relacion con su amante se habia construido en la arena donde el, a traves de una suspension transitoria del tiempo, encontraba espacio para resolver sus dificultades personales. Relajaba su mente y los procesos cognitivos se activaban de una manera diferente, alterando su vision de los problemas, obligandolo a encararlos de un modo nuevo, mas abierto, menos rigido. La verdad, la extrana verdad, es que, gracias a Lena, sentia revigorizarse su vinculo con la familia, se le volvieron mas bellas las existencias de Constanza y Margarida.
Bebio de un trago la leche que le quedaba en el vaso. Consulto el reloj, eran las nueve y diez de la manana, hora de irse. Se levanto de la mesa y se puso la chaqueta. Tenia una visita que hacer en Lisboa.
La calle estrecha hacia donde lo habia llevado la direccion apuntada en la libreta de notas tenia una apariencia tranquila, de una paz casi provinciana, insulsa incluso, a pesar de encontrarse en pleno centro de la ciudad, justo detras de Marques de Pombal, perpendicular a la calle que subia hasta las Amoreiras. El edificio antiguo se abria entre construcciones mas modernas; era un inmueble con uno de aquellos patios traseros que solo se ven en el interior de Portugal, de aspecto rural, rudo, con un huerto lleno de hojas de lechuga, coles, plantaciones de patatas, gallinas cacareando, una pocilga pegada al gallinero; y un manzano erguido junto al muro como una torre, centinela silencioso, aunque exuberante, que proporcionaba el postre para las comidas que el huerto sin duda producia.
Tomas confirmo el numero de la puerta. Coincidia. Miro a su alrededor, vacilante, casi sin creer que aquella era la casa del profesor Toscano. Pero la direccion que llevaba escrita no dejaba margen para la duda, se trataba realmente de la que le habian dado en la Universidad Clasica. Aun no muy convencido, empujo la puerta de la cerca y se interno por el camino contiguo al huerto. Se detuvo, atento a los sonidos de alrededor; esperaba en todo momento que apareciese un perro ladrando, aquella casa daba la impresion de los espacios patrullados por los perros guardianes con sus dientes amenazantes; pero solo oyo el cacareo distraido de las gallinas, tranquilo y familiar. Armandose de valor, dio unos pasos mas y cobro confianza, no habia senales de ningun feroz rotweiller ni de ningun vigilante pastor aleman.
La puerta de entrada estaba entreabierta. Penetro en el edificio, sumergiendose en la oscuridad; busco a tientas el interruptor de la luz y logro encontrarlo; lo pulso, pero el recinto se mantuvo a oscuras; pulso otra vez y la sombra se resistio.
– Joder -murmuro frustrado.
Dejo que sus ojos se acostumbrasen a la relativa oscuridad del local. La luz del dia entraba por la puerta, difusa y suave; pero, como la manana habia amanecido gris, la luminosidad era debil, dispersa, y la sombra casi opaca. Aun asi, comenzo gradualmente a distinguir las formas. A la derecha, la pared se abria a unas escaleras de madera vieja, deteriorada. A lado de estas, una caja enrejada, como una jaula de pajaros, preservaba un ascensor antiguo y oxidado; por el aspecto, no debia de funcionar desde hacia mucho tiempo. Un aire fetido llenaba el vestibulo del edificio; era un olor putrefacto, a cosa vieja, abandonada. Tomas comparo de inmediato el edificio con aquel donde vivia Lena; el de la sueca era antiguo, pero habitable; este estaba transformado en una ruina, en una estructura al borde del derrumbe, un moribundo a punto de convertirse en un fantasma.
Busco mas referencias en la libreta de notas, pero la tiniebla habia cubierto el papel con un manto impenetrable. Sin poder leer la direccion que habia apuntado, dio un paso mas para volver a la entrada, donde la luz era suficientemente fuerte para permitir consultar el apunte; se acordo, sin embargo, de que le habian dicho que la casa del profesor Toscano estaba en una planta baja. Busco por el pasillo y encontro dos puertas. Tanteo la pared, en busca del timbre, pero no encontro nada. Apoyo el oido en la madera fria de la primera puerta y presto atencion; no oyo nada. En la segunda puerta, sin embargo, presintio algun movimiento. Golpeo la puerta. Oyo algo arrastrandose, era alguien que se acercaba. La puerta se entreabrio, revelando una cadena metalica tensa, sujeta a una cerradura; una mujer entrada en anos, con bata azul sobre un pijama beis y pelo canoso desgrenado, miro por la rendija con una expresion interrogativa.
