de caracter, intereses y obsesiones.

Esa habitacion era, evidentemente, a la vez sala de estar y estudio. Estaba amueblada escasamente, pero con comodidad. Habia dos grandes y viejos sofas en paredes opuestas, y sobre ellos estantes para libros, el estereo y un pequeno armario para las bebidas. Ante la ventana habia una mesita redonda, con cuatro sillas. La pared situada frente a la ventana estaba recubierta con paneles de corcho en los que se habia fijado, con chinchetas, una coleccion de fotografias. A la derecha habia fotos de Londres y de londinenses, evidentemente destinadas a establecer una postura politica, parejas elegantemente ataviadas para una fiesta en los jardines de palacio, avanzando sobre el cesped de Saint James's Park, con la tarima de la banda de musica como fondo; un grupo de negros en Brixton, mirando malhumorados al objetivo; los Queen's Scholars de la escuela de Westminster, decorosamente situados en el interior de la Abadia; un abarrotado patio de recreo Victoriano, con un nino delgado y de ojos tristones que se agarraba a una barandilla como si fuera un animalito aprisionado; una mujer con cara de zorro eligiendo un abrigo de pieles en Harrods; un par de jubilados, con las deformadas manos en sus regazos y sentados muy rigidos, como figuras de Staffordshire, uno a cada lado de su estufa electrica de un solo panel. Penso que el mensaje politico era demasiado facil para llevar mucho peso, pero, en su opinion, las fotografias eran tecnicamente validas y, ciertamente, con una buena composicion. A la izquierda del tablero habia lo que probablemente habia sido un encargo mas lucrativo: una hilera de retratos de escritores de fama. Parte de la preocupacion de la fotografa por las privaciones sociales parecia haber infectado tambien su trabajo en este sentido. Los hombres, sin afeitar, vestidos despreocupadamente con camisas sin corbata y el cuello abierto, daban la impresion de acabar de tomar parte en un debate literario del Canal 4, o de dirigirse a una bolsa de trabajo de los anos treinta, mientras que las mujeres parecian inquietas o a la defensiva, excepto una rolliza abuela famosa por sus novelas detectivescas, que miraba tristemente a la camara, como si deplorase la nota sanguinaria de su oficio o bien la magnitud de su progreso en el.

Sarah Berowne les indico el sofa a la derecha de la puerta y ella se sento en el opuesto. Era, penso Dalgliesh, una distribucion muy poco conveniente para todo lo que no fuera una conversacion a gritos. Garrod se acomodo en el brazo del sofa al otro lado de ella, como si se distanciara deliberadamente de los tres. En el ultimo ano se habia retirado, al parecer voluntariamente, del escenario de la politica y ultimamente se le oia mucho menos exponer los puntos de vista de la Campana Revolucionaria Obrera, concentrandose, aparentemente, en su trabajo como asistente social de la comunidad, cualquiera que fuese el significado de esta denominacion. Pero se le reconocia inmediatamente como hombre que, incluso en reposo, se comportaba como si conociera perfectamente la fuerza de su presencia fisica, aunque con esa fuerza sometida a un control consciente. Llevaba unos pantalones vaqueros con una camisa blanca de cuello abierto y tenia un aspecto a la vez deportivo y elegante. Parecia salido, penso Dalgliesh, de un retrato de los Uffizi, con su rostro florentino alargado y arrogante, la boca generosamente curvada bajo el breve labio superior, la nariz pronunciada y una mata de pelo negro, con unos ojos a los que nada les pasaba por alto. Pregunto:

– ?Desean beber algo? ?Vino, whisky o cafe?

Su tono era casi estudiadamente cortes, pero no sardonico ni tampoco provocativamente obsequioso. Dalgliesh conocia su opinion sobre la Policia Metropolitana, pues la habia proclamado con harta frecuencia. Sin embargo, ahora llevaba el juego con mucho cuidado. Habian de estar todos en el mismo bando, al menos por el momento. Dalgliesh y Kate rehusaron su invitacion y hubo un breve silencio que rompio Sarah Berowne al decir:

– Han venido a causa de la muerte de mi padre, claro. No creo que pueda decirles gran cosa que sirva de ayuda. Hacia mas de tres meses que no lo habia visto ni habia hablado con el.

Dalgliesh dijo:

– Pero usted estuvo en el sesenta y dos de Campden Hill Square el martes por la tarde.

