de la Pureza, fascinado por sus ricas fachadas coloridas. Compro en una tienda de turistas una pequena muneca con un vestido rojo, lleno de lentejuelas, regalo para Margarida; para su mujer compro un vistoso album con reproducciones de los cuadros de El Greco. Con los regalos envueltos y guardados en una bolsa de plastico, junto con el libro de Foucault, recorrio Triana hasta que lo atrajo el fragor de un animado antro. Era un bullicioso tablao lleno de humo, donde el aire se agitaba con los acordes duros de la guitarra, la voz aspera del cantante en mangas de camisa y los golpes rapidos y profundos del zapateado y de las castanuelas que tocaban las «bailaoras», girando fervorosamente en el escenario, con los brazos extendidos, los gestos graciosos y la pose orgullosa, bailando al ritmo frenetico del flamenco, de las palmas y de los soberbios oles arrancados a la multitud. Regreso agotado a El Puerto y se durmio segundos despues de echarse en la cama, sin desvestirse del todo, con la bolsa de plastico, que guardaba los regalos y el libro de Michel Foucault, olvidada en el suelo.
Volvio por la manana al barrio de Santa Cruz y se dirigio al Archivo General de Indias. El edificio color ladrillo, con una balaustrada en la terraza, tenia casi quinientos anos y fue originalmente una lonja, el sitio donde los mercaderes hacian sus negocios. Pero desde el siglo XVIII se enviaron alli casi todos los documentos relacionados con el Nuevo Mundo. Se concentraban en el Archivo mas de ochenta millones de paginas manuscritas y ocho mil mapas y dibujos, ademas de la correspondencia de Cortes, Cervantes, Felipe II y otros. A Tomas le interesaba uno de los «otros».
El investigador portugues se paso toda la manana consultando las cartas de Cristobal Colon archivadas alli. Algunas eran inaccesibles, porque se las exhibia en un dispositivo giratorio, instalado para reducir los danos de la exposicion a la luz. Tomas intento persuadir a los responsables de que lo dejasen consultar directamente esos originales, pero ellos no cedieron, ni siquiera frente a las credenciales de la Universidad Nova de Lisboa y de la American History Foundation, alegando que no podian retirarlas ahora del expositor; le dijeron que hiciese una solicitud formal y le responderian al cabo de unos dias. El investigador, por ello, tuvo que contentarse con los microfilmes y facsimiles de las cartas expuestas, de los que hizo copias. Pero su atencion no solo se limito a la correspondencia de Colon sino tambien a la copia notarial de la minuta de la
Termino la investigacion en el Archivo General de Indias a duras penas, en una autentica lucha contra el tiempo: debia coger un avion a las tres de la tarde y aun queria comer algo. Tomo a toda prisa una deliciosa sopa cachorrena, con mucho pescado, almejas y cascaras de naranja amarga, y unos fideos a la malaguena, regados con un montilla, en una tasca de la calle Romero Murube, antes de coger el taxi e ir a mata caballo a buscar las cosas al hotel, pagar la cuenta y salir finalmente en direccion al aeropuerto. Instalado en el asiento trasero del coche y aliviado por haber cumplido su maraton matinal, volvio a llamar al movil de Constanza, pero de nuevo le respondio el buzon de voz.
Eran las diez de la noche cuando metio la llave en la cerradura. Llegaba cansado y queria darse una ducha, cenar e irse a la cama. Giro la llave hacia la izquierda, la cerradura obedecio, se abrio la puerta, Tomas entro en su casa y dejo pesadamente la maleta junto al aparador.
– ?Chicas, he llegado! -anuncio, con la muneca del vestido rojo con lentejuelas en una mano y el libro de El Greco en la otra, dispuesto a entregar los regalos.
El apartamento permanecia oscuro, lo que le parecio francamente extrano. Encendio la luz y comprobo que se encontraba todo limpio y ordenado, pero no se veia ni un alma.
– ?Chicas! -llamo de nuevo, intrigado-. ?Donde estais?
