– ?Entonces no es mas que un diario corriente, padre? ?No trata de su vida espiritual?

– Esto es la vida espiritual, las cosas corrientes que se hacen todos los dias.

Y Adam le pregunto con el egoismo de los jovenes:

– ?Solo lo que hace usted? ?Yo no salgo?

– No. Solo lo que hago yo. ?Te acuerdas a que hora se ha reunido esta tarde la Asociacion de Madres? Esta semana tocaba en tu casa. Creo que habian cambiado la hora.

– A las tres menos cuarto, en lugar de a las tres, padre. El arcediano queria terminar antes. ?Tan exacto tiene que ser?

Parecio que el padre Baddeley rumiaba la pregunta, breve pero seriamente, como si fuera nueva y de un inesperado interes.

– Si, si, ya lo creo que si. De lo contrario no tendria sentido.

El joven Dalgliesh, cuyos alcances ya habia rebasado la logica del sacerdote, se alejo a fin de dedicarse a sus propias actividades, que le parecian mas interesantes e inmediatas. La vida espiritual. Era una frase que habia oido muchas veces en labios de los feligreses menos mundanos, pero nunca en los del propio canonigo. Alguna que otra vez habia tratado de visualizar esa otra existencia misteriosa. ?Se vivia simultaneamente a la vida cotidiana de levantarse, comer, ir al colegio y de vacaciones? ?O era una existencia situada en algun otro plano cuyo acceso estaba vedado a los no iniciados, pero al cual el padre Baddeley podia retirarse a voluntad? De una u otra manera, poco tendria que ver con sus minuciosas anotaciones de las trivialidades diarias.

Cogio el ultimo cuaderno para hojearlo. El sistema del sacerdote no habia variado. Todo estaba alli. Dos dias por pagina, pulcramente separados mediante una linea. Las horas a las que habia dicho las oraciones matinales y las vespertinas; por donde habia paseado y cuanto habia tardado; el viaje mensual en autobus a Dorchester; el viaje semanal a Wareham; las horas invertidas ayudando en Toynton Grange; esporadicas diversiones mal registradas; un metodico registro de en que habia empleado cada hora de trabajo, un ano tras otro, documentado con la meticulosidad de un contable. «Esto es la vida espiritual, las cosas corrientes que se hacen todos los dias.» No podia ser tan simple.

Pero ?donde estaba el ultimo diario, el cuaderno del tercer trimestre de 1974? El padre Baddeley acostumbraba guardar los viejos ejemplares de su diario que abarcaban los ultimos tres anos. Deberia haber habido quince cuadernos; habia solo catorce. El diario se interrumpia al terminar junio de 1974. Dalgliesh se encontro registrando casi febrilmente los cajones del escritorio. El diario no estaba. Pero si encontro otra cosa. Metida debajo de tres recibos de carbon, parafina y electricidad habia una hoja de papel fino y tosco con el nombre de Toynton Grange inesperadamente impreso y torcido en la parte de arriba. Debajo, alguien habia escrito:

«?Por que no se marcha de la casa, viejo tonto e hipocrita, y deja que la ocupe alguien que de verdad sea de alguna utilidad? No crea que no sabemos lo que hacen Grace Willison y usted cuando supuestamente usted la esta confesando. ?No quisiera poder hacerlo de verdad? ?Y ese nino del coro? No crea que no estamos enterados».

La primera reaccion de Dalgliesh fue de irritacion por lo absurdo de la nota mas que por su malicia. Era una muestra infantil de gratuito despecho, pero sin el mas minimo asomo de verosimilitud. ?Pobre padre Baddeley, verse acusado simultaneamente de fornicacion, sodomia e impotencia a sus setenta y siete anos! ?Podia cualquier hombre razonable haber tomado aquella pueril tonteria lo suficientemente en serio para sentirse siquiera dolido? Dalgliesh habia visto abundantes anonimos en su vida profesional. Aquella era una muestra bastante suave; casi podia suponer que el autor no habia puesto en el toda su mala intencion. «?No quisiera poder hacerlo de verdad?» La mayoria de los autores de anonimos hubiera encontrado la manera mas grafica de describir la actividad que se daba a entender. Y la ulterior referencia al chico del coro, sin nombre y sin fecha. Aquello no procedia de un conocimiento real. ?Podia haberse preocupado el padre Baddeley lo suficiente para llamar a un detective profesional a quien no habia visto en casi treinta anos simplemente a fin de que lo aconsejara respecto de esta molesta minucia o investigara sobre ello? Quiza. Esta podia ser la unica carta. Si el problema era endemico en Toynton Grange, se trataba de una cuestion mas grave. Un anonimo en una comunidad cerrada podia ser causa de verdadera preocupacion y angustia, y en alguna ocasion el autor podia ser literalmente un asesino. Si el padre Baddeley sospechaba que otros habian recibido cartas similares, podia buscar ayuda profesional. ?O, y esto era mas interesante, pretendia alguien hacerselo creer a Dalgliesh? ?Habia sido colocada deliberadamente para que la encontrara el? Desde luego era extrano que nadie hubiera dado con ella y la hubiera destruido despues de la muerte del padre Baddeley. Alguien en Toynton Grange tenia que haber mirado sus papeles. Aquella no era una nota que se dejara para que la leyeran otros.

