fracasara, de que el senor Chandler-Powell la considerara demasiado agotadora y no lo bastante lucrativa para trabajar en Londres y Dorset, y de que el y Kim tuvieran que buscar otro empleo. Quizas el senor Chandler-Powell o la senorita Cressett les ayudarian a establecerse. Pero no podrian volver a trabajar en la frenetica cocina de un restaurante londinense. Kim nunca se adaptaria a esa vida. Aun recordaba aterrado el espantoso dia en que fue despedida.

El senor Carlos le habia mandado llamar al sanctasanctorum con tamano de armario situado en la parte trasera de la cocina, que el dignificaba con el nombre de oficina, y habia posado su ancho trasero en la silla labrada heredada de su abuelo. Esto nunca era buena senal. He ahi a Carlos, imbuido de autoridad genetica. Un ano antes anuncio que habia vuelto a nacer. Fue una renovacion incomodisima para el personal, y hubo un alivio general cuando, en el espacio de nueve meses, gracias a Dios el viejo Adam volvio a reafirmarse y la cocina dejo de ser una zona libre de palabrotas. Pero quedaba un vestigio del nuevo nacimiento: no se permitia ninguna palabra mas fuerte que «punetero», y ahora Carlos la utilizo a discrecion.

– No hay otro punetero remedio, Dean. Kimberley debe irse. Sinceramente, no puedo permitirmela, ningun restaurante podria. Y que puneteramente lenta. Intentas meterle prisa, y te mira como un cachorro azotado. Se pone nerviosa y nueve veces de cada diez echa a perder el punetero plato. Y esto afecta a los demas. Nicky y Winston siempre la estan ayudando a emplatar. La mayor parte del tiempo solo teneis la mitad de la punetera cabeza en lo que estais haciendo. Dirijo un restaurante, no un jardin de infancia.

– Kim es una buena cocinera, senor Carlos.

– Pues claro que es una buena cocinera. Si no lo fuera, no estaria aqui. Puede seguir siendo una buena cocinera, pero no en este restaurante. ?Por que no la animas a que se quede en casa? Que se quede embarazada, entonces podras ir a casa y comeras la mar de bien sin tener que cocinar tu, y ella sera feliz. Lo he visto muchas veces.

Como iba a saber Carlos que la casa era una habitacion amueblada en Paddington, que esta y el empleo formaban parte de un plan minuciosamente elaborado, ahorrar cada semana el sueldo de Kim, trabajando los dos, y que cuando tuvieran capital suficiente montarian un restaurante. El de Dean. El de los dos. Y cuando estuvieran asentados y ella no hiciera falta en la cocina, entonces tendria el bebe que tanto deseaba. Solo contaba treinta y tres anos; habia tiempo de sobra.

Una vez dada la noticia, Carlos se habia recostado, preparado para ser magnanimo.

– No tiene sentido que Kimberley trabaje el tiempo de preaviso. Ya puede hacer las maletas esta semana. A cambio le pagare el salario de un mes. Tu te quedas, desde luego. Tienes madera para ser un chef puneteramente bueno. Tienes aptitudes, imaginacion. No te asusta el trabajo duro. Puedes llegar lejos. Pero otro ano con Kimberley en la cocina y me declaro en punetera bancarrota.

Dean habia recuperado la voz, un vibrato quebrado con su bochornosa nota de suplica.

– Siempre hemos querido trabajar juntos. No creo que a Kim le guste estar sola en otro empleo.

– Ella sola no duraria una punetera semana. Lo lamento, Dean, pero es lo que hay. Quizas encuentres un lugar para los dos, pero no en Londres. Alguna poblacion pequena en el campo, quien sabe. Ella es bonita, tiene buenos modales. Puede hornear tortas, hacer pasteles caseros, preparar meriendas, servidas amablemente con tapete, esa clase de cosas; esto no la estresara.

La nota de desden en su voz fue como una bofetada. Dean deseaba no estar ahi de pie, sin apoyo, vulnerable, empequenecido, que hubiera una silla con respaldo a la que pudiera agarrarse para controlar su creciente agitacion, el resentimiento, la desesperacion, la colera. Pero Carlos tenia razon. Esta llamada a la oficina no habia sido una sorpresa. Llevaba meses temiendola. Hizo otro ruego.

– Me gustaria quedarme, al menos hasta que encontremos un lugar adonde ir.

– Me parece bien. ?Te he dicho que tienes madera para ser un chef puneteramente bueno?

Por supuesto que se quedaria. El plan del restaurante tal vez se desvaneceria, pero tenian que comer.

Kim se habia ido al final de la semana, y dos semanas despues vieron el anuncio en que se pedia una pareja casada -cocinero y ayudante- en la Mansion Cheverell. El dia de la entrevista fue un martes de mediados de junio del ano anterior. Les habian indicado que fueran en tren desde Waterloo a Warcham, donde les esperarian. Mientras lo recordaba, a Dean le parecia que habian viajado como en trance, siendo transportados hacia delante, sin consentimiento de su voluntad, a traves de un paisaje verde y magico hacia un futuro lejano e inimaginable. Mirando el perfil de Kim recortado en las subidas y bajadas de los cables del telegrafo y, mas adelante, en los campos y setos, deseo que ese dia extraordinario acabara bien. No habia rezado desde que era nino, pero se sorprendio a si mismo recitando en silencio la misma peticion desesperada: «Por favor, Dios mio, haz que todo salga bien. Por favor, no dejes que ella quede decepcionada.»Cuando se acercaban a Wareham, Kim se volvio hacia el y dijo:

– ?Guardaos las referencias, carino? -Lo habia preguntado cada hora.

En Wareham, un Range Rover aguardaba en el patio delantero, al volante un hombre mayor y fornido. No se apeo, sino que les hizo senas de que se acercaran.

– Supongo que son ustedes los Bostock. Me llamo Tom Mogworthy. ?No llevan equipaje? No, para que. No se van a quedar. Suban atras, pues.

Dean penso que no era una bienvenida apropiada. Sin embargo, esto apenas importaba cuando el aire olia a limpio y estaban siendo conducidos a traves de tanta belleza. Era un dia perfecto de verano, el cielo despejado y azul. Por las ventanillas abiertas del Range Rover les daba en la cara una brisa refrescante, no lo bastante fuerte para agitar las delicadas ramas de los arboles o hacer susurrar la hierba. Los arboles estaban frondosos, aun con la lozania de la primavera, las ramas todavia no paralizadas por la polvorienta pesadez de agosto. Fue Kim quien, tras diez minutos de trayecto silencioso, se inclino hacia delante y dijo:

– ?Trabaja usted en la Mansion Cheverell, senor Mogworthy?

– Llevo alli solo cuarenta y cinco anos. Empece de chico, podando el jardin clasico estilo Tudor. Aun lo hago. Entonces el dueno era sir Francis, y despues vino sir Nicholas. Ustedes trabajaran para el senor Chandler-Powell, si las mujeres los contratan.

– ?No nos entrevistara el? -pregunto Dean.

– Esta en Londres. Opera alli los lunes, martes y miercoles. La entrevista se la haran la senorita Cressett y la enfermera Holland. El senor Chandler-Powell no se ocupa de los asuntos domesticos. Si convencen a las mujeres, estan dentro. Si no, cojan el portante y adios.

No habia sido un inicio prometedor, y a primera vista incluso la belleza de la Mansion, silenciosa y plateada bajo el sol estival, intimidaba mas que tranquilizaba. Mogworthy los dejo en la puerta, senalo simplemente el timbre y regreso al coche, que condujo hacia el ala este de la casa. Dean tiro con decision de la campanilla de hierro. No oyeron nada, pero al cabo de medio minuto se abrio la puerta y vieron a una mujer joven. El pelo rubio le llegaba a los hombros -Dean penso que no parecia demasiado limpio-, llevaba los labios muy pintados y lucia unos tejanos debajo de un delantal de colores. La catalogo como alguien del pueblo que iba a echar una mano, una primera impresion que resulto ser acertada. Durante unos instantes ella los contemplo con cierto desagrado, y luego dijo:

– Soy Maisie. La senorita Cressett me ha dicho que les sirva te en el salon.

Al recordar su llegada, Dean se sorprendia de que hubiera acabado tan acostumbrado a la magnificencia del gran salon. Ahora entendia como los duenos de casas asi podian habituarse a su belleza, moverse con seguridad por los pasillos y las habitaciones sin advertir apenas los cuadros y objetos, la suntuosidad que les rodeaba. Sonrio, recordando que, cuando pregunto si podian lavarse las manos, fueron conducidos a traves del vestibulo hasta una habitacion situada en la parte posterior que obviamente era aseo y cuarto de bano. Maisie desaparecio, y como Kim entro primero, el se quedo fuera.

Al cabo de tres minutos, Kim salio, con los ojos abiertos de sorpresa, diciendo entre susurros:

– Es muy extrano. La taza del vater esta pintada por dentro. Todo azul, con flores y follaje. Y el asiento es enorme… de caoba. Y no hay una cisterna propiamente dicha. Has de tirar de una cadena como en el bano ele mi abuela. Pero el papel pintado es precioso, y hay montones de toallas. No sabia cual utilizar. Y tambien un jabon caro. Apresurate, carino. No quiero quedarme sola. ?Crees que el bano es tan viejo como la casa? Seguro que si.

– No -dijo el, queriendo demostrar un conocimiento superior-, cuando se construyo esta casa no habria cuartos de aseo, al menos no como este. Parece mas bien Victoriano. De principios del siglo XIX, diria yo.

Hablaba con una seguridad en si mismo que no sentia realmente, resuelto a no permitir que la Mansion lo intimidara. Kim esperaba de el tranquilidad y apoyo. Dean no debia dar a entender que necesitaba lo mismo.

Вы читаете Muerte en la clinica privada
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату