– Pero ?fue real? De acuerdo, no me preguntes que entiendo yo por real. Real en el sentido de que este coche es real, tu eres real y yo soy real. ?Estaba alucinado, borracho, drogado? ?O bien tuvo en realidad…, bien, algun tipo de experiencia sobrenatural?
– Esto me parece improbable en un miembro practicante de la vieja Iglesia de Inglaterra, que es lo que se supone fue el. Esto es el tipo de cosas que cabe esperar en personajes de una novela de Graham Greene.
Kate dijo:
– Te refieres a ello como si fuera algo de mal gusto, excentrico, un tanto presuntuoso. -Guardo silencio por un momento y despues pregunto-: Si tuvieras un hijo, ?lo harias bautizar?
– Si. ?Por que me lo preguntas?
– Por lo tanto, tu crees en todo eso, en Dios, la Iglesia, la religion.
– Yo no he dicho eso.
– Entonces ?por que?
– Mi familia ha sido bautizada durante cuatrocientos anos, mas incluso, supongo. La tuya tambien, creo. No parece que nos haya hecho ningun dano. No veo por que deberia ser yo el primero en quebrantar la tradicion, al menos sin algunos sentimientos en contra que en realidad no poseo.
Y ella penso si no seria esta una de las cosas que disgustaban a Sarah Berowne de su padre, ese desprendimiento ironico demasiado arrogante incluso para llegar al fondo de las cosas. Dijo:
– Por tanto, es una cuestion de clase.
El se echo a reir.
– Para ti, todo es cuestion de clase. No, es una cuestion de familia, de piedad familiar, si quieres.
Ella dijo, procurando no mirarle:
– No soy la persona indicada para hablar de piedad familiar. Soy hija ilegitima, por si no lo sabias.
– No, no lo sabia.
– Bueno, muchas gracias por no decirme que eso no tiene importancia.
El replico:
– Solo afecta a una persona. A ti. Si tu crees que es importante, pues muy bien, ha de ser importante.
De pronto, ella casi sintio simpatia por el. Contemplo el rostro pecoso bajo la mata de cabellos rojizos y trato de imaginarle en el escenario de aquella capilla de su colegio. Despues penso en su propia escuela. La Ancroft Comprehensive tenia, desde luego, una religion, puesta al dia y, en una escuela con veinte nacionalidades diferentes, eficiente. Era el antirracismo. Alli pronto se aprendia que cabia prescindir de toda insubordinacion, indolencia o estupidez si se mostraba solidez en esta doctrina esencial. A ella le daba la impresion de que era como cualquier otra religion; significaba lo que cada uno quisiera que significara: era facil de aprender, con unos cuantos consejos, mitos y consignas, y era intolerante; ofrecia la excusa para una ocasional agresion selectiva y cabia elaborar una virtud moral a base de despreciar a la gente que resultara desagradable. Y lo mejor de todo era que no costaba nada. A Kate le agradaba pretender que este temprano adoctrinamiento no tenia absolutamente nada que ver con la fria rabia que se apoderaba de ella cuando contemplaba su extremo opuesto, los graffitti obscenos, los insultos proferidos a gritos, el terror de las familias asiaticas que no se atrevian a salir de las barricadas montadas en sus casas. Si la persona habia de poseer una etica escolar para obtener la ilusion de pertenecer a una sociedad, entonces, por lo que le habia costado, el antirracismo era tan bueno como cualquier otra cosa. Y por mas que pudiera pensar ella en sus manifestaciones mas absurdas, no era probable que indujera a nadie a ver visiones en una iglesia polvorienta.
VII
Dalgliesh habia decidido ir solo en su coche, el sabado por la tarde, a ver a los Nolan en su chalet de Surrey. Era el tipo de tarea que en circunstancias normales hubiera confiado a Massingham y Kate, o incluso a un sargento y otro detective, y pudo ver la sorpresa en los ojos de Massingham cuando le dijo que no necesitaba ningun testigo ni a nadie para tomar notas. El propio viaje era innecesario. Si el asesinato de Berowne estaba vinculado al suicidio de Theresa Nolan, todo lo que el pudiera descubrir acerca de la chica, que en el momento actual no era mas que una fotografia de un archivo policial, una cara palida e infantil bajo una cofia de enfermera, podia ser importante. Necesitaba revestir aquella sombra espectral con la muchacha viva, pero con su intromision en el dolor de sus abuelos lo menos que podia hacer era facilitarles en lo posible la tarea. No cabia duda de que un oficial de la policia resultaria mas tolerable que dos.
