– No me creo este nombre. Es completamente ficticio. Nadie puede llamarse Mogworthy.
– El si. Me dijo que habia un parroco llamado asi en Holy Trinity Church, Bradpole, a finales del siglo XV. Mogworthy afirma descender de el.
– Pues me extranaria. Si el primer Mogworthy era sacerdote, seria un celibe catolico romano.
– Bueno, descenderia de la misma familia. De todos modos, ahi esta Mogworthy. Vivia en el chalet que ahora ocupan Marcus y Candace, pero George queria la casa y lo echo. Ahora vive con su anciana hermana en el pueblo. Si, Mog es una mina de informacion. Dorset esta lleno de leyendas, la mayoria de ellas horrendas, y Mog es el experto. En realidad, no nacio en el condado. Sus antepasados si, pero el padre se traslado a Lambeth antes de nacer Mog. Haz que te hable de las Piedras de Cheverell.
– Nunca he oido hablar de ellas.
– Pues si Mog anda cerca, oiras. Y no puedes perdertelas. Es un circulo del neolitico en un campo que hay junto a la Mansion. La historia es ciertamente horripilante.
– Cuentame.
– No, se lo dejo a Mog o a Sharon. Segun Mog, ella esta obsesionada con esas piedras.
El camarero estaba sirviendo el segundo plato y Robin se quedo callado, contemplando la comida con satisfecha aprobacion. Rhoda tuvo la impresion de que el estaba perdiendo interes en la Mansion Cheverell. La charla paso a ser inconexa, la cabeza de Robin estuvo obviamente en otra parte hasta el momento del cafe. Entonces el la miro, y ella volvio a quedar impresionada por la profundidad y la claridad de aquellos ojos azules casi inhumanos. El poder de su concentrada mirada era turbador. Robin extendio la mano en la mesa.
– Rhoda -dijo-, vuelve al piso esta tarde. Ahora. Por favor. Es importante. Hemos de hablar.
– Hemos estado hablando.
– Sobre todo de ti y de la Mansion. No de nosotros.
– ?No te espera Jeremy? ?No deberias estar aleccionando a tus clientes sobre como hacer frente a camareros aterradores y al vino que huele a corcho?
– La mayoria de los mios vienen por la noche. Por favor, Rhoda.
Ella se inclino para coger el bolso.
– Lo siento, Robin, pero no puede ser. Antes de ir a la Mansion tengo mucho que hacer.
– Puede ser, siempre puede ser. Lo que pasa es que no quieres venir.
– Puede ser, pero en este momento no es conveniente. Hablemos despues de la operacion.
– Entonces tal vez sea demasiado tarde.
– ?Demasiado tarde para que?
– Para un monton de cosas. ?No ves que me aterra que acaso estes planeando abandonarme? Vas a experimentar un gran cambio, ?verdad? A lo mejor estas pensando en librarte de algo mas que de la cicatriz.
Era la primera vez en seis anos de relacion que se pronunciaba la palabra. Se habia roto un tabu tacito. Levantandose de la mesa, con la cuenta ya pagada, Rhoda intento disimular el tono de ultraje en su voz. Sin mirarle dijo:
– Lo lamento, Robin, hablaremos despues de la operacion. Voy a coger un taxi para volver a la City. ?Te dejo en algun sitio? -Esto era habitual. El nunca tomaba el metro.
Rhoda comprendio que las palabras «te dejo» habian sido inoportunas. Robin meneo la cabeza, pero no contesto y la siguio en silencio hasta la puerta. Fuera, se volvieron para seguir cada uno su camino,
– Cuando digo adios siempre tengo miedo de no volver a ver a esa persona. Cuando mi madre iba a trabajar yo solia mirar por la ventana. Me horrorizaba la idea de que no regresara nunca. ?Has sentido esto alguna vez?
– No a menos que la persona de la que me estoy despidiendo tenga mas de noventa anos o sufra alguna enfermedad terminal. A mi no me pasa ni una cosa ni otra.
Sin embargo, cuando por fin se separaron, ella se paro y por primera vez se dio la vuelta para observar la espalda de Robin alejandose hasta desaparecer del campo visual. Rhoda no tenia miedo de la operacion, ni ningun presentimiento de muerte. El senor Chandler-Powell habia dicho que con la anestesia general siempre habia algun riesgo, pero en manos expertas podia descartarse. No obstante, mientras el desaparecia, Rhoda comenzo a alejarse y por un instante compartio el miedo irracional de Robin.
5
A las dos del jueves 27 de noviembre, Rhoda estaba preparada para ir a hacer su primera visita a la Mansion Cheverell. Sus tareas pendientes habian sido completadas y entregadas a tiempo, como de costumbre. Nunca era capaz de salir de casa, ni siquiera para una sola noche, sin efectuar una limpieza rigurosa, recoger, vaciar papeleras, guardar papeles en el estudio y comprobar finalmente las puertas y ventanas interiores. Cualquier lugar que ella denominara casa debia estar inmaculado antes de irse, como si esta meticulosidad garantizara su regreso sin novedad.
El folleto sobre la Mansion incluia instrucciones sobre como llegar a Dorset; de todos modos, como siempre que hacia un recorrido nuevo, lo anoto en una cartulina que coloco en el salpicadero. La manana habia sido soleada a ratos, pero pese a haber arrancado tarde, la salida de Londres habia sido lenta y cuando casi dos horas despues habia dejado la M3 y tomado la carretera de Ringwood, ya caia la noche y con ella un chubasco que en cuestion de segundos se convirtio en un aguacero. Los limpiaparabrisas, dando sacudidas como seres vivos, se mostraban impotentes ante el diluvio. Rhoda no veia nada al frente salvo el brillo de los faros en los rizos de agua que a toda prisa se convertian en un pequeno torrente. Distinguia pocas luces de otros coches. Era imposible seguir conduciendo, y entornando los ojos miro a traves de la cortina de lluvia, en busca de un arcen de hierba que le ofreciera una posicion estable. En cuestion de minutos fue capaz de conducir con prudencia por unos metros de terreno llano frente a la pesada verja de una granja. Al menos aqui no habia peligro de que hubiera una zanja oculta o barro blando en el que se hundieran las ruedas. Apago el motor y escucho la lluvia que aporreaba el techo como una rafaga de balas. Bajo el ataque, el BMW conservaba una paz metalica enclaustrada que realzaba el tumulto exterior. Rhoda sabia que mas alla de los invisibles setos podados estaba parte del paisaje mas bello de Inglaterra, pero ahora se sentia encerrada en una inmensidad tanto extrana como potencialmente hostil. Habia desconectado el movil, como siempre con alivio. Nadie en el mundo sabia donde estaba ni podia llegar hasta ella. No pasaban coches, y, mirando a traves del parabrisas, veia solo la cortina de agua, y mas alla, temblorosas manchas de luz que ubicaban las casas en la lejania. Por lo general, agradecia el silencio y era capaz de disciplinar su imaginacion. Contemplaba la inminente operacion sin miedo aun reconociendo que habia cierta causa racional para estar preocupada; la anestesia general siempre comportaba algun riesgo. Pero ahora era consciente de una desazon que era algo mas que preocupacion sobre esa visita preliminar o la propia intervencion. Reparo en que le incomodaba porque se parecia demasiado a la supersticion, como si una realidad antes desconocida para ella o una ofensiva de la conciencia hicieran sentir poco a poco su presencia y exigieran ser reconocidas.
Era inutil escuchar musica por encima del tumulto de la tormenta, asi que abatio el respaldo y cerro los ojos. Diversos recuerdos, algunos viejos, otros mas recientes, inundaron su mente sin encontrar resistencia. Revivio de nuevo el dia de mayo, siete meses atras, que la habia llevado a hacer este viaje, hasta este tramo de carretera desierta. La carta de su madre habia llegado con un monton de correo aburrido: circulares, avisos de reuniones a las que no pensaba asistir, facturas. Las cartas de su madre eran aun mas infrecuentes que sus breves llamadas telefonicas; cogio el sobre, mas cuadrado y grueso que los utilizados normalmente, con un leve presentimiento de que pasaba algo malo, una enfermedad, problemas con el bungalow, la necesidad de su presencia. Pero era la invitacion a una boda. La tarjeta, impresa en letra florida rodeada de imagenes de campanas de boda, anunciaba que la senora Ivy Gradwyn y el senor Ronald Brown esperaban que sus amigos les acompanaran en la celebracion de su casamiento. Aparecian la fecha, la hora y el nombre de la iglesia, y un hotel donde los invitados serian recibidos en recepcion. Una nota de puno y letra de su madre decia: «Ven si puedes, Rhoda. No se si te he mencionado a Ronald en mis cartas. Es viudo, y su esposa era una gran amiga mia. El tiene ganas de