– No.
– Pense que me convenia estar segura. -Solto una risita-. Eso hubiera sido una complicacion, ?verdad?
De pronto, desaparecio todo control. No quedo nada, excepto la ira desnuda, la verguenza totalmente desnuda, y se oyo a si misma aullar como una arpia:
– ?Larguese! ?Fuera de mi casa!
Incluso en medio de su colera, no le paso por alto el subito centelleo del miedo en aquellos ojos azules. Pudo verlo con una breve sensacion de placer y triunfo. Por tanto, ella no era inviolable despues de todo, ya que era posible asustarla. Sin embargo, este conocimiento no acabo de complacerla, pues hacia de Barbara Berowne una persona vulnerable, mas humana. Ahora se levantaba, casi sin la menor gracia, se inclinaba para coger por la correa su bolso, y se dirigia hacia la puerta con paso torpe como el de un nino. Solo cuando Carole la hubo abierto y se hubo hecho a un lado para dejarle paso, se volvio para hablar.
– Siento que usted se lo haya tomado de esta manera. Pienso que se esta comportando neciamente. Despues de todo, yo era su esposa. Yo soy la parte ofendida.
Y, seguidamente, se alejo presurosa a lo largo del pasillo. Carole exclamo a su espalda:
– ?La parte ofendida! ?Dios mio, esta si que es buena! ?La parte ofendida!
Cerro la puerta y se apoyo en ella. Una sensacion de nausea le retorcio el estomago. Corrio hacia el cuarto de bano y se inclino sobre el lavabo, agarrandose a los grifos para sostenerse. Entre su ira y su dolor, le entraron ganas de echar la cabeza atras y aullar como un animal. Tambaleandose, regreso a la sala de estar y busco su sillon como una ciega, y despues se quedo mirando el vacio sillon de el, mientras se esforzaba para calmarse. Cuando se sintio de nuevo duena de si, busco su bolso y saco la tarjeta con el numero de Scotland Yard, al que le habian pedido que telefonease.
Era domingo, pero alguien estaria de servicio. Aunque no pudiera hablar con la inspectora Miskin ahora, siempre podia dejar un mensaje y pedir que la llamara ella. La cosa no podia esperar hasta manana, Habia de comprometerse irrevocablemente, y ahora mismo.
Contesto una voz varonil, que ella no reconocio. Dio su nombre y pregunto por la inspectora Miskin.
Anadio:
– Es urgente. Se trata del caso Berowne.
Hubo un retraso de solo unos segundos antes de que contestara la inspectora. Aunque ella solo habia oido aquella voz en una sola ocasion, la reconocio de golpe. Dijo:
– Soy Carole Washburn. Quiero verla. Hay algo que he decidido decirle.
– Iremos en seguida.
– Aqui no. No quiero que vengan aqui, nunca mas. Nos encontraremos manana por la manana, a las nueve. En el jardin formal de Holland Park, el que esta junto a la Orangery. ?Lo conoce?
– Si, lo conozco. Estaremos alli.
– No quiero que venga el comandante Dalgliesh. No quiero ningun policia. Solo usted. No hablare con nadie mas.
Hubo una pausa y despues la voz hablo de nuevo, sin reflejar sorpresa, aceptando:
– Manana, a las nueve. El jardin, en Holland Park. Ire yo sola. ?Puede darme alguna idea de lo que se trata?
– Se trata de la muerte de Theresa Nolan. Adios.
Colgo el telefono y apoyo la frente en la frialdad pegajosa del metal. Se sentia vacia, con la cabeza hueca, estremecida por los latidos de su propio corazon. Se pregunto que sentiria, como podria seguir viviendo cuando se percatara de lo que acababa de hacer. Le entraron ganas de exclamar en voz alta: «Querido, lo siento. ?Lo siento!». Pero habia tomado ya su decision. Ahora ya no podia volverse atras. Y le parecio que todavia flotaba en la habitacion el aroma fugaz del perfume de Barbara Berowne, como la marca de la traicion, y que el aire de su apartamento nunca mas se veria libre de el.
QUINTA PARTE. Rh positivo
I
Miles Gilmartin, de la Seccion Especial, se veia protegido contra las molestias de visitantes casuales o inoportunos y la atencion de los malintencionados por una serie de verificaciones y nuevas verificaciones que a Dalgliesh, que esperaba con ira e impaciencia mal disimuladas que cada tramite terminara, le parecian mas infantilmente ingeniosas que necesarias o efectivas. Era un juego que el no se sentia con humor para practicar. Cuando finalmente fue introducido en el despacho de Gilmartin por una funcionaria que combinaba irritantemente una belleza excepcional con el evidente conocimiento de su extraordinario privilegio al servir al gran hombre, Dalgliesh se encontraba ya mas alla de toda consideracion de prudencia o discrecion. Bill Duxbury estaba en el despacho de Gilmartin y, apenas hubieron cambiado las primeras cortesias preliminares, la indignacion de Dalgliesh encontro valvula de escape en forma de palabras.
– Se supone que formamos parte del mismo bando, aunque vosotros no reconozcais mas bando que el vuestro. Paul Berowne fue asesinado. Si no puedo obtener cooperacion de vosotros, ?donde puedo esperar conseguirla?
Gilmartin repuso:
– Puedo comprender cierto enojo por el hecho de que no os dijeramos antes que Travers era una de nuestras operarias…
– ?Operarias! Suena como si formara parte de una cadena de montaje. Y ademas no me lo dijisteis. Tuve que descubrirlo por mi cuenta. Desde luego, admito la fascinacion de vuestro mundo. Me recuerda mis clases en la escuela. Teniamos nuestros pequenos secretos, nuestras palabras en codigo y nuestras ceremonias de iniciacion. Sin embargo, ?cuando diablos os portareis como hombres ya crecidos? Esta bien, ya se que es necesario, al menos en parte y durante cierto tiempo, pero vosotros lo convertis todo en obsesion. Secreto por amor al secreto, y toda esta burocracia llena de papeleo, para espiar. No es extrano que vuestra organizacion cree vuestra propia especie de traidores. Entretanto, yo estoy investigando un asesinato de veras y me serviria de ayuda que dejarais de una vez vuestros juegos y bajarais al mundo real.
Gilmartin repuso suavemente:
– Tengo la impresion de que este discurso hubiera estado mas acertado si se hubiese dirigido al MI5. Hay algo en lo que tu dices. Siempre conviene guardarse de los entusiasmos excesivos, y, desde luego, estamos excesivamente burocratizados. Pero dime, ?que organizacion no lo esta? Al fin y al cabo, nosotros trabajamos en informacion, y la informacion carece de valor si no esta debidamente documentada y facilmente disponible. Sin embargo, libra por libra, creo que le ofrecemos al contribuyente algo que bien vale su dinero.
Dalgliesh le miro fijamente.
– En realidad, no has entendido una palabra de lo que he dicho.
– Ya lo creo que si, Adam. Sin embargo, esto no es digno de ti. ?Tanta vehemencia! Has leido demasiadas novelas de espias.
Tres anos antes, penso Dalgliesh con amargura, Gilmartin bien hubiera podido pensar, aunque no se hubiera atrevido a decirlo: «Todo se debe a esas poesias que escribes». Sin embargo, no podia decirlo ahora. Gilmartin continuo:
– ?Estas seguro de que ese asesinato de Berowne no se te ha metido en la cabeza? Tu le conocias, ?verdad?
– Por el amor de Dios, si otra persona sugiere que no puedo ocuparme del caso porque conocia a la victima, presentare la dimision.
Por primera vez, una mueca de preocupacion, semejante a un breve espasmo doloroso, cruzo el rostro fofo y casi incoloro de Gilmartin.
– Hombre, yo no haria tal cosa. No por un pequeno pecado de omision por parte nuestra. Supongo que