrojo ligeramente y bajo la cabeza.

No habia mas que decir. Tras un segundo de silencio se reanudo la charla, inocua, topica. No se volvio a nombrar al padre Baddeley ni su diario.

Capitulo 6

Era patente que a Anstey no le inquieto lo mas minimo el deseo expresado por Dalgliesh de hablar con la senorita Willison a solas despues del te. Seguramente le parecio que tal peticion no respondia mas que a un protocolo de cortesia y respeto digno de alabanza. Dijo que Grace se encargaba de dar de comer a las gallinas y recoger los huevos antes de anochecer. Quizas Adam podria ayudarla.

Las dos ruedas mayores de la silla llevaban incorporada otra rueda cromada interior que podia ser utilizada por el ocupante para impulsar la silla. La senorita Willison la agarro e inicio una marcha lenta por el sendero asfaltado, irguiendo su fragil cuerpo como una marioneta. Dalgliesh vio que tenia la mano izquierda deformada y que ejercia muy poca fuerza con ella, de modo que la silla tendia a desviarse y avanzaba irregularmente. Se situo a su izquierda y, mientras andaba junto a ella puso la mano disimuladamente en el respaldo de la silla y la empujo con suavidad. Esperaba que lo que hacia fuera aceptable. Quiza su tacto ofenderia a la senora Willison por lo que tenia de compasivo. Penso que habria percibido la verguenza que le acometia a el y habia resuelto no agudizarla dandole las gracias ni siquiera con una sonrisa.

Mientras avanzaban lentamente a la par, Dalgliesh era plenamente consciente de todos los detalles fisicos de la presencia de la mujer, con la misma intensidad que si fuera una joven deseable y el estuviera al borde del enamoramiento. Observo que los afilados huesos de los hombros ascendian ritmicamente bajo el fino algodon gris del vestido y los morados capilares se abultaban como cuerdas en la transparencia de la mano izquierda, pequena y fragil en comparacion con la pareja. Tambien esta parecia deformada en la relativa fuerza y enormidad masculina con que agarraba la rueda. Las piernas, revestidas por unas arrugadas medias de lana, eran delgadas y rigidas como palos; los pies, enfundados en sandalias, resultaban demasiado grandes para tan inadecuado calzado y se adherian a los estribos de la silla como si los hubieran pegado al metal. Llevaba el cabello grisaceo moteado de caspa peinado hacia arriba en un unico mono sujeto a la coronilla mediante una peineta blanca de plastico no demasiado limpia. La parte posterior del cuello parecia ronosa, ya fuera porque se le estaba yendo el bronceado o por la falta de limpieza. Al mirarla desde arriba, veia como se le contraian los surcos de la frente formando hendiduras todavia mas profundas con el esfuerzo de hacer avanzar la silla mientras parpadeaba espasmodicamente tras las gafas de fina montura.

El gallinero era una enorme jaula desvencijada formada por alambres combados y postes cubiertos de creosota. Resultaba evidente que se habia disenado pensando en los minusvalidos. La puerta era doble, de modo que la senorita Willison podia entrar y cerrarla tras de si antes de abrir la segunda puerta, que daba acceso a la jaula principal. El bien pavimentado sendero asfaltado, de la anchura suficiente para una silla de ruedas, discurria por delante y a ambos lados de los ponederos. Una vez traspasada la primera puerta, se habia clavado a uno de los postes a la altura de la cintura un estante de madera tosca sobre el cual descansaba un recipiente de comida preparada, una garrafa de plastico llena de agua y una cuchara de madera acoplada a un largo mango, evidentemente destinada a recoger los huevos. La senorita Willison se lo puso todo en el regazo con cierta dificultad y alargo los brazos para abrir la segunda puerta. Las gallinas, que por algun desconocido motivo se habian agrupado todas en el rincon mas alejado de la jaula como virgenes nerviosas, alzaron sus malevolos rostros ansiosos e inmediatamente se abalanzaban graznando sobre ella como si se propusieran protagonizar una hecatombe plumada. La senora Willison retrocedio un poco y comenzo a lanzar punados de grano ante ellas con el aire de un neofito que tratara de aplacar las furias. Las gallinas empezaron a picotear y engullir agitadamente. Aranando el borde del recipiente, la senorita Willison dijo:

– Ojala pudiera hacerme mas amiga de ellas, o ellas de mi. Ambos lados podriamos sacar mayor provecho de esta actividad. Yo pensaba que los animales sentian carino por la mano que los alimenta, pero parece que eso no va con las gallinas. Y en realidad no se por que habria de ser asi. Las explotamos despiadadamente, primero les quitamos los huevos y cuando ya han dejado de poner les retorcemos el pescuezo y las echamos a la olla.

– Espero que no tenga usted que retorcer pescuezos.

– No, no, el encargado de esa desagradable tarea es Albert Philby. Pero no creo que a el le resulte del todo desagradable. Sin embargo, si me como la parte que me corresponde del guisado.

– Yo coincido bastante con usted -dijo Dalgliesh-. Creci en una vicaria de Norfolk y mi madre siempre criaba gallinas. Ella les tenia carino y parecia que los animales le correspondian, pero a mi padre y a mi nos parecian una molestia. No obstante, nos gustaban los huevos recien puestos.

– ?Sabe? Me da verguenza confesar que no distingo estos huevos de los del supermercado. Wilfred prefiere que no comamos cosa alguna que no haya sido producido naturalmente. Aborrece la cria industrializada y tiene razon, claro. Preferiria que Toynton Grange fuera vegetariana, pero eso

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