Pero sabia que habia otra razon para ir el mismo y solo. Necesitaba un par de horas de soledad y tranquilidad, una excusa para alejarse de Londres, de su despacho, de las insistentes llamadas telefonicas, de Massingham y de la brigada. Necesitaba escapar de las criticas de su superior, cuidadosamente silenciadas, en el sentido de que el estaba creando un misterio a partir de un suicidio y asesinato tragicos pero poco notorios, y de que todo ello equivalia a perder tiempo en una caza del hombre sin ninguna presa a la vista. Necesitaba escapar, aunque fuera por breve tiempo, de su abarrotada mesa de trabajo y de la presion de las personalidades, para ver el caso con unos ojos mas claros y sin prejuicios.
Era un dia caluroso, pero tormentoso. Jirones de nubes se arrastraban a traves de un cielo de un azul intenso, y proyectaban sus tenues sombras sobre los campos otonales ya segados. Dalgliesh seguia el itinerario a traves de Cobham y Effingham, y, una vez fuera de la A-3, detuvo su Jagguar XJS y abrio la capota del coche. Despues de Cobham, con el viento despeinando sus cabellos, creyo poder oler, en sus rafagas, el intenso aroma de pino y madera ahumada del otono. Las estrechas carreteras de la campina, blanqueadas entre el verdor de sus bordes, discurrian a traves de la zona boscosa de Surrey hasta que, de pronto, se le ofrecio una amplia panoramica de los South Downs y Sussex. Sintio entonces el deseo de que la carretera siguiera una linea recta ante sus ruedas y permaneciera vacia, sin la menor senal, eternamente, para que el pudiera apretar el acelerador y perder todas sus frustraciones en aquel impulso de energia, para que aquel torbellino de aire otonal que silbaba junto a sus oidos limpiara, tambien para siempre, su mente y sus ojos del color de la sangre.
Casi habia temido el final de su viaje y este se produjo con inesperada rapidez. Paso por Shere y se encontro en la cuesta de una colina y, a la izquierda de la carretera, cercada por robles y alamos, y separada del camino por un breve jardin, se alzaba una casa victoriana poco notable y con su nombre, Weaver's Cottage, pintado en la cerca blanca. Unos veinte metros mas alla, la carretera se enderezo y pudo avanzar con su Jaguar lentamente, hasta un lindero recubierto de gravilla. Cuando detuvo el motor, el silencio fue absoluto, sin la presencia de ningun pajaro, y durante unos momentos permanecio inmovil y exhausto, como si acabara de pasar por una dura prueba que se hubiese impuesto a si mismo. Habia telefoneado y, por tanto, sabia que le estarian esperando. Sin embargo, todas las ventanas estaban cerradas, no salia humo de la chimenea y el edificio tenia la atmosfera hermetica y opresiva de un lugar no abandonado, pero si deliberadamente cerrado frente al mundo. El jardin frontal no presentaba ningun signo de la frondosa exuberancia normal en los jardines de aquel tipo de casa de campo. Todas las plantas formaban hileras, con crisantemos, pensamientos y dalias, y entre ellas otras hileras mas bien descuidadas de hortalizas. Sin embargo, no se habian arrancado las malas hierbas y la breve zona de cesped a cada lado de la puerta no habia sido segada y ofrecia un aspecto abandonado. Habia en la puerta un picaporte en forma de herradura, pero no habia timbre. Dejo caer suavemente el picaporte, suponiendo que debian de haber oido la llegada del coche y que seguramente esperarian la llamada, pero transcurrio todo un minuto antes de que se abriera la puerta.
– ?La senora Nolan? -dijo, y exhibio su tarjeta, sintiendose mientras lo hacia como un inoportuno vendedor puerta a puerta.
Ella apenas la miro, pero se aparto a un lado para dejarle entrar. Debia de estar mas cerca de los setenta que de los sesenta anos, y era una mujer de constitucion fragil con una cara angulosa y angustiada. Sus ojos protuberantes, tan parecidos a los de su nieta, contemplaron los suyos con una mirada que a el ya le resultaba familiar: una mezcla de aprension, curiosidad y despues alivio al comprobar que, por lo menos, el tenia una apariencia humana. Llevaba un vestido de tela plisada azul y gris, mal ajustado en los hombros y que hacia bolsas alli donde ella lo habia acortado en el bajo. En la solapa lucia un broche redondo de plata y piedras de colores. El broche colgaba, tirando de la fina tela. Dalgliesh penso que no era este su atuendo usual para un sabado por la tarde, y que se habia vestido debidamente para recibir su visita. Tal vez fuese una mujer que se vestia para hacer frente a todos los inconvenientes y las tragedias de la vida, en un pequeno gesto de orgullo y desafio ante lo