– Ah -comprendio Tomas-. Si, el profesor Toscano debe de haber estado estudiando el codice, eso debe de…

– Pobre profesor. Morirse asi en Brasil, tan lejos de la familia.

Tomas lanzo una interjeccion con la lengua y suspiro, con una expresion resignada de circunstancias.

– Es la vida, ?que se le va a hacer?

– Pues si -confirmo Odete-. Y yo me quede aqui con la respuesta a la peticion que me hizo. No se ahora que hacer.

– ?Que peticion?

La empleada balanceo el manuscrito, mostrandolo.

– Este es el codice -dijo-. El profesor pidio una imagen de rayos X a nuestros laboratorios. La respuesta me llego hace dos semanas, mas o menos, y yo no se que hacer.

Tomas volvio a acercarse al mostrador, con una expresion intrigada en sus ojos.

– A ver si he entendido. ?El profesor Toscano le pidio pasar el manuscrito por rayos X?

Odete se rio.

– No, profesor. El pidio rayos X solo de una hoja del codice. Una sola.

Solo podian ser rayos X de la hoja raspada.

– ?Donde esta eso?

– Ah. -Senalo un pequeno armario por debajo del mostrador y apoyado en la pared-. En mi cajon.

El historiador se inclino sobre el mostrador y observo el cajon, con el corazon ya a saltos.

– Odete, hagame un favor. Muestremela.

La empleada volvio a depositar el volumen sobre el mostrador y se agacho junto a su lugar. Abrio el cajon, revolvio el interior y saco de alli un sobre enorme.

– Aqui esta -dijo, extendiendole el gran sobre blanco con un logotipo de la Biblioteca Nacional de Lisboa en el rincon del remitente-. Mire.

Tomas rasgo el sobre por un angulo y saco lo que parecia ser una imagen de rayos X, casi semejante a las que se sacan de los huesos. Pero, en vez de revelar una parte cualquiera del esqueleto, la fotografia registraba la pagina de un texto. Con una mirada superficial, el historiador enseguida se dio cuenta de que, efectivamente, se trataba de la pagina raspada del Codice 632. Como un iman, los ojos fueron atraidos por el lado izquierdo de la cuarta linea, el fragmento donde se habia hecho la correccion. Aun se reconocian los trazos de «nbo y taliano» anadido sobre la raspadura. Pero, mezclados con estos, asomaban otros trazos en el mismo fragmento; confusos, borrosos, envolviendose las lineas unas en otras. Tomas acerco los ojos a aquel fragmento de texto y se concentro en el formato de las letras y en la manera en que se asociaban para formar palabras; intento distinguir las lineas originales, diferenciandolas de las anadidas posteriormente. Torcio la cabeza para seguir la evolucion de los trazos misteriosos, atento a sus curvas, intentando descifrar el sentido que encubrian las letras raspadas.

De repente, casi como por encanto, como si hubiese sido tocado por un genio magico o iluminado por una inspiracion divina, el texto original se le hizo claro. Tomas entendio, por fin, lo que Ruy de Pina habia escrito realmente en la primera version; la verdad asomo en el texto y le lleno el alma.

El misterio estaba desvelado.

La estructura de canteria blanca se alzaba por encima de la sabana resplandeciente y verdusca del agua, con un vigor frio bajo la energia calurosa del sol del mediodia; era como si un castillo medieval hubiese sido construido en pleno rio, soberbio y orgulloso, un monumento gotico a la memoria de tiempos grandiosos; se elevaba como una especie de nave de piedra, firme entre la ondulacion liquida de las olas, verdadero centinela vigilando la entrada del Tajo y protegiendo a Lisboa del manto sombrio de lo desconocido, de aquel Adamastor difuso que permanecia oculto mas alla de la linea del horizonte, un fantasma inmerso en la inmensidad infinita del oceano.

