– A los mios no -dijo Henry-. Saben que estoy incapacitado fisicamente, pero no quiero que piensen que tambien lo estoy mentalmente. En el mejor de los casos, el boletin alcanza el nivel literario de una revista parroquial; en el peor, que es tres numeros de cada cuatro, es vergonzosamente pueril.

Grace Willison se sonrojo y empezo a temblarle el labio. Dalgliesh se apresuro a decir:

– Si, por favor, incluya mi nombre. ?Resultaria mas facil si les pagara ahora todo un ano?

– ?Que amable! Quiza seis meses seria mas seguro. Si Wilfred decide traspasar Toynton Grange a Ridgewell Trust, es posible que tengan otros planes para el boletin. Me temo que en este momento el futuro es muy incierto para todos nosotros. ?Tiene la bondad de anotarme aqui su direccion? Queenhythe. Eso esta junto al rio, ?verdad? Que agradable. Supongo que no querra crema de manos ni sales de bano, aunque les mandamos sales a un par de caballeros. Pero ese es el departamento de Dennis. El se ocupa de la distribucion y hace la mayor parte del embalaje. Me temo que nuestras manos tiemblan demasiado para ser utiles. Estoy segura de que podria separarle unas sales.

El sonido de un gong salvo a Dalgliesh de responder a esta anhelante peticion.

– El gong de aviso -dijo Julius-. Al segundo toque la cena estara servida. He de regresar a casa a ver lo que me ha dejado mi indispensable senora Reynolds. Ah, ?han advertido al comandante de que en Toynton Grange se cena al estilo trapense, en silencio? No queremos que infrinja las reglas con inoportunas preguntas sobre el testamento de Michael o sobre que razones podria tener un paciente de este nidito de amor para lanzarse por un acantilado.

Desaparecio con cierto apresuramiento, como si temiera que cualquier tendencia a entretenerse fuera a exponerlo al riesgo de ser invitado a cenar.

Evidentemente Grace Willison se sintio aliviada al verlo marchar, pero sonrio con valentia a Dalgliesh.

– Es cierto que tenemos por norma que nadie hable durante la cena. Espero que no le moleste. Nos turnamos para leer el libro que elijamos. Esta noche le toca a Wilfred, de modo que leera un sermon de Donne. Son muy buenos, eso si, y al padre Baddeley le gustaban, lo se, pero yo los encuentro bastante dificiles. Y creo que no van muy bien con el cordero guisado.

Capitulo 8

Henry Carwardine hizo rodar su silla hasta el ascensor, abrio con dificultad la puerta de rejilla metalica, la cerro estrepitosamente y pulso el boton del piso superior. Habia insistido en que queria una habitacion en el edificio principal, rechazando con firmeza las celdas precarias y de mezquinas proporciones de la ampliacion, y Wilfred, pese a lo que a Henry le parecian miedos obsesivos, casi paranoicos, de quedarse aislado en medio de un incendio, accedio de mala gana. Henry confirmo su compromiso con Toynton Grange trasladando alli uno o dos muebles escogidos de su piso de Westminster y practicamente todos sus libros. Su habitacion era amplia, de techo alto y agradables proporciones; las dos ventanas se abrian hacia el sudeste y ofrecian una extensa vista del promontorio. Al lado tenia un cuarto de bano que solo compartia con el paciente que ocupara la habitacion reservada a los enfermos. Sin la menor sombra de culpa, sabia que disponia de la habitacion mas comoda de la casa y cada vez se retiraba mas a este pulcro mundo privado y cerraba la pesada puerta labrada a la convivencia; de vez en cuando sobornaba a Philby para que le llevara bandejas de comida, le comprara quesos especiales, pate y fruta en Dorchester para complementar las comidas institucionales que el personal de Toynton Grange preparaba por turnos. Por lo visto, Wilfred no habia considerado prudente comentar esta insubordinacion menor, esta violacion de la ley de la solidaridad.

