cabello canoso pero fuerte, y lo llevaba muy corto, de modo que revelaba la curva infantil del craneo. Debajo, el rostro fino y alargado era de un tono tostado irregular, como si se le estuviera yendo el bronceado veraniego; en la sien derecha tenia dos relucientes manchas blancas que parecian producidas por alguna enfermedad de la piel. Resultaba dificil calcular su edad; quizas unos cincuenta anos. Los ojos afablemente inquisitivos, portadores de un recuerdo del sufrimiento de otros, eran ojos jovenes de azules irises cristalinos y esclerotica opaca como la leche. Esbozo una sonrisa singularmente dulce, ladeada y estropeada por la revelacion de unos dientes amarillentos y desiguales. Dalgliesh se pregunto por que los filantropos solian ser reacios a ir al dentista.
Alargo la mano, sintio como quedaba aprisionada entre las palmas de Anstey y hubo de hacer un esfuerzo para no retroceder bruscamente ante el opresivo contacto de una carne humeda y viscosa.
– Esperaba hacerle una visita de unos dias al padre Baddeley. Soy un viejo amigo. No me entere de que estaba muerto hasta que llegue.
– Muerto e incinerado. El miercoles pasado enterramos sus cenizas en el cementerio de la iglesia de St. Michael's Toynton. Sabiamos que le hubiera gustado descansar en tierra sagrada. No anunciamos su fallecimiento en la prensa porque no nos constaba que tuviera amigos.
– Aparte de los que estamos aqui -corrigio suave pero firmemente una de las pacientes. Era mayor que los demas, huesuda y de cabello canoso, como una muneca holandesa clavada a su silla. Contemplo a Dalgliesh con mirada persistente, afable e interesada.
– Naturalmente, aparte de los que estamos aqui -dijo Wilfred Anstey-. Creo que la mas amiga de Michael era Grace, y estuvo con el la noche que murio.
– La senora Hewson me dijo que murio solo -declaro Dalgliesh.
– Por desgracia, si. Pero en definitiva asi lo hacemos todos. Espero que nos acompane a tomar el te. Lo mismo que Julius y Maggie, claro. ?Ha dicho que esperaba alojarse con Michael? En ese caso, debe pasar la noche aqui. -Se volvio hacia la enfermera jefe-. Dot, despues de cenar podrias preparar la habitacion de Victor para nuestro invitado.
– Es muy amable de su parte, pero no quiero molestar. ?Le importaria que, despues de esta noche, pasara unos dias en la casita? La senora Hewson me ha dicho que el padre Baddeley me dejo su biblioteca. Me iria bien seleccionar y empaquetar los libros mientras estoy aqui.
Le parecio que su sugerencia no era demasiado bien recibida. Pero Anstey no vacilo mas que un segundo antes de decir:
– Naturalmente que no, si eso es lo que prefiere. Pero permitame que le presente a la familia.
Dalgliesh siguio a Anstey en una ceremoniosa procesion de saludos. Una sucesion de manos, secas, frias, humedas, vacilantes o firmes, estrecharon la suya. Grace Willison, la solterona de mediana edad, un estudio en gris, piel, cabello, vestido, medias, todo ligeramente deslustrado para parecer una anticuada munequita de rigidas articulaciones olvidada durante demasiado tiempo en un armario polvoriento. Ursula Hollis, una chica alta de rostro moteado vestida con una falda larga de algodon indio que le dedico una titubeante sonrisa y un apreton de manos breve y timido. Su mano izquierda yacia flaccida en el regazo como abatida por el peso del grueso anillo de bodas. Percibio algo extrano en su rostro, pero ya la habia dejado atras antes de darse cuenta de que tenia un ojo azul y otro marron. Jennie Pegram, la paciente mas joven pero seguramente mayor de lo que aparentaba, con un rostro palido y afilado y unos apacibles ojos de lemur. Tenia un cuello tan corto que parecia que estaba encorvada encima de la silla de ruedas y un pajizo cabello dorado, dividido en el centro de la cabeza, que pendia como una cortina ondulada en torno del cuerpo de enano. Al tocarlo se contrajo de timidez y lo saludo con un «hola» emitido en un jadeante susurro. Henry Carwardine, un rostro atractivo y autoritario pero atravesado por profundos surcos de fatiga, con una nariz larga y picuda y una boca grande. La enfermedad le habia desviado la cabeza hacia un lado y parecia una arrogante ave rapaz. Carwardine hizo caso omiso de la mano que le ofrecia Dalgliesh, pero pronuncio un breve «?Como esta usted?» con un desinteres que rozaba la descortesia. Dorothy Moxon, la enfermera jefe, miraba sombria, energica y melancolicamente desde debajo de la oscura orla. Helen Rainer tenia unos grandes ojos verdes ligeramente saltones bajo unos parpados delgados como la piel de las uvas y una figura torneada que ni la amplia camisa conseguia disimular del todo. Resultaria atractiva, penso el, de no ser por la adusta caida de las mejillas, que le conferia un ligero aire marsupial. Le estrecho la mano con firmeza y le dedico una mirada amenazadora, como si estuviera recibiendo a un nuevo paciente que podia crearle problemas. El doctor Eric Hewson era un hombre rubio y apuesto de vulnerable rostro infantil y ojos color barro bordeados por pestanas notablemente largas. Dennis Lerner tenia un semblante flaco tirando a debil, ojos parpadeantes tras las gafas de montura metalica y mano humeda. Ansley anadio, casi como si la figura de Lernes precisara de una explicacion, que Dennis era el practicante.
– A los otros dos miembros de nuestra familia, Albert Philby, nuestro hombre para todo, y mi hermana, Millicent Hammitt, espero que tenga ocasion de conocerlos mas tarde. Ah, y no debemos olvidar a Jeoffrey. -Como si hubiera entendido su nombre, un gato que habia estado dormitando en el antepecho de la ventana se desenrosco, salto pesadamente al suelo y avanzo a grandes zancadas hacia ellos con la cola erecta-. Lleva el nombre del gato de Chistopher Smart -explico Anstey-. Supongo que recordara el poema.
Dalgliesh dijo que conocia el poema. Podia haber anadido que si Anstey habia destinado aquel heretico papel al gato, habia tenido mala fortuna al elegir la carnada. Jeoffrey era un rechoncho gato atigrado, con una cola que parecia un rabo de zorra, que daba la impresion de que su vida se dedicaba menos al servicio de su creador que a la satisfaccion de los placeres felinos. El animal dedico a Anstey una desagradable mirada compuesta de sufrimiento y repugnancia y salto con ligereza y precision al regazo de Carwardine, donde no fue bien recibido. Complacido por la evidente mala disposicion de Carwardine a acogerlo, se acomodo con mucho ronroneo y agitacion de zarpas y permitio que sus ojos se cerraran.
Julius Court y Maggie Hewson se habian acomodado tambien en el extremo mas alejado de la larga mesa. De pronto Julius grito:
– Tengan cuidado con lo que dicen al senor Dalgliesh, puede ser utilizado en su contra. Pretende viajar de incognito, pero en realidad es el comandante Adam Dalgliesh, de New Scotland Yard. Su trabajo consiste en atrapar asesinos.
La taza de Henry Carwardine inicio un agitado bailoteo sobre el plato que el intento inutilmente apaciguar con la mano izquierda. Nadie lo miro. Jennie Pegram resollo impresionada y luego miro con complacencia en torno de la mesa, como si hubiera hecho alguna gracia.
– ?Como lo sabe? -pregunto Helen Rainer.
– Vivo en el mundo, queridos amigos, y de vez en cuando leo el periodico. El ano pasado hubo un caso famoso que le valio al comandante cierto reconocimiento publico. -Y volviendose hacia Dalgliesh anadio-: Henry va a venir conmigo a tomar un poco de vino y a escuchar musica conmigo despues de cenar. Si le apetece acompanarnos, podria venir con el. Seguro que Wilfred lo excusara.
La invitacion no le parecio un gesto de cortesia, pues excluia a todos los presentes menos a dos y acaparaba al recien llegado sin mostrar la menor consideracion hacia el anfitrion. Pero nadie se mostro ofendido. Quiza los dos hombres tenian por costumbre reunirse a beber cuando Court se encontraba en casa. Al fin y al cabo, nada obligaba a los pacientes a tener los mismos amigos, ni a los amigos a hacer invitaciones generales. Ademas, era evidente que habia sido invitado para que acompanara a Henry. Dalgliesh expreso su agradecimiento y se sento a la mesa entre Ursula Hollis y Henry Carwardine.