escuchara con deferencia. Era algo que formaba parte de su misma existencia. Contesto:
– Yo soy ginecologo y no psiquiatra. Sin embargo, pensaria que la psicologia de este hecho era particularmente complicada. Es una historia usual. Son unicamente las manifestaciones las que resultan un poco extranas. Llamemoslo crisis al llegar la vida a su mitad. A mi no me gusta la expresion «menopausia masculina», que por otra parte es inexacta. Las dos cosas son fundamentalmente diferentes. Creo que examino su vida, lo que habia logrado, lo que podia esperar de ella, y considero que no valia gran cosa. Habia intentado la practica legal y la politica, y ninguna de las dos cosas le satisfacia. Tenia una esposa a la que deseaba pero a la que no amaba. Una hija que no le queria a el. Un trabajo que le vedaba toda esperanza que pudiera tener de prorrumpir en una protesta espectacular o exuberante. De acuerdo, se busco una amante. Este es el expediente facil. Yo no he visto a esa senora pero, por lo que Barbara me conto, se trata mas bien de una cuestion de comodidad y de tomar una taza de cacao, de unos discretos chismorreos de oficina mas que de romper la camisa de fuerza en la que se encontraba atrapado. Por consiguiente, necesitaba una excusa para mandarlo todo a paseo. ?Cual podia ser mejor que la de proclamar que el propio Dios le habia indicado que seguia un camino equivocado? No creo que fuese el que eligiera yo, pero siempre se puede alegar que es preferible a un derrumbamiento nervioso, al alcoholismo o al cancer.
Al observar que Dalgliesh no decia nada, siguio hablando con rapidez, con una especie de sinceridad nerviosa que resultaba casi convincente.
– Lo he visto una y otra vez. Los maridos. Se sientan donde esta sentado ahora usted. En apariencia, vienen para hablarme sobre sus esposas, pero son ellos los que tienen el problema. No pueden triunfar. Es la tirania del exito. Pasan la mayor parte de su juventud trabajando para prepararse, la mayor parte de su joven virilidad la aplican a labrarse el exito: la esposa adecuada, la casa adecuada, las escuelas adecuadas para los ninos, los clubs adecuados. ?Para que? Para conseguir mas dinero, mas comodidades, una casa mas grande, un coche mas rapido y mas impuestos. Y ni siquiera consiguen unas emociones aceptables con ello. Y les quedan otros veinte anos para seguir funcionando. Y las cosas no son mucho mejores para aquellos que no se sienten desilusionados, para los que encuentran su lugar en la sociedad, los que verdaderamente disfrutan con lo que hacen. El temor de estos es la perspectiva de la jubilacion. De la noche a la manana, uno descubre que no es nadie. Un muerto que anda. Usted ya ha visto a esos ancianos espantosos que buscan un lugar en un comite, que tratan de pescar una comision real, un empleo, cualquier clase de empleo, mientras les ofrezca la ilusion de que todavia son importantes.
Dalgliesh contesto:
– Si, los he visto.
– Dios mio, es que practicamente se arrodillan y suplican para conseguirlo.
– Creo que esto es cierto, pero no aplicable a el. El era todavia un ministro joven. El exito le estaba esperando. El se encontraba aun en la etapa de la lucha.
– Si, ya lo se. El segundo candidato a primer ministro conservador. ?Y usted cree que era una verdadera posibilidad? Yo no. No llevaba fuego en la sangre, al menos para la politica. Ni siquiera un pequeno rescoldo que lo animara.
Hablaba con una especie de amargura triunfal, y anadio:
– Yo estoy muy bien. Soy uno de los afortunados. No soy un rehen de la suerte. Mi trabajo me da todo lo que necesito. Y cuando este a punto de ir a la chatarra, tengo el
– Ningun
– ?Pero usted tiene su poesia, claro! Lo habia olvidado.
Pronuncio la palabra como si fuera un insulto. Como si dijera: «Tiene usted sus trabajitos en madera, su coleccion de sellos, sus bordados». Peor todavia, pues hablaba como si supiera que durante cuatro anos no habia escrito ningun poema, y que era posible que nunca mas volviera a hacerlo. Dalgliesh dijo:
– Para ser alguien que no era intimo suyo, sabe mucho acerca de el.
