hacia diez minutos. Tomas bebio un trago y consulto el reloj; eran las cuatro menos veinte de la tarde, su interlocutor llegaba con retraso; habian quedado a las tres y media. Suspiro, resignado. A fin de cuentas, era el el interesado en el encuentro. Habia llamado en la vispera a su colega del Departamento de Filosofia, el profesor Alberto Saraiva, y le habia dicho que queria hablar con el cuanto antes; Saraiva vivia en Carcavelos, a dos pasos de Oeiras, y la playa se presento como un punto de encuentro obvio; obvio y, a pesar del invierno, mucho mas agradable que los pequenos despachos de la facultad.
Tomas se levanto y le dio la mano al recien llegado. Saraiva era un hombre de cincuenta anos, con pelo canoso y escaso, labios finos y mirada estrabica, a lo Jean-Paul Sartre; tenia cierto aspecto extravagante, medio descuidado, tal vez de genio loco, un
– Hola, profesor -saludo Tomas-. Sientese, por favor. -Hizo un gesto con la mano, senalando una silla a su lado-. ?Quiere beber algo?
Saraiva se acomodo, mirando la taza que ya se encontraba en la mesa.
– Tal vez yo tambien me tomaria un cafecito.
Tomas levanto la mano y le hizo una sena al camarero que se acercaba.
– Otro cafe, por favor.
El recien llegado respiro hondo, llenando sus pulmones con la brisa marina, y miro a su alrededor, girando la cabeza para abarcar el mar de punta a punta.
– Me encanta venir aqui en invierno -comento; se expresaba con solemnidad, pronunciando muy bien las silabas, con un tono afectado, hablando como si estuviese recitando un poema, como si las palabras fuesen esenciales para expresar el espiritu sereno que alli se habia difundido-. Esta tranquilidad inefable me inspira, me da energia, me ensancha el horizonte, me llena el alma.
– ?Suele venir muy seguido aqui?
– Solo en otono y en invierno. Cuando no andan por aqui los veraneantes.
Saraiva esbozo un gesto de enfado, como si hubiese acabado de pasar por alli uno de esos lamentables ejemplares de la especie humana. Se estremecio, parecia querer ahuyentar ese pensamiento tan agorero. Debio de considerar que la probabilidad de que ello ocurriese era lejana, ya que enseguida volvieron a relajarse los musculos de su rostro y retomo, en fin, su expresion placida, un poco
– Me encanta esta serenidad, el rotundo contraste entre la blandura de la tierra y la furia del mar, el eterno duelo de las gaviotas mansas y de las olas colericas, la perenne lucha que opone el timido sol a las nubes celosas. -Cerro los parpados y volvio a respirar hondo-. Esto,
El camarero dejo la segunda taza de cafe en la mesa; el tintineo del cristal interrumpio la divagacion de Saraiva, que abrio los ojos y vio el cafe que tenia enfrente.
– ?Alguna cosa mas? -quiso saber el camarero.
– No, gracias -dijo Tomas.
– Es aqui donde mejor me sumerjo en el pensamiento de Jacques Lacan, de Jacques Derrida, de Jean Baudrillard, de Gilles Delleuze, de Jean-Francois Lyotard, de Maurice Merleau-Ponty, de Michel Foucault, de Paul…
Tomas fingio toser, habia encontrado un pie para intervenir.
– Justamente, profesor -interrumpio vacilante-. Precisamente queria hablarle de Foucault.
El profesor Saraiva lo miro con las cejas muy levantadas, como si Tomas hubiese acabado de decir una blasfemia, invocando en vano el nombre de Dios junto al de Cristo.
– ?Michel Foucault?
Saraiva pronuncio enfaticamente el nombre propio: «Michel», indicandole con sutileza que, cada vez que se refiriese a Foucault, el nombre de pila era imprescindible,
– Si, Michel Foucault -dijo Tomas, diplomatico, aceptando tacitamente la correccion-. ?Sabe? Estoy inmerso, en este momento, en una investigacion historica y me he topado, no me pregunte como, con el nombre de Michel Foucault. No se bien lo que busco, pero existe algo en este filosofo que es relevante para mi investigacion. ?Que puede decirme sobre el?
El profesor de filosofia hizo un gesto vago con la mano, como si estuviese indicando que habia tantas cosas que decir que no sabia por donde empezar.
– Oh, Michel Foucault. -Admiro el mar revuelto con una mirada nostalgica, observaba el vasto oceano, pero veia la lejana Sorbona de su juventud; respiro pesadamente-. Michel Foucault ha sido el mayor filosofo despues de Immanuel Kant. ?Ha leido alguna vez la
– Pues… no.
Saraiva suspiro pesadamente, como si estuviera hablando con un ignorante.
– Es el mas notable de los textos de filosofia,
Tomas observaba pensativamente la espuma blanca de una ola depositandose en la arena blanca de la playa. Sin quitar los ojos de aquella especie de baba burbujeante, balanceo afirmativamente la cabeza.
– Si.
Saraiva se miro por un instante las unas de los dedos y retomo su razonamiento.
– De ahi que los deconstructivistas franceses digan que no hay nada fuera del texto. Si lo real es inalcanzable debido a los limites de nuestra percepcion, eso significa que somos nosotros quienes construimos nuestra imagen de lo real. Esa imagen no emana exclusivamente de lo real en si, sino tambien de nuestros peculiares mecanismos cognitivos.
– ?Eso es lo que defiende Foucault?
– Michel Foucault recibio una gran influencia de este descubrimiento, si -confirmo, volviendo a acentuar el nombre de pila, Michel, en una sutil insistencia en la necesidad de, cuando se menciona un filosofo de su predileccion, citar siempre el nombre completo-. Se dio cuenta de que no existe una verdad, sino varias verdades.
Tomas hizo una mueca.
– ?No le parece un concepto demasiado rebuscado? ?Como se puede decir que no hay una verdad?
– Entonces no hay verdad, ?no? -dijo y dio un golpe en la silla de haya-. Si digo que esta silla es de madera, ?no estoy diciendo la verdad? -Senalo el oceano-: Si digo que el mar es azul, ?no estoy diciendo la verdad?
Saraiva sonrio, el dialogo se habia deslizado hacia su terreno.
– Ese es un problema que la escuela fenomenologica, en el rescoldo de la
