de que ninguno de ellos, ni siquiera el mas escrupuloso o desinteresado, podia ser totalmente sincero si su texto iba firmado, y preservaba la confianza de sus colaboradores con el celo exquisito del director consciente de que dificilmente ha de encontrarse ante una demanda judicial. Dalgliesh sospechaba que las resenas mas incisivas las escribia el propio Ackroyd, instigado por su esposa, y se recreaba con una imagen privada de Contad y Nellie sentados en sus camas separadas y comunicandose sus mas felices inspiraciones a traves de la puerta abierta de comunicacion.

Cada vez que se encontraba con ellos le impresionaba aquella autonomia, equivalente a una conspiracion, en su felicidad conyugal. Si alguna vez hubo un matrimonio de conveniencia, era este. Ella era una cocinera magnifica y a el le entusiasmaba la comida. A ella le gustaba cuidar a los enfermos, y el padecia cada invierno una leve bronquitis recurrente, asi como ataques de sinusitis que exacerbaban su discreta hipocondria y que a ella le permitian entregarse con satisfaccion a darle friegas en el pecho y prepararle inhalaciones. Dalgliesh, aunque era el menos curioso de todos los hombres acerca de la vida sexual de sus amistades, no podia resistir el preguntarse de vez en cuando si el matrimonio habia llegado incluso a consumarse. En conjunto, juzgaba que si. Ackroyd era un acerrimo seguidor de la legalidad. Y al menos una noche de su luna de miel debio de cerrar los ojos y pensar en Inglaterra. Y despues de ese necesario sacrificio a las exigencias legales y teologicas, los dos se habian entregado plenamente a los aspectos mas importantes del matrimonio, la decoracion de su casa y el estado de los bronquios de Conrad.

Dalgliesh no llegaba con las manos totalmente vacias. Su anfitriona era una coleccionista apasionada de los cuentos para ninas de los anos veinte y treinta, y su serie de primeras ediciones de Angela Brazil era particularmente notable. Los estantes de su sala de estar atestiguaban su adiccion a esta poderosa nostalgia, con sus libros en los que una serie de heroinas de pecho plano, con blusas y botas, llamadas Dorothy o Magde, Marjorie o Elspeth, manejaban con vigor palos de hockey, revelaban la trampa perpetrada en el partido de campeonato, o desempenaban un papel esencial para desenmascarar espias alemanes. Dalgliesh habia encontrado su primera edicion unos meses antes en una libreria de segunda mano en Marylebone. El hecho de que no pudiera recordar con exactitud cuando o donde le demostraba el largo tiempo transcurrido desde la ultima vez que viera a los Ackroyd. Sospechaba que estos eran visitados con frecuencia por personas que, como el mismo, deseaban algo, generalmente informacion. Dalgliesh reflexiono de nuevo sobre la extravagancia de unas relaciones humanas en que la gente se describia a si misma como amigos a los que no les importaba no verse entre si durante anos, y que sin embargo, cuando se encontraban, podian reanudar su intimidad como si no hubiera existido el menor intervalo de olvido. No obstante, su mutua vinculacion era totalmente autentica. Cabia que Dalgliesh solo les visitara cuando necesitaba algo, pero siempre se alegraba de sentarse en la elegante sala de estar de Nellie Ackroyd y contemplar el centelleo del canal a traves del invernadero eduardiano. Al reposar ahora sus ojos en el, le resultaba dificil creer que aquel agua moteada por la luz y vista a traves de las cestas colgantes de un abigarrado conjunto de hiedra y geranios rojos era la misma que, tres kilometros mas arriba, fluia como una amenaza liquida a traves de los oscuros tuneles y discurria, fangosa, ante la puerta sur de la iglesia de Saint Matthew.

Entrego su obsequio con el acostumbrado y casto beso que parecia haberse convertido en una convencion social incluso entre amistades relativamente recientes.

– Es para ti -dijo-. Creo que se llama Dulcy juega fuerte.

Nellie Ackroyd desenvolvio el paquete lanzando un gritito de placer.

– No seas malo, Adam. Se llama Dulcy sabe jugar. ?Es magnifico, y ademas esta en perfecto estado! ?Donde lo encontraste?

– En Church Street, creo. Me alegro de que todavia no lo tuvieras.

– He estado buscandolo durante anos. Esto completa mis Brazils anteriores a 1930. Conrad, querido, ?mira lo que me ha traido Adam!

– Muy amable por tu parte, muchacho. Ah, aqui llega el te.