La doblo, se la metio en la cartera y echo a andar por la casa. El dormitorio del padre Baddeley era practicamente tal como esperaba: un ventanuco con una cortinilla de cretona descolorida; una cama individual todavia hecha con sabanas y mantas, pero con el embozo tirante por encima de la unica y desigual almohada; dos paredes cubiertas de libros; una pequena mesita de noche con una lamparucha, una Biblia y un pesado cenicero de porcelana de propaganda de una marca de cerveza decorado con mal gusto. La pipa del padre Baddeley todavia descansaba en su bote y junto a este Dalgliesh vio un librito de cerillas medio vacio, de los que regalan en los bares y restaurantes, propaganda de Ye Olde Tudor Barn, cerca de Wreham. En el cenicero solo habia una cerilla usada que habia sido desmenuzada hasta la cabeza. Dalgliesh sonrio. Asi pues, tambien este insignificante habito habia persistido a lo largo de mas de treinta anos. Recordaba los deditos de ardilla del padre Baddeley y desmenuzando delicadamente el fino carton plateado como si pretendiera superar alguna marca personal anterior. Dalgliesh cogio la cerilla y sonrio. Seis segmentos; el padre Baddeley se habia superado a si mismo.

Deambulo hasta la cocina. Era reducida y estaba mal equipada, ordenada pero no muy limpia. El pequeno fogon a gas de un modelo anticuadisimo pronto podria formar parte de un museo de tradiciones populares. El fregadero de debajo de la ventana era de piedra y llevaba acoplado un escurreplatos de madera agrietada y descolorida que olia a grasa rancia y a jabon acre. Las destenidas cortinas de cretona estampada con rosas demasiado grandes y narcisos incongruentemente combinados estaban descorridas para dejar a la vista el paisaje de los lejanos montes de Purbeck. Unas nubes tenues como volutas de humo corrian y se disolvian por el infinito cielo azul, y las ovejas parecian babosas blancas en sus distantes pastos.

Paso a explorar la despensa. Alli por fin habia pruebas de que lo esperaban. El padre Baddeley habia comprado comida en abundancia y las latas representaban un descorazonador recordatorio de lo que constituia para el una dieta adecuada. Era evidente que se habia hecho con pateticas provisiones para dos, uno de los cuales esperaba que comiera mas que el otro. Habia una lata grande y otra pequena de muchos de los alimentos principales: judias blancas, atun, estofado irlandes, espaguetis y arroz con leche.

Dalgliesh noto el cansancio cuando regreso a la sala de estar; el viaje lo habia fatigado mas de lo que esperaba. En el pesado reloj de roble que habia sobre la chimenea y que seguia funcionando fielmente vio que todavia no eran las cuatro, pero su cuerpo protesto que habia sido un dia largo y pesado. Le apetecia muchisimo una taza de te. En la despensa habia visto una cajita, pero no leche. Penso si todavia habria gas.

Entonces oyo unas pisadas frente a la puerta y el sonido del pestillo. Una figura de mujer se recortaba contra la luz de la tarde. Oyo una voz grave pero femenina con un ligero acento irlandes.

– ?Santo Dios! ?Un ser humano y encima hombre! ?Que hace aqui?

Penetro en la estancia dejando la puerta abierta tras de si y entonces la vio con claridad. Tendria unos treinta y cinco anos, era recia, de piernas largas y llevaba la mata de cabello rubio visiblemente mas oscuro en las raices, en una larga melena que le alcanzaba los hombros. Tenia unos ojos estrechos y cubiertos por gruesos parpados en un rostro cuadrado. La boca era grande. Llevaba unos pantalones anchos marrones sujetos con una goma debajo del pie, zapatos blancos de lona sucios de hierba, una blusa blanca de algodon sin mangas y con el escote en punta que dejaba al descubierto un triangulo pecoso tostado por

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