manuscrito del tercer volumen de la
Tomas consulto sus notas, hojeandolas hacia delante y hacia atras.
– Hmm -murmuro pensativo, con sus ojos fijos en las anotaciones-. No encuentro aqui ninguna pista.
– ?Pista de que?
– De un acertijo que estoy intentando descifrar.
– ?Un acertijo sobre Michel Foucault?
Tomas se paso la mano por la cara, frotandosela distraidamente.
– Si -dijo.
Alzo los ojos hacia el vasto oceano que tenia enfrente; las aguas relucian con un brillo dorado, centelleante, resplandeciendo como si tuviesen una luminosa alfombra de diamantes flotando en la superficie, ondulantes e inquietos, a merced de las olas. Ya estaba muy entrada la tarde y una bola de un amarillo rojizo se ponia a la derecha, mas alla del manto de nubes; era el Sol, que se liberaba de la tunica gris que moldeaba el cielo y se sumergia en la distante linea del horizonte, proyectando aquel luminoso centelleo flamante sobre el mar.
– ?Que acertijo es ese?
Tomas miro vacilante a Saraiva. ?Valdria la pena mostrarle el enigma? En rigor, ?que tenia que perder? Podia incluso ocurrir que el profesor de filosofia tuviese una idea. Volvio a hojear la libreta de notas y localizo la frase; levanto la libreta y se la mostro a Saraiva.
– ?Lo ve?
Saraiva se inclino y miro la linea con el ojo derecho, mientras el izquierdo se perdia en algun punto del mar. Frente a el se repetia la extrana pregunta:
?CUAL ECO DE FOUCAULT PENDIENTE A 545 ?
– Pero ?que diablos es esto? -se pregunto Saraiva-. ?Cual eco de Foucault? -Miro a Tomas-. Pero ?que eco es ese?
– No lo se. Digamelo usted.
El profesor de filosofia volvio a observar la frase escrita en la libreta de notas.
– Esa es una idea interesante -acoto Tomas pensativo y miro a Saraiva con un asomo de ansiedad-. ?Sabe si hay alguien en quien se perciban ecos de Foucault?
– Solo Immanuel Kant. Aunque, ciertamente, deberia decirse que en Michel Foucault hay ecos de Immanuel Kant y no al contrario.
– Pero ?no ha habido nadie que haya seguido a Foucault?
– Michel Foucault ha tenido muchos seguidores,
– ?Y alguno de esos seguidores pende a 545?
– No se responderle porque no entiendo que quiere decir eso. ?Que es eso de pender a 545, eh? ?Y que significa 545?
Tomas no aparto la vista de su interlocutor.
– ?Nada de esto le suena familiar?
Saraiva se mordio el labio inferior.
– Nada,
Tomas cerro la libreta de notas con gran vehemencia y suspiro.
– ?Que lata! -exclamo, golpeando frustrado la mesa con la palma de la mano-. Tenia esperanzas de encontrar algo. -Miro a su alrededor y alzo el brazo para llamar al camarero-. Oiga, por favor, la cuenta.
Saraiva tomo nota de la frase enigmatica y guardo el papel en el bolsillo de la chaqueta.
– Voy a consultar los libros con cuidado -prometio-. Puede ser que descubra algo.
– Se lo agradezco.
El camarero se acerco e indico el importe de la cuenta. Tomas pago y los dos clientes se levantaron, era hora de marcharse.
– ?Que va a hacer ahora? -quiso saber Saraiva.
– Me voy a casa.
– No. Me refiero a su acertijo.
– Ah, si. Voy a pasar por una libreria y a comprar los libros de Foucault, a ver si encuentro una pista. La clave del acertijo debe de estar, probablemente, en algun detalle.
Salieron juntos del restaurante y se despidieron en el aparcamiento.
– Michel Foucault era un personaje curioso -comento Saraiva antes de alejarse.
– ?Por?
– Era un gran filosofo y un razonable historiador. Un hombre que proclamo que la verdad objetiva es inalcanzable, que solo tenemos acceso a la verdad subjetiva, que la verdad es relativa y depende del modo en que vemos las cosas. ?Sabe lo que dijo una vez sobre todo su trabajo en busca de la verdad?
– ?Que?
– Que a lo largo de su vida no hizo otra cosa que escribir ficciones.
Capitulo 9
El estremecimiento lascivo del trepidante secreto fue perdiendo gradualmente fulgor, como una prohibicion que, de tanto ser transgredida, se transforma en un habito discreto, reprobable, es cierto, pero tolerable como vicio. Al cabo de casi dos meses, la relacion de Tomas con Lena se encarrilo en la rutina de manera definitiva. El vendaval del deseo, que los habia fustigado con vientos incontrolables de lujuria y voluptuosidad, que los habia llevado a la cuspide del extasis irrefrenable, tanta energia consumio, y tan deprisa, que acabo por consumirse a si mismo. La tempestad dejo de soplar tan fuerte, se volvio brisa y se mitigo con sorprendente rapidez; ahora era un simple cefiro calido y dulce en la planicie amodorrada de lo cotidiano.
Fue ya sin el tremulo ardor de la anticipacion que lo habia agitado en los primeros encuentros como Tomas subio las escaleras del edificio de la Rua Latino Coelho y se presento frente a la puerta de su amante. Lena lo recibio con calor, pero ya sin aquella excitacion de la novedad, a fin de cuentas las visitas del profesor se habian institucionalizado, se tornaron un habito placentero de sus tardes lisboetas. Las primeras veces, el reencuentro los precipitaba prontamente en la fusion de los cuerpos; rebosaban ambos de tanto deseo y ansiaban de tal modo la liberacion de esa turbulenta energia retenida en la cama que apenas se podian contener cuando se tocaban y luego consumian el fuego en una embriagadora explosion de los sentidos. Despues del amor, sin embargo, Tomas comenzaba a ser invadido por una desagradable sensacion hueca, de vacuidad, como si hubiese sido despojado de las ganas que minutos antes lo cegaban; aquel cuerpo terriblemente excitante de la sueca sele volvia indiferente de manera inesperada, no entendia incluso como habia podido estar tan avido hacia solo unos instantes, y se instalaba entre ellos cierto embarazo. Por ello, comenzaron pronto a controlar aquella imparable ansia inicial y a realizar pequenas experiencias con la rutina; en vez de satisfacer de inmediato el instinto animal que llevaban reprimido en los cuerpos, como una inquieta fiera sedienta de sangre pero acorralada en una jaula demasiado pequena, comenzaron a prolongarlo, a mantener viva la tension sexual, ampliandola, dilatandola, postergando lo inevitable hasta el limite, hasta el punto en que la liberacion del deseo ya no podia ser contenida.
Esta vez, Lena se le aparecio con un vestido blanco de seda, mas o menos transparente en el pecho, dejando adivinar, como siempre, los gruesos pezones rosados, su boton turgente y las curvas voluptuosas de los senos, tan grandes que daban la impresion de estar casi rebosantes de leche. En una reaccion casi animal, Tomas sintio el deseo de satisfacer instantaneamente sus ganas y le palpo el pecho harto como quien exprime un fruto suculento y espera que de el mane el zumo lechoso, pero la sueca lo aparto con una sonrisa cargada de picardia.
– Ahora no, gloton -lo amonesto-. Si te portas bien, mama te dara despues la papa. -Le apoyo el indice en la
