meramente de Toynton Grange o tambien de el? De cualquier modo, los hubiera salvado a los dos. Y la idea no era descabellada. Todos sabian que Victor no tenia mas parientes que una hermana en Nueva Zelanda a la que nunca escribia. No, penso mientras alargaba la mano para coger la toalla, no habia sido un sueno absurdo; menos absurdo que la realidad.

Penso en el trayecto de regreso de Londres: el mundo calido y cerrado del Mercedes; Julius silencioso, las manos descansando en el volante; la carretera como una cinta plateada salpicada de estrellas desenrollandose interminablemente bajo la cubierta del motor mientras las senales de trafico saltaban de la oscuridad para ilustrar el cielo azulnegruzco; animalitos petrificados, con el pellejo erecto, brevemente glorificados a la luz de los faros; los margenes de la carretera desvaidos a un palido oro en el resplandor. Victor iba sentado con Maggie en la parte de atras, envuelto en su capa a cuadros y sonriendo, siempre sonriendo. El aire estaba cargado de secretos, compartidos y no compartidos.

Ciertamente Victor habia modificado su testamento. Habia anadido un codicilo al documento por el cual legaba toda su fortuna a su hermana, una muestra final de mezquina malicia. A Grace Willison, una pastilla de jabon; a Henry Carwardine, un frasco de liquido para enjuagarse la boca; a Ursula Hollis, un desodorante corporal; a Jennie Pegram, un palillo.

Eric penso que Maggie se lo habia tomado muy bien. Muy bien de verdad, si se podia llamar tomarselo bien a aquella sonora risa salvaje e incontrolada. Ahora la recordaba dando vueltas por la salita de estar, incapaz de controlar la histeria, echando la cabeza hacia atras y soltando una risotadas que reverberaban en las paredes, como una manada de animales enjaulados, y resonaban en el promontorio, por el que el temia que pudieran oirla hasta en Toynton Grange.

Helen estaba de pie junto a la ventana, y dijo con su aguda voz:

– Hay un coche frente a Villa Esperanza.

Eric se acerco a ella. Se pusieron a mirar los dos juntos. Lentamente sus ojos se encontraron. Ella le cogio la mano y su voz se torno suave de repente, la voz que habia oido la primera vez que hicieron el amor.

– No tienes de que preocuparte, carino. Ya lo sabes, ?no? Nada de que preocuparte en absoluto.

Capitulo 4

Ursula Hollis cerro el libro de la biblioteca, entorno los ojos para protegerse del sol de la tarde y penetro en su sueno particular. Hacerlo en el breve cuarto de hora que faltaba para el te era un capricho, y rapida como siempre en sentirse culpable por tan indisciplinado placer, al principio temio que la magia funcionara. Por lo general, se obligaba a esperar hasta encontrarse en la cama por la noche, incluso hasta que la aspera respiracion de Grace Willison, que le llegaba a traves del fino tabique, se hubiera vuelto ritmica a causa del sueno, para permitirse pensar en Steve y en su piso de la calle Bell. El ritual se habia convertido en un esfuerzo de voluntad. Yacia casi sin atreverse a respirar porque las imagenes, por muy claramente que las evocara, eran sumamente sensibles y se disipaban con facilidad. Pero ahora se desarrollaban a la perfeccion. Se concentro y vio como los amorfos contornos y el cambiante colorido adquirian la claridad de una fotografia, del mismo modo que cuando se revela un negativo.

El sol matinal iluminaba la fachada de la casa del siglo XIX que se levantaba enfrente haciendo que cada ladrillo cobrara individualidad y creando un luminoso dibujo multicolor. El miserable piso de dos habitaciones situado encima de la tienda de comestibles preparados del senor Polanski, la calle que discurria delante, la apinada y heterogenea vida de ese kilometro y medio cuadrado que se extiende entre la calle Edgware y la estacion Marylebone la absorbio y encanto. Ahora estaba otra vez alli, andando nuevamente con Steve por el mercado de la calle Church un sabado por la manana, el dia mas feliz de la semana.

Veia a las mujeres del barrio con sus batas floreadas y sus zapatillas de fieltro, gruesas alianzas hundidas en sus dedos bulbosos y llenos de cicatrices debidas al trabajo, con brillantes ojos en rostros amorfos, chismorrear sentadas junto a sus cochecitos de ropa usada; los jovenes, alegremente vestidos, en cuclillas sobre el bordillo detras de los puestos de quincalleria; los turistas, impulsivos o cautelosos, observando por turnos, conferenciando sobre sus dolares o mostrando sus extranos tesoros. La calle olia a fruta, flores y especias, a cuerpos sudorosos, vino barato y libros viejos. Veia a las mujeres negras de prominentes nalgas, oia sus agudas charlas barbaras e inconexas, sus roncas risotadas repentinas mientras se agolpaban en torno del puesto de enormes platanos verdes y mangos grandes como pelotas de futbol. En sus suenos ella seguia adelante, con los dedos suavemente entrelazados con los de Steve como un fantasma que pasara sin ser visto por senderos familiares.

Los dieciocho meses de su matrimonio habian sido una epoca de intensa pero precaria felicidad, precaria porque nunca la sintio arraigada en la realidad. Era como convertirse en otra persona. Antes se habia ensenado a si misma a contentarse y habia llamado a eso felicidad. Despues se dio cuenta de que habia un mundo de experiencias, de sensaciones, de pensamientos incluso, para el cual ni los primeros veinte anos de vida en el suburbio de Middlesbrough ni los dos anos y medio del albergue de la YWCA la habian preparado. Solo una cosa lo estropeaba, el miedo a nunca poder dejar de pensar que le estaba ocurriendo a una persona equivocada, que era una impostora de la alegria.

No lograba imaginarse que parte de ella habia despertado tan caprichosamente la atraccion de Steve la primera vez que se presento en el mostrador de informacion de las oficinas del Consejo para preguntar por la contribucion urbana. ?Era el unico rasgo que ella siempre habia considerado proximo a una deformidad, el hecho de que tenia un ojo azul y otro marron? Desde luego, aquella particularidad lo habia intrigado y divertido, le habia proporcionado un valor anadido a sus ojos. Steve la hizo cambiar de apariencia induciendola a dejarse crecer el pelo hasta la altura de los hombros y trayendole faldas largas y estridentes de algodon indio que encontraba en los mercadillos callejeros o en las tiendas de las callejuelas adyacentes a la calle Edgware. A veces, al verse de reojo en un escaparate, tan maravillosamente cambiada, volvia a preguntarse que extrana predileccion lo habia llevado a escogerla, que posibilidades no detectadas por otros, desconocidas por ella misma, habia visto Steve en ella. Alguna cualidad suya habia llamado su excentrica atencion del mismo modo que la extrana mercancia de las quincallerias de la calle Bell. Algun objeto, despreciado por los viandantes, despertaba su curiosidad y lo cogia para hacerlo girar hacia un lado y hacia otro en la palma de la mano, repentinamente hechizado. Ella iniciaba un intento de protesta:

– Pero, carino, ?no te parece mas bien espantoso?

– No, no, es gracioso. Me gusta. Y a Mogg le encantara. Compremoselo a Mogg.

Mogg, su mejor y, a veces le parecia a ella, unico amigo, habia sido bautizado Morgan Evans, pero preferiria su apodo, que consideraba mas apropiado para un poeta de la lucha del pueblo. No era que Mogg luchara por gran cosa; Ursula no habia conocido a persona alguna que bebiera y comiera con tanta resolucion a expensas de otros. Proferia sus confusos gritos de guerra en favor de la anarquia y el odio en tabernas locales donde sus peludos seguidores de triste mirada escuchaban en silencio o golpeaban espasmodicamente la mesa con sus jarras de cerveza entre grunidos de aprobacion. No obstante, la prosa de Mogg era mas comprensible. Habia leido una carta suya una sola vez antes de volver a meterla en el bolsillo de los tejanos de Steve, pero recordaba todas y cada una de las palabras. A veces pensaba si habria pretendido el que la encontrara, si era una casualidad que se hubiera olvidado de vaciarse los bolsillos de los tejanos la unica noche que tenia por costumbre llevar la ropa sucia a la lavanderia. Fue tres semanas despues de que en el hospital le dieran el diagnostico definitivo.

«Yo diria que ya te lo habian advertido, pero esta es mi semana de adjurar de los lugares comunes. Profetice el desastre, pero no el desastre total. ?Pobre Steve! ?No puedes divorciarte? Debia de tener algun sintoma antes de que os casarais. Puedes, o podrias, divorciarte alegando enfermedades venereas en el momento del matrimonio, y ?que es una gonorrea comparado con esto? Me deja perplejo la irresponsabilidad del llamado sistema acerca del matrimonio. Pregonan su santidad, la conveniencia de protegerlo como pilar de la sociedad y luego permiten que la gente adquiera una esposa sin comprobar su estado

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