Fue servido por una criada ya de edad, y depositado delante de Nellie Ackroyd con un cuidado casi ritual. Era un te mas que completo. Finas rebanadas de pan sin corteza y con mantequilla, una bandeja de bocadillos de pepino, bollos hechos en casa con nata y mermelada, y un pastel de frutas. Le recordo los tes de la rectoria en su infancia, los clerigos visitantes y los ayudantes de la parroquia, sosteniendo sus anchas tazas en el salon desvencijado pero confortable de su madre, y se recordo a si mismo, cuidadosamente peinado, haciendo circular los platos. Era extrano, penso, que la vision de una fuente con finas rebanadas de pan untadas con mantequilla pudiera evocar todavia aquella momentanea pero aguda punzada de dolor y nostalgia. Al observar como Nellie alineaba con exactitud las tazas, sospecho que toda la vida de aquel matrimonio estaba regida por pequenos rituales diurnos: el te de la manana, el cacao o la leche como ultima cosa por la noche, las camas cuidadosamente preparadas, con el camison y el pijama extendidos sobre ella. Y eran ahora las cinco y cuarto, la oscuridad de aquel dia otonal pronto anunciaria la caida de la tarde, y esa pequena ceremonia del te, tan inglesa, tenia como motivo propiciar las furias del atardecer. No estaba seguro de si a el le agradaria vivir asi, pero como visitante juzgaba que aquel ambiente era relajante y se guardaba de menospreciarlo. Al fin y al cabo, tambien el tenia sus dispositivos para mantener a raya la realidad. Dijo:

– Ese articulo en la Review… Supongo que no pensaras convertir tu periodico en una nueva revista de murmuraciones.

– Ni mucho menos, mi querido amigo. Sin embargo, a la gente le gusta de vez en cuando alguna habladuria. Estoy pensando en incluirte a ti en nuestra nueva columna «Cual es su tema de conversacion». Personas incongruentes a las que se ha visto cenar juntas. Adam Dalgliesh, poeta y detective, con Cordelia Gray en Mon Plaisir, por ejemplo.

– Tus lectores deben de llevar unas vidas muy aburridas si es que encuentran algun interes en el hecho de que una joven y yo cenemos virtuosamente pato a la naranja.

– Una joven muy hermosa que cene con un hombre que le lleva veinte anos siempre es interesante para nuestros lectores. Les da esperanzas. Y tu tienes muy buen aspecto, Adam. Es evidente que esta nueva aventura te sienta bien. Me estoy refiriendo a tu nuevo trabajo, claro esta. ?No eres tu el que manda la brigada del crimen delicado?

– Eso no existe.

– No, es el nombre que le doy yo. En la Policia Metropolitana probablemente la llaman C3A, o algo asi de aburrido. Pero tu sabes a que me refiero. Si el primer ministro y el jefe de los socialdemocratas ingieren arsenico mientras cenan juntos en secreto para planear una coalicion, y se ve el cardenal arzobispo de Westminster y a Su Gracia de Canterbury abandonando misteriosamente, de puntillas, el lugar del suceso, no nos interesa que el CID local irrumpa alli, ensuciando las alfombras con sus zapatones del cuarenta y cinco. ?No es esta, mas o menos la idea?

– Un guion fascinante, aunque improbable. ?Y si se encontrara al director de una revista literaria muerto de una paliza, y se observara que un oficial de detectives abandonaba el lugar de puntillas? ?Que origino tu articulo sobre Paul Berowne, Conrad?

– Un comunicado anonimo. Y no es necesario que adoptes una expresion de disgusto. Todos sabemos que vosotros os sentais en las tabernas para pagar dinero de nuestros contribuyentes a los mas sordidos ex presidiarios, a cambio de informaciones recibidas, en su mayor parte, sin duda, de una exactitud mas que dudosa. Estoy bien enterado de esas confidencias. Sin embargo, yo ni siquiera tuve que pagar por esta. Me llego por correo, totalmente gratuita.

– ?Quien mas la recibio, si es que lo sabes?

– Llego a tres diarios, dirigida a los redactores de las columnas de chismes. Decidieron esperar antes de utilizar el material.

– Muy prudentes. Tu lo comprobaste.

– Naturalmente, lo comprobe. Al menos, Winifred lo hizo.

Winifred Forsythe era, nominalmente, la ayudante editorial de Ackroyd, pero habia pocas tareas relacionadas con la Review que ella no supiera manejar, y no dejaba de haber quienes aseguraban que era el poder financiero de Winifred lo que mantenia a flote la revista. Tenia la apariencia, la manera de vestir y la voz de un ama de llaves victoriana, y era una mujer intimidante, acostumbrada a salirse con la suya. Tal vez a causa de cierto temor atavico a la autoridad femenina, pocas personas se atrevian a enfrentarse a ella, y cuando Winifred hacia una pregunta esperaba recibir la oportuna respuesta. Mas de una vez Dalgliesh habia deseado tenerla en su plantilla de colaboradores.

Вы читаете Sabor a muerte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату