supremas. Sabia que ello entranaba peligros. El empeoraria; con suerte, Peter podia incluso mejorar ligeramente. No debia permitir convertirse en una carga para el chico. El padre Baddeley solo le hablo directamente de Peter en una ocasion. Habia llevado a Toynton Grange un libro que Henry queria que resumiera. Al marcharse, dijo con calma, sin eludir la verdad:
– Su enfermedad es progresiva, la de Peter no. Un dia tendra que arreglarselas sin usted. Recuerdelo, hijo mio. -Bueno, lo recordaria.
A principios de agosto, la senora Bonnington dispuso que Peter pasara quince dias en casa con ella. Lo llamo «llevarselo de vacaciones».
– No me escribas -le dijo Henry-. Nunca espero algo bueno de una carta. Ya nos veremos dentro de dos semanas.
Pero Peter no regreso. La noche anterior al dia en que estaba previsto su regreso, Wilfred anuncio la noticia durante la cena, evitando cuidadosamente que sus ojos se encontraran con los de Henry.
– Se alegraran por Peter al saber que la senora Bonnington le ha encontrado una residencia mas proxima a su casa y no regresara aqui. Espera volver a casarse muy pronto y su marido y ella quieren ir a ver a Peter con mas frecuencia y tenerlo en casa algun fin de semana. En la nueva residencia se ocuparan de que Peter prosiga su educacion. Todos han trabajado mucho con el y se que se alegraran de saber que no ha sido en balde.
Un plan muy bueno, tenia que reconocerle ese merito a Wilfred. Debia de haber habido discretas cartas y llamadas telefonicas a la madre, y negociaciones con la nueva residencia. Peter debia de llevar semanas, posiblemente meses, en la lista de espera. Henry se imaginaba las frases empleadas. «Interes malsano; afecto contrario a la naturaleza; exigir demasiado del chico; presion mental y psicologica.»
Casi ninguno de los residentes le hablo del traslado. Evitaron contagiarse de su afliccion. Grace Willison, encogiendose ante su mirada iracunda, le dijo:
– Todos le echaremos de menos, pero su madre… Es natural que quiera tenerlo mas cerca.
– Por supuesto, debemos someternos a los sagrados derechos de la maternidad.
Al cabo de una semana aparentemente ya se habian olvidado de Peter y habian regresado a sus antiguas ocupaciones con la misma facilidad con que los ninos desechan los juguetes nuevos y no deseados de Navidad. Holroyd desconecto sus aparatos y los guardo.
– Que le sirva de leccion, mi querido Henry. No ponga sus esperanzas en chicos guapos. Ni siquiera podemos esperar que lo arrastraran a la nueva residencia a la fuerza.
– Quiza si.
– ?Venga! El muchacho es practicamente mayor de edad. Tiene todas sus facultades mentales y de habla. Sabe escribir. Hemos de aceptar que nuestra compania era menos fascinante de lo que nos habiamos imaginado. Pero es docil. No objeto cuando lo trajeron aqui, y seguro que tampoco cuando se lo llevaron.
Siguiendo un impulso, Henry agarro al padre Baddeley de la manga al pasar y le pregunto:
– ?Conspiro usted en este triunfo de la moralidad y el amor materno?
El padre Baddeley nego debilmente con la cabeza, un gesto tan ligero que apenas resulto perceptible. Parecia que estaba a punto de hablar, pero luego, tras oprimir con la mano el hombro de Henry, siguio adelante, por una vez sin saber que hacer, sin ofrecer consuelo. Pero Henry experimento un acceso de ira y resentimiento hacia Michael como no sentia hacia persona alguna de Toynton Grange. Michael, cuyas piernas y cuya voz funcionaban, que no habia quedado reducido a un bufon baboso y farfullero por la colera. Michael, que sin duda hubiera podido evitar que ocurriera esta monstruosidad de no haberse visto inhibido por la timidez, por el miedo y la repelencia de la carne. Michael, cuya unica mision en Toynton Grange era fomentar el amor.
No habia recibido carta alguna. Henry se habia visto obligado a sobornar a Philby para que recogiera el correo. Su paranoia le habia llevado a creer que Wilfred podia interceptar las cartas. El tampoco escribio, aun cuando la conveniencia o no de hacerlo era una preocupacion que acaparaba su conciencia durante la mayor parte del tiempo. Sin embargo, menos de un mes y medio despues, la senora Bonnington le escribio a Wilfred para decirle que Peter habia muerto de neumonia. Henry sabia que hubiera podido ocurrir en cualquier sitio y en cualquier lugar. Ello no queria decir necesariamente que la atencion medica de la nueva residencia fuera inferior a la de Toynton Grange. Peter siempre habia corrido un peculiar peligro. Pero, en el fondo, Henry sabia que el podria haber protegido al chico. Al fraguar el traslado de Peter, Wilfred lo habia matado.
Y el asesino de Peter continuaba con sus cosas, sonreia con su indulgente sonrisa de medio lado, se apretaba ceremoniosamente los pliegues de la capa para evitar contaminarse de la emocion humana, vigilaba complaciente los defectuosos objetos de su beneficencia. Henry se preguntaba si seria cosa de su imaginacion, pero le parecia que Wilfred le habia cogido miedo. Ahora raramente se dirigian la palabra. De naturaleza solitaria, Henry se habia vuelto arisco desde la muerte de Peter. A excepcion de las horas de las comidas, pasaba la mayor parte del dia en su habitacion, contemplando el desolado promontorio, sin leer ni trabajar, poseido por una profunda abulia. Sabia que odiaba mas que se sentia odiado. El amor, la alegria, la colera, incluso la afliccion, eran emociones demasiado potentes para su disminuida personalidad. Solamente era capaz de soportar sus palidas sombras. Pero el odio era como una fiebre latente dormida en la sangre; a veces estallaba en un frenetico delirio. Durante uno de estos estados de animo, Holroyd le hizo una sena y acerco su silla a la de Henry desde el otro lado del patio. La boca de Holroyd, rosada y precisa como la de una nina, una herida limpia y supurante en la marcada mandibula azulada, se arrugo para descargar su veneno. Henry percibio el amargo aliento de Holroyd en las ventanas de la nariz.
– Me he enterado de una cosa interesante de nuestro querido Wilfred. Dentro de un tiempo la compartire con usted, pero de momento me perdonara que la saboree solo. Ya llegara la ocasion de desvelarla. Uno siempre aspira a lograr el maximo efecto dramatico.
A aquello los habian reducido el odio y el aburrimiento, penso Henry, a dos escolares cuchicheando, planeando sus pequenas estratagemas de venganza y traicion.
Miro hacia occidente por el alto ventanal redondeado, hacia donde se levantaba el promontorio. Estaba oscureciendo. En alguna parte la inquieta marea restregaba las rocas, de las cuales habia lavado para siempre la sangre de Holroyd. Ni siquiera quedaba un jiron de sus ropas para que se adhirieran los percebes. Las manos muertas de Holroyd como algas flotantes que se movieran indolentemente en la marea, ojos llenos de arena vueltos hacia las gaviotas que se precipitaban hacia ellos. ?Como decia aquel poema de Walt Whitman que habia recitado Holroyd durante la cena la noche anterior a su muerte?