el sol. No llevaba sujetador, y sus grandes pechos colgaban libremente bajo el fino algodon. Tres pulseras de madera se entrechocaban en el brazo izquierdo. La impresion general era de una sexualidad vulgar, pero no carente de atractivo, tan fuerte que, si bien no iba perfumada, impregnaba la habitacion de su propio aroma de mujer.

– Me llamo Adam Dalgliesh. He venido con intencion de hacerle una visita al padre Baddeley. Parece que no va a ser posible -dijo el.

– Bueno, es una manera de decirlo. Llega usted exactamente con once dias de retraso. Con once dias para verlo y con cinco dias para enterrarlo. ?Quien es usted? ?Un amigo? No sabiamos que tuviera alguno. Pero, claro, desconociamos muchas cosas de nuestro reverendo Michael. Era un hombrecillo reservado. Y desde luego a usted lo tuvo escondido.

– No nos habiamos visto mas que en breves encuentros desde que yo era pequeno, y le escribi para decirle que venia justo el dia antes de que muriera.

– Adam. Me gusta. Ahora se pone mucho ese nombre. Vuelve a estar de moda, pero a usted debio de resultarle un poco molesto en el colegio. De todos modos, le va bien. No se por que. No es usted exactamente un hombre primitivo, ?verdad? Ahora ya se quien es. Ha venido a buscar los libros.

– ?Ah, si?

– Si, los libros que le ha dejado el padre Michael en el testamento. A Adam Dalgliesh, unico hijo del canonigo Alexander Dalgliesh, todos mis libros para que los guarde o se deshaga de ellos, como considere oportuno. Lo recuerdo exactamente porque los nombres me parecieron muy inusuales. No ha perdido usted el tiempo, ?eh? Me sorprende que los abogados ya le hayan escrito. Bob Loder no suele ser tan diligente. Pero yo no esperaria demasiado si fuera usted. A mi nunca me han parecido muy valiosos. Muchos volumenes de arida teologia antigua. Ah, ?no esperaria que le dejara dinero? En tal caso, tengo noticias para usted.

– No sabia que el padre Baddeley tuviera dinero.

– Nosotros tampoco. Era otro de sus secretitos. Dejo diecinueve mil libras. No es una fortuna, pero viene bien. Se lo ha dejado todo a Wilfred para que lo invierta en Toynton Grange, y por lo que he oido fue muy oportuno. Grace Willison es la otra beneficiaria. Ese escritorio es suyo. Bueno, lo sera cuando Wilfred se moleste en sacarlo de aqui.

Se habia acomodado en la butaca de la chimenea con el cabello retirado contra el respaldo y las piernas extendidas y separadas. Dalgliesh cogio una de las sillas y se sento frente a ella.

– ?Conocia usted bien al padre Baddeley?

– Aqui todos nos conocemos bien, a eso se deben la mitad de nuestros problemas. ?Piensa usted quedarse aqui?

– Quiza en la zona, un par de dias. Pero no parece posible alojarse aqui.

– No se por que no, si le apetece. La casa esta vacia, al menos hasta que Wilfred encuentre otra victima… inquilino, deberia decir. No creo que le importe. Ademas, tendra usted que revisar los libros, ?no? Wilfred querra librarse de ellos antes de volver a alquilar la casa.

– ?Entonces esta casa es de Wilfred Anstey?

– Junto con Toynton Grange y todas las casitas menos la de Julius Court, que es la que esta mas cerca del mar y la unica con vistas. Wilfred es dueno de toda la finca y de todos nosotros. -Estudio entonces su apariencia-. No tendra usted conocimientos utiles, ?verdad? Quiero decir que no sera fisioterapeuta, practicante o medico, o contable siquiera. No es que lo parezca. Si es algo de eso, le aconsejo que se vaya antes de que Wilfred decida que es usted demasiado util para dejarlo marchar.

– No creo que mi profesion le resultara de mucha utilidad.

– Entonces yo diria que debe quedarse si le apetece. Pero mas vale que le de un poco de informacion general. A lo mejor cambia de opinion.

