– ?Ah! ?Por que la llaman entonces Praca Tiradentes?

– Es una larga historia. Esa plaza comenzo llamandose Campo dos Ciganos. Despues construyeron ahi una picota para castigar a los esclavos y el sitio comenzo a ser conocido como Terreiro da Pole. Mas tarde, cuando la revuelta de Tiradentes, que condujo a la independencia, construyeron alli un cadalso y lo mataron.

– ?Mataron a quien?

– A Tiradentes, senor.

– Ah -exclamo Tomas, que, torciendo los labios, se quedo observando la figura ecuestre-. ?Y que lleva don Pedro I en la mano?

– La declaracion de la independencia de Brasil -farfullo el taxista-. Su hijo, el emperador don Pedro II, ordeno hacer esa estatua. Cuentan que, el dia de la inauguracion, el emperador miro la estatua y monto en colera - sonrio-: el hombre a caballo no se parecia a su padre.

El taxi rodeo la plaza y se interno por una callejuela estrecha; despues giro a la derecha y se detuvo un poco mas adelante, junto a una libreria de viejo. El taxista siguio su marcha por una travesia, a la izquierda.

– Esta es la Rua Luis de Camoes, senor. El gabinete queda justamente alli.

Tomas pago y bajo del coche. Recorrio la calle estrecha y empedrada, de sentido unico, y llego hasta una plazuela discreta, el Largo de Sao Francisco; la plaza estaba enaltecida por un hermoso monumento de estilo neomanuelino, se asemejaba vagamente a una Torre de Belem aun mas primorosa; cuatro estatuas de tamano natural, incrustadas en la fachada, parecian dedicarse a la vigilancia del edificio. El visitante retrocedio unos pasos, al entrar en la plaza, y admiro la esplendorosa arquitectura blanca. El unico color visible era el rojo de dos cruces portuguesas de la Orden Militar de Cristo, semejantes a las de las naves y carabelas del siglo xvi; en la cima, con mayusculas, se leia: «Real Gabinete Portuguez de Leitura».

Sin dejar de admirar la vistosa fachada, Tomas atraveso la gran puerta en arco y entro en la segunda mayor biblioteca de Rio de Janeiro, un hermoso edificio del siglo xix regalado por Portugal a Brasil y donde se concentraba el mas valioso acervo de obra de autores portugueses fuera del pais. El visitante atraveso con tres largos pasos el pequeno vestibulo y casi se quedo sin aliento cuando se abrio el espacio del salon central frente a el. Sus ojos se llenaron con la imagen de la magnifica gran sala de lectura, donde el estilo neomanuelino alcanzaba el apogeo de su gloria. Las paredes estaban repletas de libros, obras ordenadas en grandiosas estanterias de madera labrada que subian hasta el techo como hiedras armoniosas; magnificas columnas sostenian el primero y el segundo plano de las estanterias, doblandose en elegantes arcos y culminando en hermosisimas balaustradas; en el suelo relucia un pavimento de granito gris claro pulido, cortado por vigorosas geometrias negras, de lineas paralelas y perpendiculares; una esplendida claraboya con vitrales azules y rojos se abria a todo lo ancho del techo, dejando que la luz natural se esparciese armoniosamente por la sala; cada uno de los cuatro angulos del techo llevaba pintada la figura de un heroe portugues. Tomas reconocio entre ellas los rostros de Camoes y Pedro Alvares Cabral. Del centro de la claraboya pendia una enorme y pesada arana de hierro, redonda como una esfera armilar, decorada con las armas de Portugal.

Atonito frente a la majestuosidad de aquella biblioteca, Tomas atraveso respetuosamente el salon y se dirigio a una senora sentada en un rincon, inclinada sobre un ordenador. Cuando el recien llegado se detuvo frente a ella, la mujer alzo la cabeza de la pantalla.

– ?Digame?

– Buenos dias. ?Usted trabaja aqui?

– Si, soy la bibliotecaria. ?Puedo ayudarlo?

– Mi nombre es Tomas Noronha, soy profesor de la Universidad Nova de Lisboa.

– Ah, si -exclamo la bibliotecaria, al reconocerlo-. El doctor Rebelo me ha hablado de usted. Viene recomendado por el consul, ?no?

– Si, al menos eso creo.

– Me pidieron que lo tratase muy bien -dijo con una sonrisa-. ?En que puedo ayudarlo?

