que no se han visitado no se veran jamas, de que esta travesia y otras anteriores pueden haber sido un error, de que uno ya no confia ni en brujulas ni en cartas de navegacion. Y no solo su trabajo le parecia ahora trivial e ingrato: en tanto permanecia despierto, como debian de haber permanecido tantos pacientes antes que el en aquel cuarto sombrio e impersonal, observando como barrian el techo los faros de los coches que pasaban, escuchando los ruidos apagados y sigilosos de la vida nocturna del hospital, hizo el descorazonador inventario de su vida. La afliccion por la muerte de su esposa… que bien le habia venido que la tragedia personal lo excusara de otros compromisos emocionales. Sus aventuras amorosas, como la que en aquel momento ocupaba intermitentemente algo de su tiempo y algo mas de su energia, habian sido distantes, civilizadas, agradables y relajadas. Estaba claro que su tiempo nunca era totalmente suyo, pero su corazon desde luego si lo era. Escogia mujeres liberadas. Tenian trabajos interesantes y pisos agradables. Estaban dispuestas a contentarse con lo que les daba y liberadas de las desordenadas, opresivas y atormentadas emociones que obstaculizaban otras vidas femeninas. Se preguntaba que tenian que ver aquellos encuentros cuidadosamente espaciados, para los cuales ambos participantes se acicalaban como una pareja de gatos zalameros, con el amor, con dormitorios desordenados, con platos por fregar, con panales, con la vida calida, cerrada y claustrofobica del matrimonio y el compromiso. Su congoja, su trabajo, su poesia, todo habia sido utilizado para justificar la autosuficiencia. Sus mujeres habian estado mas dispuestas a aceptar las exigencias de su poesia que su difunta esposa. Tenian poca consideracion hacia el sentimiento, pero un gran respeto hacia el arte. Y lo peor de todo, o quiza lo mejor, era que ahora no podia cambiar aunque quisiera y que nada de esto importaba. Carecia totalmente de importancia. Durante los ultimos quince anos no habia hecho dano deliberadamente a ser humano alguno. Entonces se le ocurrio que nada podia decirse mas condenatorio acerca de alguien.

Bueno, aunque nada de aquello pudiera cambiarse, su trabajo si. Pero antes tenia que cumplir un compromiso personal del cual habia creido con alivio que la muerte lo iba a excusar. Sin embargo, ahora ya nada lo excusaria. Apoyandose en el codo para incorporarse, cogio la carta del padre Baddeley del cajon de la mesita y la leyo atentamente por vez primera. El anciano debia de rondar los ochenta; ya no era joven cuando, hacia treinta anos, llego a la aldea de Norfolk en calidad de ayudante de padre de Dalgliesh, timido, incapaz, enloquecedoramente ineficaz, aturdido por todo menos por lo fundamental, pero siempre fiel a sus firmes creencias. Era solo la tercera carta que Dalgliesh recibia de el. Estaba fechada el 11 de septiembre y dirigida a:

Mi querido Adam:

Se que debes de tener mucho trabajo, pero te agradeceria grandemente que vinieras a verme, pues querria pedirte consejo profesional sobre un asunto. En realidad, no es urgente, salvo que me parece que el corazon me esta fallando antes que lo demas, de modo que no debo confiarme demasiado. Yo estoy aqui todos los dias, pero seguramente a ti te seria mas comodo venir un fin de semana. Debo decirte, para que sepas que esperar, que soy capellan de Toynton Grange, una residencia privada para jovenes imposibilitados, y que vivo en Villa Esperanza, una casita situada dentro de la propiedad, gracias a la amabilidad del director, Eilfred Anstey. Por lo general, almuerzo y ceno en la residencia, pero estoy seria poco apropiado para ti y, naturalmente, reduciria el tiempo que pasaramos juntos, de modo que durante la proxima visita que haga a Wareham aprovechare la oportunidad para hacerme con unas provisiones. Dispongo de un cuartito en el que puedo instalarme para dejarte sitio.

?Podrias mandarme una tarjeta para decirme cuando llegas? No tengo coche, pero si vienes en tren, William Deakin, que tiene una compania de taxis a unos cinco minutos de la estacion (los empleados de la estacion te indicaran) es de confianza y no muy caro. Los autobuses de Wareham son infrecuentes, y solo llegan hasta el pueblo de Toynton. Luego tendrias que recorrer unos dos kilometros a pie, un paseo bastante agradable con buen tiempo, pero que quiza quieras evitar despues de un viaje largo. De lo contrario, te he hecho un mapa en el reverso de esta carta.

