– Vamos, Kate. No podemos elegir nuestras presas, al menos dentro de unos limites estrictos. Viene a ser lo que le ocurre a cualquier medico. No puede conseguir que toda la sociedad goce de buena salud, no puede curar al mundo. Se volveria loco si lo intentara. Se limita a tratar lo que se pone en sus manos. Algunas veces gana y otras veces pierde.
Ella dijo:
– Pero al menos no pierde el tiempo cauterizando verrugas mientras los canceres carecen de tratamiento.
Massingham replico:
– Que cono, si el asesinato no es un cancer, ?que puede serlo? En realidad, es probablemente la investigacion sobre asesinatos y no los delitos comunes, lo que resulta mas costoso. Piensa en lo que costo meter entre rejas al Destripador del Yorkshire. Piensa lo que este asesino nuestro va a costarle al contribuyente antes de que le echemos el guante. Si es que lo conseguimos. -Y por primera vez sintio la tentacion de anadir: «Y si es que existe».
Massingham se levanto ante su mesa de trabajo.
– Necesitas tomar un trago. Te invito.
De pronto, ella casi sintio afecto por el.
– Vale -dijo-, muchas gracias.
Recogio su bolso y salieron juntos en direccion de la cantina de oficiales.
V
La senora Iris Minns vivia en un piso municipal en la segunda planta de un bloque cerca de Portobello Road. Aparcar cerca de alli en sabado, el dia del mercado callejero, era imposible, y por tanto Massingham y Kate abandonaron el coche en el puesto de policia de Notting Hill Gate y continuaron a pie. Como siempre, el mercado del sabado era un carnaval, una celebracion cosmopolita, pacifica aunque ruidosa, de la curiosidad, la simpleza, la codicia y la condicion gregaria de la humanidad. Suscitaba en Kate recuerdos de sus primeros dias en la division. Ella siempre habia recorrido aquella calle tan concurrida con satisfaccion, aunque rara vez compraba algo; jamas habia compartido la obsesion popular por las chucherias del pasado. Y, pese a todo su aspecto de jovial camaraderia, sabia que aquel mercado era menos inocente de lo que parecia. No todos los fajos de billetes de diversas monedas que cambiaban de mano encontrarian su camino hasta el pago de los impuestos. No todo el comercio se realizaba a base de los inofensivos artefactos del pasado. El numero usual de visitantes incautos se encontrarian desprovistos de sus carteras o sus bolsos antes de llegar al otro extremo de la calle. Sin embargo, pocos mercados de Londres eran tan simpaticos, tan amenos y tan divertidos. Esa manana, como siempre, entro en aquella calle estrecha y bulliciosa, notando que se le alzaba el animo.
Iris Minns vivia en el apartamento veintiseis del Bloque Dos, un edificio separado del bloque principal y de la calle por un amplio patio. Al atravesarlo, observados por varios pares de ojos aparentemente indiferentes pero llenos de cautela, Massingham dijo:
– Hablare yo.
Ella noto aquel familiar ramalazo de colera, pero no contesto.
La cita habia sido acordada por telefono para las nueve y media, y, a juzgar por la rapidez con la que se abrio la puerta al llamar al timbre, la senora Minns debia de haberse contado entre aquellos que acechaban su llegada ocultos detras de sus cortinas. Se encontraron frente a una figura pequena pero compacta, con un rostro cuadrado, una barbilla redonda y decidida, una boca ancha que formo una breve sonrisa que les parecio menos de bienvenida que de satisfaccion al verles llegar puntualmente, y un par de ojos oscuros, casi negros, que les dedicaron una rapida y calculadora mirada, como si inspeccionara la presencia de polvo en sus personas. Se permitio incluso examinar la tarjeta credencial de Massingham con detenimiento, y despues se hizo a un lado y les indico que entraran, diciendo:
– Esta bien, llegan a la hora convenida. Debo reconocerlo. Hay te o cafe, si les apetece.
Massingham rehuso apresuradamente ambas cosas. El primer instinto de Kate fue el de contestar rapidamente que le agradaria tomar cafe, pero resistio la tentacion. Esta podia ser una entrevista importante, y no tendria sentido perjudicar su resultado a causa de un roce personal. Por otra parte, a la senora Minns no le pasaria por alto la existencia de un antagonismo visible entre ellos dos. No podia enganarla el brillo de inteligencia que habia observado en aquellos ojos oscuros.
La sala de estar en la que entraron era tan singular que espero que su sorpresa no se reflejara con excesiva claridad en su rostro. Dotada por la burocracia local de un cajon rectangular de cinco metros por tres, una sola ventana y una puerta que daba a un balcon demasiado pequeno para todo lo que no fuese suministrar aire a unos pocos tiestos con plantas, la senora Minns habia creado un saloncillo Victoriano, oscuro, desordenado y claustrofobico. El papel de la pared era de un verde oliva oscuro con dibujos de hiedra y lirios, la alfombra era una Wilton ya ajada pero todavia en buen uso, y casi todo el centro de la habitacion lo ocupaba una mesa alargada de caoba pulimentada, con patas curvas, una superficie brillante como un espejo, y cuatro sillas de respaldo alto en madera tallada. Habia una mesa octagonal mas pequena junto a una pared, y sobre ella una aspidistra en un tiesto de laton, y de las paredes colgaban grabados sentimentales con marcos de madera de arce:
El foco de la habitacion era un televisor de diecisiete pulgadas, pero esto resultaba un anacronismo menor de lo que pudiera parecer a primera vista, ya que estaba situado ante un fondo de helechos verdes, cuyas frondas rodeaban la pantalla, como si fueran un marco ornamentado pero viviente. La repisa de la ventana estaba cubierta por pequenos tiestos de violetas africanas, de color purpureo y con motas de un malva algo mas palido. Kate penso que habian sido plantadas en envases de yogur, pero era dificil comprobarlo, puesto que cada recipiente estaba decorado con un envoltorio de papel plisado. Un aparador, con su parte posterior elaboradamente esculpida, quedaba cubierto por animales de porcelana: perros de diferentes razas y tamanos, un antilope y media docena de gatos en unas actitudes felinas poco convincentes, colocada cada pieza sobre un tapete de lino almidonado, al parecer para proteger la bien barnizada caoba. Toda la habitacion estaba inmaculadamente limpia y el intenso olor a cera resultaba abrumador. Cuando en invierno estuvieran corridas las gruesas cortinas de terciopelo rojo, debia de ser posible creerse alli en otro ambiente y en otra epoca, y la senora Minns bien podia formar parte de ello. Llevaba una falda negra con una blusa blanca abrochada hasta el cuello, asegurado este por un broche con camafeo, y, con sus cabellos grisaceos muy altos sobre la frente y reunidos en un pequeno mono junto a la nuca, parecia, penso Kate, una actriz de edad vestida para representar el papel de un ama de llaves victoriana. La unica critica que podia hacerse era la aplicacion exagerada de lapiz de labios y sombra en los ojos. La senora Minns se sento en el sillon de la derecha e invito a Kate a hacerlo en el otro, dejando que Massingham se acomodara dando la vuelta a una de las sillas de comedor. En ella se encontro incomodamente alto y, penso Kate, en cierta desventaja, como un intruso del sexo masculino en un ambiente de confortable domesticidad femenina. A la luz otonal, que se filtraba a traves de las cortinas de encaje y la verde hojarasca de las plantas del balcon, su cara, bajo la mata de cabellos rojizos, parecia casi enfermiza, y las pecas de su frente destacaban como si fueran gotas de sangre palida. Dijo:
– ?Podemos cerrar esta puerta? Casi no oigo mi propia voz.
La puerta del balcon estaba entreabierta. Kate se levanto y fue a cerrarla. A su derecha, pudo ver la enorme tetera blanca y azul colgada en la fachada de la Portobello Pottery y el panel mural pintado del mercado de la porcelana. El rumor de la calle ascendia hasta ella como el de los guijarros impulsados por el agua en la costa. Despues cerro el balcon y el sonido se amortiguo. La senora Minns dijo:
– Esto solo ocurre los sabados. Al senor Smith y a mi no nos importa apenas. Una llega a acostumbrarse. Yo siempre digo que es como un pedazo de vida. -Se volvio hacia Kate- ?Usted vive por aqui, verdad? Estoy segura de haberla visto comprando en el Gate.
– Es muy posible, senora Minns. No vivo lejos de alli.