– ?Digame?
Tenia una voz fragil, tremula, recelosa.
– Buenos dias. ?La senora Toscano?
– Si. ?Que desea?
– Vengo…, eh… vengo de la universidad, de la Universidad Nova…
Hizo una pausa, esperando que estas fuesen credenciales suficientes. Pero los ojos negros de la mujer se mantuvieron inalterables, por lo visto Tomas no habia pronunciado ningun «Abrete, Sesamo».
– ?Si?
– Debido a las investigaciones de su marido.
– Mi marido ha muerto.
– Lo se, senora. Mi mas sentido pesame -vacilo, cohibido-. Pues…, yo venia justamente a concluir la investigacion de su marido.
La mujer entrecerro los ojos, desconfiada.
– ?Quien es usted?
– Soy el profesor Tomas Noronha, del Departamento de Historia de la Universidad Nova de Lisboa. Me pidieron que concluyese la investigacion del profesor Toscano. Fui a la Universidad Clasica y me dieron su direccion.
– Pero ?para que quiere concluir su investigacion?
– Porque es muy importante. Es la ultima obra de la vida de su marido. -Sintio que habia encontrado un argumento poderoso y se volvio mas confiado, mas firme-. Fijese: la vida de una persona es su trabajo. Su marido murio, pero nos corresponde a nosotros revivir su ultima investigacion. Seria una pena que no llegase a salir a la luz, ?no?
La mujer fruncio el entrecejo, como si estuviese pensando.
– ?Como piensa revivir su obra?
– Publicandola, claro. Seria ese el mas justo homenaje. Pero solo es posible, evidentemente, si logro reconstruir la investigacion de su marido.
La anciana se mantuvo pensativa.
– Usted no es de la fundacion, ?no?
Tomas trago saliva y sintio que un sudor frio le invadia el borde de la frente.
– ?Que fundacion? -titubeo.
– La de los estadounidenses.
– Yo soy de la Universidad Nova de Lisboa, senora -dijo sorteando el obstaculo de la pregunta-. Soy portugues, como puede ver.
La mujer parecio satisfecha con la respuesta. Quito la cadena de la cerradura y abrio la puerta, invitandolo a entrar.
– ?Le apetece un te? -pregunto llevandolo hacia la sala.
– No, gracias, he tomado hace poco el desayuno.
La sala tenia un aspecto decadente, obsoleto. Un papel pintado con motivos floridos y frisos xilograficos decoraba aquella parte de la casa; se veian cuadros de poca calidad estetica que, colgados de las paredes, mostraban a hombres de aspecto austero, escenas campestres y barcos antiguos; sofas hundidos y sucios rodeaban un pequeno televisor; del otro lado de la sala, un aparador de pino con taraceas de bronce exhibia fotos en blanco y negro de un matrimonio y de varios ninos sonrientes. En la casa olia a moho. Particulas brillantes, iluminadas por el claror del dia, se cernian en el espacio junto a las ventanas; parecian luciernagas minusculas, puntitos de luz bailando con lentitud, etereos y fluorescentes: era el polvo que planeaba en el aire estancado de la sala.
Tomas se acomodo en el sofa y su anfitriona le hizo compania.
– No se fije en el desorden, por favor.
– Que dice, senora. -Miro alrededor: todo tenia, de hecho, un aspecto descuidado; la limpieza era superficial, se veian manchas en las telas de las cortinas y de los sofas y un fino manto de polvo sobre los muebles-. Todo esta muy bien, muy bien. No se preocupe.
– Ah, desde que murio Martinho me he sentido sin fuerzas para poner orden. Estoy muy sola.
Tomas se acordo del nombre del profesor. Martinho Vasconcelos Toscano.
– La vida es asi, senora, que se le va a hacer.
– Pues si -coincidio la anciana con actitud resignada; tenia un aspecto de mujer educada, aunque muy