para abandonar la girola y bajar al gran claustro cuando se detuvo, volvio la cabeza y miro al conde, cuyas facciones quedaban ocultas tras la penumbra.
– Voy a la Biblioteca Nacional a ver el original del
Capitulo 16
La puerta del ascensor se abrio con un zumbido aspirado y Tomas salio al vestibulo. El patio de la tercera planta de la Biblioteca Nacional, en Lisboa, era un lugar sombrio, taciturno, vacio; la penumbra se insinuaba por los rincones, brotando de los pasillos desiertos, instalandose a lo largo de las paredes desnudas, solo disipada por la claridad que se difundia desde las anchas ventanas, abiertas hacia la terraza y hacia las copas de los arboles que ondulaban a la distancia. Sus pasos retumbaban por el vestibulo, reverberando metalicamente en el marmol pulido del suelo. El historiador cruzo aquel espacio despojado, empujo las puertas acristaladas con marco de aluminio y entro en la sala de lectura.
La zona de los libros raros se concentraba en una habitacion estrecha y corta, considerablemente mas pequena que el salon de lectura de la planta baja. Enormes ventanas rasgaban la pared exterior de un extremo al otro, llenando la sala de luminosidad y decorandola con el verdor contiguo al edificio. Las paredes se veian cubiertas de estanterias, repletas de catalogos y volumenes diversos, viejas preciosidades ordenadas lado a lado con lomos de tela. Inclinados sobre las mesas, dispuestas como en un aula, varios lectores consultaban antiguos manuscritos; aqui un pergamino desgastado, alli un elegante libro miniado, por todas partes raidos tesoros bibliograficos cuyo acceso solo estaba permitido a los academicos. El recien llegado reconocio algunos rostros familiares; al fondo se sentaba un viejo catedratico de la Universidad Clasica, hombre delgado e irritable, con barbas blancas en punta, inclinado sobre un codice medieval; alla, en la esquina, un joven y ambicioso profe-sor auxiliar de la Universidad de Coimbra, con mofletes y un bigote abundante, atento a un agrietado Libro de Horas conventual; aqui, en la primera fila, una muchacha delgada y nerviosa, con el pelo mal arreglado y la ropa descuidada, sin duda una estudiante empollona, hojeaba una publicacion hecha jirones, era un viejo catalogo, gastado por el uso y por el tiempo.
– Buenas tardes, senor profesor -saludo la empleada desde el mostrador, una senora de mediana edad con gafas de carey, vieja conocida de los feligreses habituales de aquellos archivos.
– Hola, Odete -respondio Tomas-. ?Como esta?
– Bien -dijo y se levanto-. Voy a buscar lo que ha pedido.
Tomas habia presentado una solicitud en la vispera, se trataba de una norma imprescindible para la consulta directa de manuscritos raros y valiosos. Se sento en un lugar libre junto a la ventana y se quedo esperando, inseguro acerca de lo que encontraria. Abrio la libreta de notas y reviso la informacion que habia recogido sobre el autor del documento que venia a consultar. Ruy de Pina, habia averiguado, era un alto funcionario de la corte que gozaba de la plena confianza de don Juan II. Asistio como diplomatico a las grandes disputas con Castilla y fue el enviado de la Corona portuguesa a Barcelona, en 1493, para tratar con los Reyes Catolicos la situacion creada por el viaje de Cristobal Colon a «Asia». Participo en los preparativos para las negociaciones que llevaron al ano siguiente al Tratado de Tordesillas, el celebre documento que dividio el mundo entre Portugal y Castilla. Despues de la muerte del Principe Perfecto, de quien fue testamentario, se convirtio en cronista de la corte, escribiendo la
El sonido de unos pasos que se acercaban irrumpio en la cadena de pensamientos y en el desfile de informaciones compiladas, arrancando a Tomas de sus notas como un ruido que invade un sueno y lo disuelve para despertarlo en la realidad. Era Odete que venia con un volumen en brazos; la empleada de la biblioteca solto pesadamente el manuscrito sobre la mesa y esbozo una mueca de alivio.
– ?Aqui esta! -exclamo casi jadeante-. Tratelo bien.
– Quedese tranquila -dijo sonriendo Tomas, sin quitar los ojos de la obra.
El compacto volumen presentaba una tapa de piel marron y la referencia de la signatura en el lomo:
Se detuvo en la pagina setenta y seis. Alli figuraba la «n» ornada, lanzando la frase «al ano siguiente de m… y estando el Rey en el lugar de Vall de parayso…». Volvio la hoja y estudio el extremo de la pagina, siempre en busca de la parte de los espacios en blanco junto a las referencias a Colon. La encontro. Acto seguido, sintio que el corazon le daba un vuelco; abrio la boca, con los ojos vidriosos ante aquel fragmento, viendo y negandose a creerlo. Al comienzo de la cuarta linea, a la izquierda, una mancha blanquecina bajo las palabras «nbo y taliano» habia una correccion. Era una raspadura.
La raspadura.
Tomas se aflojo el cuello, sofocado, parecia que buscaba aire, y miro a su alrededor, como si estuviera ahogandose y buscase auxilio. Queria gritar el descubrimiento, ansiaba dar voces por el fraude al fin desenmascarado, pero la sala parecia ajena a aquel instante de revelacion, sumergida en la modorra de la tarde gris, entregada a una indolencia de estudio perezoso.
Volvio a concentrarse en la hoja del manuscrito, temiendo que hubiese desaparecido lo que habia visto. Pero no, la raspadura aun estaba alli, sutil pero inocultable, parecia reirsele en la cara; el historiador meneo la cabeza, repitiendo mentalmente la ineludible conclusion a la que le conducia. Alguien habia corregido la
Impenetrable.
Despues de pasar mas de diez minutos intentando ver lo invisible, Tomas decidio cambiar de tactica. Tendria que ir a hablar con un experto en equipos de imagen electronica avanzada para evaluar la posibilidad de acceder a eventuales vestigios del texto raspado. Cogio el volumen y se levanto del lugar donde estaba; se acerco a la recepcion y deposito la obra sobre el mostrador de madera.
– ?Ya esta? -se sorprendio la empleada, alzando los ojos de una novela barata que leia inclinada sobre el escritorio.
– Si, Odete. Me voy.
La empleada cogio el codice para llevarlo de vuelta al deposito.
– Estan pidiendo mucho este manuscrito -comento, mientras se acomodaba el volumen bajo el brazo.
Tomas ya estaba en la puerta cuando escucho la observacion.
– ?Como?
– Piden mucho el
– ?Lo piden? ?Quienes?
– Mire, hace unos tres meses estuvo consultandolo el profesor Toscano.
