Subio las anchas escaleras de piedra y a la entrada lo detuvo un guardia que le indico un mostrador a la izquierda; era la porteria. Cuatro muchachas con cara de aburridas aguardaban a los visitantes detras del mostrador.
– Buenas tardes -saludo Tomas y consulto la libreta de notas en busca del nombre que le habia dado el asesor del consul-. Queria hablar con Paulo Ferreira da Lagoa.
– ?Tiene cita? -pregunto una de las muchachas, de tez morena y ojos verdes cristalinos.
– Si, me esta esperando .
– ?Su nombre?
El recien llegado se identifico y la recepcionista cogio el telefono. Despues de un compas de espera, la muchacha le entrego una tarjeta a Tomas y le indico que tendria que subir a la cuarta planta; le senalo el lugar de los ascensores y el visitante siguio el camino indicado. Lo identifico nuevamente un guardia, esta vez una oronda mujer que vigilaba el acceso a los ascensores y que inspecciono la tarjeta y alzo la ceja cuando vio la libreta de notas que el llevaba en la mano.
– Solo puede usar lapiz en la sala de lectura -informo la mujer.
– Pero aqui solo tengo un boligrafo…
– No importa. Pida un lapiz prestado en la sala o, si no lo hubiere, vaya a comprarlo a la cafeteria, alli se lo venderan.
Aguardo unos instantes en la entrada del ascensor; se abrieron las puertas y lo encontro repleto de gente que venia del piso inferior. Subio hasta la ultima planta, la cuarta. Salio al vestibulo, que estaba dominado por unas escaleras de marmol, con una baranda que se prolongaba por el pasillo, y se acerco a la verja de bronce que la protegia; paso la mano por la verja, comprobando que estaba tratada con patina negra y friso; acaricio el pasamanos de laton dorado pulido y admiro el interior del edificio. Miro a su alrededor y comprobo que la primera puerta a la derecha senalaba: «Direccion». Fue hacia alli. Abrio la puerta y la impresion inicial que lo invadio fue la rafaga de aire fresco y seco de los aparatos de aire acondicionado; la segunda sensacion fue de sorpresa. Esperaba ver un despacho, pero se encontro con un vasto salon; el despacho era, en definitiva, un ancho salon que circundaba un salon central por donde se distribuian escritorios, armarios y gente trabajando. Una amplia claraboya, ricamente decorada con vidrieras de colores, cubria todo el techo y se dejaba invadir por la luz del dia.
– ?Digame? -pregunto un muchacho sentado en el despacho junto a la puerta-. ?Puedo ayudarlo?
– Venia a hablar con el director.
El empleado lo condujo hasta la secretaria del responsable de la Biblioteca Nacional, una muchacha morena, de ojos negros y menton puntiagudo, que, sentada frente a un viejo escritorio de madera, se encontraba hablando por telefono. Cuando termino de hablar, colgo y observo al recien llegado.
– ?Usted es el profesor Noronha?
– Si, soy yo.
– Voy a llamar al senor Paulo, que quiere saludarlo, ?de acuerdo?
La muchacha recorrio el balcon y fue hacia un hombre cuyo pelo castano claro raleaba en la coronilla, aparentaba unos cuarenta y cinco anos y se encontraba sentado con varias personas en una mesa larga. Era evidente que estaban en una reunion. El hombre se incorporo, era alto y su barriga dibujaba una pequena curva de la felicidad, nada excesiva. Siguio a la muchacha y fue a saludar a Tomas.
– Profesor Noronha, encantado -saludo estirando la mano derecha-. Soy Paulo Ferreira da Lagoa.
– Encantado.
Se dieron la mano.
– El consul me llamo y me explico su mision. Por ganar tiempo, he pedido un registro de todas las solicitudes de libros hechas por el profesor Toscano. -Hizo una sena a su secretaria-. Celia, ?tiene ahi el informe?
– Si, senor -asintio la muchacha, extendiendole una cartera beis.
El director de la biblioteca abrio la cartera, hojeo los documentos y se los extendio al visitante.
– Aqui tiene, profesor.
Tomas cogio la cartera y examino los documentos. Eran copias de las solicitudes realizadas semanas antes por Toscano. La calidad de la lista fue lo que enseguida le llamo la atencion. La primera solicitud era la
– ?Es esto lo que buscaba?
– Si -asintio Tomas con expresion pensativa.
El director de la Biblioteca Nacional presintio la vacilacion del portugues.
– ?Es correcto?
– Pues…, si… quiero decir: aqui hay algo que me parece extrano.
– ?A que se refiere?
Tomas le extendio las copias de las solicitudes.
– Digame, senor Lagoa, ?cuales de estas obras tienen alguna relacion con el descubrimiento de Brasil por Pedro Alvares Cabral?
El brasileno analizo los titulos que constaban en las solicitudes.
– Bien. La
– Aja… -murmuro Tomas, evaluando lo que le habia dicho el director-. ?Los demas libros no tienen relacion con Brasil?
– No, que yo sepa, no.
– Es extrano…
Se hizo un silencio.
– ?Desea consultar alguna de estas obras?
– Si -decidio Tomas-.
– Voy a pedir que lo lleven a la sala de microfilm.
– ?El profesor Toscano leyo
Lagoa consulto la solicitud.
– No, vio el original.
– Entonces, si no le importa, convendria que yo viese tambien el original. Quiero consultar exactamente los ejemplares que el consulto. Imagine que hay anotaciones marginales importantes o que el tipo de papel usado es algo que llega a resultar relevante. Necesito ver lo que el vio: solo asi estare seguro de que no se me escapa nada.
El brasileno hizo una senal a su secretaria.
– Celia, mande buscar el original de
Lagoa regreso a su reunion y la secretaria, despues de un breve telefonazo, hizo una sena al visitante para que la siguiese. Salieron al vestibulo y bajaron un piso por la escalinata de marmol. Celia condujo a Tomas hasta una puerta, justo debajo del despacho de la direccion, donde un cartel indicaba «Libros raros»; entraron y el visitante se dio cuenta de que habian vuelto a la misma sala de la direccion, aunque ya no estuviesen en el gran balcon de arriba, sino en la sala de abajo. A la izquierda, habia un gran armario de madera, con pequenos