porque no encontraron un lugar mas adecuado para ella, en parte porque a ella le gustaba ser la ninita malcriada de los pacientes y de las visitas, y en parte porque el hospital contaba con un servicio de fisioterapia y terapia ocupacional que a Jennie le venia muy bien. Pero el programa, como se puede imaginar, exploto la situacion: «Desafortunada muchacha de veinticinco anos encarcelada entre viejos y moribundos, aislada de su comunidad, desvalida, sin esperanza». Agruparon cuidadosamente a los pacientes mas seniles alrededor de ella, Jennie ocupo el centro e hizo su papel magnificamente ante las camaras. Se lanzaron estridentes acusaciones contra la falta de humanidad del Ministerio de Sanidad, la junta regional de centros hospitalarios y la direccion del hospital. Al dia siguiente, como era de esperar, hubo un estallido publico de indignacion que duro, me imagino, hasta el siguiente programa de denuncia. El misericordioso publico britanico exigio que se encontrara un lugar mas apropiado para Jennie. Wilfred escribio ofreciendole una plaza aqui, Jennie acepto, y llego hace catorce meses. Nadie sabe del todo que piensa de nosotros. Yo daria mucho por ver lo que pasa por su mente.

A Dalgliesh le sorprendio que Julius conociera tan intimamente a los pacientes de Toynton Grange, pero no pregunto mas. Dejo discretamente la charla y se dedico a saborear el vino, apenas escuchando las vagas voces de sus contertulios. Era la charla apacible y poco exigente de unos hombres que tenian conocidos e intereses en comun, que sabian lo suficiente el uno del otro y se importaban lo suficiente para crear una ilusion de companerismo. El carecia de deseos de compartirla. El vino merecia el silencio. Cayo en la cuenta de que este era el primer vino de calidad que tomaba desde su enfermedad. Resultaba tranquilizador que otro de los placeres de la vida conservara su reconfortante poder. Tardo un instante en advertir que Julius le hablaba a el.

– Lamento haber propuesto la lectura poetica, pero no me desagrada del todo haberlo hecho. Ilustra una cosa que ya vera usted de Toynton. Te explotan. No lo hacen intencionadamente, pero no pueden evitarlo. Dicen que quieren ser tratados como personas normales y luego piden cosas que a ninguna persona normal se le ocurriria pedir, y naturalmente, uno no puede negarse. Ahora quiza ya no piense tan mal de aquellos de nosotros que parecemos menos entusiastas acerca de Toynton.

– ?Nosotros?

– El grupito de los normales, al menos fisicamente, esclavizados en el lugar.

– ?Estan esclavizados?

– ?Y tanto! Yo me voy a Londres o al extranjero para que el encantamiento no tenga tiempo de hacer efecto en mi. Pero piense en Millicent, atrapada en esa casita porque Wilfred se la cede sin pedirle alquiler. Lo unico que desea es regresar a las partidas de bridge y a los pasteles de crema del balneario de Cheltenham. ?Por que no lo hace? Y Maggie. Maggie diria que lo unico que quiere es vivir un poco. Y eso es lo que queremos todos, vivir un poco. Wilfred trato de convencerla de que deberia aficionarse a observar los pajaros. Recuerdo perfectamente lo que le contesto: «Si tengo que observar otra maldita gaviota cagarse en el cabo de Toynton, me lanzare gritando al mar». Querida Maggie. Me gusta cuando esta sobria. ?Y Eric? Bueno, Eric podria huir si tuviera valentia suficiente. Cuidar a cinco pacientes y supervisar medicamente la produccion de crema de manos y sales de bano no es una tarea muy honrosa para un medico titulado, aunque tenga una desafortunada predileccion por las ninas pequenas. Y esta tambien Helen Rainer. Pero me da la impresion de que el motivo que tiene nuestra enigmatica Helen para quedarse es mas elemental y comprensible. Todos se mueren de aburrimiento. Y ahora yo le estoy aburriendo a usted. ?Le apetece escuchar un poco de musica? Por lo general escuchamos discos cuando viene Henry.

El clarete, sin la compania de la charla o de la musica, ya habria contentado a Dalgliesh. Pero era consciente de que Henry tenia tantas ganas de escuchar un disco como Julius probablemente de demostrar la superioridad de su equipo musical. Al ser invitado a elegir, Dalgliesh pidio Vivaldi. Mientras sonaba el disco, salio a la noche. Julius lo siguio y permanecieron en silencio junto a la pequena barricada de piedras que se levantaba al borde del acantilado. El mar se extendia ante ellos, ligeramente luminoso, fantasmagorico, bajo las altas y difuminadas estrellas. Penso que la marea se estaba retirando pero todavia parecia muy proxima, golpeando la pedregosa playa con grandes acordes, un acompanamiento de bajo para el agudo y dulce contrapunto de los distantes violines. Le parecio que la espuma le salpicaba la frente, pero al alzar la mano descubrio que solo era un efecto de la fresca brisa.

