hablar. Y con la compasion llego tambien una oleada de indignacion contra Berowne, que le asusto por su misma intensidad. Seguramente, aquel hombre se habia enfrentado a la posibilidad de una muerte repentina. Era una figura publica y debia de saber que siempre habia un riesgo. ?Habia existido alguien a quien el pudiera confiar su secreto? Alguien que pudiera haberle dado la noticia a ella, visitarla, prodigarle al menos el consuelo de que el habia pensado en ahorrarle dolor. ?No pudo haber encontrado tiempo en su vida excesivamente atareada, para escribir una carta que pudiera serle entregada en privado a ella si el moria inesperadamente? ?O habia sido tan arrogante como para creerse inmune a los riesgos que corren otros mortales: un infarto, un accidente de coche, o una bomba del IRA? La ola de indignacion remitio, dejando una resaca de disgusto. Penso: «?No es asi como me hubiera comportado yo? Nos parecemos incluso en esto. Si el tenia un carambano de hielo en el corazon, tambien lo tengo yo».

Ella repitio obstinadamente:

– ?Que heridas de arma blanca?

No habia modo de explicarselo con suavidad.

– Tenia la garganta cortada. La suya y tambien la del vagabundo que se encontraba con el, Harry Mack.

No sabia por que, decirle el nombre de Harry resultaba tan importante como lo habia sido decirselo a lady Ursula. Era como si estuviera decidido a que ninguno de ellos olvidase a Harry.

Ella pregunto:

– ?Con la navaja de Paul?

– Es probable.

– ?Y la navaja todavia estaba alli, junto al cuerpo?

Habia dicho cuerpo, no cuerpos. Solo uno de ellos la preocupaba. Dalgliesh contesto:

– Si, junto a su mano extendida.

– ?Y la puerta del exterior estaba sin cerrar?

– Si.

Ella dijo:

– Por consiguiente, dejo entrar a su asesino tal como habia hecho con el vagabundo. ?Acaso lo mato el vagabundo?

– No, el vagabundo no lo mato. Harry fue una victima, no un asesino.

– Entonces, hubo alguien de fuera. Paul no pudo haber matado a nadie, y no creo que se matara el tampoco.

Dalgliesh dijo:

– Tampoco lo creemos nosotros. Estamos tratando el caso como asesinato. Por esta razon necesitamos su ayuda. Necesitamos que nos hable usted de el. Es probable que le conociera usted mejor que cualquier otra persona.

Ella contesto, en voz tan baja que el apenas pudo captar el significado de aquel murmullo:

– Yo pensaba que si. Yo pensaba que si…

Levanto la taza y trato de llevarsela a los labios, pero no pudo controlarla. Dalgliesh noto que Kate se envaraba a su lado y se pregunto si estaba controlando el impulso de rodear con sus brazos los hombros de la joven y ayudarla a tomar un sorbo. Sin embargo, no se movio, y con el segundo intento la senorita Washburn logro llevarse el borde de la taza hasta la boca. Sorbio el cafe ruidosamente, como una chiquilla sedienta.

Al observarla, Dalgliesh se dio cuenta de lo que estaba haciendo y la parte mas sensible de su mente se rebelo. Ella estaba sola, una persona desconocida a la que se le negaba la simple necesidad humana de compartir su dolor, de hablar de su amante. Y era esa necesidad lo que el se disponia a explotar. A veces pensaba con amargura que la explotacion era la clave de una investigacion satisfactoria, particularmente en casos de asesinato. Se explotaba el temor del sospechoso, su vanidad, su necesidad de confiarse, la inseguridad que le tentaba a pronunciar aquella frase esencial y reveladora. Explotar el dolor y la soledad no era sino otra version de la misma tecnica.

Ella le miro y dijo:

– ?Puedo ver donde ocurrio? Desde luego, sin armar ningun jaleo ni hacerme notar. Me gustaria sentarme alli sola, cuando se celebre el funeral. Seria mejor que estar sentada detras de los fieles, procurando no ponerme en ridiculo.

El repuso:

– De momento, la parte posterior de la iglesia se mantiene cerrada. Sin embargo, creo que esto podra arreglarse cuando hayamos terminado por fin con nuestra tarea alli. El padre Barnes, que es el parroco, la dejaria entrar. Es una habitacion muy corriente. Tan solo una pequena sacristia, polvorienta y llena de trastos, que huele a libros de canticos y a incienso, pero de todos modos un lugar muy tranquilo. -Y anadio-: Creo que todo sucedio muy de prisa. No creo que sintiera ningun dolor.

– Pero debio de sentir miedo.

– Tal vez ni siquiera eso.

Ella dijo:

– Es que lo que sucedio fue una cosa tan inimaginable… aquella conversion, la revelacion divina, lo que fuese. Es algo que parece absurdo. Desde luego, es inimaginable. Quiero decir que era impensable que le fuera a ocurrir algo semejante a Paul. El era…, bien, mundano. Desde luego, no lo digo en el sentido de que solo le preocuparan el exito, el dinero o el prestigio. Pero estaba muy metido en el mundo, pertenecia al mundo. No era un mistico. Ni siquiera era particularmente religioso. Solia ir a la iglesia los domingos y en las principales festividades porque le gustaba la liturgia, pero no iba si utilizaban la Biblia nueva o el Libro de Plegarias. Y decia que le gustaba una hora en la que pudiera pensar sin interrupciones, sin que le llamaran por telefono. Dijo una vez que la observancia religiosa formal confirmaba la identidad, le recordaba a uno los limites de la conducta, algo por el estilo. Creer no tenia por que ser una carga. Ni tampoco la incredulidad. No se si algo de esto tiene sentido…

– Si.

– Le gustaban la comida, el vino, la arquitectura, las mujeres. No quiero decir con ello que fuese promiscuo, pero le gustaba la belleza de las mujeres. Yo no le podia dar eso, pero si le podia dar algo que nadie mas podia ofrecerle: paz, sinceridad y una confianza total.

Extrano, penso el. Era la experiencia religiosa y no el asesinato lo que ella consideraba mas necesario comentar. Su amante estaba muerto y ni siquiera la enormidad de aquella perdida final, irrevocable, podia borrar el dolor de aquella anterior traicion. Pero ya llegarian al asesinato con el tiempo. No habia prisa. No podia conseguir lo que deseaba si ahora la apremiaba. Pregunto:

– ?Le explico algo sobre aquella experiencia en la sacristia?

– Vino a verme la noche siguiente. Habia tenido una reunion en la Camara y ya era tarde. No podia quedarse mucho tiempo. Me dijo que habia tenido una experiencia de Dios. Esto es todo. Una experiencia de Dios. Y lo dijo como si fuera algo perfectamente natural. Pero no lo era, desde luego. Despues se marcho, y yo supe que lo habia perdido. No como amigo, tal vez, pero yo no lo deseaba como amigo. Lo habia perdido como amante. Lo habia perdido para siempre. No necesito decirmelo.

Sabia Dalgliesh que habia mujeres para las cuales el secreto, el riesgo, la traicion o la conspiracion conferian a un asunto amoroso una cierta carga erotica adicional. Eran mujeres tan poco comprometidas como sus hombres, apegadas a su intimidad personal, que deseaban una relacion intensa, pero no al precio de sus carreras, mujeres para las que la pasion sexual y el sentido hogareno eran dos cosas irreconciliables. Pero esta, penso, no habia sido una de ellas. Recordo, palabra por palabra, su conversacion con Higginson, de la Seccion Especial. Higginson, con su chaqueta de mezclilla bien cortada, su espalda erguida, sus ojos claros, una mandibula vigorosa bajo un bigote recortado, tan parecido a la imagen convencional de un oficial del ejercito que, para Dalgliesh, siempre aparecia con una aureola de falsa respetabilidad, un chorizo amable de un barrio suburbial, un vendedor de coches de segunda mano hablando de su mercancia en el metro de Warren Street. Incluso su cinismo parecia tan cuidadosamente calculado como su acento. Sin embargo, el acento era perfectamente autentico y tambien lo era el cinismo. Lo peor que podia decirse de Higginson era que le gustaba demasiado su tarea.

– Es lo de siempre, mi querido Adam. Una esposa decorativa para exhibirla, la mujercilla devota al lado para usarla. Solo que en este caso no estoy seguro de que uso se le podia dar precisamente. La eleccion resulta un tanto sorprendente. Ya lo veras. Pero no hay problemas de seguridad. Nunca los ha habido. Los dos han sido notablemente discretos. Berowne siempre ha dejado bien claro que aceptaba toda precaucion necesaria para su

Вы читаете Sabor a muerte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату