La capilla de la Mansion estaba a unos ochenta metros del ala este, medio oculta por un circulo de matas de laurel moteadas. No quedaba constancia de su historia ni de la fecha en que fue construida, pero desde luego era mas antigua que la Mansion. Se trataba de una sencilla celda rectangular con un altar de piedra bajo la ventana orientada al este. Solo se podia iluminar con velas, que estaban en una caja de carton sobre una silla a la izquierda de la puerta, junto con un surtido de palmatorias, muchas de madera, que parecian desechadas de antiguas cocinas y dormitorios de sirvientes Victorianos. Como no habia cerillas, el visitante fortuito e imprevisor tenia que rezar sus oraciones, dado el caso, a oscuras. La cruz del altar de piedra habia sido esculpida con escaso arte, quiza por algun carpintero de la finca que obedecia ordenes o que estaba bajo el efecto de algun impulso piadoso o de afirmacion religiosa. Dificilmente pudo haber sido algun Cressett muerto hacia tiempo, pues habria preferido plata o una talla de mas empaque. Aparte de la cruz, en el altar no habia nada mas. Sin duda el primer mobiliario habia cambiado con la gran agitacion de la Reforma, antano debio de estar primorosamente engalanado y mas adelante sin adorno ninguno.
La cruz estaba directamente en la linea de visibilidad de Marcus Westhall, quien a veces, y durante largos periodos de silencio, la miraba fijamente como si esperase de ella algun poder misterioso, una ayuda para cierto proposito, una gracia que, como bien comprendia, siempre le seria negada. Bajo ese simbolo se habian librado batallas, grandes convulsiones sismicas del Estado y la Iglesia habian cambiado la faz de Europa, hombres y mujeres habian sido torturados, quemados y asesinados. Con su mensaje de amor y perdon, habia sido transportado a los infiernos mas sombrios de la imaginacion humana. A Marcus le servia de ayuda para concentrarse, hilvanar los pensamientos que se arrastraban, se elevaban y se arremolinaban en su mente como fragiles hojas pardas en un viento racheado.
Habia entrado en silencio y, tras tomar asiento como de costumbre en el banco de madera de atras, fijo la mirada en la cruz pero sin rezar, toda vez que no tenia ni idea de como se hacia ni de con quien exactamente queria comunicarse. A veces se preguntaba como seria descubrir esa puerta secreta que por lo visto se abria al mas leve contacto, y sentir que se desprendia de sus hombros esa carga de culpa e indecision. Sin embargo, sabia que una dimension de la experiencia humana le estaba tan vedada como la musica a quien no tiene buen oido. Quiza Lettie Frensham la hubiera encontrado. Los domingos por la manana, a primera hora, la veia pasando en bicicleta ante la Casa de Piedra, con gorra de lana, su figura angulosa batallando contra la ligera pendiente de la carretera, convocada por campanas no oidas a algun pueblo lejano innominado del que ella nunca habia hablado. Jamas la habia visto en la capilla. Si iba, seria a horas en las que el estaria con George en el quirofano. Marcus penso que no le habria importado compartir este santuario si ella hubiera entrado alguna vez a sentarse a su lado en cordial silencio. No sabia nada de Lettie salvo que en otro tiempo habia sido gobernanta de Helena Cressett, y no tenia ni idea de por que habia regresado a la Mansion al cabo de tantos anos. Pero con su discrecion y su tranquila sensatez, ella le parecia a Marcus un estanque de agua quieta en una casa donde habia profundas y turbulentas corrientes submarinas, no menos que en su propia mente atribulada.
Del resto de la Mansion, solo Mog asistia a la iglesia del pueblo; de hecho era un incondicional del coro. Marcus sospechaba que la todavia poderosa voz de baritono de Mog en Evensong era su forma de expresar una lealtad, al menos parcial, al pueblo frente a la Mansion, y a la administracion vieja frente a la nueva. Estaria al servicio del intruso mientras la senorita Cressett estuviera al cargo y le pagaran bien; el senor Chandler-Powell podia comprar solo una parte cuidadosamente racionada de su fidelidad.
Aparte de la cruz del altar, la unica senal de que esa celda constituia, en cierto sentido, algo distinto era una tablilla de bronce conmemorativa colocada en la pared junto a la puerta:
EN MEMORIA DE CONSTANCE URSULA 1896-1928,
ESPOSA DE SIR CHARLES CRESSETT BT,
QUE ENCONTRO LA PAZ EN ESTE LUGAR.
PERO AUN MAS FUERTE, EN LA TIERRA Y EL AIRE
EL MAR, EL HOMBRE DE ORACION,
Y MUY POR DEBAJO DE LA MAREA;
YEN EL ASIENTO A LA FE ASIGNADO
DONDE PEDIR ES TENER, DONDE BUSCAR
ES ENCONTRAR
DONDE LLAMAR ES ABRIR DE PAR EN PAR.
