que siempre era mejor que nada, y con la ventaja de que no habia portero que pudiera acechar idas y venidas. La llamada de Kate y su cuidadosa enunciacion de los dos nombres a traves de la rejilla fueron contestadas solamente por el zumbido de la cerradura de la puerta, y seguidamente atravesaron un vestibulo que era tipico de un millar de bloques de apartamentos similares en el Londres suburbano. El suelo era de vinilo a cuadros, pulimentado hasta mostrar el brillo de un espejo. En la pared izquierda habia un tablero de corcho con notas de los administradores, referentes a la fecha del servicio de mantenimiento del ascensor y de los contratos de limpieza. A la derecha, una planta inmensa en un tiesto de plastico verde, desequilibrado, dejaba colgar sus hojas bifurcadas. Ante ellos habia los dos ascensores gemelos. El silencio era absoluto. Mas arriba, la gente debia de estar viviendo sus existencias reclusas, pero el aire, en el que se notaba el olor del pulimento del suelo, estaba tan silencioso como si aquello fuese una casa de apartamentos para los difuntos. Los inquilinos debian de ser londinenses, provisionales en su mayor parte, jovenes profesionales en su camino de ascenso, secretarias que compartian un apartamento entre dos, o parejas de jubilados que vivian sus existencias autonomas. Y un visitante podia dirigirse a cualquiera de aquellos cuarenta y pico apartamentos. Si Berowne era sensato, debia de tomar el ascensor y bajar cada vez en un piso diferente, continuando su camino a pie. Sin embargo, el riesgo era infimo. Stanmore, pese a toda su alcurnia, ya no era un pueblo. No habria alli ojos escudrinadores detras de las cortinas para vigilar quien iba o venia. Si Berowne habia comprado aquel apartamento para su amiga, como un lugar de encuentro apropiado, anonimo, habia elegido con acierto.

El numero cuarenta y seis era el apartamento de la esquina en la planta superior. Avanzaron silenciosamente a lo largo de un pasillo alfombrado, hasta llegar a una puerta blanca y en la que no habia ningun letrero. Cuando Kate llamo, Dalgliesh se pregunto si habria un ojo observandolos a traves de la mirilla, pero la puerta se abrio en el acto, como si ella hubiera estado alli, esperandoles. Se hizo a un lado y con un gesto les invito a entrar. Despues se volvio hacia Dalgliesh y dijo:

– Les he estado esperando. Sabia que vendrian mas tarde o mas temprano. Y al menos ahora sabre lo que ocurrio. Puedo escuchar a todo el que me hable de el, aunque se trate solamente de un policia.

Estaba preparada para su llegada. Habia terminado su llanto, no todo el llanto que deseaba dedicar a su amante, pero aquellos penosos sollozos desesperados que parecen desgarrar el cuerpo habian terminado ya, al menos por algun tiempo. Dalgliesh habia tenido que presenciar sus efectos tantas veces que no se le escapaban los signos: los parpados hinchados, la piel mate a causa de la fuerza devastadora del dolor, los labios turgentes y de un rojo poco natural, como si el mas ligero golpe pudiera partirlos. Era dificil saber cual podia ser su aspecto normal. Penso que ella tenia un rostro agradable e inteligente, con una nariz larga pero pomulos altos, una mandibula vigorosa y una piel lozana. Sus cabellos, de color castano claro, densos y lisos, se mantenian apartados de su cara gracias a un trozo de cinta arrugada. Unos pocos, sin embargo, colgaban como humedecidos a traves de su frente. Su voz sonaba tensa y quebrada por el reciente llanto, pero la mantenia bajo estricto control. Sintio respeto por ella. A juzgar por el dolor, ella era la viuda. Al seguirla hasta la sala de estar, le dijo:

– Siento mucho tener que molestarla, y tan pronto. Desde luego, ya sabe usted por que estamos aqui. ?Se siente con fuerzas para hablar de el? Necesito conocerle mejor, si queremos llegar a alguna parte.

Ella parecio entender lo que el queria decir: que la victima era el punto central de su propia muerte. Habia muerto a causa de lo que era, de lo que sabia, de lo que hacia, de lo que pensaba hacer. Murio porque era, unicamente, el mismo. La muerte destruia la intimidad, desnudaba, con una brutal familiaridad, todas las pequenas complicaciones de la vida del difunto. Dalgliesh husmearia a traves del pasado de Berowne tan a fondo como lo hacia en los archivos y carpetas de una victima. La intimidad de la victima era lo primero en desaparecer, pero nadie estrechamente relacionado con un asesinato quedaba incolume. La victima, al menos, habia escapado de las consideraciones terrenales de dignidad, o reputacion. Sin embargo, para los vivos, formar parte de una investigacion por asesinato era como verse contaminados por un proceso que dejaria muy poca parte de sus vidas sin sufrir cierto cambio. No obstante, penso, esto tenia la recompensa de la democracia. El asesinato seguia siendo el crimen unico. Nobles y mendigos eran iguales ante el. Los ricos, desde luego, gozaban de ventaja en esto como en todas las demas cosas. Podian pagarse el mejor abogado. Sin embargo, en una sociedad libre poco mas podian comprar. Ella les pregunto:

– ?Desean un poco de cafe?

