que era y de la proxima peregrinacion a Lourdes. Victor la interrumpio con brusquedad:
– Esta contenta porque esta euforica. Es una euforia provocada por la enfermedad. Los enfermos de esclerosis multiple siempre sienten esa absurda felicidad y esperanza. Lea los libros de texto. Es un sintoma reconocido. Desde luego, no es una virtud por su parte, y a todos los demas nos resulta de lo mas irritante.
Recordaba la voz de Grace, temblorosa de dolor:
– Yo no he dicho que la felicidad sea una virtud. Y aunque solo se trate de un sintoma, todavia puedo dar gracias por ello; es una especie de don.
– Mientras no espere que los demas participemos, de todas las gracias que quiera. De gracias a Dios por el privilegio de no ser util ni a usted misma ni a nadie. Y de paso, agradezcale otras bendiciones de su creacion: los millones que luchan por vivir de una tierra esteril arrasada por las inundaciones, abrasada por la sequia; los ninos de vientres deformes; los prisioneros torturados; todo este desbarajuste sin sentido y sin remedio.
Grace Willison trato de protestar sin perder la calma entre el primer escozor de lagrimas:
– Pero Victor, ?como puede hablar asi? Sufrir no es lo unico que se hace en la vida. No puede creer que a Dios no le importe. Venga con nosotros a Lourdes.
– Claro que voy a ir. Es la unica posibilidad de salir de esta aburrida y desquiciada carcel. Me gusta el movimiento, me gusta viajar, me gusta ver el brillo del sol en los Pirineos, me gusta el color. Incluso me produce cierta satisfaccion la evidente comercializacion del asunto, el ver a millares de congeneres que estan mas enganados que yo.
– ?Eso es una blasfemia!
– ?Ah, si? Pues entonces eso tambien me gusta.
– Si por lo menos hablara con el padre Baddeley, Victor -insistio Grace-. Estoy segura de que lo ayudaria. O quiza con Wilfred. ?Por que no habla con Wilfred?
Victor solto una estridente risotada, burlona, pero extrana y aterradora, causada por una genuina diversion.
– ?Que hable con Wilfred! ?Por Dios! Podria contarle una cosa de nuestro santurron Wilfred que la haria reir, y un dia, si me irrita lo suficiente, probablemente lo hare. ?Que hable con Wilfred!
Todavia le parecia oir el eco distante de aquella risa. «Podria contarle una cosa de Wilfred.» Pero no se la habia contado, y ahora no la contaria. Penso en la muerte de Victor. ?Que impulso lo habia llevado esa tarde en concreto a dar el paso final contra el destino? Debio de ser un impulso, el miercoles no era el dia que solia salir a dar paseos y Dennis al principio no queria llevarlo. Recordaba con claridad la escena del patio. Victor impertinente, insistente, haciendo todo el esfuerzo posible por conseguir lo que queria. Dennis enrojecio malhumorado, como un nino obstinado, y al final accedio, pero de mala gana. Asi pues, emprendieron juntos el paseo final, y ella no volvio a ver a Victor. ?En que pensaba cuando solto los frenos y se lanzo con silla y todo a la aniquilacion? Tenia que ser un impulso momentaneo. Nadie elegiria morir con un horror tan espectacular habiendo medios mas suaves. Y desde luego habia medios mas suaves. A veces se sorprendia pensando en ello, en las dos muertes recientes, la de Victor y la del padre Baddeley. El padre Baddeley, afable, ineficaz, habia pasado a mejor vida como si nunca hubiera vivido, apenas se le nombraba ya. En cambio, parecia que Victor todavia se encontraba entre ellos. El espiritu amargado e inquieto de Victor planeaba sobre Toynton Grange. A veces, especialmente al anochecer, no se atrevia a volver el rostro hacia una silla de ruedas por miedo de ver no al ocupante habitual, sino la figura de Victor envuelta en la gruesa capa a cuadros, su oscuro rostro burlon con la sonrisa fija como un rictus. De pronto, pese al calor del sol de la tarde, Ursula se estremecio. Solto los frenos de su silla de ruedas, se volvio y se encamino a la casa.