Conmemorada como esposa, pero no como esposa amada, y muerta a los treinta y dos anos. Asi pues, un matrimonio breve. Marcus habia descubierto que los versos, tan distintos de las devociones habituales, eran de un poema del siglo XVIII de Christopher Smart, pero no hizo averiguaciones sobre Constance Ursula. Como al resto de personas de la casa, le cohibia preguntarle a Helena por su familia. De todos modos, considero que el bronce era una intromision discordante. La capilla tenia que ser solo de piedra y madera.
En ningun otro sitio de la Mansion habia tanta tranquilidad, ni siquiera en la biblioteca, donde a veces se sentaba solo. Siempre tenia miedo de que la soledad se viera interrumpida, de que la puerta se abriera y dejara pasar las temidas palabras tan familiares desde su infancia: «Oh, estas aqui, Marcus, te hemos estado buscando.» Pero nadie lo habia buscado nunca en la capilla. Era extrano que esa celda de piedra fuera tan tranquila. Incluso el altar era un recordatorio de conflicto. En los inciertos dias de la Reforma, habia habido disputas teologicas entre el sacerdote local, adherido a la vieja religion, y sir Francis Cressett, que preferia las nuevas formas de culto y pensamiento. Como necesitaba un altar para esa capilla, envio de noche a los hombres de la casa a robar el de la Lady Chapel, un sacrilegio que provoco la ruptura entre la iglesia y la Mansion durante generaciones. Despues, durante la guerra civil, la Mansion estuvo ocupada brevemente por tropas parlamentarias tras una triunfante escaramuza, y los legitimistas muertos quedaron tendidos en el suelo de piedra.
Marcus espanto pensamientos y recuerdos y se concentro en su dilema. Debia tomar una decision, ahora mismo, sobre si quedarse en la Mansion o ir a Africa con un equipo quirurgico. Sabia lo que queria su hermana, lo que el habia llegado a considerar como la solucion a todos sus problemas, pero ?suponia este abandono escapar de algo mas que de su trabajo? Habia oido la mezcla de enfado y suplica en la voz de su amante. Eric, que trabajaba de enfermero de quirofano en Saint Angela, habia querido que el participara en una marcha gay. La pelea no fue inesperada. Era la primera vez que surgia un conflicto. Recordaba sus propias palabras.
– No entiendo la razon. Si yo fuera heterosexual, tu no esperarias que yo me manifestara por la calle para proclamarlo. ?Por que tenemos que hacerlo? ?No se trata simplemente de que tenemos derecho a ser lo que somos? No hay por que justificarlo, ni anunciarlo, ni declararselo a la gente. No entiendo por que mi sexualidad debe interesarle a nadie salvo a ti.
Intento olvidar la dureza de la rina que siguio despues, la voz de Eric quebrada al final, la cara cubierta de lagrimas, la cara de un nino.
– No tiene nada que ver con que sea algo privado; huyes. Te averguenzas de lo que eres, de lo que soy yo. Y con el empleo pasa lo mismo. Estas con Chandler-Powell, desperdiciando tus aptitudes con una panda de mujeres ricas, presumidas y extravagantes, obsesionadas con su aspecto cuando podrias estar trabajando a tiempo completo aqui en Londres. Encontrarias un trabajo…, claro que lo encontrarias.
– Ahora no es tan facil, y no pienso desperdiciar mi talento. Me voy a Africa.
– Para alejarte de mi.
– No, Eric, para alejarme de mi mismo.
– ?Nunca lo haras! ?Nunca, nunca! -Las lagrimas de Eric y el portazo quedaron como el ultimo recuerdo.
Marcus habia estado mirando el altar con tal atencion que la cruz parecia difuminarse y convertirse en un borron movil. Cerro los ojos y aspiro el olor humedo y frio del lugar, noto la dura madera del banco en la espalda. Recordaba la ultima operacion importante de Saint Angela en la que habia estado, una mujer mayor del Servicio Nacional de Salud en cuya cara se habia ensanado un perro. Ya estaba enferma y, dado su pronostico, solo le quedaba como mucho un ano de vida, pero con que paciencia, con que destreza, durante largas horas, habia George reconstruido un rostro que pudiera soportar el cruel examen del mundo. Nunca se desatendia nada, nada se hacia con prisas ni de manera forzada. ?Que derecho tenia George a desaprovechar esa entrega y esas habilidades siquiera tres dias a la semana con mujeres ricas a quienes desagradaba la forma de su nariz, su boca o sus pechos, y que querian que la gente supiera que podian permitirse una operacion con el senor Chandler- Powell? ?Que era para el tan importante para dedicar tiempo a un trabajo que podia hacer un cirujano menos