– Empiece por usted misma -dijo Dalgliesh-. No me ha dicho quien es.

– ?Dios Santo! ?Pues es verdad! Perdone. Soy Maggie Hewson. Mi marido es el medico de la casa. Al menos vive conmigo en una casita proporcionada por Wilfred y apropiadamente llamada Villa Caridad, pero pasa la mayor parte del tiempo en Toynton Grange. Con los cinco pacientes que quedan, no se lo que debe de hacer para distraerse, ?no le parece? ?Que cree usted que hace para distraerse, Adam Dalgliesh?

– ?Atendio su marido al padre Baddeley?

– Llamelo Michael. Todos le llamabamos asi menos Grace Willison. Si, Eric se ocupo de el mientras estaba vivo y firmo el certificado de defuncion cuando murio. Hace seis meses no hubiera podido hacerlo, pero ahora que lo han rehabilitado en el Colegio de Medicos ya puede poner su nombre en un papel para decir que uno esta debida y legalmente muerto. ?Jesus, vaya privilegio!

Se echo a reir y, tras revolver en el interior del bolsillo de los pantalones, saco un paquete de cigarrillos y encendio uno. Le ofrecio el paquete a Dalgliesh y este nego con la cabeza. Maggie se encogio de hombros y expulso una bocanada de humo hacia el.

– ?De que murio el padre Baddeley? -pregunto Adam Dalgliesh.

– Se le paro el corazon. No, no es broma. Era viejo, tenia el corazon cansado y el 21 de septiembre dejo de latirle. Infarto de miocardio complicado por una ligera diabetes, si quiere oir los terminos medicos.

– ?Estaba solo?

– Supongo que si. Murio durante la noche. Al menos la ultima persona que lo vio vivo fue Grace Willison a las ocho menos cuarto de la tarde cuando vino a confesarse. Supongo que murio de aburrimiento. No, ya se que no deberia haber dicho eso. Mal gusto, Maggie. Dice que le parecio normal, un poco cansado, claro, pero acababa de salir del hospital aquella misma manana. Yo vine a las nueve de la manana siguiente a ver si queria algo de Wareham; iba a coger el autobus de las once, Wilfred no permite los coches particulares, y ahi estaba muerto.

– ?En la cama?

– No, en esa misma butaca en que usted esta sentado, apoyado en el respaldo con la boca abierta y los ojos cerrados. Llevaba la sotana y una tira morada alrededor del cuello. Todo muy correcto. Pero estaba bien muerto.

– Asi, ?fue usted la que encontro el cadaver?

– A no ser que Millicent, la vecina de al lado, viniera a hurtadillas antes, no le gustara el aspecto que tenia y se volviera a casa otra vez de puntillas. Es hermana de Wilfred, y viuda, por si le interesa. En realidad es bastante extrano que no entrara, sabiendo que estaba enfermo y solo.

– Debio de sobresaltarse usted.

– No mucho. Antes de casarme era enfermera. He visto tantos muertos que ya no me acuerdo. Y era ya muy anciano. Son lo jovenes, sobre todo los ninos, los que deprimen. Jesus, me alegro de haber dejado esta desagradable profesion…

– ?De veras? ?Entonces no trabaja en Toynton Grange?

Se levanto y se aproximo a la chimenea antes de confesar. Exhalo una bocanada de humo contra el espejo que habia encima y luego acerco el rostro como para estudiar su imagen reflejada.

– Si puedo evitarlo, no. Y Dios sabe que intento evitarlo. No me importa que lo sepa. Soy el miembro delincuente de la comunidad, la que no coopera, la desertora, la hereje. Ni siembro ni recojo. Soy impermeable a los encantos del querido Wilfred. Me niego a oir los lamentos de los afligidos. No me arrodillo en el templo.

Se volvio hacia el con una expresion medio desafiante, medio especulativa. Dalgliesh penso que aquel desahogo no habia sido espontaneo, que la protesta ya habia sido expresada antes. Le parecio una justificacion ritual y sospecho que alguien le habia ayudado a redactar el

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