planeado sobre su esposa como una maldicion. Pregunto:

– ?Donde esta el ahora?

– No lo sabemos. Creemos que se fue a Canada, pero nunca escribe. Tenia un buen oficio. Era mecanico. Muy entendido en coches. Y siempre habia sido muy habil con las manos. Dijo que no tendria problema en encontrar un empleo.

– Por consiguiente, ?no sabe que su hija ha muerto?

Albert Nolan contesto:

– Apenas sabia si ella vivia. ?Que puede importarle que ahora este muerta?

Su esposa inclino la cabeza como para dejar que su oleada de ira resbalase sobre ella. Despues dijo:

– Creo que siempre se sintio culpable, pobre Theresa. Creia haber matado a su madre. Era un absurdo, desde luego. Y despues, el hecho de que su padre la abandonase fue todavia peor. Se crio como una huerfana y creo que esto le hizo mella. Cuando a una chiquilla le ocurren desgracias, siempre cree que es por su culpa.

Dalgliesh dijo:

– Sin embargo, debia de sentirse feliz aqui, con ustedes. A ella le gustaba el bosque, ?no es asi?

– Tal vez. Pero creo que se sentia muy sola. Tenia que ir a la escuela en autobus y no podia quedarse para las actividades despues de sus clases. Y aqui cerca tampoco habia otras chicas de su edad. Le gustaba pasear por los bosques, pero nosotros no la alentabamos en este sentido. En estos tiempos, nunca se sabe. Nadie puede considerarse seguro. Esperabamos que hiciera amistades cuando empezara a trabajar como enfermera.

– ?Y fue asi?

– Ella nunca trajo a nadie a casa, pero de todos modos aqui tampoco habia ningun aliciente para la gente joven, esta es la verdad.

– ?Y nunca encontraron nada entre sus papeles, entre cosas que ella dejara, que les diera alguna idea de quien pudo haber sido el padre de su bebe?

– No dejo nada, ni siquiera sus libros de enfermeria. Vivia en una residencia cerca de Oxford Street, despues de abandonar Campden Hill Square, y despejo toda la habitacion, sin dejar nada en ella. Todo lo que recibimos de la policia fue la carta, su reloj, y las ropas que llevaba puestas. Tiramos la carta. De nada servia guardarla. Puede ver su habitacion si lo desea, senor. Es la misma que tuvo desde que era una nina. Alli no hay nada. Es tan solo una habitacion vacia. Entregamos todo lo suyo, sus ropas y sus libros, a Oxford. Pensamos que eso es lo que ella hubiera deseado.

Fue, penso Dalgliesh, lo que habian deseado ellos. La anciana le condujo a la estrecha escalera, le enseno la habitacion y despues se retiro. Se encontraba en la parte posterior de la casa, pequena y estrecha, de cara al norte y con una ventana enrejada. Afuera, los pinos y los alerces estaban tan cercanos que sus hojas casi temblaban junto a los cristales. Habia en la habitacion una luminosidad verde, como si se encontrara bajo el agua. Una rama de un rosal trepador, con hojas casi caidas y un solo capullo todavia por florecer, daba golpecillos en la ventana. Era, como ella habia dicho, tan solo una habitacion vacia. Su atmosfera estaba totalmente quieta y habia en ella un leve olor a desinfectante, como si sus paredes y el suelo hubieran sido recientemente lavadas a fondo. Le recordo una habitacion de hospital de la que se hubiera retirado un difunto, una habitacion impersonal y funcional, un espacio calculado entre cuatro paredes, esperando que el siguiente paciente introdujera en ella su aprension, sus dolores, su esperanza de darle un significado. Incluso habian deshecho la cama. Habia un cobertor blanco sobre el colchon desnudo y la unica almohada. Los estantes de la libreria mural estaban vacios; seguramente, eran demasiado fragiles incluso para soportar el peso de muchos libros. Nada mas quedaba alli, excepto un crucifijo sobre la cama. Sin tener nada mas que recordar, excepto el dolor, habian despojado la habitacion incluso de la personalidad de ella, y despues habian cerrado la puerta.

Contemplando aquella cama estrecha y casi desnuda, recordo las palabras de la nota de suicida que habia escrito la muchacha. El la habia leido solo dos veces al estudiar el informe del juicio, pero no tuvo la menor dificultad en recordarla palabra por palabra.

«Por favor, perdonadme. No me es posible seguir soportando tanto dolor. Mate a mi hijo y se que nunca lo volvere a ver, ni a vosotros tampoco. Supongo que estoy condenada, pero ya no puedo creer en el infierno. No puedo creer en nada. Fuisteis buenos conmigo pero yo nunca os fui de ninguna utilidad. Pense que, cuando fuese enfermera, todo seria diferente, pero el mundo nunca se mostro amable conmigo. Ahora se que no tengo que vivir en el. Espero que no sean ninos los que encuentren mi cuerpo. Perdonadme.»

No era, penso, una carta espontanea. Habia leido muchos mensajes de suicidas desde que era un joven comisario de distrito. A veces, habian sido escritos a causa del dolor y de una indignacion que producia una poesia inconsciente del desespero. Pero esta, a pesar de su nota de sufrimiento y de su aparente simplicidad, era mas elaborada, con un tono personal mitigado pero inconfundible. Penso que ella pudo haber sido una de aquellas jovenes peligrosamente inocentes, a menudo mas peligrosas y menos inocentes de lo que aparentan, y que son los agentes catalizadores de la tragedia. Ella permanecia en la periferia de su investigacion como un palido espectro con su uniforme de enfermera, algo desconocido y que ahora ya no podia conocerse, y con todo -de ello estaba convencido- una pieza central en el misterio de la muerte de Berowne.

No tenia ya esperanzas de enterarse de datos utiles en Weaver's Cottage, pero su instinto de investigador le movio a abrir el cajon del armario junto a la cama, y alli vio que algo quedaba de ella: su misal. Lo saco y lo hojeo casualmente. Cayo de el una hojita de papel arrancada de una libreta de notas. La recogio y pudo ver en ella tres columnas de numeros y letras:

R D3 S

B D2 S

P D1 S

S-N S2 D

Abajo, los Nolan, seguian sentados ante la mesa. Les enseno el papel. La senora Nolan opino que los numeros y las letras habian sido escritos por Theresa, pero anadio que no podia estar segura de ello. Ninguno de los dos pudo ofrecer la menor explicacion, y por otra parte tampoco mostraron el menor interes. Sin embargo, no opusieron ningun reparo cuando el dijo que le agradarla llevarse aquel papel.

La senora Nolan le acompano hasta la puerta y, con cierta sorpresa por parte de el, camino a su lado por el camino hasta llegar a la verja. Al llegar junto a esta, ella contemplo las sombras oscuras del bosque y dijo con una pasion apenas disimulada:

– Esta casa esta vinculada al trabajo de Albert. Hubieramos tenido que dejarla hace tres anos, cuando el empeoro tanto, pero han sido muy amables con nosotros. Sin embargo, la abandonaremos tan pronto como las autoridades locales nos encuentren un piso, y a mi no me disgustara en absoluto. Odio estos bosques, los odio de veras. No hay nada mas en ellos que este viento que silba continuamente, tierra humeda, una oscuridad que se cierne sobre nosotros, y animalillos que gritan durante la noche.

Y despues, mientras cerraba la verja detras de el, le miro directamente a los ojos:

– ?Por que ella no me hablo del bebe? Yo lo hubiera comprendido. Yo hubiera cuidado de ella. Yo hubiese logrado que papa se hiciera cargo. Eso es lo que mas duele. ?Por que no me dijo nada?

Dalgliesh contesto:

– Supongo que queria ahorrarles el disgusto. Eso es lo que todos tratamos de hacer, ahorrarles disgustos a las personas a las que amamos.

– Papa esta muy amargado. Cree que ella se ha condenado, pero yo la he perdonado. Dios no puede ser menos misericordioso que yo. Es algo que yo no puedo creer.

– No -dijo el-, no es necesario creer tal cosa.

Ella se quedo junto a la verja, mirandole, pero cuando el se metio en el coche y ajusto su cinturon de seguridad, al volver a mirarla descubrio que, casi misteriosamente, se habia desvanecido. La casa de campo habia recuperado su secreta reserva. Penso: «Este trabajo contiene demasiado dolor. ?Y pensar que yo solia felicitarme, creer que era util, que Dios me valga, que la gente tendiera a confiar en mi! ?Y que me ha traido hoy mi contacto con la realidad? Un trozo de papel arrancado de una libreta con unos cuantos garabatos, letras y numeros que acaso ni siquiera escribio ella». Se sentia contaminado a su vez por la amargura y el dolor de los Nolan. Penso: «?Y si digo que ya basta, que ya basta con veinte anos de utilizar las debilidades de las personas en su contra, con veinte anos de evitar cuidadosamente toda implicacion con ellas, y dimito de una vez? Fuera lo que fuese lo que Berowne encontro en aquella sacristia destartalada, no me es licito ni siquiera pretender averiguarlo». Y mientras

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