desconocido.
La sala de estar, cuadrada, con una unica ventana, le parecio mas tipica de un suburbio londinense que de aquella zona rural boscosa. Era una habitacion muy limpia, pero carente de todo caracter y mas bien oscura. La chimenea original habia sido sustituida por otra de imitacion de marmol, con una repisa de madera, y habian instalado en ella una estufa electrica, una de cuyas barras estaba encendida. Dos de las paredes habian sido empapeladas con una mezcla chillona de rosas y violetas, y las otras dos con papel liso con franjas azules. Las delgadas cortinas habian sido colocadas con la cara estampada hacia afuera, de modo que el sol de la tarde se filtraba a traves de un estampado de rosas bulbosas y un entramado de hiedra. Habia dos butacas modernas, una a cada lado de la chimenea, y una mesa cuadrada central con cuatro sillas. Junto a la pared mas distante habia un televisor de gran tamano, situado sobre un carrito. Excepto un ejemplar del
La senora Nolan le presento a su marido. Estaba sentado en la butaca de la derecha, frente a la ventana, y era un hombre muy alto y macilento, que respondio al saludo de Dalgliesh con una rigida inclinacion de cabeza, pero sin levantarse. Tambien su cara parecia rigida. A la luz solar que se filtraba a traves de las cortinas, los planos y angulos de su rostro daban la impresion de que este hubiera sido tallado en madera de roble. Su mano izquierda, que reposaba en su regazo, practicaba un incesante e involuntario temblequeo. La senora Nolan dijo:
– ?Le apetece tomar un poco de te, si me permite?
El contesto:
– Si, muchas gracias, si no es molestia. -Y penso: «Me parece que he oido esta pregunta y contestado estas palabras durante toda mi vida».
Ella sonrio y asintio con la cabeza, en un gesto de satisfaccion, y abandono la sala. Dalgliesh penso: «Yo digo las insinceridades convencionales y ella me contesta como si fuera yo el que le hiciera el favor. ?Que puede haber en mi trabajo que obligue a la gente a sentirse agradecida por el hecho de que yo me comporte como un ser humano?».
Los dos hombres esperaron en silencio, pero el te no tardo en llegar. Esto, penso Dalgliesh, explicaba el retraso en abrir la puerta. Al oir su llamada, ella se habia apresurado a poner la tetera en el fogon. Se sentaron a la mesa con envarada formalidad, esperando mientras Albert Nolan se levantaba rigidamente de su butaca y, penosamente, se dirigia a su nuevo asiento. Este esfuerzo provoco un nuevo espasmo tembloroso. Sin hablar, su esposa le sirvio el te y coloco la taza ante el. El no la cogio, sino que inclino la cabeza y sorbio el te ruidosamente desde la taza. Su esposa ni siquiera le miro. Habia medio pastel que, segun dijo ella, era de nueces y mermelada, y volvio a sonreir cuando Dalgliesh acepto una porcion. Estaba seco y era mas bien insipido, y se convirtio en una blanca pasta en su boca. Pequenos fragmentos de nuez se alojaron entre sus dientes y algun que otro pedazo de corteza de naranja dejo, un sabor amargo en su lengua. Despejo la situacion con un buen sorbo de te fuerte y muy cargado de leche. En algun lugar de la habitacion, una mosca emitia un zumbido intermitente.
Dalgliesh dijo:
– Siento tener que molestarles, y mucho me temo que esto resulte doloroso para ustedes. Como le explique por telefono, estoy investigando la muerte de sir Paul Berowne. Poco antes de que este muriese, recibio una carta anonima. Sugeria que tal vez el tuviese algo que ver con la muerte de la nieta de ustedes. Esta es la razon de mi presencia aqui.
La taza de la senora Nolan tintineo en su platillo. Despues coloco las dos manos debajo de la mesa, como una nina bien educada en una merienda colectiva, y a continuacion miro a su marido. Dijo:
– Theresa se quito la vida. Yo creia que usted, senor, ya lo sabia.