– Si, para ver a mi abuela. Tenia una hora libre entre mis citas y queria tratar de descubrir que estaba sucediendo, con la dimision de mi padre y los rumores sobre su experiencia en esa iglesia. No habia nadie mas a quien preguntarselo, con quien hablar. Pero ella habia salido a tomar el te. No espere y me marche alrededor de las cuatro y media.

– ?Entro en el estudio?

– ?El estudio?

Parecio sorprendida, pero en seguida dijo:

– Supongo que esta usted pensando en su dietario. La abuela me dijo que lo habian encontrado medio quemado en la iglesia. Estuve en el estudio, pero no lo vi.

Dalgliesh pregunto:

– ?Pero sabia donde lo guardaba el?

– Claro. En el cajon del escritorio. Todos lo sabiamos. ?Por que lo pregunta?

Dalgliesh repuso:

– Solo por si lo vio usted. Hubiera sido util saber si el dietario se encontraba alli a las cuatro y media. No podemos seguir los pasos de su padre desde que salio de la oficina de un agente de fincas en Kensington High Street, a las once y media. Si casualmente hubiera mirado usted en el cajon y hubiese visto el dietario, habria entonces la posibilidad de que el hubiera regresado a casa, sin ser visto, en algun momento durante aquella tarde.

Esta era tan solo una posibilidad y Dalgliesh no creia ni mucho menos que Garrod ignorase las demas. Este dijo entonces:

– Ni siquiera sabemos lo que ocurrio, excepto lo que Sarah supo a traves de su abuela, es decir, que sir Paul y el vagabundo murieron degollados, y que al parecer la navaja de el fue el arma. Esperabamos que usted pudiera decirnos algo mas. ?Esta sugiriendo que se trato de un asesinato?

Dalgliesh contesto:

– Bien, no creo que pueda haber ninguna duda de que fue un asesinato.

Vio como los dos interlocutores sentados frente a el adoptaban visiblemente una postura mas rigida, y entonces anadio con toda calma:

– Desde luego, el vagabundo, Harry Mack, no se corto el mismo la garganta. Su muerte puede no tener un gran significado social, pero sin duda su vida tenia alguna importancia, al menos para el.

Penso: «Si esto no provoca a Garrod, no se que otra cosa puede hacerlo». Sin embargo, Garrod se limito a decir:

– Si nos piden que presentemos una coartada por el asesinato de Harry Mack, le dire que estuvimos los dos aqui desde las seis del martes hasta las nueve de la manana del miercoles. Cenamos aqui. Yo compre un flan de setas en Marks y Spencer, en Kensington High Street, y lo despachamos entre los dos. Podria decirle que vino bebiamos, pero supongo que esto debe de carecer de importancia.

Era la primera senal de irritacion, pero su voz seguia siendo suave, y su mirada clara y fija. Sarah Berowne dijo:

– Pero papa… ?Que le ocurrio a papa?

De pronto parecia tan asustada e indefensa como una chiquilla que se hubiera perdido.

Dalgliesh contesto:

– Tratamos el caso como una muerte sospechosa. No podemos decir mucho mas hasta que obtengamos el resultado de la autopsia y de los analisis forenses.

Repentinamente, ella se levanto y se dirigio hacia la ventana para contemplar los treinta metros de descuidado jardin otonal. Garrod abandono el brazo del sofa y se acerco al armario de las bebidas; seguidamente, lleno dos copas de vino tinto. Le ofrecio una en silencio a la joven, pero esta denego con la cabeza. Despues volvio al sofa y se sento, sosteniendo su copa, pero sin beber. Dijo:

– Vamos a ver, comandante, supongo que esta no es exactamente una visita de pesame. Y aunque resulte tranquilizador oirle expresar su preocupacion por Harry Mack, no esta usted aqui a causa de un vagabundo muerto. Si el cadaver de Harry hubiera sido el unico en esa sacristia de iglesia, como maximo habria movilizado a un sargento de detectives. Yo pensaria que la senorita Berowne tiene derecho a saber si se la esta interrogando en una investigacion por asesinato o si ustedes tan solo sienten curiosidad por saber por que Paul Berowne pudo haberse rajado la garganta. Quiero decir que o bien lo hizo o no lo hizo. La investigacion criminal es trabajo de ustedes, no mio, pero yo creo que, en estos momentos, ya deberia estar bien claro si las cosas van por un lado o por el otro.

Dalgliesh se pregunto si esa contundente parrafada habia sido intencionada. De todos modos, Garrod no

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