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En general, penso Dalgliesh, la visita a Saint John's Wood habia sido mas fructifera incluso de lo que el esperaba. Se entretuvo antes de dar por terminado su te. Debia a su anfitriona, como minimo, la apariencia de una decente urbanidad, y por otra parte tampoco tenia ningun deseo especial de marcharse con apresuramiento. Relajado por la solicita atencion de Nellie Ackroyd, comodamente instalado en una butaca discretamente mecedora, cuyos brazos y respaldo parecian disenados precisamente para amoldarse a su cuerpo, y con la vista calmada por el distante fulgor del canal visto a traves de aquel invernadero lleno de luz, tuvo que hacer un esfuerzo para levantarse y despedirse, y emprender su regreso al Yard, recoger a Kate Miskin y llevarla con el a entrevistar a la unica hija de Berowne.
V
Melvin Jones no llevaba la intencion de hacer el amor. Habia encontrado a Tracy en el lugar de costumbre, la cerca junto al camino de sirga, y habian caminado, rodeando ella con su brazo el suyo y con su cuerpo delgado apretado contra el de el, hasta que llegaron a su lugar secreto, aquella franja de hierba aplanada detras de los densos saucos, junto al erguido y muerto tocon de un arbol. Y ocurrio todo como sabia el que ocurriria. El breve y escasamente satisfactorio espasmo y lo que ocurrio antes no presentaron ninguna diferencia con lo que siempre habia sucedido.
El intenso olor a tierra y a hojas muertas, el blando suelo bajo sus pies, el cuerpo avido de ella forcejeando bajo el suyo, el olor de sus axilas, sus dedos aranando su cuero cabelludo, el roce de la corteza del arbol contra su mejilla, el centelleo del canal divisado a traves de la hojarasca. Todo termino, pero despues la depresion que siempre seguia fue peor que todo lo que hubiera experimentado antes. Tenia ganas de hundirse en la tierra y gemir en voz alta. Ella murmuro:
– Carino, tenemos que ir a ver a la policia. Debemos explicarles lo que vimos.
– No fue nada. Tan solo un coche aparcado frente a la iglesia.
– Frente a la puerta de la sacristia. Frente al lugar donde ocurrio aquello. La misma noche. Y sabemos la hora, mas o menos las siete. Pudo ser el coche del asesino.
– No es probable que condujera un Rover negro, y ni siquiera vimos su matricula.
– Pero tenemos que explicarlo. Si no encuentran a quien lo hizo y vuelve a matar, nunca nos lo perdonaremos.
Esta nota de untuosa rectitud le dio nauseas. Se pregunto por que no habia notado nunca ese tono planidero en la voz de ella. Sabiendo que de nada iba a servir dijo:
– Me dijiste que tu padre nos mataria si supiera que nos hemos estado viendo. Todas esas mentiras que le has contado, sobre tus clases nocturnas. Dijiste que nos mataria a los dos.
– Pero, carino, ahora es diferente. El lo comprendera. Y siempre podemos casarnos. Les diremos que estamos prometidos.
Claro, penso el, repentinamente iluminado. A papa, aquel respetable predicador laico, no le importaria con tal que no hubiera escandalo. Papa disfrutaria de la publicidad, de una sensacion de importancia. Ellos tendrian que casarse. Papa, mama y la propia Tracy se asegurarian de ello. Era como si su vida se revelara de pronto en una lenta pelicula de desesperanza, sucediendose una imagen tras otra a lo largo de los anos insoslayables. Trasladarse a la casita de los padres de ella, pues ?donde mas podian permitirse vivir? Esperar un piso del municipio. El primer bebe llorando en plena noche. La voz planidera y acusadora de ella. La muerte lenta, incluso del deseo. Un hombre habia muerto, un ex ministro, un hombre al que el nunca habia conocido, nunca habia visto, cuya vida y la suya jamas habian entrado en contacto hasta ese momento. Alguien, su asesino o un automovilista inocente, habia aparcado su Rover frente a la iglesia. La policia detendria al asesino, si es que habia un asesino, y este iria a la prision de por vida, y al cabo de diez anos se le dejaria salir, libre de nuevo. Pero el solo tenia veintiun anos y su sentencia perpetua solo terminaria con su muerte. ?Y que habia hecho el para merecer semejante castigo? Un pecado tan insignificante, comparado con el asesinato. Tuvo que reprimir un gemido ante tamana injusticia.
