Cuando se paro frente a la verja cerrada y se apeo del Mercedes para abrirla, vio que el camino a la casa estaba a oscuras. Sin embargo, al pasar frente al ala este para aparcar, se encendieron las luces y ante la puerta abierta fue recibido por el cocinero, Dean Bostock. Este lucia pantalones azules a cuadros y su chaquetilla blanca, como era habitual cuando se disponia a servir la cena.
– La senorita Cresset y la senora Frensham han salido a cenar fuera, senor -dijo-. Me han dicho que le dijera que iban a visitar a unos amigos en Weymouth. Tiene la habitacion preparada, senor. Mogworthy ha encendido la chimenea de la biblioteca y tambien la del gran salon. Hemos pensado que, si esta solo, quiza preferiria cenar ahi. ?Traigo las bebidas, senor?
Atravesaron el gran salon. Chandler-Powell se quito la americana de un tiron y, tras abrir la puerta de la biblioteca, la arrojo a una silla junto con el periodico de la tarde.
– Si. Whisky, por favor, Dean. Lo tomare ahora.
– ?Y la cena en media hora?
– Si, muy bien.
– ?Va a salir antes de cenar, senor?
En la voz de Dean se apreciaba una pizca de ansiedad. Al reconocer la causa, Chandler-Powell dijo:
– Dime, ?que habeis cocinado entre tu y Kimberley?
– Habiamos pensado en sufle de queso, senor, y buey strogonoff.
– Entiendo. El primero exige que me quede esperando, y el segundo se prepara enseguida. No, no saldre, Dean.
Como de costumbre, la cena fue excelente. George se pregunto por que deseaba tanto el momento de la comida durante las horas mas tranquilas de la Mansion. Los dias de operacion comia con el personal medico y de enfermeria y apenas se enteraba de lo que habia en el plato. Despues de cenar se sento y leyo durante media hora junto al fuego de la biblioteca, y luego, tras coger la chaqueta y una linterna, descorrio el cerrojo de la puerta del ala oeste y salio, y en la oscuridad sembrada de estrellas camino por la senda de los limeros hasta el palido circulo de las Piedras de Cheverell.
Un muro de baja altura, mas un mojon que una barrera, separaba el jardin de la Mansion y el circulo de piedras, y George lo supero sin dificultad. Como solia pasar despues de oscurecer, el circulo de doce piedras parecia volverse mas palido, misterioso e inquietante, hasta el punto de absorber un tenue reflejo de la luna o las estrellas. A la luz del dia, era un monton de piedras vulgares y corrientes, tan comunes como los cantos rodados en una ladera, de tamano irregular y forma extrana, su unico rasgo distintivo el coloreado liquen que se escurria en las grietas. En la puerta de la cabana situada junto al aparcamiento, una nota explicaba a los visitantes que estaba prohibido ponerse de pie sobre las piedras o danarlas, y que el liquen era viejo y singular y no se podia tocar. Para Chandler-Powell, acercarse al circulo, incluso a la piedra central mas alta que se erguia como un augurio malefico en su entorno de hierba muerta, suscitaba poca emocion. Penso brevemente en la mujer que, en 1654, fue amarrada a esa piedra y quemada viva por ser bruja. ?Por que? ?Por ser de lengua mordaz, tener ideas delirantes, actuar como una excentrica? ?Para satisfacer una venganza personal, la necesidad de una cabeza de turco en una epoca de enfermedades o de malas cosechas, o quiza como sacrificio para aplacar la voluntad de algun innominado dios maligno? George sintio solo una compasion vaga y dispersa, no lo bastante intensa para originar siquiera un vestigio de afliccion. Se trataba solo de una de tantos millones de personas que a lo largo de los tiempos han sido victimas inocentes de la ignorancia y la crueldad del ser humano. En su mundo ya veia suficiente dolor. No tenia por que alimentar la piedad.
Pretendia prolongar el paseo mas alla del circulo, pero decidio que este debia ser el limite de su ejercicio y, tras sentarse en la piedra mas baja, miro a lo largo del camino hacia el ala oeste de la Mansion, ahora a oscuras. Se quedo totalmente quieto, escuchando atentamente los ruidos de la noche, el leve roce de la hierba alta en el borde de las piedras, un grito lejano cuando algun depredador sorprendia a su presa, el susurro de las hojas secas cuando soplaba de pronto la brisa. Las preocupaciones, los rigores e inconvenientes nimios del largo dia se disipaban. Estaba sentado en un lugar nada ajeno, tan inmovil que incluso su respiracion no parecia mas que un testimonio de vida desatendido, suavemente ritmico.
