Largo Luis de Camoes.

Capitulo 10

Las aguas tranquilas del Mediterraneo brillaban, cristalinas, bajo el reflejo dominante del sol matinal. El viejo faro de Porto Antico se alzaba entre el espejo azulado de la ensenada y los veleros blancos anclados en el muelle; la Lanterna permanecia firme a la entrada de la bahia, un centinela del tiempo con la mision de vigilar aquel rincon apacible del mar de la Liguria. Las escarpas abruptas de los Apeninos rodeaban la costa, protegiendo el pacifico caserio bajo que orlaba la falda de los montes.

El taxi giro a la derecha y se sumergio en el laberintico interior de la ciudad antigua, zigzagueando por la marana de las callejuelas estrechas y agitadas de Genova.

– La Piazza Acquaverde -anuncio el taxista, siempre locuaz, cuando entraron en la plaza. Senalo con la mano, con un gesto amplio, una enorme estatua en el centro con una figura humana en el extremo-. Questo e Cristoforo Colombo.

Por momentos, el trafico congestionado obligo al coche a detenerse. Tomas miro desde la ventanilla y vio a Colon en lo alto, con la cabellera larga y ondulante, vestido con un corto tabardo espanol y una capa larga y abierta; la mano izquierda se apoyaba en un ancla, mientras que la derecha acariciaba el hombro de una india arrodillada. Otras cuatro figuras permanecian sentadas mas abajo, en los rincones, sobre pequenos pedestales; entre ellas habia bajorrelieves encuadrados con lo que parecian ser escenas de la vida del navegante. En la base del monumento, entre multiples coronas de flores colocadas sobre la piedra, la dedicatoria «A Cristoforo Colombo, La Patria».

El trafico retomo la marcha y el taxi siguio el flujo, llevado por la ruidosa corriente de automoviles. El taxista, un hombre jovial que dijo llamarse Mateo, de apellido terminado en «ini» y origen calabres, empezo a contar detalles de su atribulada vida en un italiano nervioso y precipitado. En medio de aquella cerrada metralla de palabras, disparada en tropel por entre abundantes gotas de saliva y profusos movimientos con las manos, Tomas entendio que el conductor era divorziato, que tenia due bambini y buscaba compania para il letto matrimoniale, incluso porque le gustaba mucho avere la colazione in camera. De ahi paso a lo que preferia cenare. Sus preferencias, por lo visto, eran la zuppa di lenticchie y, sobre todo, los spaghetti alla puttanesca, plato cuyo nombre llevo al cliente a fruncir el ceno y a preguntarse si habria escondido alli algun traicionero doble sentido.

– Il Palazzo Ducale -proclamo Mateo minutos mas tarde, en medio de una frase sobre las cualidades terapeuticas del vino rosso, mientras apuntaba a un bonito edificio antiguo en la Piazza Matteotti, con la fachada cargada de columnas jonicas y ventanas altas-. Le piace?

– Si -asintio Tomas solo por ser amable, con una mirada indiferente.

El taxista se dedico, acto seguido, y casi sin hacer una pausa, a las milagrosas propiedades del vino bianco secco y a las ventajas del menu fisso de una trattoria de su agrado, por la Piazza Campetto, un poco mas atras, al mismo riempo que ridiculizaba a los que solo comian piatti vegetariani. El taxi se interno por la Salita Poliamoli y giro a la izquierda en Vico Tre Re Magi, altura en que Mateo confeso, muy consternado, sono allergico alle noci. A medida que el pequeno Fiat recorria la Via Ravecca, el conductor discurria con lujo de detalles acerca de los efectos alergicos que las nueces le provocaban en la piel, incluidas las manchas rosse que, aparentemente, trataba con carta igienica mojada con acqua calda, hasta que, para gran alivio de Tomas, llegaron por fin a la Piazza Dante.

– Eccoti qua! -proclamo Mateo con gran solemnidad, deteniendose delante del semaforo verde.