Asi pues, debia de haber dos escritores de anonimos, de los cuales solo uno se entregaba genuinamente a su obsceno oficio. De la inquietud de Grace Willison y de la laconica aversion de Carwardine se deducia que habian recibido un tipo de escrito muy distinto al que habia encontrado en Villa Esperanza. Era demasiada coincidencia que hubiera dos escritores de anonimos simultaneamente en una comunidad tan pequena. Cabia suponer que la nota destinada al padre Baddeley habia sido colocada en su escritorio despues de su muerte, procurando no ocultarla demasiado, para que la encontrara Dalgliesh. De ser asi, tenia que haberla puesto alguien que estuviera al corriente de la existencia de uno de los otros dos anonimos, alguien a quien le hubieran dicho que habia sido escrito con una de las maquinas de Toynton Grange y en papel de Toynton Grange pero no hubiera llegado a verlo. La carta de Grace Willison habia sido escrita con la Imperial, y solo le habia hablado de ella a Dot Moxon. La de Carwardine, igual que la del padre Baddeley, habia sido escrita con la Remington y se lo habia contado a Julius Court. La deduccion era obvia. Pero, ?como podia un hombre de la inteligencia de Court esperar que un truco tan infantil enganara a un detective profesional, o siquiera a un aficionado entusiasta? Pero, ?era eso lo que pretendia?

Dalgliesh solo habia firmado la postal que le envio al padre Baddeley con sus iniciales. Si la habia encontrado alguien que tuviera un secreto mientras rebuscaba febrilmente en el escritorio, no debia de haberle revelado dato alguno aparte que el padre Baddeley esperaba una visita la tarde del primero de octubre, una visita seguramente inocua, otro clerigo o un antiguo feligres. Solo en el caso de que el padre Baddeley hubiera confiado a alguien que algo le preocupaba, hubiera merecido la pena fabricar y colocar una pista falsa. Era casi seguro que habia sido colocada en el escritorio poco antes de su llegada. Si Anstey no mentia al decir que habia mirado los papeles de Baddeley la manana siguiente a su muerte, era imposible que se le pasara por alto el anonimo o que lo hubiera dejado donde estaba.

Sin embargo, aunque todo eso fuera una elaborada y demasiado retorcida sucesion de conjeturas y el padre Baddeley hubiera recibido de verdad el anonimo, Dalgliesh estaba convencido de que no era la razon que le habia llevado a llamarlo. El padre Baddeley se hubiera considerado perfectamente competente, tanto para descubrir al remitente como para ocuparse de el. No era un hombre de mundo, pero tampoco era un ingenuo. A diferencia de Dalgliesh, seguramente pocas veces habria tenido que tratar en el plano profesional con los pecados mas espectaculares, pero eso no queria decir que escaparan a su capacidad o a su comprension. De cualquier modo, se podia arguir que aquellos eran los pecados mas inocuos. El, como cualquier parroco, debia de estar harto de enfrentarse a las faltas mas corrosivas, mezquinas y viles en toda su triste pero limitada variedad. Tenia la respuesta preparada, misericordiosa pero inexorable, y la ofrecia, segun recordaba Dalgliesh displicentemente, con toda la suave arrogancia de la absoluta certeza. No, cuando el padre Baddeley le escribio que buscaba consejo profesional, eso era lo que queria, el asesoramiento que solo un policia podia darle sobre un asunto que no se sentia capacitado para solucionar por si solo, y no era probable que consistiera en la identificacion de un autor de anonimos malicioso, pero no particularmente depravado, que operaba en una pequena comunidad en la cual el debia de conocer intimamente a todos los miembros.

La posibilidad de tratar de descubrir la verdad sumio a Dalgliesh en una profunda depresion. Se encontraba en Toynton Grange haciendo una visita de caracter meramente privado. Carecia de posicion, de instalaciones e incluso de material. Podia alargar la tarea de seleccionar los libros del padre Baddeley para que le ocupara una semana, quizas algo mas. Despues, ?que excusa podia poner para quedarse? Y nada habia descubierto que le diera motivo para hacer intervenir a la policia local. ?Que entidad tenian aquellas vagas sospechas, aquel presentimiento? Un viejo que se esta muriendo de una dolencia cardiaca, que sufre el esperado ataque final en paz sentado en su butaca junto al fuego, y quizas en el ultimo momento de conciencia se lleva a la mano el familiar tacto de la estola, se la levanta por encima de la cabeza por ultima vez por razones, seguramente solo medio reconocidas, de comodidad, tranquilidad, simbolismo o simple afirmacion de su sacerdocio o de su fe. Podrian aducirse docenas de explicaciones, todas sencillas, todas mas plausibles que la visita secreta de un falso penitente asesino. Y el diario que faltaba…, ?quien podia demostrar que el propio padre Baddeley no lo habia destruido antes de que se lo llevaran al hospital? La cerradura forzada del escritorio…, lo unico que faltaba era el diario, y que el supiera, no se habia robado nada de valor. En ausencia de otras pruebas, ?como podia justificar una investigacion oficial de una llave extraviada y una cerradura rota?

Вы читаете La torre negra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату