Capitulo 2

Once dias despues, justo antes del alba, todavia debil y con la palidez del hospital pero euforico por el enganoso bienestar de la convalecencia, Dalgliesh abandono su piso, que se alzaba muy por encima del Tamesis en Queenhythe, y se dirigio en coche hacia el suroeste. Dos meses antes de caer enfermo, se habia separado, final y definitivamente, aunque con pesar, de su viejo Cooper Bristol y ahora conducia un Jensen Healey. Se alegraba de que el automovil tuviera hecho el rodaje y casi se habia habituado al cambio. Embarcarse simbolicamente en una nueva vida con un coche totalmente nuevo hubiera sido demasiado banal. Metio su unica maleta y unos pocos utensilios esenciales para una comida campestre, entre ellos un sacacorchos, en el maletero y guardo en la guantera un ejemplar de las poesias de Hardy, Retorno al pais natal, y la guia arquitectonica de Dorset escrita por Newman y Pevsner. Iban a ser unas vacaciones de convaleciente: libros conocidos, una breve visita a un viejo amigo como objetivo del viaje, una ruta dejada al antojo de cada dia que incluyera zonas conocidas y nuevas, e incluso la saludable molestia de un problema personal que justificara la soledad y la permitida ociosidad. Quedo desconcertado cuando, al echar la ultima ojeada al piso, alargo la mano para coger el equipo «escenario del crimen». No recordaba cuando habia sido la ultima vez que habia viajado sin el, ni siquiera de vacaciones. Pero ahora dejarlo en casa era la primera confirmacion de una decision sobre la cual reflexionaria debidamente de vez en cuando durante los quince dias siguientes, pero que en el fondo sabia tomada.

Llego a Winchester a tiempo para un desayuno tardio en un hostal que se levantaba a la sombra de la catedral; luego se paso las dos horas siguientes redescubriendo la ciudad antes de encaminarse finalmente a Dorset pasando por Wimborne Minster. Sentia en su interior cierta reticencia a alcanzar el fin del viaje. Vago lentamente, casi sin rumbo, hacia el noroeste hasta Blandford Forum, alli compro una botella de vino, panecillos, queso y fruta para almorzar y un par de botellas de amontillado para el padre Baddeley, luego se dirigio al sureste pasando por los pueblecitos de Winterbourne y por Wareham hasta Corfe Castle.

Las magnificas piedras, simbolos de valentia, crueldad y traicion, montaban guardia en la unica hendidura de la cordillera de Purbeck Hills, como venian haciendo desde hacia mil anos. Mientras consumia su solitario almuerzo, Dalgliesh advirtio que sus ojos volvian constantemente a aquellas austeras losas formadas en orden de batalla, sillares mutilados que se recortaban en las alturas contra el apacible cielo. Como si se resistiera a conducir bajo su sombra y fuera reacio a poner fin a la soledad de aquel dia tranquilo y nada exigente, invirtio cierto tiempo en buscar, sin exito, gencianas en el pantanoso matorral antes de emprender los ultimos ocho kilometros de viaje.

Toynton: una hilera de casitas escalonadas, cuyos tejados de piedra gris centelleaban al sol de la tarde; una taberna no demasiado pintoresca al final del pueblo; una torre de iglesia corriente que se asomaba por encima. Ahora la carretera, flanqueada por un muro bajo de piedra, ascendia suavemente entre ralas plantaciones de abetos y comenzo a reconocer los elementos que el padre Baddeley habia destacado en el mapa. Pronto el camino se bifurcaria, uno de los estrechos ramales se desviaria hacia el oeste para bordear el promontorio, el otro conduciria, atravesando una verja, a Toynton Grange y el mar. Y alli estaba, como esperaba, la pesada verja de hierro incrustada en un grueso muro de piedras superpuestas. Este tenia un espesor de hasta noventa centimetros y las piedras, que habian sido acopladas intrincada y habilmente, estaban adheridas con liquenes y musgo y coronadas por hierbas ondulantes. Formaba una barrera tan antigua y permanente como el promontorio del que parecia ser una prolongacion. A ambos lados de la verja habia un aviso pintado en una tabla. El de la izquierda era mas nuevo y rezaba asi:

POR CARIDAD, RESPETEN NUESTRA INTIMIDAD

El de la derecha resultaba mas didactico; las letras estaban descoloridas, pero eran mas profesionales.

