Berowne era un hombre saludable y nada permite creer que no hubiera vivido hasta una edad muy avanzada de no haberle cortado alguien la garganta. Y Harry Mack estaba en mejor forma, medicamente hablando, de lo que yo hubiera esperado. Un higado no muy saludable, pero que todavia hubiera resistido unos cuantos anos mas de excesos antes de darse por vencido. El laboratorio examinara los tejidos del cuello en el microscopio, pero no creo que esto le proporcione ninguna pista. No hay ninguna senal de ligadura junto a los bordes de la herida. El chichon en la nuca de Berowne es superficial, y probablemente se lo hizo al caerse.
Dalgliesh observo:
– O al ser derribado.
– O al ser derribado. Tendra que esperar el informe del laboratorio sobre la mancha de sangre, antes de poder progresar mucho mas en sus pesquisas, Adam.
Dalgliesh dijo:
– E incluso en el caso de que aquella mancha no fuese de la sangre de Harry Mack, todavia no esta usted dispuesto a decir que Berowne no fuera capaz de avanzar a tropezones hacia Harry, incluso con los dos cortes superficiales en la garganta.
Kynaston contesto:
– Yo diria que es improbable. No podria decir que fuese imposible. Y no estamos hablando simplemente de los cortes superficiales. ?Recuerda aquel caso citado por Simpson? El suicida practicamente se rebano la cabeza, y sin embargo permanecio consciente el tiempo suficiente para echar a patadas, escaleras abajo, al hombre de la ambulancia.
– Pero si Berowne mato a Harry, ?por que regresar a la cama para terminar con su propia vida?
– Una asociacion natural: cama, sueno, muerte. Si habia decidido morir en su cama, ?por que cambiar de opinion solo por el hecho de haber tenido que matar primero a Harry?
– No fue necesario. Dudo de que Harry hubiera llegado a el con tiempo para impedir aquel corte final. Es algo que va contra el sentido comun.
– O contra la idea que usted tiene de Paul Berowne.
– Ambas cosas. Fue un doble asesinato, Miles.
– Le creo, pero le va a costar lo suyo demostrarlo y no creo que mi informe sirva para mucho en ese sentido. El suicidio es el mas privado y misterioso de todos los actos, inexplicable porque el actor principal nunca esta presente para explicarlo.
Dalgliesh anadio:
– A menos, desde luego, que deje detras de el su testimonio. Si Berowne decidio matarse, yo hubiera esperado encontrar alguna nota, un intento de explicacion.
Kynaston repuso enigmaticamente:
– El hecho de que usted no la encontrara no significa necesariamente que el no la escribiera.
Cogio un nuevo par de guantes de goma y dejo que la mascara se deslizara sobre su boca y su nariz. Estaban entrando ya un nuevo cadaver. Dalgliesh consulto su reloj. Massingham y Kate podrian regresar en coche al Yard y continuar con el papeleo. El tenia otra cita. Despues de las frustraciones de aquel dia necesitaba un leve descanso, incluso obsequiarse con un pequeno regalo. Se proponia extraer informacion de manera mas agradable que a traves de un interrogatorio policial. Aquella manana, mucho mas temprano, habia telefoneado a Conrad Ackroyd y habia sido invitado a tomar un civilizado te de la tarde con el propietario y director de la
IV
Conrad y Nellie Ackroyd vivian en una villa eduardiana, cuidadosamente estucada, en Saint John's Wood, con un jardin que llegaba hasta el canal. Era una casa que, segun se decia, habia hecho construir Eduardo VII para una de sus queridas, y que Nellie Ackroyd habia heredado de un tio soltero. Ackroyd se habia instalado en ella, procedente de su apartamento de la ciudad, situado sobre las oficinas de la revista
– Adelante, adelante. Sabemos para que vienes, querido amigo. Es sobre mi pequeno escrito en la
Dalgliesh repuso:
– Un poco mas de seriedad, Conrad. Estamos hablando de un asesinato.
– ?De veras? Corrio el rumor -solo un rumor, desde luego- de que Paul Berowne pudo haberse montado su propio viaje. Me alegro de que no sea verdad. El asesinato es mas interesante y mucho menos deprimente. Resulta poco considerado que los amigos de uno se suiciden; es algo demasiado parecido a querer dar un buen ejemplo. Pero todo esto puede esperar. Primero, el te.
Y voceo desde el pie de la escalera:
– ?Nellie, querida, ha llegado Adam!
Al mirarle, mientras le precedia hacia la sala de estar, Dalgliesh penso que no parecia haber envejecido ni un dia desde que se conocieron. Daba una impresion de obesidad, tal vez a causa de su cara casi redonda y de sus carnosas mejillas de marsupial. Pero sus carnes eran firmes y se mostraba activo, moviendose con la gracia de un bailarin. Sus ojos eran pequenos y un tanto sesgados hacia arriba. Cuando se divertia, reducia todavia mas su tamano entre dos pliegues gemelos de carne. Lo mas notable de su rostro era la continua movilidad de su boca, pequena y bien formada, que el utilizaba como un foco humedo de emocion. Apretaba los labios para mostrar desaprobacion, los inclinaba hacia abajo como los de un nino para revelar desaprobacion o disgusto, y los alargaba y curvaba cuando sonreia. No parecia que se estuviera quieta ni un solo momento, ni que tuviera nunca la misma forma. Incluso en reposo, fruncia los labios como si disfrutara del sabor de su lengua.
Nellie Ackroyd era tan esbelta como el robusto. Rubia en vez de morena como el, y ademas le llevaba sus buenos ocho centimetros de estatura. Sus largos y rubios cabellos formaban una trenza alrededor de su cabeza, segun la moda de los anos veinte. Sus faldas de lana estaban bien cortadas pero eran mas largas de lo que habia sido usual durante medio siglo, y las acompanaba invariablemente con una holgada chaqueta de punto. Los zapatos eran puntiagudos, con cordones. Dalgliesh recordaba a una de las maestras de la escuela dominical de su padre que hubiera podido ser perfectamente su doble. Cuando ella entro en la habitacion, por un momento el se sintio transportado a aquella sala de la iglesia del pueblo, sentado en circulo con los otros ninos, en sus bajas sillas de madera, y esperando que la senorita Mainwaring repartiera aquella estampa dominical, una imagen biblica en colores que el mojaba y pegaba con infinitas precauciones en el espacio de su tarjeta correspondiente a aquella semana. Le habia sido simpatica la senorita Mainwaring -muerta ya desde hacia mas de veinte anos, de cancer, y enterrada en aquel distante cementerio de Norfolk- y simpatizaba tambien con Nellie Ackroyd.
El matrimonio de los Ackroyd habia dejado estupefactos a sus amigos y habia sido motivo de libidinosas especulaciones para sus escasos enemigos. Pero cada vez que se encontraba con ellos Dalgliesh no dudaba de que juntos eran autenticamente felices y cada vez se maravillaba ante la variedad infinita del matrimonio, aquella relacion a la vez tan privada y publica, tan llena de convenciones y al mismo tiempo tan anarquica. En su vida privada, Ackroyd gozaba de la reputacion de ser uno de los hombres mas amables de Londres. Sus victimas indicaban que bien podia permitirse este lujo, ya que un numero de la