conocerte.»Recordo sus sensaciones, sorpresa seguida de alivio, de las que se avergonzo ligeramente, al pensar que ese matrimonio pudiera liquidar parte de la responsabilidad para con su madre, que acaso atenuara su culpa por las infrecuentes cartas y llamadas telefonicas y los encuentros aun mas excepcionales. Cuando se veian, se comportaban como desconocidas educadas y cautelosas, todavia inhibidas por las cosas que no podian decir, por los recuerdos que procuraban no suscitar. Rhoda no recordaba haber oido hablar de Ronald y no tenia ningun deseo de conocerle, pero se trataba de una invitacion que estaba obligada a aceptar.

Y ahora revivia conscientemente el solemne dia que prometia solo aburrimiento soportado con diligencia, pero que la habia conducido hasta este momento azotado por la lluvia y todo lo que tenia por delante. Habia salido con tiempo, pero una camioneta habia volcado y derramado su carga por la autopista, y cuando llego al exterior de la iglesia, un lugubre edificio del gotico Victoriano, oyo el aflautado e incierto canto de lo que seria el ultimo himno. Aguardo en el coche un trecho mas abajo hasta que salio la congregacion, sobre todo ancianas y personas de mediana edad. Un coche con cintas blancas habia aparecido y habia aparcado, pero ella estaba demasiado lejos para ver a su madre o al novio. Mientras los demas abandonaban la iglesia, siguio al coche hasta el hotel, que se hallaba a unos seis kilometros costa abajo, un edificio eduardiano con muchos torreones flanqueado por bungalows y bordeado por un campo de golf. Las numerosas vigas negras de la fachada daban a entender que el arquitecto habia intentado imitar el estilo Tudor, pero al final su orgullo desmedido le habia empujado a anadir una cupula central y una puerta delantera de caracter palladiano.

El vestibulo de recepcion tenia una atmosfera de esplendor largamente marchito, cortinas de damasco rojo colgaban en ornamentales pliegues y la alfombra parecia haber sucumbido a decadas de polvo. Rhoda se unio al torrente de invitados, quienes con ciertas dudas se dirigian a una estancia en la parte de atras que proclamaba su funcion mediante un tablero y un aviso impreso: «Salon de alquiler para fiestas privadas.» Se detuvo un momento en la puerta, indecisa, y luego entro y enseguida vio a su madre. Estaba de pie con su novio, rodeada por un pequeno grupo de mujeres que parloteaban. Rhoda paso casi inadvertida al entrar, pero al ir avanzando poco a poco hacia ellos vio que la cara de su madre componia una sonrisa vacilante. Hacia cuatro anos que no se veian, pero Ivy parecia mas joven y feliz, y al cabo de unos segundos beso algo dubitativa a Rhoda en la mejilla derecha y luego se dirigio al hombre que habia a su lado. Era viejo -al menos setenta anos, estimo Rhoda-, bastante mas bajo que su madre, y tenia una cara tersa, de mejillas redondeadas, agradable pero inquieta. Parecia algo confuso, y la madre tuvo que repetir el nombre de Rhoda dos veces antes de que el sonriera y extendiera la mano. Se hicieron las presentaciones. Los invitados pasaban por alto resueltamente la cicatriz. Unos cuantos ninos que correteaban la miraron con descaro, y acto seguido echaron a correr gritando y atravesaron las puertas de vidrio para jugar fuera. Rhoda recordaba fragmentos de la conversacion. «Tu madre habla muy a menudo de ti.» «Esta muy orgullosa de ti.» «Que bien que hayas venido de tan lejos.» «Y ademas un dia precioso, ?verdad?» «Me alegra verla tan feliz.»

La comida y el servicio fueron mejores de lo que habia esperado. El mantel de la larga mesa estaba inmaculado, las copas y los platos brillaban, y el primer mordisco confirmo que el jamon de los bocadillos estaba recien cortado. Tres mujeres de mediana edad vestidas como doncellas atendian con una alegria que desarmaba. Se sirvio te fuerte de una tetera inmensa, y tras un rato de cuchicheos entre el novio y la novia, llegaron diversas bebidas del bar. La conversacion, que hasta entonces habia sido tan silenciosa como si todos hubieran asistido recientemente a un entierro, se animo, y se alzaron las copas, algunas conteniendo liquidos de un color que no presagiaba nada bueno. Tras una ansiosa consulta entre la madre y el barman, aparecieron copas altas de champan con cierta ceremonia. Habria un brindis.

El acto estaba en manos del parroco que habia dirigido el oficio religioso, un joven pelirrojo que, despojado de la sotana, ahora llevaba un alzacuello, pantalones grises y americana. Acaricio suavemente el aire como para acallar el alboroto y pronuncio un breve discurso. Por lo visto, Ronald era el organista de la iglesia y el parroco hizo gala de cierto humor forzado al hablar de tocar todos los registros y que los dos vivieran en armonia hasta el fin de sus vidas, todo ello intercalado con chistes inofensivos, ahora olvidados, que los invitados mas generosos acogieron con risas azoradas.