– Me interesaba. Y, en Oxford, su hermano mayor y yo eramos amigos. Yo cenaba a menudo en Campden Hill Square cuando el vivia y los tres habiamos ido a navegar juntos varias veces. Hasta Cherburgo para ser exactos, en 1978. Uno llega a conocer a un hombre cuando los dos han sobrevivido juntos a una galerna de fuerza diez. En realidad, Paul me salvo la vida. Yo me cai por la borda y el pudo pescarme.
– ?Pero no es la suya una evaluacion bastante superficial, una explicacion obvia?
– Es sorprendente cuan a menudo la explicacion obvia es la correcta. Si tuviese usted que diagnosticar, lo sabria.
Dalgliesh se volvio hacia Kate:
– ?Desea preguntar algo, inspectora?
Lampart no tuvo tiempo para impedir la momentanea expresion de sorpresa y desconcierto producida al ver que una mujer, a la que consideraba como poco mas que una esclava de Dalgliesh, cuya mision consistia solamente en tomar con discrecion notas y permanecer sentada como docil y silencioso testigo, al parecer disfrutaba de permiso para interrogarle. Dirigio hacia ella una mirada penetrante y risuena, pero sus ojos se mostraban alerta.
Kate pregunto:
– Con respecto a esa cena en el Black Swan, ?es ese lugar uno de sus predilectos? ?Usted y lady Berowne van alli a menudo?
– Bastante a menudo en verano. Menos, en invierno. El ambiente es agradable. Esta a una distancia conveniente de Londres y ahora, despues de cambiar Higgins su
El sarcasmo era visible y su enojo habia resultado demasiado evidente. La pregunta, aunque inofensiva y aparentemente irrelevante, le habia molestado. Kate prosiguio:
– ?Y estuvieron alli, los dos, la noche del siete de agosto, cuando Diana Travers se ahogo?
El contesto secamente:
– Es obvio que usted ya sabe que estuvimos alli, por lo que no veo la necesidad de esta pregunta. Era la fiesta del cumpleanos de lady Berowne. Cumplia veintisiete anos. Nacio el siete de agosto.
– ?Y la acompano usted, no su marido?
– Sir Paul Berowne tenia otros compromisos. Yo ofreci la fiesta a lady Berowne. Se suponia que el se reuniria mas tarde con nosotros, pero telefoneo para decir que no le era posible. Puesto que sabe usted que estabamos alli, es obvio que sabra tambien que nos marchamos antes de que ocurriera la tragedia.
– ?Y aquella otra tragedia, senor, la de Theresa Nolan? Desde luego, tampoco estaba usted presente cuando ocurrio, ?no es asi?
«Cuidado, Kate», penso Dalgliesh, pero no intervino.
– Si me pregunta si estuve sentado al lado de ella en Holland Park cuando ingirio toda una botella de tabletas de Distalgesic y se ayudo con unos tragos de jerez de cocinar, no, no estuve presente. De haber estado alli, logicamente hubiera impedido que lo hiciera.
– Ella dejo una nota en la que explicaba claramente que se habia matado debido al sentimiento de culpabilidad que le producia su aborto. Un aborto perfectamente legal. Ella era una de sus enfermeras en esta clinica. Me pregunto por que no se sometio a esa operacion en Pembroke Lodge.
– No lo pidio. Y si lo hubiera hecho, yo no la habria operado. Prefiero no operar a las personas de mi plantilla. Si parece haber razones medicas para poner fin a un embarazo, las envio a un colega ginecologo. Asi lo hice con ella. En realidad, no acierto a ver como su muerte o la de Diana Travers puedan tener algo que ver con el asunto que les ha traido aqui esta manana. ?Es necesario perder tiempo con preguntas irrelevantes?
Dalgliesh repuso:
– No son irrelevantes. Sir Paul recibio cartas que sugerian de un modo retorcido pero inconfundible, que de alguna manera estaba relacionado con esas dos muertes. Todo lo que le ocurriese durante las ultimas semanas de su vida ha de ser relevante. Probablemente, esas cartas eran el tipo usual de necedad maliciosa a la que los politicos estan expuestos, pero es conveniente eliminar toda clase de posibilidades.
Lampart paso su mirada de Kate a Dalgliesh.
– Comprendo. Siento haberme mostrado poco cooperador, pero no se absolutamente nada sobre esa Travers, excepto que trabajaba en Campden Hill Square como asistenta por horas y que se encontraba en el Black