fisico, cosa que no harian con un coche de segunda mano. De cualquier modo, te das cuenta de que debes liberarte, ?no? Si no lo haces sera el fin. Y no te refugies en la cobardia de la compasion. ?De verdad te ves empujando la silla de ruedas y limpiandole el trasero? Si, ya se que algunos hombres lo hacen, pero a ti nunca te ha ido el masoquismo, ?no? Ademas, los esposos capaces de hacer eso saben algo del amor, y ni siquiera tu, mi querido Steve, te atreverias a pretender tal cosa. Ademas ?no es catolica? Como os casasteis por lo civil, dudo que se considere debidamente casada. Por ahi podrias escapar. Bueno, ya nos veremos en el Paviours Arms el miercoles a las ocho. Celebrare tu desgracia con un poema nuevo y una pinta de cerveza.»
Ella no esperaba que empujara su silla. No queria que hiciera el mas minimo y menos intimo servicio fisico por ella. Ya en los primeros momentos del matrimonio aprendio que cualquier dolencia, incluso los resfriados e indisposiciones transitorios, le repugnaban y asustaban. Pero tenia la esperanza de que la enfermedad se extendiera con gran lentitud, que pudiera continuar valiendose por si misma al menos unos pocos y preciosos anos. Habia ideado planes que lo hicieran posible. Se levantaria temprano para no ofenderlo con su lentitud y torpeza. Podia mover los muebles unos pocos centimetros, seguramente el ni se daria cuenta, para que le sirvieran de discretos puntos de apoyo, evitando asi el recurrir demasiado pronto a los bastones y aparatos. Quiza podrian buscar un piso en la planta baja. Si dispusiera de una rampa en la puerta principal podria salir de dia a hacer la compra. Y seguirian pasando la noche juntos. Eso nada podria cambiarlo.
Pero pronto se hizo evidente que la enfermedad, que avanzaba inexorablemente por sus nervios como un predador, se extendia a su propio ritmo, no al de ella. Los planes que habia hecho mientras yacia rigida junto a el, distanciada en la amplia cama de matrimonio, con el deseo de que ningun espasmo muscular lo molestara, perdian cada vez mas realismo. Mientras observaba sus pateticos esfuerzos, el trataba de ser considerado y amable. No le habia hecho otro reproche que su alejamiento. No habia condenado su creciente debilidad mas que demostrando su propia falta de fuerza. En las pesadillas se ahogaba; al tiempo que agitaba brazos y piernas y se ahogaba en un mar sin limites, se agarraba a una rama que flotaba y sentia como se hundia, blanda y podrida, bajo sus manos. Advirtio morbidamente que estaba adquiriendo el aire propiciatorio, bobalicon y patetico de los minusvalidos. Le resultaba dificil ser natural con el, y todavia mas dificil hablar. Recordaba como solia tumbarse cuan largo era en el sofa para observarla leer o coser, la criatura por el elegida y creada, envuelta y exaltada con las excentricas ropas escogidas por el. Ahora temia que sus miradas se encontraran.
Recordaba como le habia dado la noticia de que habia hablado con la asistente social del hospital y era posible que pronto hubiera una vacante en Toynton Grange.
– Esta cerca del mar, carino. A ti siempre te ha gustado el mar. Y es un sitio pequeno, no una de esas instituciones enormes e impersonales. El que lo lleva esta muy bien considerado y fundamentalmente es una organizacion religiosa. Anstey no es catolico, pero va con frecuencia a Lourdes. Eso te gustara; quiero decir que a ti siempre te ha interesado la religion. Es uno de los temas en los que no hemos coincidido. Seguramente yo no comprendia tus necesidades como debiera.
Ahora podia permitirse ser indulgente con ese pequeno punto flaco. Se le habia olvidado que le habia ensenado a pasar sin Dios. Su religion habia sido una de esas posesiones de las que, sin darle importancia, sin comprenderlas ni valorarlas, la habia despojado. Para ella no eran fundamentales aquellos consoladores sustitutivos del sexo, del amor. No podia fingir que le habia costado gran esfuerzo renunciar a aquellas ilusiones reconfortantes que le habian inculcado en la escuela primaria de St. Matthew, que habia asimilado tras las cortinas de terylene de la sala de estar de su tia, en Alma Terrace, Middlesbrough, con sus imagenes sagradas, su fotografia del papa Juan y la bendicion papal enmarcada de la boda de su tia y su tio. Todo aquello formaba parte de una infancia de huerfana, placida, no desgraciada, que ahora le resultaba tan distante como una orilla extranjera una vez visitada. No podia regresar porque ya no conocia el camino.
Al final, la idea de Toynton Grange se convirtio en un refugio. Se habia imaginado sentada al sol contemplando el mar con un grupo de pacientes; el mar, cambiando constantemente pero eterno, reconfortante y a la vez aterrador, diciendole con su incesante ritmo que nada importaba realmente, que la desgracia humana tenia poco valor, que con el tiempo todo pasaba. Y, al fin y al cabo, no iba a ser una cosa permanente. Steve, con la ayuda de los servicios sociales locales, pensaba trasladarse a un piso nuevo y mas adecuado; no era mas que una separacion temporal.