– Esta bien -dijo con sorda resignacion-. Iremos al puesto de policia de Harrow Road. Les explicaremos lo del coche.
VI
El piso de Sarah Berowne se encontraba en una tetrica hilera de casas victorianas de cinco pisos, cuya recargada y mugrienta fachada distaba unos diez metros de Cromwell Road, situada detras de un seto de polvorientos laureles y aligustre espinoso y casi privado de hojas. Junto al interfono habia una hilera de nueve timbres, el mas alto de los cuales ostentaba una sola palabra: «Berowne». La puerta se abrio al empujarla, apenas llamaron, y Dalgliesh y Kate atravesaron un vestibulo y avanzaron por un estrecho pasillo, con el suelo recubierto de linoleo y las paredes pintadas en el sempiterno crema brillante; el unico mobiliario consistia en una mesa para la correspondencia. La caja del ascensor solo tenia cabida para dos pasajeros. Su pared posterior la cubria casi por completo un espejo, pero mientras la cabina ascendia lentamente y rechinando, la imagen de sus dos figuras tan cerca entre si que el podia oler el limpio y dulce aroma del cabello de ella, y casi podia imaginar que oia latir su corazon, no hizo nada para disipar su incipiente claustrofobia. Se detuvieron con una sacudida. Al salir al pasillo y volverse Kate para cerrar la reja del ascensor, Dalgliesh vio que Sarah Berowne les esperaba ante su puerta abierta.
La semejanza de familia era casi sobrecogedora. La joven estaba enmarcada frente a la luz de su apartamento, como una fragil sombra femenina de su padre. Tenia los mismos ojos grises y ampliamente separados, la misma inclinacion de los parpados, la misma distincion en el porte, pero carente de la patina masculina constituida por la confianza y el exito. Los cabellos rubios, sin mechas de oro como los de Barbara Berowne, sino mas oscuros, casi rojizos, mostraban ya las primeras hebras grises y colgaban en secos y mortecinos mechones junto a aquella cara alargada de Berowne. El sabia que solo tenia veinte anos y pico, pero parecia mucho mayor, con aquella piel color de miel exangue y fatigada. Ni siquiera se molesto en echar una ojeada a su credencial y Dalgliesh se pregunto si es que no le importaba o con ello denotaba un leve gesto de menosprecio. Se limito a inclinar levemente la cabeza cuando le presento a Kate, y despues se hizo a un lado y les invito a pasar a la sala de estar, atravesando el recibidor. Una figura familiar se levanto para recibirlos y se encontraron cara a cara con Ivor Garrod.
Sarah Berowne los presento, pero no explico el motivo de su presencia. No obstante, no habia razon para hacerlo, ya que se trataba de su apartamento y ella podia invitar a quien se le antojara. Eran Kate y el los intrusos, presentes alli, en el mejor de los casos, por invitacion o porque no habia mas remedio, tolerados, rara vez bien acogidos.
Despues de la oscuridad del pasillo y de aquel ascensor claustrofobico, se encontraban ahora en el vacio y la luz. El apartamento era una reconversion a partir de la mansarda del tejado; la sala de estar, de techo muy bajo, abarcaba casi toda la longitud de la casa y su pared norte, totalmente de vidrio y con puertas correderas, daba a un estrecho balcon. Habia una puerta en el extremo mas distante, que presumiblemente llevaba a la cocina. Dalgliesh supuso que el dormitorio y el bano tenian su entrada por el vestibulo, en la parte frontal de la casa. Habia adquirido la habilidad de captar las caracteristicas sobresalientes de una habitacion sin aquel examen preliminar abierto que el hubiera juzgado ofensivo en cualquier extrano, y mucho mas en un policia. Pensaba a veces que no dejaba de ser extrano que un hombre morbosamente sensible respecto a su propia intimidad hubiera elegido un trabajo que le exigia invadir casi a diario la intimidad de los demas. Sin embargo, los espacios donde vivia la gente, y las posesiones personales con las que esta se rodeaba, eran inevitablemente fascinantes para un detective, una afirmacion de identidad que resultaba intrigante en si misma, pero tambien como delacion