Presionado por un coro de bocinazos de automoviles que querian avanzar, Tomas pago deprisa y el taxista, ajeno a las protestas, se despidio con un a piu tardi que hizo sentir al cliente un escalofrio recorriendole el cuerpo: esa era una promesa que sonaba como una amenaza. El plan original del paseo abarcaba solo un simple paso por la Piazza Dante para observar el local historico que se encontraba alli, pero la incontinente hemorragia verbal del italiano llevo al portugues a alterar apresuradamente los planes y a transformar el paso en parada, un buen pretexto para verse libre de aquel taxi infernal; siempre admiro el simpatico caracter expansivo de los italianos, pero la verdad es que aquel conductor se pasaba dos pueblos.

Dos torres semicilindricas, hechas de piedra en estilo gotico y unidas por un puente, imponian su presencia sobre la plaza. Era la Porta Soprana, la entrada oriental de la parte vieja de la ciudad. En la cima de las torres medievales, y entre las almenas, se agitaban dos banderas blancas rasgadas por una cruz de San Jorge encarnada, el estandarte de la ciudad. La insignia cruxata comunis Janue era testimonio de tiempos gloriosos, cuando Genova imperaba en el Mediterraneo y su presencia bastaba para hacer retroceder al enemigo, hasta el punto de que se decia que los mismos ingleses adoptaron la bandera de la ciudad para poder navegar bajo su proteccion. En la Edad Media, la imponente Porta Soprana formo parte de las murallas defensivas de Genova; durante la Revolucion francesa, alli estaba la guillotina y uno de los verdugos vivia en la cima de una de las torres, transformada en prision; su mas famoso recluso fue el veneciano Marco Polo, encerrado alli despues de la batalla de Korcula. En la base, por debajo del puente entre las dos torres, la gran puerta oval daba acceso a un parque cuya principal atraccion eran las ruinas de los claustros del antiguo convento de Sant'Andrea, pero la atencion del visitante no se dirigio a esas ruinas, sino a otro punto justo al lado.

Junto a la Porta Soprana, entre arbustos vigorosos, se encontraban unas ruinas miserables de piedra y cubiertas de hiedra; parecian los restos de una casa rustica tramontana, tosca y limpia, con una puerta ancha en la planta baja y dos ventanas estrechas en el primer piso. Tomas se acerco y observo el sitio. Un cartel indicaba que las ruinas estaban cerradas al publico y una placa anunciaba:

Nessuna cusa lui nome piu degno di questa.

Qui nell'abitazione paterna, Cristoforo Colombo trascorse l'infanzia e la prima giovinezza.

Era el numero treinta y siete de la antigua Vico Diritto di Ponticello, el lugar donde, segun un viejo libro de facturas y otro documento archivado en la Biblioteca Apostolica Vaticana, entre 1455 y 1470, vivio Dominicus Columbus y su familia, incluidos los hijos Bartholomeus, Jacobus y Christofforus. Fue en esa casa, en suma, donde Colon paso su juventud.

Un autobus se detuvo junto a la acera y de el bajo una multitud de turistas japoneses. Los visitantes confluyeron en las ruinas con una bateria de camaras fotograficas y de video, hormigueando frente a la puerta. Otro japones gritaba instrucciones e informaciones, se trataba evidentemente del guia.

– Non mi piace questo -le comento un italiano a Tomas, con actitud complice, mientras miraba a la multitud de freneticos turistas disputandose un palmo de terreno para la fotografia.

– Mi scusi -se disculpo Tomas-. Non parlo italiano. Parla lei inglese?

– Ah, perdon -dijo el italiano en ingles-. ?Usted es estadounidense?

– No, portugues.

El italiano esbozo una expresion de sorpresa.

– ?Portugues?

– Si. ?Que decia?

– Pues… nada, nada.

– Venga, diga lo que quiera decir.

El hombre vacilo.

– Es que…, en fin…, me disgusta que enganemos a los turistas de este modo.

– ?Por que habla de engano?

El italiano miro a su alrededor, bajo la voz y adopto un tono conspirativo.

– ?Sabe? Esta casa es muy fascinante, muy bonita. Pero Cristoforo Colombo, probablemente, nunca vivio

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