El mapa confundiria a cualquiera acostumbrado a guiarse por las ortodoxas publicaciones del Servicio Nacional de Topografia y no por las cartas de principios del siglo XVII. Era de suponer que las lineas onduladas representaban el mar. Dalgliesh advirtio la omision de una ballena con su surtidor de agua. La estacion de autobuses de Toynton estaba senalada con claridad, pero la temblorosa linea que partia alli serpenteaba inciertamente entre una variedad de campos, verjas, tabernas y sotos de abetos triangulares y dentados, y a veces retrocedia sobre si misma cuando el padre Baddeley se daba cuenta de que se habia perdido. Junto a la costa habia puesto, seguramente como elemento paisajistico destacado, pues no se hallaba cerca del camino senalado, un pequeno simbolo falico con una leyenda que decia «la torre negra».

El mapa impresiono a Dalgliesh como el primer dibujo de un nino puede impresionar a un padre indulgente. Se pregunto hasta donde debia de haber llegado su debilidad y su apatia para no haber respondido a la llamada. Revolvio el cajon en busca de una postal y escribio cuatro palabras para comunicarle que llegaria a primera hora de la tarde del lunes primero de octubre. Ello le daria margen suficiente para salir del hospital y pasar unos dias de convalecencia en su piso de Queenhythe. Firmo la tarjeta solo con sus iniciales, la franqueo como correo urgente y la apoyo en la jarra de agua para no olvidarse de pedirle a alguna enfermera que la echara al buzon.

Todavia le quedaba otra obligacion y respecto a esta se sentia menos competente. Pero podia esperar. Debia ir a ver a Cordelia Gray o escribirle para darle las gracias por las flores. No sabia como se habia enterado de que estaba enfermo, salvo quizas a traves de sus amigos de la policia. Seguramente, desde que llevaba la Agencia de Detectives de Bernie Pryde -si no se habia hundido todavia, como seria logico segun todas las reglas de la justicia y la economia- estaria en contacto con un par de policias. Asimismo creia que su inoportuna enfermedad habia aparecido una o dos veces en articulos publicados por los vespertinos londinenses sobre las bajas recientes en las jerarquias superiores de Scotland Yard.

Era un ramito cuidadosamente dispuesto y personalmente elegido, tan peculiar como la propia Cordelia, un contraste con sus otros regalos de rosas de invernadero, crisantemos gigantescos desgrenados como plumeros de quitar el polvo, falsas flores silvestres y gladiolos de aspecto artificial, flores de plastico con olor a anestesia sobre rigidos tallos fibrosos. Debia de haber estado recientemente en un jardin campestre, se preguntaba donde. Tambien se preguntaba, con poca logica, si Cordelia comeria lo suficiente, pero aparto de inmediato este ridiculo pensamiento de su mente. Recordaba con claridad que contenia discos plateados de lunaria, tres ramitas de brezo de invierno, cuatro capullos de rosa, no los prietos botones raquiticos del invierno, sino remolinos anaranjados y amarillos, suaves como los primeros brotes del verano, delicados retonos de crisantemos de exterior, bayas de un naranja rojizo, y en el centro una luminosa dalia que parecia una joya; todo el ramo estaba rodeado de unas hojas velludas que recordaba haber llamado orejas de conejo en su infancia. Era un gesto enternecedor y joven, que sabia que una mujer mayor o mas mundana nunca habria tenido. Habia llegado acompanado unicamente de una breve nota en la que decia que se habia enterado de su enfermedad y queria desearle una pronta recuperacion. Debia ir a verla o escribirle para darle las gracias. La llamada telefonica que habia hecho una de las enfermeras a la agencia no bastaba.

Pero eso, junto con otras decisiones mas fundamentales, podia esperar. Primero debia ver al padre Baddeley. La obligacion no era meramente piadosa ni filial. Descubrio que, pese a ciertas dificultades y turbaciones previsibles, le apetecia volver a ver al anciano sacerdote. Pero no tenia intencion de permitir que el padre Baddeley, por muy inadvertidamente que fuera, lo indujera a regresar a su trabajo. Si se trataba de una tarea realmente policial, cosa que dudaba, la comisaria de Dorset se haria cargo. Y, si aquel agradable sol de principios de otono se mantenia, Dorset seria un lugar tan apropiado como cualquiera para pasar la convalecencia.

Pero el rigido rectangulo blanco, apoyado en la jarra de agua, resultaba singularmente fuera de lugar. Sus ojos se sentian constantemente atraidos hacia el como si fuera un potente simbolo, una sentencia de vida por escrito. Se alegro cuando la enfermera entro a decirle que su guardia habia terminado y se la llevo para echarla al buzon.

SEGUNDA PARTE . Muerte de un sacerdote

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