PROHIBIDO EL PASO

TERRENO ESTRICTAMENTE PRIVADO

ACANTILADOS PELIGROSOS, NO HAY ACCESO A LA PLAYA

SE AVISA A LA GRUA

Debajo del cartel habia un gran buzon.

Dalgliesh penso que cualquier automovilista que no se dejara convencer por aquella mezcla de suplica, advertencia y amenaza vacilaria antes de poner en peligro los amortiguadores de su coche. Al otro lado de la verja el camino sufria un grave deterioro y el contraste entre la relativa suavidad de la carretera y el pedregoso sendero que nacia alli constituia un factor disuasivo casi simbolico. Tambien el portalon, aunque no estaba cerrado con llave, presentaba un grueso cerrojo de intrincado funcionamiento cuya manipulacion proporcionaba al intruso bastante tiempo en el cual arrepentirse de su temeridad. Todavia debil, Dalgliesh empujo la verja con cierta dificultad. Cuando la hubo atravesado y cerrado de nuevo experimento la sensacion de haber acometido una empresa todavia imperfectamente comprendida y probablemente imprudente. No le hubiera extranado que el problema no tuviera la mas minima relacion con lo que el sabia hacer, que fuera algo que solo en la imaginacion de un ingenuo anciano -que quiza se estuviera volviendo senil- podia ser solucionado por un policia. Pero al menos tenia un objetivo inmediato. Regresaba, aunque con reticencia, a un mundo en el que los seres humanos tenian problemas, trabajaban, amaban, odiaban, buscaban la felicidad, y, puesto que la profesion que habia decidido abandonar proseguiria pese a su desercion, asesinaban y eran asesinados.

Antes de entrar nuevamente en el coche, le llamo la atencion un ramillete de flores desconocidas. Las palidas cabezuelas rosaceas se alzaban de una alfombrilla de musgo que cubria el muro y temblaban delicadamente con la ligera brisa que soplaba. Dalgliesh se aproximo y permanecio inmovil observando en silencio su humilde belleza. Por primera vez percibio el penetrante olor medio ilusorio a sal marina. El aire calido y suave le acariciaba la piel. De repente, se sintio invadido por la felicidad y, como ocurre siempre en estos momentos transitorios, intrigado por la naturaleza puramente fisica de su alegria, que avanzaba por sus venas como una suave efervescencia. Incluso analizar su naturaleza era perderla en cierto grado. Pero la identifico por lo que era, la primera indicacion clara desde su enfermedad de que la vida podia ser buena.

El automovil traqueteaba por el camino en ascenso. Unos doscientos metros mas alla alcanzo la cima de la loma, desde donde esperaba ver el Canal de la Mancha extendiendose azul y ondulante ante el hasta el lejano horizonte, pero experimento la recordada desilusion de las vacaciones de la infancia, cuando, tras las numerosas falsas esperanzas, el tan deseado mar todavia no estaba a la vista. Ante el habia un pequeno valle salpicado de rocas y cruzado en todas direcciones por una red de toscos senderos; a su derecha se erigia evidentemente Toynton Grange.

Se trataba de una solida casona de planta cuadrada que, segun sus calculos, databa de la primera mitad del siglo XVIII. Pero el propietario habia tenido mala suerte con el arquitecto. La casa era una aberracion que no merecia ser calificada de georgiana. Estaba orientada hacia el interior, hacia el noroeste le parecio, contraviniendo asi un oscuro canon personal de gusto arquitectonico que para Dalgliesh establecia que una casa erigida en la costa debe siempre estar de cara al mar. Sobre el porche habia dos hileras de ventanas, las del piso principal con gigantescas dovelas y las de encima sin adornos y de un tamano mezquino, como si hubieran tenido dificultad en incluirlas debajo del elemento mas importante de la casa, un enorme fronton jonico coronado por una estatua, un tosco y, a distancia, indefinible pedrusco. En el centro habia una unica ventana redonda, un siniestro ojo de ciclope que centelleaba al sol. El fronton desvalorizaba el insignificante porche y daba una apariencia achaparrada y pesada a la fachada. Dalgliesh penso que la edificacion hubiera tenido mas gracia si la fachada se hubiera equilibrado mediante alas adicionales, pero o bien la inspiracion o el dinero se les habia acabado y la casa parecia curiosamente inacabada. No se veian senales de vida detras del intimidatorio frontispicio. Quiza los internos -si era asi como debian ser llamados- vivian en la parte de atras. No eran mas que las tres y media, la parte muerta del dia segun recordaba del hospital. Seguramente estaban todos

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