mejor manera de romper aquel sopor nostalgico en el que estaba hundido. Compro una entrada y, como faltaban quince minutos para que comenzase el proximo pase, se dirigio al bar para comprar unas golosinas. El bar era una novedad del cine de Carcavelos; en sus tiempos de estudiante aquel espacio no existia. Se trataba, al fin y el cabo, de una respuesta de la vieja sala a la oferta «gastronomica» de los nuevos shoppings, una senal triste de que los tiempos efectivamente habian cambiado: aquel era el mismo sitio, pero se habia vuelto diferente. Mientras esperaba un momento junto a la barra, sintio anoranza del cine tal como era antano, siempre lleno, con un largo intermedio en la mitad de la pelicula, y al que iba cogido de la mano con su novia; cuando llego su vez en la cola, pidio unas palomitas dulces y las pago; la camarera le entrego las palomitas en un pequeno cartucho de papel reciclado y Tomas dio media vuelta para dirigirse a la sala.

Fue en la puerta del bar donde se encontro con ella. Constanza entraba en el lugar; tenia un aspecto fresco, limpio, ordenado, bonita como a los veinte anos, solo un poco mas madura; llevaba un vestido blanco, con flores rojas y amarillas, cenido a la cintura, que se abria en una falda alegre, como se usaba en los anos 50. Tomas sintio que su corazon le daba un vuelco y se detuvo, con la mirada fija en ella. Constanza lo vio y vacilo; se quedaron los dos quietos a la entrada del bar, como dos ninos pillados en falta.

– Hola -dijo el, por fin, atolondrado.

– Hola, Tomas -respondio Constanza, recuperandose de la sorpresa inicial; se volvio hacia un lado y toco el brazo de un hombre-. Te presento a mi amigo Carlos.

Tomas tomo en ese instante conciencia de que la frontera entre el sueno y la pesadilla es tan tenue como un hilo de seda, de que la transicion entre la esperanza y la desesperacion es tan delicada como un petalo lanzado al viento. Sintio que vivia aquel instante embarazoso en camara lenta, que la terrible escena se reproducia sin parar en su mente, y sus ojos pasaron del rostro hermoso y comprometido de Constanza al semblante de un hombre delgado, de barba rala, traje y corbata, al lado de ella. El hombre miro a Tomas con expresion interrogativa, que pronto se volvio fria, y extendio la mano.

– Encantado -saludo, obviamente poco sincero-. Carlos Rosa.

Como un automata, casi sintiendo el cuerpo separado de la mente, Tomas estiro su mano y lo saludo.

– ?Y? -Era la voz de Constanza-. ?Que tal te van las cosas?

Tomas la miro perplejo. Se descubrio repentinamente anestesiado por dentro, aturdido, con el corazon que reprimia una furia ciega que le brotaba de las entranas.

– Pues… bien, si. ?Y tu?

– De maravilla. Has venido al cine, ?no?

– Si.

– ?Que vas a ver?

– El club de la lucha.

– Ah.

Pausa incomoda, pesada. La conversacion era tensa, hueca, absurda, como todas las conversaciones forzadas de circunstancia, tropezando con las palabras, atolondrandose por el momento inconveniente que habia surgido de ese encuentro no deseado. Tomas sintio unas ganas enormes de desaparecer, escapar de alli, dejar de existir.

– ?Y tu?

Constanza miro a su companero.

– Nosotros hemos venido a ver El secreto de Thomas Crown.

Aquel «nosotros» represento un golpe brutal, uno mas, asestado en el estomago de Tomas, una dura punalada en lo que aun persistia de sus ultimas ilusiones. Constanza ya no decia «yo». Decia «nosotros».

«Nosotros.»No eran ella y Tomas. Nosotros. No era ella sola. Yo. Era ella y el otro. «Nosotros.» Ella y su rival, el hombre que lo habia sustituido, aquel que se la habia robado. «Nosotros.»

– Pues…, bien…, ya me voy -balbucio Tomas, dando un torpe adios con la mano.

– Que sea buena la pelicula -dijo ella, con los ojos muy abiertos, era imposible distinguir si estaba feliz o triste, incomoda o indiferente.

Tomas huyo del bar, pero no fue a la sala del cine. Siguio hacia delante y salio del centro comercial, casi desesperado, jadeante, fue a la calle a respirar aire puro y afrontar la dura resaca del amor que sabia ahora perdido para siempre.

La multitud hormigueaba por la acera ancha del Rossio, fatigandose en un movimiento desordenado, casi caotico; las personas se cruzaban con expresiones variadas: unas aceleradas, con los ojos fijos en la calle; otras vagando, mirando el infinito; algunas observando la masa humana que desfilaba delante de el en medio de aquel tumulto nervioso e impaciente. Entre estos espectadores se incluia Tomas, sentado en la terraza del cafe Nicola, con las piernas cruzadas, saboreando con una mirada ausente un cafe humeante.

De aquella mole difusa de gente surgio, como si se hubiese materializado desde la nada, Nelson Moliarti; llevaba traje y corbata y llegaba cuarenta minutos despues de la hora fijada.

– Sorry -se disculpo el estadounidense, acerco una silla y se sento-. He estado hablando con John Savigliano, en Nueva York, y me retrase.

– No Importa -comento Tomas, esforzandose por sonreir-. Para variar, esta vez me toco esperar a mi. Es justo.

– Si, pero no me gusta llegar tarde.

– ?Que quiere tomar?

– Pues… una infusion de jazmin y un pastel de nata, si hay.

Tomas llamo al camarero y le comunico el pedido. El hombre tomo nota, dio media vuelta y desaparecio dentro del Nicola.

– ?Como esta Savigliano?

– Oh, bien -respondio Moliarti, con los ojos danzando en algun punto mas alla de Tomas, como si no quisiera encararlo-. John esta bien.

– Usted parece preocupado…

– No, no -nego el estadounidense- -. Solo que… tenemos que hacer cuentas, ?no?

– Si, claro.

Moliarti apoyo los codos sobre la mesa y, por primera vez, fijo su mirada en Tomas.

– Tom, segun lo acordado debo pagarle los dos mil dolares por semana de salario y el medio millon de dolares de premio, tal como hablamos en Nueva York. -Carraspeo-. ?Cuando quiere la pasta?

– Bien…, pues… Casualmente me vendria bien ahora…

El hombre de la fundacion saco una chequera del bolsillo interior y preparo la estilografica, pero mantuvo la mirada clavada en el historiador.

– Le dejo ahora el cheque, Tom, pero hay una condicion adicional.

– ?Si?

– Se trata de la confidencialidad.

– ?Confidencialidad? -se sorprendio Tomas-. No entiendo…

– Todo el trabajo que usted ha hecho para nosotros es confidencial. ?Ha entendido?

– ?El trabajo es confidencial?

– Si. Ni una palabra sobre esos descubrimientos.

Tomas se rasco el menton, intrigado.

– ?Se trata de alguna estrategia comercial?

– Es una estrategia nuestra.

– Si, pero ?cual es la idea? Mantenernos muy calladitos ahora para despues hacer un gran lanzamiento en el momento de la publicacion, ?no?

Moliarti miro alrededor de la terraza, como si temiese que alguien lo escuchara, y volvio a centrar su atencion en el portugues.

– Tom -dijo, bajando el tono de voz-. No va a haber publicacion.

El historiador desorbito los ojos, estupefacto.

– ?Como?

– Esos descubrimientos no seran publicados. Ni ahora, ni nunca.

Tomas se quedo un largo instante con la boca entreabierta, incapaz de articular el asombro que sentia con

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