ordenadores, incluso en las escuelas de primaria. Pero al mirar por las pocas puertas abiertas, no vio aulas. Quiza la casa oficial del director estaba ahora dedicada principalmente a su estudio y a salas de seminarios o a la administracion. Estaba claro que el no vivia en el edificio.
El senor Collinsby se hizo a un lado para franquearles la entrada a una estancia del final del pasillo. Era una mezcla de sala de reuniones, estudio y sala de estar. Frente a la ventana habia una mesa rectangular con seis sillas, estantes casi hasta el techo en la pared de la izquierda, y a la derecha el escritorio del director, con su silla y otras dos delante. Una pared estaba llena de fotografias de la escuela: el club de ajedrez, una hilera de rostros sonrientes con el tablero delante, el capitan sosteniendo el pequeno trofeo de plata; los equipos de futbol y de natacion; la orquesta; el elenco de la comedia musical navidena; y una escena de lo que parecia
Collinsby retiro dos sillas de la mesa y dijo:
– Entiendo que se trata de una visita formal. ?Nos sentamos aqui?
El tomo asiento en la cabeza de la mesa, Dalgliesh a su derecha y Kate a su izquierda. Ahora ella pudo verle fugazmente pero mas de cerca. Vio una cara atractiva, con una mandibula firme y delicada, una cara que se veia en los anuncios televisivos dedicados a inspirar confianza en la perorata del actor sobre la superioridad de su banco respecto a la competencia, o a convencer a los espectadores de que un coche de precio prohibitivo podia provocar envidia entre los vecinos. Parecia mas joven de lo que Kate habia previsto, quiza debido al caracter informal de su atuendo de fin de semana, y se dijo que el hombre podria haber mostrado algo mas de la despreocupacion segura de si misma tipica de la juventud si no hubiera parecido tan cansado. Los ojos grises, que se cruzaron brevemente con los de ella y luego pasaron a Dalgliesh, estaban apagados por el agotamiento. Sin embargo, cuando hablo, su voz sono sorprendentemente juvenil.
– Estamos investigando la sospechosa muerte de una mujer en una casa de Stoke Cheverell, en Dorset -dijo Dalgliesh-. Alguien vio un Ford Focus, matricula W341 UDG, aparcado cerca de la casa entre las once treinta y cinco y las once cuarenta de la noche del crimen. Esto fue el viernes pasado, el 14 de diciembre. Segun parece, en esa fecha usted pidio prestado ese coche. ?Condujo usted hasta alli? ?Estaba usted alli?
– Si. Estaba alli.
– ?En que circunstancias, senor Collinsby?
Y ahora Collinsby se animo.
– Quiero hacer una declaracion -dijo dirigiendose a Dalgliesh-. No una declaracion oficial en este momento, aunque comprendo que esto llegara. Quiero explicarle a usted por que estaba yo alli, y hacerlo ahora tal como los hechos me vienen a la cabeza, sin preocuparme siquiera de como suenen o del efecto que puedan tener. Se que usted tendra preguntas que hacerme y yo intentare responder a ellas, pero seria mejor que yo pudiera de entrada contar la verdad sin interrupciones. Iba a decir «contar lo sucedido con mis propias palabras», pero ?es que cuento con otras?
– Quiza seria el mejor modo de empezar -dijo Dalgliesh.
– Tratare de no alargarme demasiado. La historia se ha complicado, pero basicamente es muy simple. No entrare en detalles sobre mi vida anterior, mis padres o mi educacion. Solo dire que, desde la infancia, supe que queria dedicarme a la ensenanza. Me concedieron una beca para un instituto tic secundaria y luego otra del condado para ir a Oxford. Estudie historia. Despues de graduarme consegui plaza en la Universidad de Londres para hacer un curso de formacion pedagogica que me permitiera sacar una diplomatura en educacion. Esto me ocupo un ano. Una vez titulado, decidi tomarme un ano sabatico antes de buscar empleo. Sentia que habia estado respirando aire academico demasiado tiempo y necesitaba viajar, experimentar algo del mundo, conocer gente de otras profesiones y condiciones sociales antes de empezar a ensenar. Lo siento, me he adelantado demasiado. Hemos de volver al momento en que ingrese en la Universidad de Londres.