Capitulo 5
La puerta principal de Toynton Grange estaba abierta y Julius Court encabezo la marcha hasta el vestibulo cuadrado de techo alto, paredes recubiertas de roble y suelos de marmol a cuadros negros y blancos. La casa parecia muy calida. Era como atravesar una cortina invisible de aire caliente. El vestibulo tenia un #olor extrano; no el olor habitual de las instituciones publicas a cuerpos, comida y pulimento de muebles recubierto de antiseptico, sino mas dulce y de un exotismo extrano, como si alguien hubiera quemado incienso. La iluminacion era tenue como en una iglesia, impresion que quedaba reforzada por las dos vidrieras de estilo prerrafaelita que flanqueaban la puerta principal. La izquierda representaba la expulsion del Eden, la de la derecha el sacrificio de Isaac. Dalgliesh se pregunto que aberrante imaginacion habria concebido aquel angel afeminado con una mata de pelo rubio debajo del casco de plumas o la espada adornada con gelatinosos rombos rojos, azules y naranja mediante la cual impedia el paso de los delincuentes a un Eden plantado de manzanos. Adan y Eva, con los rosados miembros decorosa aunque improbablemente recubiertos de laurel, lucian expresiones de espuria espiritualidad y malhumorada compuncion. A la derecha, el mismo angel se abalanzaba como un hombre murcielago metamorfoseado sobre el cuerpo herido de Isaac, observado desde la maleza por un carnero excesivamente lanoso cuyo rostro, comprensiblemente, exhibia una expresion de intensa aprension.
En el vestibulo habia sillas, bastardos artefactos de madera pintada cubiertos de plastico, deformidades ellas mismas, una con un asiento altisimo, dos con asientos muy bajos. Una silla de ruedas plegada descansaba contra la pared mas alejada y con el recubrimiento de madera se habia acoplado un pasamanos igualmente de madera a la altura de la cintura. A la derecha una puerta abierta permitia entrever lo que debia de ser un despacho o un guardarropa. Dalgliesh alcanzo a distinguir los pliegues de una capa a cuadros que pendia de la pared, un tablero para colgar las llaves y el borde de una voluminosa mesa de despacho. A la izquierda de la puerta habia una consola labrada con una bandeja de cartas sobre la cual montaba guardia una alarma contra incendios.
Julius los precedio por una puerta trasera hasta un distribuidor central de que nacia una escalinata profusamente labrada con la barandilla recortada para acomodar el armazon metalico de un amplio ascensor moderno. Alcanzaron una tercera puerta. Julius la abrio teatralmente y anuncio.
– Una visita para los muertos. Adam Dalgliesh.
Los tres pasaron juntos a la estancia. Dalgliesh, flanqueado por sus dos introductores, tenia la extrana sensacion de que lo estaban escoltando. Despues de atravesar la penumbra del vestibulo y del distribuidor, el comedor estaba tan iluminado que tuvo que parpadear. Los altos ventanales divididos con parteluz dejaban entrar escasa luz natural, pero la estancia estaba intensamente iluminada por un par de tubos fluorescentes suspendidos del techo, que producian un chocante efecto junto a las molduras de escayola. Las imagenes se fundieron unas con otras y luego se separaron hasta que vio con claridad a los habitantes de Toynton Grange tomando el te, como en una escena pictorica, en torno de la mesa de roble del refectorio.
Su llegada parecio sumirlos momentaneamente en un estado de silenciosa sorpresa. De los cuatro que ocupaban sillas de ruedas, uno era hombre. Las otras dos mujeres eran evidentemente empleadas; una iba vestida de enfermera, con la excepcion de la cofia habitual. Sin ella tenia un aspecto curiosamente incompleto. La otra, una rubia mas joven, vestia pantalones negros y una camisa blanca, pero, pese a lo poco ortodoxo del uniforme, conseguia dar una inmediata impresion de competencia ligeramente intimidatoria. Los tres hombres de cuerpo sano vestian habitos marrones. Tras un segundo de pausa, una figura que ocupaba la cabecera de la mesa se levanto y se aproximo a ellos con ceremoniosa lentitud alzando las manos.
– Bienvenido a Toynton Grange, Adam Dalgliesh. Soy Wilfred Anstey.
Lo primero que penso Dalgliesh fue que parecia un actor secundario que representara con ensayada conviccion el papel de un obispo ascetico. El habito marron le sentaba tan bien que resultaba imposible imaginarselo ataviado de algun otro modo. Era alto y muy delgado; las munecas de las cuales pendian las amplias bocamangas de lana eran oscuras y quebradizas como ramas otonales. Tenia el