– No le recuerdo sin beber. -?Habia pronunciado esas palabras o solo las habia pensado?

– Teniendo en cuenta que trabajaba para el ayuntamiento, para el no resulto facil. Se que tuvo suerte al conseguir ese empleo tras haber sido despedido del bufete de abogados, pero aquello era superior a el. Era listo, Rhoda, de ahi sacaste tu inteligencia. Le dieron una beca para la universidad y fue el primero.

– ?El primero? ?Quieres decir que saco un sobresaliente?

– Creo que esto es lo que dijo. En todo caso, significa que era listo. Es por eso por lo que estuvo tan orgulloso cuando entraste en el instituto.

– No sabia que habia ido a la universidad. Nunca me dijo nada.

– ?No te lo dijo? Pensaria que no tenias interes. No era de los que hablaban mucho, y menos de si mismo.

Nadie hablaba mucho. Aquellos estallidos de violencia, la rabia impotente, la verguenza, habian hablado por todos ellos. Las cosas importantes habian sido indecibles. Y mirando el rostro de su madre, se pregunto como podia empezar ahora. Penso que su madre tenia razon. No tuvo que ser facil para su padre encontrar ese billete de cinco libras una semana tras otra. Lo acompanaban unas palabras, a veces con letra temblorosa, que decian simplemente «De tu padre, con amor». Ella aceptaba el dinero porque le hacia falta y tiraba el papel. Con la despreocupada crueldad de un adolescente, no le habia considerado digno de ofrecerle su amor, un regalo mucho mas dificil que el dinero, como bien habia sabido siempre ella. Quiza la verdad era que Rhoda no habia sido digna de recibirlo. Durante treinta anos habia incubado su desprecio, su rencor y, si, su odio. Sin embargo, ese cenagoso riachuelo de Essex, esa muerte solitaria, lo habia colocado fuera de su poder para siempre. Ella se habia hecho dano a si misma, y reconocerlo acaso fuera el principio de su curacion.

– Nunca es demasiado tarde para encontrar a alguien a quien amar -dijo su madre-. Eres una mujer atractiva, Rhoda, deberias hacer algo con esta cicatriz.

Palabras que contaba con no oir jamas. Palabras que desde la senorita Farrell nadie se habia atrevido a pronunciar. Recordaba poco de lo que paso despues, solo su respuesta dicha en voz baja y sin enfasis.

– Me deshare de ella.

Seguramente dormito a ratos. Desperto a la conciencia plena con un sobresalto y descubrio que ya no llovia. Habia oscurecido. Miro el salpicadero y vio que eran las cinco menos cinco.

Habia estado en la carretera casi tres horas. En la quietud inesperada, el ruido del motor sacudio el aire silencioso mientras el vehiculo salia del arcen contoneandose cautamente. El resto del viaje transcurrio sin novedad. Las curvas de la carretera aparecian cuando se las esperaba y los faros iluminaban nombres tranquilizadores en los letreros. Antes de lo previsto vio el nombre Stoke Cheverell, y para recorrer el ultimo kilometro giro a la derecha. La calle del pueblo estaba desierta, brillaban luces tras las cortinas corridas y solo mostraba senales de vida la tienda de la esquina con su abarrotado escaparate a traves del cual se podian entrever dos o tres clientes de ultima hora. Y luego la senal que estaba buscando, Mansion Cheverell. Las grandes puertas de hierro estaban abiertas. La esperaban. Condujo por el corto camino que al final se ensanchaba formando un semicirculo; y ya tenia la casa delante.

En el folleto que le habian dado tras la primera consulta habia una imagen de la Mansion Cheverell, pero solo guardaba un burdo parecido con la realidad. La luz de los faros le permitia ver el contorno de la casa, que parecia mas grande de lo que habia imaginado, una masa oscura recortada en un cielo mas oscuro. Se extendia a cada lado de un gran tejado central a dos aguas con dos ventanas encima. Estas revelaban una luz tenue, pero la mayoria estaba a oscuras salvo otras cuatro divididas con parteluces, a la izquierda de la puerta, muy iluminadas. Condujo con cuidado y aparco bajo los arboles; entonces se abrio la puerta, de la que broto una intensa luz que inundo la grava.

Rhoda apago el motor, se apeo y abrio la portezuela trasera para coger el neceser, el aire frio resulto un alivio agradable al final del viaje. Aparecio en el umbral una figura masculina que se le acerco. Aunque la lluvia habia cesado, el hombre llevaba un impermeable de plastico con una capucha que le cubria la cabeza como el gorrito de un bebe, lo que le daba el aspecto de un nino malvado. Caminaba con firmeza y tenia la voz fuerte, pero Rhoda vio que ya no era joven. El hombre cogio con decision el neceser de manos de ella y dijo:

– Senora, si me da la llave, yo le aparcare el coche. A la senorita Cressett no le gustan los coches aparcados fuera. La estan esperando.

Ella le dio la llave y lo siguio al interior de la casa. La inquietud, la ligera desorientacion que habia sentido mientras estaba sola en la tormenta, aun no la habian abandonado. Vacia de emociones, solo notaba un leve alivio por haber llegado y, al entrar en el amplio vestibulo con su escalera en el centro, fue consciente de la necesidad de volver a estar sola, eximida del requisito de estrechar manos, de una bienvenida ceremoniosa, cuando todo lo que queria era el silencio de su casa y, mas tarde, la familiar comodidad de su cama.

El vestibulo era imponente -como ella imaginaba-, pero no acogedor. Su bolsa estaba al pie de las escaleras. De pronto, se abrio una puerta a la izquierda y el hombre anuncio en voz alta «senorita Gradwyn, senorita Cressett», cogio la bolsa y empezo a subir las escaleras.

Al entrar en la habitacion Rhoda se encontro en un gran salon que le hizo recordar imagenes vistas quizas en la infancia o en visitas a otras casas solariegas. En contraste con la oscuridad de fuera, estaba llena de luz y color. En lo alto, las arqueadas vigas se veian ennegrecidas por el paso del tiempo. Paneles esculpidos en relieve cubrian la parte baja de las paredes, en cuya parte superior habia una hilera de retratos de estilo Tudor, regencia, Victoriano, caras que reflejaban talentos variados, algunas de las cuales, sospechaba ella, debian su presencia alli mas a la devocion familiar que al merito artistico. Enfrente habia una chimenea de piedra rematada por un escudo de armas, tambien de piedra. Crepitaba un fuego de lena, cuyas danzantes llamas lanzaban destellos rojos sobre las tres figuras que se levantaron para recibirla.

Evidentemente habian estado sentados tomando te, en los dos sofas con fundas de hilo colocados formando angulo recto con el fuego, los unicos muebles modernos de la estancia. Entre ellos, en una mesa baja se apreciaba una bandeja con los restos de la comida. El grupo de bienvenida constaba de un hombre y dos mujeres, aunque la palabra «bienvenida» no era del todo adecuada, pues Rhoda se sentia como una intrusa que llegaba inoportunamente tarde al te y era esperada sin entusiasmo.

Hizo las presentaciones la mas alta de las mujeres.

– Soy Helena Cressett. Ya hemos hablado. Me alegro de que haya llegado sin novedad. Hemos tenido una fuerte tormenta, pero a veces son muy locales, de modo que quiza se habra librado de ella. Le presento a Flavia Holland, la enfermera del quirofano, y Marcus Westhall, que ayudara al senor Chandler-Powell en la operacion.

Se estrecharon las manos, los rostros fruncidos en sonrisas. Con los desconocidos, la impresion de Rhoda era siempre fuerte e inmediata, una imagen visual implantada en su mente, que nunca se borraria del todo, llevando consigo una percepcion de la personalidad basica que el tiempo y el trato mas intimo podian, como bien sabia, demostrar que era perversa y a veces peligrosamente enganosa, aunque casi nunca lo era. Ahora, cansada, su percepcion algo embotada, veia a los otros casi como estereotipos. Helena Cressett llevaba un entallado traje de chaqueta y pantalon y un jersey de cuello alto que conseguia no parecer demasiado elegante para lucirlo en el campo mientras proclamaba que no era de confeccion. Nada de maquillaje excepto un poco de lapiz de labios; lino cabello palido con un toque de castano rojizo que enmarcaba unos pomulos altos y prominentes; una nariz demasiado larga; una cara que cabria describir como atractiva aunque desde luego bonita no. Unos ojos singularmente grises la contemplaban con mas curiosidad que amabilidad formal. Ex delegada de clase, penso Rhoda, ahora directora de colegio, o mas probablemente directora de un college de Oxbridge. Su apreton de manos era firme, la chica nueva siendo recibida con cautela, aplazada toda evaluacion.

La enfermera Holland vestia de modo mas informal, tejanos, un jersey negro y una chaqueta de ante sin mangas, ropa comoda reveladora de que se habia liberado del uniforme impersonal de su trabajo y ahora no estaba de servicio. Tenia el cabello oscuro y una cara con rasgos marcados que expresaba una sexualidad segura de si misma. Su mirada, desde unos ojos brillantes y de pupilas grandes tan oscuros que parecian negros, capto la cicatriz como si estuviera calibrando mentalmente cuantos problemas cabia esperar de esa nueva paciente.

El senor Westhall era sorprendente: delgado, con una frente alta y un rostro delicado, el rostro de un poeta o un profesor mas que de un cirujano. Rhoda no sintio nada del poder o la confianza que tan intensamente emanaban del senor Chandler-Powell. La sonrisa de Westhall era mas afectuosa que las de las mujeres, pero su

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