Paso el tiempo. Miro el reloj y vio que llevaba ahi tres cuartos de hora. Era consciente de que estaba cogiendo frio, de que la dureza de la piedra empezaba a volverse incomoda. Tras relajar las acalambradas piernas, supero de nuevo el muro y tomo la senda de los limeros. De repente, en la ventana central de la planta de los pacientes aparecio una luz, se abrio y asomo la cabeza de una mujer, inmovil, mirando la noche. George se detuvo de manera instintiva y la miro fijamente, ambos tan estaticos que por un momento el creyo que ella podia verlo y que entre los dos pasaba cierta comunicacion. Recordo quien era, Rhoda Gradwyn, y que se encontraba en la Mansion con motivo de su estancia preliminar. Pese a las meticulosas notas que tomaba y al examen de los pacientes antes de la operacion, pocos se le quedaban en la memoria. Era capaz de describir con precision la cicatriz de la cara pero de ella recordaba poco salvo una frase. Queria quitarse la desfiguracion porque ya no la necesitaba. El no habia pedido explicaciones y ella no se las habia dado. En apenas dos semanas se habria librado de la cicatriz, y no era asunto de George como sobrellevaria Rhoda su ausencia.
Se volvio para retomar el camino de regreso a la casa, momento en el que una mano cerro a medias la ventana y las cortinas quedaron parcialmente corridas; al cabo de unos minutos la luz de la habitacion se apago y el ala oeste quedo sumida en la oscuridad.
7
Dean Bostock siempre sentia un sobresalto cuando el senor Chandler-Powell llamaba para decir que llegaria antes de lo previsto y que estaria en la Mansion a la hora de cenar. Era una comida que a Dean le gustaba preparar, en especial cuando el jefe tenia tiempo y tranquilidad para disfrutarla y elogiarla. El senor Chandler- Powell traia consigo algo del vigor y la agitacion de la capital, los olores, las luces, la sensacion de estar en el meollo de las cosas. Al llegar, George cruzaba el salon casi dando saltos, se quitaba la chaqueta y arrojaba el periodico vespertino de Londres a una silla de la biblioteca como liberado de un cautiverio temporal. Incluso el periodico, que Dean recuperaria mas tarde para leerlo en sus ratos libres, era para este un recordatorio del lugar al que en esencia pertenecia. Habia nacido y se habia criado en Balham. Su sitio era Londres. Kim habia nacido en el campo, y habia llegado a la capital desde Sussex para estudiar en la escuela de cocina, donde Dean ya estaba en el segundo curso. Y al cabo de dos semanas de conocerse, el ya sabia que la queria. Asi era como siempre lo habia considerado: no se habia enamorado, no estaba enamorado, amaba. Esto era para toda la vida, la suya y la de ella. Y por primera vez desde que se casaron, Dean sabia que ella nunca habia sido tan feliz como ahora. ?Como podia echar de menos Londres mientras Kim disfrutaba de su vida en Dorset? Kim, que estaba tan nerviosa ante personas y lugares nuevos, no tenia ningun miedo en las noches oscuras de invierno. A Dean la negrura total de las noches sin estrellas lo desorientaba y asustaba, la noche era mas aterradora por los chillidos casi humanos de las presas entre las fauces de sus depredadores. Esta hermosa y aparentemente tranquila campina estaba llena de dolor. Echaba en falta las luces, el cielo nocturno contusionado por los grises, purpuras y azules de la incesante vida de la ciudad, el patron cambiante de los semaforos, la luz que se derramaba desde los pubs y las tiendas sobre las relucientes calzadas lavadas por la lluvia. Vida, movimiento, ruido, Londres.
Su trabajo en la Mansion le gustaba pero no le satisfacia. No exigia mucho a sus habilidades. El senor Chandler-Powell sabia apreciar lo que era bueno, pero los dias que operaba, las comidas nunca se prolongaban en una sobremesa. Dean sabia que el jefe se habria quejado enseguida si la comida no hubiera tenido la calidad requerida, pero daba por sentada su excelencia, comia deprisa y se iba. Por lo general, los Westhall comian en su casa, donde la senorita Westhall habia estado atendiendo a su padre hasta la muerte de este en febrero, y la senorita Cressett normalmente comia en su habitacion. De todos modos, era la unica que pasaba tiempo en la cocina hablando con Kim y con el, analizando los menus, agradeciendole los esfuerzos especiales que hacia. Las visitas eran quisquillosas pero por lo comun no tenian hambre, y el personal no residente que almorzaba al mediodia en la Mansion lo elogiaba de pasada, comia a toda prisa y volvia al trabajo. Todo era muy diferente en el sueno de su propio restaurante, sus menus, sus clientes, el ambiente que el y Kim crearian. De vez en cuando, tumbado al lado de ella, desvelado, le horrorizaban sus timidas esperanzas de que, por alguna razon, la clinica