Penso que le habria impulsado a lanzar aquella pequena pulla contra la inofensiva y patetica Grace Willison. No era la primera vez desde la muerte de Holroyd que se descubria hablando en el tono de este. El fenomeno le parecia interesante. Volvia a hacerle pensar en aquella otra vida, aquella a la que habia renunciado tan prematura y resueltamente Mientras presidia comisiones, habia observado que los miembros desempenaban sus papeles individuales casi como si se los hubieran repartido de antemano. El halcon, la paloma, el transigente, el paternalista estadista de edad, el rebelde impredecible. Y con que rapidez, si uno de los colegas se hallaba ausente, otro modificaba sus puntos de vista, adaptaba sutilmente incluso su voz y sus modales para llenar el hueco. Por lo visto, de la misma manera habia el adoptado el manto de Holroyd. La idea resultaba ironica y en cierta medida lo satisfacia. ?Por que no? ?Quien si no se adaptaba mejor que el a ese papel incordiante e inconformista?

Habia sido uno de los subsecretarios de Estado mas jovenes de toda la historia. Su nombre sonaba como futuro jefe de un departamento. Y asi se veia el. Pero la enfermedad, que al principio rozo nervios y musculos con dedos vacilantes, afecto la raiz de la confianza y todos los planes cuidadosamente elaborados. Cada conversacion telefonica suponia una dura prueba; aquel pitido insistente cargado de impaciencia bastaba para que le empezaran a temblar las manos. Las reuniones, a las que siempre le habia gustado asistir y habia presidido con una competencia discreta pero abrasiva, se convirtieron en competiciones impredecibles entre la mente y el ingobernable cuerpo. Perdio la confianza justo en lo que mas seguro habia estado.

No se hallaba solo en la desgracia. Habia visto otros, algunos en su propio departamento, a quienes les ayudaban a pasar de los grotescos coches de invalidos a las sillas de ruedas, que aceptaban un trabajo inferior y mas sencillo y se trasladaban a una division que pudiera permitirse transportar un pasajero. El departamento conseguia el equilibrio entre la eficacia y el interes publico por un lado y la consideracion y la compasion debida por otro. Le hubieran permitido quedarse mucho tiempo mas del que justificaba su utilidad. Hubiera podido morir, como habia visto morir a otros, con los arneses oficiales puestos, unos arneses mas ligeros y adaptados a sus debiles hombros, pero arneses al fin y al cabo. Admitia que para eso se requeria cierta valentia. Pero no era su estilo.

Fue una reunion con otro departamento, presidida por el mismo, lo que le hizo decidirse finalmente. Todavia no era capaz de pensar en el desastre sin verguenza y horror. Volvia a verse, arrastrando los pies impotentes, imprimiendo tatuajes en el suelo con el baston mientras se esforzaba por dar un paso hacia su asiento, farfullando y rociando de babas los papeles de su vecino al saludarlo. El circulo de ojos que rodeaba la mesa, ojos animales, vigilantes, predatorios, avergonzados, que no se atrevian a encontrarse con los de el. Con la excepcion de un muchacho, un joven y apuesto jefe de Hacienda. Este miraba fijamente al presidente, no con piedad, sino con un interes casi cinico, observando para futura referencia una manifestacion mas del comportamiento humano sometido a tensiones. Por fin le salieron las palabras, por supuesto. No sabia como, habia aguantado hasta el final de la reunion, pero para el era el fin.

Se habia enterado de la existencia de Toynton Grange como se entera uno de las existencia de tales lugares, a traves de un colega cuya esposa recibia el boletin trimestral y contribuia a su financiacion. Parecia que podia constituir una solucion. Era soltero y no tenia familia. No podia esperar ser siempre capaz de valerse por si mismo, ni que la pension de invalidez le permitiera pagar a una enfermera fija. Ademas tenia que salir de Londres. Si no podia alcanzar el exito, optaria por desaparecer por completo, por retirarse al olvido, lejos de la azarada compasion de los colegas, del ruido y el aire viciado, de los peligros y las molestias de un mundo agresivamente organizado para los ricos y los sanos. Escribiria el libro sobre la toma de decisiones en el Gobierno planeado para cuando se jubilara, refrescaria sus conocimientos de griego, volveria a leer todo Hardy. Si no podia cultivar su propio jardin, al menos podria desviar los exigentes ojos de la falta de cultivo de los demas.

Y durante los primeros seis meses parecia que funcionaba. Habia desventajas que, extranamente, ni esperaba ni se le habian ocurrido: las monotonas comidas; las tensiones entre personalidades discordantes; el retraso con que le llegaban los libros y el vino; la falta de buena conversacion; el egocentrismo de los enfermos, su preocupacion por los sintomas y las funciones corporales; el horroroso infantilismo y falsa jovialidad de la vida institucional. Pero, aunque por poco margen, era soportable y tenia miedo

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