Se produjo una aglomeracion en torno a la mesa, de modo que, con el plato en la mano, Rhoda se dirigio a la ventana, agradecida por ese momento en que los invitados, obviamente hambrientos, no era probable que la abordaran. Los observaba con una mezcla placentera de atencion critica y distraccion ironica: los hombres con sus mejores trajes, algunos algo tirantes sobre redondeados estomagos y anchas espaldas; las mujeres, que con toda evidencia se habian esforzado y habian aprovechado la oportunidad para estrenar un conjunto. La mayoria, como su madre, lucia un vestido veraniego estampado con una chaqueta a juego, y un sombrero de paja de tono pastel posado de manera incongruente sobre el cabello recien peinado. Rhoda penso que podian haber tenido un aspecto muy parecido en los anos treinta o cuarenta. Se sintio incomodada por una emocion nueva y desagradable compuesta de compasion y enojo. Yo no formo parte de esto, penso. No soy feliz con ellos y ellos no son felices conmigo. Su embarazosa cortesia mutua no puede salvar la distancia entre nosotros. Pero vengo de aqui, es mi gente, la clase trabajadora cualificada fundiendose con la clase media, este grupo amorfo e inadvertido que combatio en dos guerras defendiendo a su pais, pagaba sus impuestos, se aferraba a lo que quedaba de sus tradiciones. Habian vivido para ver ridiculizado su simple patriotismo, desdenada su moralidad, devaluados sus ahorros. No creaban problemas. Millones de libras de dinero publico no eran introducidos regularmente en sus barrios con el fin de sobornarlos, engatusarlos o coaccionarlos para que practicaran la virtud civil. Y si se quejaban de que sus ciudades se habian vuelto extranas, ajenas, o de que a sus hijos les daban clase en escuelas atestadas en las que el noventa por ciento de los ninos no hablaban ingles, los que vivian en circunstancias mas holgadas y comodas les sermoneaban sobre el pecado capital del racismo. Sin proteccion por parte de los contables, eran las vacas lecheras de la rapaz Hacienda Publica. No habia surgido ninguna empresa lucrativa de preocupacion social y analisis psicologico para analizar y compensar sus insuficiencias derivadas de la privacion o la pobreza. Quiza Rhoda deberia escribir sobre ellos antes de renunciar por fin al periodismo, pero sabia que, teniendo retos mas interesantes y provechosos a la vista, nunca lo haria. Ellos no tenian sitio en sus planes de futuro igual que no lo tenian en su vida.

Su ultimo recuerdo era el de estar sola con su madre en el lavabo de mujeres, mirandose sus perfiles en un largo espejo que habia sobre un jarron de flores artificiales.

– A Ronald le caes bien -dijo su madre-. Me he dado cuenta. Me alegro de que hayas venido.

– Y yo. Y el tambien me gusta. Espero que seais muy felices.

– Lo seremos, seguro. Hace cuatro anos que nos conocemos. Su esposa cantaba en el coro. Una encantadora voz de contralto, algo no habitual en una mujer. Ron y yo siempre nos llevamos bien. Es muy buena persona. - Sonaba satisfecha de si misma. Mirando con ojo critico el espejo, se puso bien el sombrero.

– Si, parece buena persona -dijo Rhoda.

– Lo es, desde luego. No causa ninguna molestia. Y se que esto es lo que Rita habria querido. Lo insinuo mas o menos antes de morir. Ron nunca se las ha arreglado muy bien solo. Y estaremos bien, en cuanto al dinero me refiero. Va a vender su casa y se mudara al bungalow conmigo. Parece sensato ahora que tiene setenta anos. De modo que ya no tienes por que seguir enviandome las quinientas libras mensuales.

– Yo lo dejaria todo como esta, a menos que a Ronald le incomode.

– No es eso. Un extra siempre viene bien. Solo pensaba que podias necesitarlo tu.

Se volvio y toco la mejilla izquierda de Rhoda, un toque tan suave que esta fue consciente solo de los dedos temblando levemente sobre la cicatriz. Cerro los ojos, deseando con todas sus fuerzas no estremecerse. Pero no retrocedio.

– No era un mal hombre, Rhoda -dijo su madre-. Era la bebida. No deberias culparlo. Tenia una enfermedad, y la verdad es que te queria. Ese dinero que estuvo enviandote desde que te fuiste de casa… no era facil conseguirlo. No gastaba nada en si mismo.

Salvo en bebida, penso Rhoda, pero no lo dijo. Nunca habia dado las gracias a su padre por esas cinco libras semanales; desde que se marcho de casa no volvio a hablar con el.

La voz de su madre parecio surgir de un silencio.

– ?Recuerdas aquellos paseos por el parque?

Recordaba los paseos por el parque de las afueras donde parecia que siempre era otono, los rectos senderos cubiertos de grava, los arriates rectangulares o redondos llenos de dalias de colores discordantes, una flor que detestaba, caminando al lado de su padre, callados los dos.

– Cuando no bebia, se portaba bien -dijo la madre.

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