Pero el padre Baddeley lo habia llamado. Algo le preocupaba. Si Dalgliesh, sin comprometerse ni complicarse demasiado la vida, podia descubrir durante la semana o diez dias siguientes a que se debia la llamada, lo haria. Le debia al menos eso al anciano. Pero ahi se acabaria. Al dia siguiente haria una visita de compromiso a la policia y al abogado del padre Baddeley. Si descubria algo, que la policia se ocupara de ello. El habia dejado ese tipo de trabajo, como profesional y como aficionado, y haria falta algo mas que la muerte de un sacerdote para revocar esa decision.

Capitulo 11

Cuando regresaron a Toynton Grange, poco despues de las doce de la noche, Henry Carwardine dijo bruscamente:

– Me temo que habran contado con que usted me ayude a acostarme. Generalmente Dennis Lerner me lleva y luego pasa a recogerme a las doce, pero ya que esta usted aqui… Como ha dicho Julius, en Toynton Grange somos unos explotadores. Y mas vale que me duche. Dennis libra manana por la manana y no soporto a Philby. Mi habitacion esta en el primer piso. Tenemos que coger el ascensor.

Henry sabia que parecia descortes, pero supuso que eso seria mas aceptable para su silencioso companero que la humildad o la auto-compasion. Le dio entonces la impresion de que al propio Dalgliesh no le hubiera venido mal un poco de ayuda. Quizas habia estado mas enfermo de lo que parecia.

– Media botella mas y sospecho que nos hubieran tenido que ayudar a ambos -dijo Dalgliesh-, pero hare lo que pueda y achacaremos mi torpeza a la inexperiencia y al clarete.

Sin embargo, resulto sorprendentemente amable y competente. Desnudo a Henry, lo acompano al lavabo y luego a la ducha. Invirtio un poco de tiempo en estudiar la polea y los demas utensilios y luego los empleo todos con inteligencia. Cuando no sabia que habia que hacer, lo preguntaba. Aparte de estas breves y necesarias frases, ninguno de los dos hablo. Henry penso que raras veces lo habian acostado con tan imaginativa suavidad, pero al ver fugazmente en el espejo del cuarto de bano el rostro preocupado de su companero, los impenetrables ojos oscuros cavernosos de fatiga, de repente penso que ojala no le hubiera pedido ayuda, que ojala se hubiera acostado sin ducharse y sin desnudarse, libre del humillante tacto de aquellas manos competentes. Percibio que, tras la disciplinada calma, todo contacto con su cuerpo desnudo era un desagradable deber. Y para el propio Henry, ilogica y sorprendentemente, la sensacion de las manos frias de Dalgliesh era como el tacto del miedo. Lo que deseaba era gritar:

«?Que hace aqui? Vayase, no se meta, dejenos en paz». El impulso era tan fuerte que casi le parecio que habia pronunciado esas palabras en voz alta. Y cuando por fin se hallo comodamente instalado en la cama por su enfermero temporal, y Dalgliesh pronuncio un brusco «adios» antes de dejarlo inmediatamente sin decir mas, supo que era porque no hubiera soportado oir siquiera las palabras de agradecimiento mas rutinarias y menos amables.

CUARTA PARTE . La estremecedora orilla

Capitulo 12

Dalgliesh se desperto lentamente poco antes de las siete al oir unos ruidos desagradables y conocidos: los silbidos de las canerias, el entrechocar de piezas metalicas, el chirrido de las sillas de ruedas, pasos apresurados y voces exhortatorias resueltamente alegres. Al tiempo que se decia que los pacientes estarian ocupando los cuartos de bano, cerro los ojos con determinacion al desolado e impersonal dormitorio e intento volver a dormirse. Cuando desperto, una hora mas tarde, tras un letargo intermitente, reinaba el silencio en el anexo. Alguien -recordaba vagamente una figura con una capa parda- habia colocado una taza de te sobre su mesilla de noche. Estaba frio y la grisacea superficie moteada de leche. Se puso trabajosamente la bata y salio en busca del cuarto de bano.