Consulto el reloj y concluyo que era probable que ya hubiesen ido a acostarse; aun era temprano, pero a veces el trabajo resultaba mas duro, el cansancio era superior a las fuerzas y a esa hora atacaba el sueno. Recorrio en pocos pasos el pequeno apartamento, evitando hacer ruido, y abrio la puerta de las dos habitaciones, la suya y la de su hija, pero estaban desiertas. Dejo la maleta sobre la cama de matrimonio y miro a su alrededor, como si estuviese desorientado. ?Donde demonios estarian? Se rasco la cabeza, intrigado. ?Habria habido algun problema? Se quedo un buen rato pensando que hacer. Podia llamar de nuevo al movil, pero hacia cincuenta minutos, cuando llego al aeropuerto, habia marcado el numero de Constanza y, una vez mas, habia respondido el buzon de voz. ?Que podria hacer ahora?
Salio de la habitacion y se dirigio a la cocina; venia muerto de hambre, pues no soportaba la comida de los aviones. Considero que, con el estomago mas confortado, estaria en mejores condiciones para rumiar que deberia hacer a continuacion. Probablemente, penso, lo mejor era incluso esperar, ellas acabarian apareciendo. Al pasar de nuevo por el vestibulo de entrada, camino de la cocina, reparo en el jarron sobre el aparador, estaba lleno de flores, color amarillo y salmon, que asomaban en un conjunto de ramas largas y curvadas, mezcladas con otras flores amarillas, seguramente rosas, con sus petalos de colores en medio de un racimo verde de hojas. Contemplo por un momento las flores, pensativo; se acerco y las olio, le parecieron frescas. Vacilo un instante, acariciandose el menton, rumiando una hipotesis que se le habia ocurrido de repente. Cuanto mas pensaba en ella, mas creia que debia comprobarla. Decidio mudar el rumbo; en vez de a la cocina, se dirigio a la sala.
Los jarrones que adornaban los muebles mostraban las mismas flores. Sobre la mesa vio un papel. Lo cogio y lo analizo; era la factura de la florista, en la que se mencionaban rosas y digitales. Se quedo pensativo durante un buen rato. Despues, con la factura en la mano, se dirigio a la estanteria, consulto los titulos y acabo sacando un libro guardado en el anaquel mas alto. Se trataba de
Infidelidad.
Capitulo 11
El telefono cobro vida y sono, zumbando con urgencia, como si estuviese impaciente. Tomas aparto la cabeza de la almohada, medio aturdido, y sintio la luz del dia que entraba por la ventana y lo encandilaba al dar en sus ojos. Levanto la muneca y consulto el reloj; eran las nueve y cinco de la manana. El movil chirriaba en sus oidos. Aun adormilado, estiro el brazo y, tanteando en la mesilla de noche, encontro el aparato, lo sintio vibrar en su mano mientras sonaba, miro la pantalla y reconocio el numero.
– Constanza, ?por donde andais? -Fue la primera pregunta que solto en cuanto pulso el boton verde.
– Estamos en casa de mis padres -respondio su mujer, con un tono muy frio y distante, como si no tuviese la obligacion de rendirle cuentas sobre su paradero.
– ?Todo esta bien?
– Magnifico.
– Pero ?que estais haciendo ahi?
– ?Que te parece? -repuso ella, acentuando en la voz el desafio-. Ocupandome de mi vida, claro.
– ?Como? ?Ocupandote de tu vida? -insistio Tomas, fingiendo que no se habia dado cuenta de nada, que era ella la que se encontraba en falta. Alimentaba la secreta esperanza de que, si se hacia el desentendido, si fingia que aquellas flores no estaban en los jarrones ni significaban lo que aparentemente significaban, el problema se esfumaria-. Que yo sepa, tu vida esta aqui.
– ?Ah, si? ?Y la tuya donde esta?
– ?La mia? -pregunto el simulando sorpresa-. Mi vida esta aqui, claro, ?donde querias tu que estuviese?
– ?Ah, si? ?Has visto por casualidad las flores que te he dejado?
– ?Que flores?
Ella hizo una pausa, vacilante. Tomas penso que habia obtenido un punto a su favor y se sintio mas confiado.
– No te hagas el tonto -exclamo Constanza al cabo de unos instantes; se habia dado cuenta de que su marido fingia no enterarse para no tener que afrontar la situacion; lo conocia demasiado bien para caer en ese juego-. Has visto las digitales y las rosas amarillas y sabes muy bien lo que significan.
