madre pudiera hacer tal cosa. Sin embargo, probablemente la verdad seria menos complicada y menos siniestra. Ella no podia creer que alguien a quien conociera personalmente hubiera sido capaz de ese crimen en particular. Ella solo podia aceptar dos posibilidades. O bien su hijo se habia suicidado, o, lo que era mas probable y mas aceptable, su asesinato habia sido fruto de una violencia casual y no premeditada. Si lady Ursula podia llegar a creer esto, entonces ella consideraria como irrelevante cualquier conexion con Campden Hill Square, como una fuente potencial de escandalo, y, lo que todavia seria peor, como una nociva diversion de las energias de la policia en su tarea para descubrir al verdadero asesino. Sin embargo, el habria de interrogarla acerca de esa llamada telefonica. En toda su vida profesional, nunca se habia sentido atemorizado ante un testigo o un sospechoso, pero en este caso se trataba de una entrevista que no le causaba la menor satisfaccion. Pero si el dietario habia estado en el escritorio a las seis de la tarde, al menos Frank Musgrave quedaba libre de toda sospecha. El habia salido de Campden Hill Square antes de las dos. No obstante, desde el primer momento su sospecha sobre Musgrave le habia parecido una irrelevancia. Y entonces, otro pensamiento, tal vez igualmente irrelevante, surgio en su mente. ?Que era lo que Wilfred Hurrell, en su lecho de muerte, tanto habia deseado decirle a Paul Berowne? ?Y era posible que alguien hubiese determinado que no tuviera la oportunidad de poder decirlo?

Mas tarde, los tres almorzaron juntos en el elegante comedor de la planta baja, desde el cual se veia el rio, que ahora discurria caudaloso y turbulento bajo la incesante lluvia. Despues de sentarse, Musgrave dijo:

– En esta mesa mi bisabuelo ceno una vez con Disraeli. Contemplaron practicamente el mismo paisaje.

Las palabras confirmaron lo que Dalgliesh ya habia sospechado: era Musgrave aquel cuya familia siempre habia votado por los conservadores y que juzgaria impensable cualquier otra obediencia, y era el general quien habia llegado a adquirir su filosofia politica mediante un proceso de pensamiento y de compromiso intelectual. Fue una comida agradable, con una espalda de cordero mechada, verduras fresas y muy bien cocidas, y una tarta de grosellas con nata. Sospecho que sus dos companeros se habian puesto tacitamente de acuerdo en no molestarle con preguntas acerca de los progresos en la investigacion policial. Antes habian hecho las preguntas mas obvias y habian acogido su reticencia con un silencio lleno de tacto. Dalgliesh tendia ahora a atribuirlo al deseo de que el pudiera disfrutar de una comida en la que obviamente ambos se habian esmerado, mas que a cualquier repugnancia respecto a discutir un tema penoso, o a un temor de que se les pudiera escapar cosas que mas valia dejar en silencio. Les servia un camarero de cierta edad y chaqueta negra, cuyo rostro recordaba el de un sapo ansiosamente amable, y que sirvio un excelente Niersteiner con manos temblorosas, pero sin verter una sola gota. El comedor estaba casi vacio, pues solo habia en el dos parejas y se habian instalado en mesas distantes. Dalgliesh sospecho que sus anfitriones se habian asegurado, tambien con mucho tacto, de que el pudiera disfrutar en paz de su almuerzo. Sin embargo, los dos hombres encontraron una oportunidad para ofrecerle su opinion. Cuando, despues de tomar el cafe, el general recordo su necesidad de efectuar una llamada telefonica, Musgrave se inclino con aire confidencial a traves de la mesa:

– El general no puede creer que fuese un suicidio. Es algo que el jamas haria, y por lo tanto no puede imaginarlo en sus amigos. En otros momentos yo hubiera dicho lo mismo… acerca de Berowne, quiero decir. Ahora ya no estoy tan seguro. Hay algo de locura en el aire. Y nada es cierto, y menos cuando se trata de la gente. Uno cree conocer a las personas, saber como han de comportarse. Pero no es asi, y no es posible. Todos somos como extranos. Esa chica, por ejemplo, aquella enfermera que se suicido… Si el aborto era de un crio de Berowne, a el pudo resultarle dificil vivir con semejante carga. No es que yo trate de entrometerme, usted ya me comprende. Esa es su tarea, desde luego, no la mia. Pero a mi el caso me parece bien claro.

Y fue en el aparcamiento, cuando Musgrave les dejo para ir a buscar su coche, donde el general dijo:

– Se que Frank cree que Berowne se suicido, pero esta equivocado. No se trata de malicia ni deslealtad, ni tampoco de poca caridad, pero esta equivocado. Berowne no era uno de esos hombres que se matan.

Dalgliesh repuso:

– No se si lo era o no lo era. De lo que estoy razonablemente seguro es que no lo hizo.

Miraron los dos en silencio mientras Musgrave, con un saludo final de su mano, franqueaba la entrada del aparcamiento y aceleraba hasta perderse de vista. Le parecio a Dalgliesh una perversidad adicional del destino el hecho de que Musgrave condujera un Rover negro, con una matricula A.

* * *

Media hora mas tarde, Frank Musgrave entraba en el camino que conducia a su casa. Era una casa de campo pequena pero elegante, construida en obra de ladrillo rojo, disenada por Lutyens y adquirida por su padre cuarenta anos antes. Musgrave la habia heredado junto con el negocio familiar, y la contemplaba con un orgullo tan obsesivo como si hubiera sido un hogar familiar que contara doscientos anos de antiguedad. La mantenia con un celo extremado, tal como cuidaba todo lo que era suyo, su esposa, su hijo, su negocio y su coche. Generalmente, llegaba a ella tan solo con la satisfaccion habitual que le producia la buena vista que habia tenido su padre al adquirir la casa, pero cada seis meses, como si obedeciera a alguna ley no escrita, detenia el coche y efectuaba deliberadamente una nueva evaluacion de su precio en el mercado.

Ahora lo hizo.

Acababa de entrar en la sala cuando su esposa salio a recibirle, con ansiedad en su rostro. Mientras le ayudaba a quitarse la chaqueta, le dijo:

– ?Como ha ido todo, querido?

– Perfectamente. Es un hombre muy especial. No se muestra del todo amistoso, pero tiene una educacion perfecta. Al parecer, le gusto el almuerzo. -Hizo una pausa y anadio-: Sabe que fue asesinato.

– ?Oh Frank, no! ?Eso no! ?Que piensas hacer?

– Lo que hara todo el que este preocupado por la herencia de Berowne: tratar de limitar los danos. ?Ha llamado Betty Hurrell?

– Hace unos veinte minutos. Le he dicho que irias a verla.

– Si -dijo el con voz ronca-. Debo hacerlo.

Momentaneamente, apoyo una mano en el hombro de su esposa.

La familia de ella no habia querido que se casara con el, no le habian considerado suficientemente apto para la unica hija de un ex lord gobernador del distrito. Pero se habia casado con ella y habian sido felices, y todavia lo eran. Penso con subita colera: «El ha hecho ya bastante dano, pero aqui es donde se acaba todo. No voy a arriesgar todo aquello por lo que he estado trabajando, todo lo que he conseguido y lo que logro mi padre, solo porque Paul Berowne perdiera la cabeza en la sacristia de una iglesia».

III

Scarsdale Lodge era un gran bloque moderno de apartamentos, de forma angular y construido en obra de ladrillo, con la fachada desfigurada, mas bien que realzada, por una serie de balcones irregulares y salientes. Un camino enlosado discurria entre el cesped hasta llegar al porche de entrada, protegido por un toldo. En medio de cada zona de cesped, un pequeno parterre circular, lleno de dalias enanas colocadas en circulos y que pasaban del blanco al amarillo para llegar finalmente al rojo, miraba hacia arriba como un ojo sanguinolento. A la izquierda, un camino asfaltado les llevo hasta el garaje detras del bloque de edificios y a un aparcamiento en el que un letrero advertia que estaba reservado estrictamente para visitantes de Scarsdale Lodge. Dominaban el aparcamiento las ventanas, mas pequenas, de la parte posterior del edificio, y Dalgliesh, que no ignoraba la paranoia que se apoderaba de los residentes de un bloque de apartamentos ante un aparcamiento irregular, tuvo la sospecha de que alguien debia de vigilar la presencia de coches extranos. Casi con toda seguridad, Berowne hubiera juzgado mas seguro dejar su coche en el parque publico de Stanmore Station, y andar los ultimos trescientos metros cuesta arriba, como un anonimo transeunte con su eterna cartera de mano, una bolsa con una botella de vino, o la ofrenda de unas flores probablemente compradas en una parada cerca de Baker Street o del metro de Westminster. Y Stanmore no quedaba muy lejos de su camino. De hecho, se encontraba convenientemente en la ruta de su distrito electoral de Hertfordshire. Bien podia aprovechar una hora un viernes por la noche, como un lapso entre su vida en Londres y su despacho electoral de los sabados por la manana.

El y Kate caminaron en silencio hasta la puerta frontal.

Habia en ella un interfono, cosa que no podia considerarse como la medida de seguridad mas efectiva, pero

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