al lado, una pequena cortina de tela amarilla se corria para que los pacientes, ocultandose tras ella, pudiesen desnudarse. Al fondo, frente a una pequena ventana que daba al edificio vecino, se encontraba el medico, tomando sus notas inclinado sobre el escritorio. Al presentir la invasion del despacho, el medico levanto la cabeza y sonrio.
– Hola -saludo.
– Buenas tardes, doctor Oliveira.
Se dieron la mano y el medico, un cardiologo de mediana edad, acaricio la cabeza de Margarida.
– Y, ?Margarida? ?Como estas?
– Etupenda, dotor.
– ?Te has portado bien?
Margarida miro a sus padres, que la rodeaban, en busca de aprobacion.
– Asi, asi.
– ?Y eso?
– Mama dice que no debo esta siempe odenando todo.
– ?Que?
– Odenando todo.
– Ordenando todo -tradujo Constanza-. Tiene la mania de estar todo el tiempo limpiando y ordenando las cosas.
– Ah -exclamo el medico, sin apartar los ojos de la nina-. Entonces eres una compulsiva de la limpieza.
– No me guta la sucieda. Sucieda, no.
– Haces muy bien. ?Fuera la suciedad! -El medico se rio y, mirando finalmente a los padres, senalo las dos sillas que estaban frente al escritorio-. Sientense, ponganse comodos.
Se acomodaron en los asientos, Margarida apoyada en la rodilla izquierda de Tomas. El cardiologo preparo la libreta de notas; mientras Constanza hurgaba en su bolso y Tomas miraba el corazon de plastico, desmontable y en miniatura, colocado sobre el escritorio.
– Aqui tengo el resultado de los analisis, doctor -dijo Constanza, extendiendole al medico dos grandes sobres marrones.
El cardiologo cogio los sobres y analizo el logotipo impreso a la izquierda.
– He visto que han ido a la cardiologia pediatrica de Santa Marta a hacer el ecocardiograma y la radiografia.
– Si, doctor.
– ?Estaba alli la doctora Conceicao?
– Si, doctor. Fue ella quien nos atendio.
– ?Y los trato bien?
– Muy bien.
– Menos mal, porque si no iba a oirme. Es a veces medio despistada.
– No tenemos motivos de queja.
El medico se inclino sobre los sobres; saco primero la hoja plastificada gris y blanca de la radiografia y estudio la imagen del torax de Margarida.
– Hmm, hmm -murmuro, sin revelar agrado ni desagrado.
La pareja lo observaba con atencion, intentando captar en su mirada expresiones que indicasen si las noticias eran buenas o malas, pero aquel «hmm, hmm» se revelo de una ambiguedad impenetrable, opaca. Inquietos y ansiosos, los padres de Margarida se agitaron nerviosamente en las sillas.
– Y bien… ?Doctor? -arriesgo Tomas.
– Dejeme ver esto primero.
El medico se levanto y puso la radiografia sobre una caja de cristal colgada de la pared; pulso un interruptor y la caja se encendio, llenandose de vida e iluminando la radiografia como si fuese una diapositiva. El cardiologo se inclino sobre la hoja plastificada, se puso las gafas y la estudio mejor. Despues, cuando se dio por satisfecho, apago la luz de la caja, retiro la radiografia y volvio al escritorio. Cogio el segundo sobre y extrajo el ecocardiograma, resultado del examen por ultrasonidos hecho para analizar el comportamiento del corazon de la nina.
– ?Esta todo bien, doctor? -pregunto Constanza al medico, casi sofocada por la ansiedad.
Oliveira prolongo unos segundos mas su observacion de la prueba que tenia en sus manos.
– Quiero hacerle un electrocardiograma -dijo por fin, guardando sus gafas en el bolsillo de la bata. Abandono el escritorio y fue hasta la puerta a llamar a la enfermera del consultorio-. ?Cristina!
Una joven delgada, de pelo negro y corto, tambien con bata blanca, aparecio de inmediato.
– ?Si, doctor?
– Hagale un electrocardiograma a Margarida, ?de acuerdo?
La enfermera llevo a Margarida hasta la camilla. La nina se quito la blusa y se acosto, muy estirada. Cristina esparcio gel por el tronco desnudo de la paciente; despues le coloco ventosas en el pecho y abrazaderas en los brazos y en las piernas. Las ventosas y las abrazaderas estaban ligadas por cables a una maquina instalada en la cabecera de la camilla.
– Ahora quedate tranquilita, ?vale? -pidio Cristina-. Haz como si estuvieras durmiendo.
– ?Y sonando?
– Si.
– ?Suenos colo de osa?
– Eso -se impaciento un poco-. Anda, descansa. Margarida cerro los ojos y la enfermera encendio la maquina; el aparato se agito con un leve temblor y emitio un zumbido electrico. Sentado en el escritorio y distante de la camilla donde se realizaba el examen, Oliveira decidio aprovechar el hecho de que Margarida se encontraba alejada para interrogar a sus padres.
– ?Se ha quejado de falta de aire, cansancio, pies hinchados?
– No, doctor.
Constanza era la que respondia a las preguntas del medico.
– ?Ni palpitaciones o desmayos?
– No.
– ?Y fiebre?
– Ah, eso si, un poquito. El cardiologo alzo una ceja.
– ?Cuanto?
– Unos treinta y ocho grados, no mas.
– ?Durante cuanto tiempo?
– ?Como?
– ?Cuanto tiempo duro esa fiebre?
– Ah, una semanita.
– Solo una semana.
– Si, solo una.
– ?Y cuando fue?
– Hace cosa de un mes.
– Fue justo despues de Navidad -especifico Tomas, que hasta entonces habia permanecido callado.
– ?Y notaron alguna diferencia en el comportamiento?
– No -indico Constanza-. Tal vez ha andado mas decaida, solo eso.
– ?Decaida?
– Si, juega menos, se muestra mas tranquila… El medico parecio indeciso. -Entiendo -murmuro-. De acuerdo. El electrocardiograma ya estaba hecho; mientras Margarida se vestia, Cristina entrego al cardiologo el largo papel despedido por la maquina. Oliveira volvio a colocarse las gafas, analizo el registro de las oscilaciones cardiacas y, por fin, considerando que disponia de todos los datos que necesitaba, encaro a los padres.
– Bien, los examenes son muy parecidos a los anteriores -dijo-. No ha habido deterioro en la situacion del septo, pero la verdad es que permanece el bloqueo.
Constanza no se mostro del todo satisfecha con esta respuesta.
– ?Que quiere decir eso, doctor? ?Va a haber que operarla o no?