– Si, por favor, si no es demasiada molestia.

Kate pregunto:

– ?Puedo ayudarla?

– No se necesita mucho tiempo.

Al parecer, Kate tomo estas palabras como una aceptacion y siguio a la joven hasta la cocina, dejando la puerta entreabierta. Era tipica de ella, penso Dalgliesh, esa respuesta practica, nada sentimental, ante la gente y sus preocupaciones mas inmediatas. Sin presuncion ni aires de superioridad, podia reducir la situacion mas embarazosa a algo parecido a la normalidad. Era esta una de sus virtudes. Ahora, por encima del tintineo de las tazas y la tetera, podia oir las voces de las dos, en un tono de conversacion casi corriente. Por las pocas frases que pudo captar, parecian estar discutiendo las ventajas de una marca de tetera electrica que las dos poseian. De pronto, penso que el no debiera encontrarse alli, que era un estorbo, como detective y como hombre. Las dos se sentirian mejor sin su presencia masculina y destructiva. Incluso la habitacion parecia mostrarle enemistad, y casi llego a persuadirse de que aquellas voces femeninas, bajas y sibilantes, tramaban una conspiracion.

Se oyo el zumbido del molinillo de cafe. Por consiguiente, ella utilizaba cafe en grano. Desde luego, era de esperar. Debia de esmerarse en el cafe. Debia de ser lo que ella y su amante compartian mas a menudo. Contemplo la sala de estar, con su largo ventanal que proporcionaba una vista distante del horizonte londinense. El mobiliario revelaba un buen gusto casi ortodoxo. El sofa, cubierto por una funda de color crema, sin una sola arruga, todavia impecable, parecia un mueble caro y, por la austeridad del diseno, probablemente escandinavo. A cada lado de la chimenea habia butacas que hacian juego con el sofa, pero cuyas fundas estaban algo mas usadas. La chimenea en si era una repisa moderna y sencilla de madera blanca, con un diseno liso. Y pudo ver que el fuego era uno de los nuevos modelos de estufa de gas, que daban la ilusion de carbones incandescentes y llama viva. Ella debia de encenderlo apenas oia el timbre, consiguiendo un bienestar y un calor instantaneos. Y si el no venia, si tenia trabajo en la Camara o en su casa, o en el distrito electoral, y ello no le permitia acudir a su lado, a la manana siguiente no habria cenizas frias para burlarse de ella con su facil simbolismo.

Sobre el sofa habia una hilera de acuarelas: calidos paisajes ingleses de una calidad inconfundible. Creyo reconocer un Lear y un Cotman. Se pregunto si habrian sido obsequios de Berowne, tal vez un medio para transferirle a ella algo de valor de lo cual ambos pudieran disfrutar y que el orgullo de ella pudiera aceptar. La pared opuesta a la chimenea estaba recubierta por modulos ajustables de madera, que llegaban desde el suelo hasta el techo. Contenian un sencillo sistema estereofonico, clasificadores para los discos, un televisor y los libros de ella. Acercandose para inspeccionarlos y hojear algunos, vio que habia estudiado historia en la Universidad de Reading. Prescindiendo de los libros y sustituyendo las acuarelas por unos grabados populares, aquel apartamento hubiera podido ser el de muestra en un bloque recientemente construido, seduciendo al posible comprador con un tristemente ortodoxo buen gusto. Penso: hay habitaciones disenadas para alejarse de ellas, tristes antesalas con un blindaje destinado a hacer frente al mundo real que hay mas alla. Hay habitaciones a las que se ha de regresar, refugios claustrofobicos contra la dura actividad del trabajo y la lucha. Esa habitacion era un mundo en si mismo, un centro tranquilo, acondicionado con economia y cuidado, pero que contenia todo lo necesario para la vida de su propietario; era un apartamento que representaba una inversion en algo mas que en la propiedad. Todo el capital de ella habia quedado anclado aqui, el monetario y el emocional. Contemplo la hilera de plantas, variadas y bien cuidadas, lustrosamente saludables, alineadas en la repisa de la ventana. Sin embargo, ?por que no habian de aparecer saludables? Ella estaba siempre alli, para atenderlas.

Las dos mujeres regresaron a la habitacion. La senorita Washburn llevaba una bandeja con una cafetera, tres grandes tazas blancas, una jarra con leche caliente y terrones de azucar. Ella se sento ante la mesa de cafe, y Dalgliesh y Kate lo hicieron en el sofa. La senorita Washburn sirvio el cafe, incluida una taza para si misma, que traslado despues a su asiento junto al fuego. Tal como supuso Dalgliesh, el cafe era excelente, pero ella no lo probo. Les miro a los dos y dijo:

– El locutor de la television ha hablado de heridas de arma blanca. ?Que heridas?

– ?Asi se ha enterado usted, por las noticias de la television?

Ella dijo con amargura:

– Desde luego. ?De que otro modo iba a enterarme?

Dalgliesh se sintio invadido por una compasion tan inesperada y aguda que por un momento no se atrevio a

Вы читаете Sabor a muerte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату