punta de la nariz, como quien hace una advertencia-. Pero solo si te portas bien…
– Oh, dejame probar solo un poquito…
– No -dijo y se fue por el pasillo, meneando el cuerpo para provocarlo; miro luego hacia atras, llena de malicia y sonrio-. No puedes tenerlo todo a la vez. Como solemos decir en Suecia, nos acordamos del beso prometido, nos olvidamos de los besos recibidos.
Se instalaron en el sofa, junto al calefactor de la sala. Lena habia preparado una infusion de tila, que humeaba en la tetera, y habia puesto galletitas tradicionales suecas de jengibre en un plato junto a las tazas, sobre una bandeja; Tomas bebio la infusion y probo una de las galletas marrones.
– Esta bueno -comento con actitud aprobadora, disfrutando del sabor dulzon y algo picante del bizcocho de jengibre.
Lena se fijo en la bolsa de plastico.
– ?Aun tienes ahi a Foucault?
El profesor se inclino y saco un libro de la bolsa.
– Si -confirmo-. Pero ya no
– Pero es lo mismo, ?no?
– Claro.
– Y el otro, ?ya lo has acabado?
– Si.
– ?Entonces?
Tomas se encogio de hombros, con una expresion de resignacion.
– Ahi no habia nada. -Apoyo el nuevo libro en el regazo y abrio la primera pagina, aun masticando el bizcocho-. Vamos a ver si aqui encuentro algo.
En esta cuestion era en la que se encontraba el gran punto en comun entre ambos, como se dio cuenta Tomas. Ademas del sexo, claro. Podian no prestar atencion a las mismas cosas, pero, en lo que se referia a la investigacion sobre Toscano, compartian el mismo interes, y la sueca se revelaba de una enorme utilidad: hacia preguntas, se implicaba en el trabajo, lo ayudaba en las investigaciones, interrogaba a companeros que cursaban filosofia, intentaba encontrar pistas que lo ayudasen a desvelar el enigma, habia llegado hasta a llevar ensayos sobre Michel Foucault con la esperanza de atisbar algun vestigio inadvertido. Fue asi, pues, como fue a parar a sus manos
– Todos los locos son hermanos -comento al abrir el libro al lado de Tomas.
– ?Que? -pregunto el, alzando los ojos de
– Es otro refran sueco -aclaro Lena y mostro el volumen de la
Con el lapiz afilado bailando entre los dedos, Tomas centro de nuevo su atencion en el libro y se abstrajo del mundo que tenia a su alrededor. Las paginas iniciales lo dejaron inmediatamente angustiado, palido, llegando al punto de interrumpir la lectura con un rictus de nausea; nunca habia leido nada tan violento, tan brutalmente gratuito.
– ?Que pasa? -quiso saber Lena, intrigada por aquella reaccion.
– Esto es algo horroroso -dijo el revirando los ojos.
– ?Que?
– Esta historia al comienzo del libro.
– ?Que historia? -Lena se incorporo y miro la obra-. Cuentame.
Tomas se rio y meneo la cabeza.
– No se si la querras escuchar…
– Claro que quiero -insistio la sueca, perentoria-. Anda, cuenta.
– Mira que no te va a gustar.
– Anda, dejate de tonterias. Cuenta.
El reabrio el libro sin apartar los ojos de su amante.
– Te he avisado, despues no te quejes. -Bajo la mirada hacia las primeras palabras del texto-. «Este es un documento que describe la ejecucion publica en Paris de Robert Damiens, un fanatico que intento asesinar a Luis XV en Versalles en 1757. La ejecucion fue llevada a cabo por un grupo de verdugos dirigidos por un tal Samson y preveia que se le aplicase tormento en las tetillas, los brazos, los muslos y las pantorrillas. La mano derecha, sujetando el cuchillo del crimen, deberia ser quemada con fuego de azufre y a las partes sometidas a tortura se les echaria plomo derretido, aceite hirviendo, brea caliente, cera y azufre derretidos a la vez; el cuerpo, finalmente, seria descuartizado por cuatro caballos. Este era el plan. Su ejecucion acabaria siendo relatada en detalle por el jefe de policia, Bouton, quien lo presencio todo.» -Volvio a mirarla-. ?Estas segura de que realmente quieres escuchar?
– No -respondio Lena quitandole el libro de las manos.
– ?Que haces? Necesito leerlo…
– Lo leeras despues.
La muchacha se acerco al equipo de sonido y puso un CD; la voz de Bono inundo el apartamento con los sonidos melodiosos de
– Tu no haces el amor con tu mujer, ?no?
Despertando del letargo al que lo habian sumergido las impetuosas olas de lascivia, Tomas la miro perplejo.
– No -repuso, meneando la cabeza; jamas habria esperado tal pregunta-. Claro que no.
La muchacha suspiro, resignada, y se dejo caer sobre el sofa, tendida con los cabellos rubios sueltos sobre el cojin y los ojos azules fijos en el techo.
– Tendre que creer en ti.
Las flores gruesas se aglomeraban en los jarrones de ceramica, estirandose por encima de las hojas como si estuviesen de puntillas, ansiando aire fresco; los petalos eran finos, ligeros como plumas, resplandecian en diferentes tonalidades de color rosa y se doblaban sobre el centro como conchas rasgadas. Eran flores hermosas, voluptuosas, sensuales.
– ?Son rosas? -pregunto Tomas con un vaso de whisky en la mano.
– Parecen rosas -respondio Constanza-. Pero son peonias.
Habian terminado de cenar y estaban relajados en la sala, aprovechando una pausa, mientras Margarida se ponia el pijama en su habitacion.
– Nunca he oido hablar de las peonias -murmuro el-. ?Que flores son esas?
– Peonio era el medico de los dioses griegos. Dice la leyenda que curo a Pluton con las semillas de unas flores