En Toynton Grange, tal como esperaba, el desayuno se disponia en el comedor comun. Pero a las ocho y media o bien era demasiado temprano o demasiado tarde para la mayoria de los internos. Solo Ursula Hollis se encontraba desayunando cuando el llego. La joven le dio unos timidos buenos dias y luego volvio la vista hacia el libro que tenia precariamente apoyado en un tarro de miel. Dalgliesh observo que el desayuno era sencillo pero correcto. Habia una fuente de manzanas cocidas, un cuenco de gachas de avena, salvado y manzana rallada con leche, pan moreno y margarina, asi como una hilera de huevos pasados por agua, cada uno en su huevera y con su nombre correspondiente. Los dos que quedaban estaban frios. Seguramente los habrian hecho todos a la vez y el que quisiera tomarse el suyo caliente tenia que molestarse en llegar a tiempo. Dalgliesh se sirvio el huevo que llevaba su nombre escrito con lapiz. Estaba viscoso en la parte de arriba y muy duro debajo; penso que para obtener aquel resultado se precisaba alguna perversa habilidad culinaria.

Despues de desayunar fue en busca de Anstey para agradecerle su hospitalidad y preguntarle si deseaba algo de Wareham. Habia decidido que debia dedicar parte de la tarde a hacer compras si deseaba disfrutar de cierta comodidad en la casita de Michael. Tras una breve inspeccion de la casa, aparentemente desierta, encontro a Anstey con Dorothy Moxon en el despacho. Estaban los dos sentados ante una mesa con un libro de contabilidad abierto ante ellos. Al llamar a la puerta y entrar, ambos alzaron los ojos simultaneamente con cierto aire de conspiradores. Le parecio que tardaban un par de segundos en reconocerlo. La sonrisa de Anstey, cuando por fin aparecio, era tan dulce como siempre, pero sus ojos reflejaban preocupacion y su interes por la comodidad del huesped parecia forzado. Dalgliesh se dio cuenta de que no le importaria que se marchara. Anstey podia imaginarse en el papel de un abad medieval dispuesto a recibir al viajero con pan y cerveza, pero lo que realmente deseaba eran las compensaciones de la hospitalidad sin los inconvenientes del huesped. Dijo que nada queria de Wareham, y luego le pregunto a Dalgliesh cuanto tiempo pensaba quedarse en la casita. No habia la mas minima prisa, por supuesto. El invitado no debia considerarse en absoluto una molestia. Cuando Dalgliesh contesto que solo se quedaria hasta haber clasificado y empaquetado los libros del padre Baddeley, le resulto dificil disimular su alivio y dijo que mandaria a Philby a Villa Esperanza con unas cajas de embalaje. Dorothy Moxon no dijo palabra. Continuo mirando fijamente a Dalgliesh como si estuviera decidida a no dejar entrever siquiera con un parpadeo de sus sombrios ojos ni la irritacion que le producia su presencia ni el deseo de retornar a la contabilidad.

Le resulto reconfortante encontrarse de nuevo en Villa Esperanza, volver a percibir el familiar olor ligeramente eclesiastico y esperar el momento de dar un paseo exploratorio por el acantilado antes de salir hacia Wareham. Pero apenas habia tenido tiempo de sacar las cosas de la maleta y ponerse unos zapatos resistentes cuando oyo que el microbus de los pacientes se detenia ante la entrada y, al mirar por la ventana, vio a Philby descargar la primera de las cajas prometidas. Este se la echo al hombro, recorrio con paso firme el corto sendero, abrio la puerta de un puntapie y, llenando la estancia de un intenso olor a trigo rancio, la solto a los pies de Dalgliesh con un brusco:

– Hay un par mas en la parte de atras.

Estaba claro que se trataba de una invitacion a que lo ayudara a descargarlas, y Dalgliesh capto la indirecta. Era la primera vez que veia al mozo a la luz del dia y no resulto agradable. Lo cierto era que pocas veces habia visto a un hombre cuya apariencia fisica le repeliera de aquel modo. Philby media poco mas de metro cincuenta, era de complexion robusta, de brazos cortos y gruesos y piernas palidas y amorfas como el tronco de un arbol descortezado. Tenia la cabeza redonda y la piel, pese al tiempo que pasaba al aire libre, rosada, brillante y muy tersa, como si lo hubieran hinchado con aire. Sus ojos hubieran resultado bonitos en un rostro mas atractivo, eran ligeramente oblicuos y tenia los irises de un azul muy

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