– Necesito saber cuales son las obras solicitadas por el profesor Vasconcelos Toscano, que estuvo aqui hace unas tres semanas.

La bibliotecaria escribio el nombre en el ordenador.

– Vasconcelos Toscano, ?no? Dejeme ver…, solo un momento, senor.

La pantalla dio la respuesta en unos segundos. La bibliotecaria miro la informacion e hizo un esfuerzo de memoria.

– ?No era el profesor Toscano un viejecito de barba blanca?

– Si, claro.

– Ah, vale. Me acuerdo de el. -De nuevo esbozo una sonrisa-. Era un poco hurano y rezongon, algo reservado. -Miro a Tomas y, con miedo a estar hablando asi con un amigo o familiar, se dio prisa en anadir-: Pero era una joya de persona, sin duda. No tengo motivos de queja.

– Sin duda.

– ?Ay! Nunca mas volvio. ?Se habra enfadado con nosotros?

– No. Murio hace dos semanas y media.

La mujer puso una mueca de horror.

– ?Ah! -exclamo conmovida-. ?De verdad? ?Vaya, que disgusto! ?Fijese! Todavia estaba ahi hace tan poco tiempo y ahora… -Se santiguo-. ?Virgen Santa!

Tomas suspiro, simulando compasion; ardia, no obstante, de impaciencia por saber cual era la respuesta que habia dado el ordenador.

– ?Es la vida!

– ?Que cosas! ?Y usted es pariente de el?

– No, no. Soy un… amigo. Tengo la mision de recomponer las ultimas investigaciones del profesor Toscano. Para una publicacion. -Hizo una sena con la cabeza, indicando la pantalla del ordenador-. ?Ya tiene alguna respuesta?

La bibliotecaria se estremecio y dirigio de nuevo su atencion a la pantalla.

– Si -dijo-. Bien, en realidad, ese viejecito, el profesor Toscano solo vino aqui tres veces, y siempre para consultar la misma obra. -Fijo la vista en el titulo que aparecia en el ordenador-. Solo queria la Historia da colonizando portuguesa do Brasil, editada en 1921 en Oporto. Fue lo unico que consulto.

– ?Ah, si? -se sorprendio Tomas-. ?Y tiene esa obra?

– Claro. ?Que volumen desea?

– ?Que volumenes consulto el?

La mujer verifico en la pantalla.

– Solo el primero.

– Entonces traigame ese -pidio Tomas.

La bibliotecaria se levanto y fue a buscar el libro. Mientras esperaba, Tomas se sento comodamente en una silla de madera junto a una mesa de consulta y admiro el hermoso salon. Inspiro con placer el olor calido y dulzon del papel viejo, un aroma al que se habia habituado desde hacia mucho en las bibliotecas y del que ya no podia prescindir: era oxigeno. Aquel aire que venia del pasado, un viajero invisible y misterioso que habia atravesado el tiempo con noticias de lo que ya no existia, constituia el origen de su inspiracion y el destino de su vida. Todos tienen, al fin y al cabo, sus vicios, y Tomas lo sabia. Habia quien no podia vivir sin la brisa salada del mar; otros eran incapaces de privarse del aire fresco y limpido de las montanas; estaban incluso aquellos que se entregaban al hechizo verde de los perfumes purificadores que flotaban en los bosques y selvas; pero era entre los viejos manuscritos, amarillentos y enmohecidos, deteriorados y perdidos en algun rincon olvidado de una biblioteca polvorienta, donde Tomas encontraba la fuente de encantamiento y energia que lo alimentaba. Esta, lo sabia, era su casa; alli donde hubiese libros antiguos se encontraban sus raices mas profundas.

– Aqui esta -anuncio la bibliotecaria, colocando en la mesa un grueso volumen.

Tomas estudio la obra y comprobo que la Historia da colonizando portuguesa do Brasil habia sido dirigida y coordinada por Malheiro Dias e impresa en la Litografia Nacional, en Oporto, en 1921. Comenzo a leer el texto, primero con atencion; al cabo de una hora, sin embargo, y dandose cuenta de que el libro se limitaba a sistematizar un conjunto de informaciones que ya poseia, se dedico a una lectura mas transversal, hojeandolo con rapidez. Cuando termino, frustrado por no haber encontrado nada relevante ni que lo ayudase en sus investigaciones, fue hacia donde estaba la bibliotecaria y le entrego el

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