cajones y tiradores metalicos, un papel junto a los tiradores indicaba las letras de referencia por autor y titulo. Atravesaron el salon y Tomas se vio ante una mesa colocada enfrente de los escritorios de las bibliotecarias. La mesa estaba cubierta por una tela de terciopelo color burdeos. Encima de ella, habia un pequeno libro marron con las cejas grabadas en dorado y un par de guantes blancos y finos. Celia le presento a la bibliotecaria, una senora baja y regordeta.
– ?Este es el libro? -pregunto Tomas, senalando el ejemplar antiguo apoyado sobre el terciopelo de la mesa.
– Si -confirmo la bibliotecaria-. Es el
– Aja. -Se acerco, inclinandose sobre la obra-. ?Puedo verlo?
– Claro -autorizo la senora-. Pero, disculpe, tendra que ponerse los guantes. Es un libro antiguo y siempre cuidamos de que no queden huellas de los dedos ni…
– Lo se -interrumpio Tomas con una sonrisa-. No se preocupe, ya estoy habituado.
– Y solo puede utilizar lapiz.
– Eso es lo que me falta -dijo el portugues, palpandose los bolsillos.
– Puede usar este -exclamo la bibliotecaria depositando un lapiz afilado en la mesa.
Tomas se puso los guantes blancos, se sento y cogio el pequeno libro marron, pasando la mano con suavidad por la encuadernacion de piel. Las primeras paginas anunciaban el titulo y el autor, ademas de la ciudad, Vicentia, y la fecha de publicacion, 1507.
Una anotacion a lapiz constataba, en portugues moderno, que alli se encontraba la primera narracion del viaje de Pedro Alvares Cabral a Brasil y que la obra era la segunda de las colecciones mas antiguas de viajes. Hojeo el libro: las paginas, amarillentas y manchadas, exhalaban un aroma calido y dulzon; le habria gustado sentir la textura de las hojas en la yema de los dedos, pero los guantes lo volvian insensible al contacto, como si estuviese anestesiado. El texto parecia redactado en toscano y estaba impreso a veintinueve lineas, con
Le llevo dos horas leer la obra, haciendo anotaciones a lapiz en su libreta de notas. Cuando termino, dejo el libro, se levanto de la silla, se desperezo y se dirigio hacia la bibliotecaria, ocupada con unas solicitudes.
– Disculpe -dijo, atrayendo su atencion-. Ya he terminado.
– Ah, si -exclamo ella-. ?Quiere consultar alguna obra mas?
Tomas miro el reloj. Eran las cinco de la tarde.
– ?A que hora se cierra la biblioteca?
– A las ocho, senor.
El portugues suspiro.
– No, creo que me voy a marchar, ya estoy cansado. Volvere manana para ver el Waldseemuller. -Hizo un gesto de saludo con la cabeza-. Muchas gracias y hasta manana.
Celia regreso a la sala de los libros raros y lo acompano durante el trayecto por el ascensor. Bajaron hasta el piso de la entrada principal y siguieron hasta el vestibulo, rodeando la escalinata de marmol. Al acercarse al mostrador de la porteria, para que el visitante devolviese la tarjeta de lector, la secretaria del director de la biblioteca se detuvo de repente, abrio mucho los ojos y se llevo las manos a la cabeza.
– Ay, profesor, que me acabo de acordar de una cosa -gimio.
Tomas la miro, sorprendido.
– ?Que?
– Mire, el profesor Toscano solia usar nuestros cofres de lectores y, ahora que ha fallecido, tenemos su cajon cerrado sin que lo podamos utilizarlo. -Adopto una actitud de suplica-. ?Le importaria entregar en el consulado las cosas que el dejo aqui?
El portugues se encogio de hombros y abrio las manos, en un gesto de indiferencia.
– Claro que no. Pero no voy a perder mucho tiempo, ?no?
– Solo sera un momento -lo tranquilizo Celia.
La muchacha acelero el paso en direccion a un guardia de seguridad que se encontraba a la izquierda del vestibulo, justo por detras de la porteria, y Tomas la siguio. Pasaron por un detector de metales, semejante a los de los aeropuertos, y llegaron ante dos muebles negros, solidos y compactos. Celia comprobo los numeros de cada cajon hasta detenerse frente al nicho sesenta y siete; saco una llave maestra del bolsito y la introdujo en la puerta del nicho. La puerta se abrio, mostrando un pequeno cofre con varios documentos; saco los papeles y se los entrego a Tomas, que seguia la operacion con creciente curiosidad.
– ?Que es esto? -pregunto el portugues, mirando las hojas que tenia en la mano.
– Son las cosas que dejo el profesor Toscano. No le importa llevarlas, ?no?
Tomas hojeo los papeles: habia fotocopias de documentos microfilmados y algunos apuntes. Intento leer los apuntes y descubrio algo extrano; habia una hoja con dos frases de tres palabras escritas con mayuscula y secuencias cruzadas del alfabeto.
ANA
ASSA
ARARASONOS
MATAM OTTO

Tomas cerro los ojos e intento desvelar el significado de esas insolitas frases. Se quedo un momento reflexionando. Considero varias posibilidades y su rostro se ilumino con una sonrisa. Extendio la hoja a Celia, orgulloso y triunfante.
– ?Que opina de esto?
La brasilena observo las palabras, fruncio el ceno y alzo los ojos.
– Bien…, no lo se, son cosas extranas, ?no? -Inclino la cabeza sobre la hoja, leyendo lo que estaba escrito en los primeros dos bloques-. «Ana assa arara y sonos matam Otto.»Tomas alzo las cejas.
– ?No nota nada especial?
La muchacha volvio a observar la hoja; despues de un intento de vana busqueda, hizo una mueca con la boca.
– Bien, son unas frases sin mucho sentido, ?no?
– Pero ?no nota nada mas?
Ella volvio a fijar la atencion en la hoja.
– No -dijo por fin-. ?Por que?
El portugues senalo las dos frases.
– ?Se ha dado cuenta de que estas palabras son simetricas?
– ?Simetricas como?
– Leyendolas de izquierda a derecha o de derecha a izquierda dicen siempre lo mismo. -Fijo la vista en las letras-. Ahora observe. La primera palabra es «Ana», que se lee de la misma manera en un sentido y en el otro. Con «assa» ocurre lo mismo. Y con «arara». Y asi sucesivamente.
– ?Huy, que maravilla! -exclamo Celia admirada-. ?Fijese! ?Que cosa!
– Curioso, ?no?
– ?Y por que el hizo eso?
– Bien, al profesor le gustaban los acertijos y, por lo visto, se ponia a hacer juegos de… -Tomas se callo, abrio mucho los ojos, que acabaron empanados, y sus labios esbozaron una «o»-. ?No seria que este hombre… este hombre…, estaba…? -titubeo como hablando consigo mismo, mientras su boca se abria y se cerraba como la de un pez; llevo atropelladamente sus manos a los bolsillos y, al no encontrar lo que queria, consulto con frenesi los papeles que estaban doblados dentro de la libreta de notas, hasta que encontro la hoja que buscaba-. ?Ah! Aqui esta.
Celia observo la hoja, pero no entendio nada.
MOLOC
NINUNDIA OMASTOOS