– Lo sabiamos. Pero cualquier cosa que le ocurriese a sir Paul en las ultimas semanas de su vida podria ser importante, y una de estas cosas fue la llegada de esa carta anonima. Nos gustaria saber quien la envio. Debo decirles algo: creemos probable que el fuese asesinado.
La senora Nolan replico:
– ?Asesinado? Esa carta no fue enviada desde esta casa, senor. Dios es testigo de que nosotros nada tenemos que ver con una cosa semejante.
– Lo se. Ni por un momento pensamos que fuese asi. Sin embargo, yo me preguntaba si su nieta les hablo alguna vez de alguien, de algun amigo intimo tal vez, de alguien que pudiera tener motivo para culpar a sir Paul de la muerte de ella.
La senora Nolan meneo la cabeza y dijo:
– ?Se refiere usted a alguien que pudiera haberle matado a el?
– Es una posibilidad que debemos tener en cuenta.
– ?Y quien podria ser? Esto no tiene sentido. Ella no tenia a nadie mas, aparte de nosotros, y nosotros jamas pusimos la mano sobre el, aunque Dios sabe que la indignacion nos hervia por dentro.
– ?Indignacion contra el?
De pronto, fue su marido el que hablo:
– Ella se quedo embarazada mientras estaba en su casa. Y el supo donde encontrar su cadaver. ?Como lo supo? Digamelo, vamos.
Su voz era dura, casi inexpresiva, pero las palabras surgieron con tanta fuerza que su cuerpo se estremecio. Dalgliesh contesto:
– Sir Paul dijo en el juicio que su nieta le explico una noche que le encantaban los bosques. Entonces penso que si habia decidido poner fin a su vida, tal vez hubiera elegido el unico lugar de bosque silvestre que hay en el centro de Londres.
La senora Nolan dijo:
– Nosotros no le enviamos esa carta, senor. Yo le vi en el juicio. Mi marido no vino, pero yo crei que uno de los dos habia de estar presente. Sir Paul solo hablo conmigo. En realidad, se mostro muy amable. Dijo que lo sentia mucho. Bueno, ?que mas puede decir la gente?
El senor Nolan anadio:
– Que lo siente. Y poca cosa mas.
Ella se volvio hacia su esposo:
– Papa, esto no es una prueba. Y el era un hombre casado. Theresa nunca hubiera… No con un hombre casado.
– No podemos saber lo que pudo haber hecho ella. Ni el. ?Que importa ahora? Ella se mato, ?no? Primero embarazada, despues el aborto, y por ultimo el suicidio. ?Que es un pecado mas, cuando se lleva todo eso en la conciencia?
Dalgliesh pregunto con voz suave:
– ?Pueden decirme algo acerca de ella? Ustedes la criaron, ?no es verdad?
– Asi es. No tenia a nadie mas. Nosotros solo tuvimos un hijo, su padre. Su madre murio diez dias despues de nacer Theresa. Tuvo una apendicitis y la operacion salio mal. Una posibilidad entre un millon, dijo el doctor.
Dalgliesh penso: No quiero oir nada de esto. No quiero escuchar sus penas. Eso era lo que el ginecologo le habia dicho a el cuando fue a ver por ultima vez a su difunta esposa, con su hijo recien nacido junto al brazo, los dos sumidos ya en la secreta nulidad de la muerte. Una posibilidad entre un millon. Como si pudiera haber consuelo, casi un orgullo, en el hecho de saber que el azar habia senalado a la familia de uno para demostrar las arbitrarias estadisticas de la falibilidad humana. De pronto, el zumbido de la mosca le resulto intolerable y dijo:
– Perdon.
Cogio el numero del
– ?Y su hijo?
– Bien, el no podia ocuparse del bebe. No cabia esperarlo. Solo tenia veintiun anos. Y creo que deseaba alejarse de casa, de nosotros, incluso de su hija. Aunque parezca extrano, creo que nos culpaba a nosotros. Ha de saber que, en realidad, nosotros no queriamos que se casaran. Shirley, su esposa, no era la chica que nosotros hubieramos elegido. Le dijimos que de ese matrimonio no podia salir nada bueno.
Y cuando nada bueno salio de ello, fue a ellos a los que culpo, como si su desaprobacion, su rencor, hubieran