Tomas recorrio el ponton y se deslizo sobre las aguas blandas de la margen del rio, los ojos fijos en la obra de joyeria de piedra hacia la cual se dirigia. La Torre de Belem crecia frente a el con un primor majestuoso, la torre alta y distante mirando la plataforma ancha, como si la torre fuese el puente y el baluarte a proa de una rigida carabela del siglo xvi, ambos unidos por una gruesa maroma de piedra rematada por graciosos nudos; las garitas estaban coronadas por cupulas en gajos, como las de las mezquitas almohades; los balcones exhibian ajimeces y las barandillas revelaban su encaje; por todos lados se mostraba la cruz de la Orden Militar de Cristo, el simbolo templario portugues visible sobre todo en los merlones de los parapetos, y orgullosas esferas armilares, esculpidas en piedra y exhibidas con altivez.

El historiador se interno en la fortaleza y desemboco en el punto de encuentro, intimamente divertido con la obsesion que su interlocutor revelaba por los monumentos mas emblematicos de los descubrimientos. Nelson Moliarti lo esperaba apoyado en las almenas del baluarte, junto a una de las garitas delanteras, mascando un chicle.

– Tengo buenas noticias -solto Tomas, con euforia apenas contenida, mientras le tendia la mano al estadounidense para saludarlo.

– ?Ah, si?

– Si. -Alzo la cartera marron, mostrandosela a su interlocutor-. He concluido la investigacion.

Moliarti sonrio.

– ?De verdad?

– Puede creerlo.

– Menos mal, menos mal. Entonces cuenteme.

Apoyado en las almenas que bordeaban el monumento, Tomas reprodujo las revelaciones resultantes de sus desplazamientos a Jerusalen y a Tomar. Hablo con tamana intensidad que se abstrajo de todo. Las gaviotas revoloteaban ruidosamente alrededor, graznando melancolicamente, algunas rozando la cupula bulbosa de las garitas con sus vuelos rasantes; la brisa salada del mar perfumaba el aire, era el aliento profundo del oceano que brotaba de las aguas y llenaba el viento con su vaho fresco y vigorizador; las olas se deshacian mansas sobre la base de la Torre de Belem, acariciando la piedra, abrazandola, como si le besasen los pies. Pero a toda esta opera de color y sonido y fragancia Tomas permanecio indiferente, solo preocupado por desvelar el misterio que lo perseguia durante los ultimos meses. Moliarti lo escucho con una actitud impasible, impenetrable, casi sin sorpresa; el semblante solo se altero en la parte final, cuando el historiador revelo lo que habia ocurrido en la Biblioteca Nacional.

– ?Donde estan esos rayos X? -quiso saber el estadounidense, repentinamente ansioso.

– Aqui estan -revelo Tomas, senalando la cartera con un gesto.

– Muestremelo.

El portugues se acuclillo junto a la base de las almenas, abrio el maletin marron y saco un sobre ancho con el logotipo de la Biblioteca Nacional. Se enderezo, abrio el sobre y saco de su interior la hoja plastificada de los rayos X, que extendio a Moliarti.

– Aqui tiene.

El estadounidense recorrio con la vista los rayos X con mal disimulada ansiedad y deprisa miro a Tomas, esbozando una expresion interrogativa.

– ?Vaya! No entiendo. ?Donde esta la revelacion?

El historiador se acerco a la hoja y senalo el lado izquierdo de la cuarta linea.

– ?Ve esto?

Moliarti se esforzo por distinguir algo en lo que observaba.

– Si… -dijo titubeante, inseguro en cuanto a lo que habia alli.

– ?Puede entender lo que esta escrito?

– Bien…, pues… ni por asomo.

– Es natural -intervino sonriente Tomas-. Hay aqui una superposicion de textos, el raspado y el que esta encima. Fijese en que el sobrepuesto se encuentra mas oscuro. Dice «nbo y taiano». Pero usted debe concentrarse en las lineas grises, mas claras. Mire.

Moliarti acerco los ojos a la cuarta linea, casi como si fuese miope.

– Si -comprobo-. Hay algo ahi, si.

– ?Logra entenderlo?

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