»Mis padres eran pobres, no estaban en la miseria pero contaban cada centimo, y el dinero que pudiera necesitar yo debia salir de mi beca o de trabajos en vacaciones. Asi que cuando fui a Londres debia encontrar algun lugar barato donde vivir. Como es logico, el centro de la ciudad era demasiado caro, por lo que tuve que buscar en otra parte. Un amigo que habia ingresado en la universidad el ano anterior se estaba alojando en Gidea Park, una zona residencial de Essex, y me aconsejo que mirase por alli. Cuando fui a visitarle vi, en el escaparate de un estanco, el anuncio de que se alquilaba una habitacion adecuada para un estudiante en Silford Green, a solo dos estaciones en la linea de Londres Este. Habia un numero de telefono. Llame y fui a la casa. Era una adosada ocupada por un estibador, Stanley Beale, su esposa y sus dos hijas, Shirley, de once anos, y su hermana pequena Lucy, de ocho. Tambien vivia en la casa la abuela materna. La verdad es que no habia sitio para un inquilino. La abuela compartia el dormitorio mas grande con las dos ninas, y el senor y la senora Beale tenian el otro dormitorio en la parte de atras. Yo ocupaba el tercero, el mas pequeno, tambien en la parte trasera. Pero era barato, estaba cerca de la estacion, el viaje era facil y rapido y yo estaba apurado. En la primera semana se hicieron realidad mis peores temores. El marido y la mujer se peleaban todo el tiempo; la abuela, una vieja desagradable y avinagrada, evidentemente estaba resentida por ser ante todo una cuidadora de ninos, y siempre que nos encontrabamos no paraba de quejarse de su pension, del ayuntamiento, de las frecuentes ausencias de su hija, de la mezquina insistencia de su yerno en que ella contribuyera a su manutencion. Como la mayoria de los dias yo estaba en Londres y a menudo trabajaba hasta tarde en la biblioteca de la universidad, me ahorraba lo peor de las discusiones familiares. Al cabo de una semana de mi llegada, tras una pelea que hizo temblar la casa, al final Beale se marcho. Yo podia haber hecho lo mismo, pero lo que me retuvo fue la hija pequena, Lucy.
Hizo una pausa. El silencio se prolongo y nadie le interrumpio. Alzo la cabeza para mirar a Dalgliesh. Kate apenas podia soportar la angustia que veia.
– ?Como puedo describirsela? -dijo Collinsby-. ?Como puedo hacerselo entender a ustedes? Era una nina encantadora, mucho mas que hermosa, tenia gracia, dulzura, una inteligencia sutil. Empece a llegar a casa mas pronto para estudiar en mi habitacion, y antes de irse a la cama Lucy venia a verme. Llamaba a la puerta y se sentaba en silencio y leia mientras yo trabajaba. Yo habia traido conmigo libros, y cuando dejaba de escribir para preparar un cafe para mi y un vaso de leche para ella, hablabamos. Yo intentaba responder a sus preguntas. Hablabamos del libro que estaba leyendo ella. Puedo verla ahora. Su ropa hacia pensar que su madre la habia encontrado en un mercadillo de beneficencia, en invierno largos vestidos de verano debajo de una rebeca sin forma, calcetines cortos y sandalias. Algunos fines de semana yo pedia permiso a su madre para llevarmela a Londres a visitar un museo o una galeria de arte. Nunca hubo ningun problema; la madre se alegraba de quitarsela de en medio, sobre todo cuando llevaba hombres a casa. Yo sabia lo que pasaba, desde luego, pero no era responsabilidad mia. Me quedaba solo por Lucy. La queria.
Se hizo de nuevo el silencio; luego Collinsby dijo:
– Se que van a preguntarme si era una relacion de caracter sexual. Solo puedo decir que la mera idea habria sido para mi una blasfemia. Nunca la toque. Pero era amor. ?Y no es fisico siempre el amor en cierta medida? Fisico, no sexual. Deleitarse en la belleza y la gracia del ser amado. Miren, soy director de escuela. Conozco todas las preguntas que me van a hacer. «?Alguna de sus acciones fue inconveniente?» ?Como puede uno contestar a esta pregunta en una epoca en que siquiera pasar el brazo alrededor de los hombros de un nino que llora se considera algo indecoroso? No, nunca hubo nada de eso, pero ?quien me creeria?
Hubo un silencio prolongado. Transcurrido un minuto, hablo Dalgliesh.
– ?Estaba entonces Shirley Beale, ahora Sharon Bateman, viviendo en la casa?
– Si, era la hermana mayor, una nina dificil, taciturna, reservada. Costaba creer que fueran hermanas. Shirley tenia la desconcertante costumbre de mirar fijamente a las personas, sin hablar, solo mirar, una mirada acusatoria, mas adulta que infantil. Supongo que debia haberme dado cuenta de que era desgraciada, bueno, seguramente me di cuenta, pero pensaria que era algo en lo que no podia hacer nada. En una ocasion en que planeaba llevar a Lucy a Londres a ver la abadia de Westminster, le sugeri que a Shirley quiza tambien le gustaria ir. «Si, diselo», dijo Lucy. Y eso hice. No recuerdo exactamente que respuesta me dio Shirley; algo asi como que no queria ir al aburrido Londres a ver la aburrida abadia con un aburrido como yo. De todos modos, se que, despues de haberselo propuesto y de que ella rehusara, me senti aliviado. A partir de ese momento ya no tendria que volver a tomarme la molestia. Supongo que debia haber comprendido lo que ella sentia, la desatencion, el rechazo, pero yo tenia veintidos anos y carecia de sensibilidad para reconocer su dolor y ocuparme de el.
Ahora intervino Kate.
– ?Era responsabilidad suya ocuparse de eso? -dijo-. Usted no era su padre. Si las cosas iban mal en la