Pero ya hacia ocho meses que duraba, ocho meses en que su incapacidad habia ido aumentando, a la par que su desdicha. Habia tratado de ocultarlo, pues en Toynton Grange la desdicha era un pecado contra el Espiritu Santo, un pecado contra Wilfred. Y durante la mayor parte del tiempo creia haberlo superado. Tenia poco en comun con los demas pacientes. Grace Willison, sosa, de mediana edad, piadosa. George Alian, de dieciocho anos y una vulgaridad escandalosa; habia sido un descanso cuando se puso tan enfermo que le resulto imposible levantarse de la cama. Henry Carwardine, distante, sarcastico, que la trataba como si fuera una subordinada. Jennie Pegram, siempre pendiente de su pelo y sonriendo con aquella estupida sonrisa misteriosa. Y Victor Holroyd, el aterrador Victor, que la odiaba tanto como odiaba a todos los demas, no veia virtud alguna en ocultar la desgracia y frecuentemente proclamaba que si la gente se dedicaba a la practica de la caridad debian tener alguien con quien ser caritativos.
Siempre habia dado por seguro que el autor del anonimo habia sido Victor. Era una carta tan traumatica, a su manera, como la que habia encontrado de Mogg. La palpo, guardada en las profundidades del bolsillo lateral de la falda. Todavia estaba alli, el papel barato gastado de tanto manosearlo. Pero no le hacia falta leerla. Se la sabia de memoria, incluso el primer parrafo. Lo habia leido una vez y luego habia doblado la parte superior del papel para no tener esas palabras a la vista. Solo de pensar en ellas se sonrojaba. ?Como podia -debia de ser un hombre- saber como habian hecho el amor Steve y ella, que habian hecho esas posturas concretas y de aquella manera? ?Como podia saberlo alguien? ?Habria hablado dormida, expresado entre gemidos sus necesidades y sus anhelos? Pero, de ser asi, solo Grace Willison podia haberla oido desde la habitacion de al lado, y ?como iba a entenderlo?
Recordo haber leido en algun sitio que eran generalmente mujeres las que escribian cartas obscenas, sobre todo solteronas. Quiza no habria sido Victor Holroyd. Grace Willison, la insulsa, reprimida y religiosa Grace. Pero, ?como podia saber lo que Ursula no habia admitido ni ante si misma?
«Debias saber que estabas enferma cuando te casaste con el. ?Y los temblores, la flojera en las piernas y el aturdimiento de las mananas? Sabias que estabas enferma, ?verdad? Lo enganaste. No es de extranar que casi nunca escriba, que jamas te venga a ver. Ya sabes que no vive solo. ?No esperarias que te siguiera siendo fiel?»
Alli se interrumpia la carta. Pero ella intuia que el autor no habia llegado al final, que tenia previsto algun fin mas dramatico y revelador. Pero quiza lo habian interrumpido; alguien debia de haber entrado en el despacho inesperadamente. La nota habia sido mecanografiada en papel de Toynton Grange, barato y poroso, y con una maquina de escribir Remington. Casi todos los pacientes y miembros del personal escribian a maquina de vez en cuando. Le parecio poder recordar a cada uno de ellos usando la Remington en una ocasion u otra. Por supuesto, en realidad la maquina era de Grace; era un hecho desconocido que primordialmente pertenecia a ella; la usaba para escribir el boletin trimestral. Solia quedarse a trabajar sola en el despacho cuando los demas pacientes consideraban que su jornada laboral ya habia terminado. Y no hubiera tenido dificultad en asegurarse de que llegaba a su destinatario.
Meterlo entre las paginas de un libro de la biblioteca era lo mas seguro. Todos sabian lo que estaban leyendo los demas. ?Como iban a evitarlo? Los libros se dejaban sobre las mesas, sobre las sillas, estaban al alcance de cualquiera. Todos los empleados y pacientes debian de saber que estaba leyendo la ultima obra de Iris Murdoch. Y, sorprendentemente, habian colocado el anonimo exactamente en la pagina por donde iba.
Al principio dio por hecho que no era mas que un nuevo ejemplo de la capacidad de Victor para herir y humillar. Hasta despues de su muerte no empezo a albergar estas dudas, a observar furtivamente los rostros de sus companeros, a pensar y a temer. Pero seguro que aquello carecia de sentido. Se estaba atormentando sin necesidad. Tenia que haber sido Victor y, si habia sido Victor, no habria mas anonimos. Pero, ?como podia estar al tanto de su relacion con Steve? Aunque Victor se enteraba de cosas misteriosamente. Recordaba el dia en que Grace Willison y ella estaban sentadas con Victor en el patio de los pacientes. Grace, con el rostro alzado hacia el sol y aquella estupida y dulce sonrisa, empezo a hablar de lo feliz